¿Acaso aquel tipo no tenía ni idea de cómo pasarlo bien? Afortunadamente, un cliente esperaba a que lo sirvieran y tuvo la excusa de ir a atenderlo. A ese lo siguieron otros, y para cuando volvió a mirar en su dirección, Pedro había desaparecido.
A medida que recorría la barra de un lado a otro, resolviendo problemas, pidiendo a Camilo que recogiera las mesas, asegurándose de que todo el mundo tenía un descanso de diez minutos, se propuso dejar de pensar en él. Pero fracasó. ¿Por qué se habría marchado tan precipitadamente? Ella había percibido la chispa de deseo en su mirada, igual que en la piscina, o en la cafetería. Estaba segura de que no la había soñado. Y sin embargo, se había mostrado arisco. ¿Prefería intimidad? ¿Qué quería decir con eso?
Imágenes de su cuerpo semidesnudo la asaltaran y tuvo que ponerles freno. ¿Notaría él la electricidad que había entre ellos? ¿Disfrutaba como ella de sus combates verbales?
Sacudió la cabeza y continuó sirviendo copas hasta que indicó al DJ que empezara a pinchar música más suave para anunciar que se aproximaba la hora de cierre. Cuando se fueron los últimos clientes, el personal y ella hicieron una limpieza superficial, que remataría la asistenta por la mañana. Paula bajó la música e imprimió algunos datos del ordenador.
Cuando ya se iba, Samantha peguntó:
–¿Estás segura de que te no te importa quedarte sola?
–Mientras cierres la puerta con llave, no tengo problema –Paula le guiñó el ojo–. Además, sabes que puedo defenderme.
Oyó bajar a Samantha y cerrarse la puerta. Entonces se dejó caer sobre una silla. Lo había conseguido, y encima había sido divertido, al menos hasta la aparición de Pedro.
Enfadándose consigo misma por consentir que le deprimiera, buscó un CD, lo puso y subió el volumen. Hacía una buena temperatura y abrió las ventanas para ventilar. Luego se puso a bailar con la libertad de la que disfrutaba cuando estaba sola.
Pedro movió suavemente el whisky en el vaso mientras descansaba con la suave brisa en la terraza y contemplaba las luces. No tenía sueño. Para aquella hora, el bar ya habría cerrado y Paula se habría ido a casa. Se dio cuenta de que ni siquiera sabía dónde vivía, ya que su currículum sólo incluía un teléfono de contacto. Se planteó mandarle un mensaje, sólo para asegurarse de que había cerrado bien.