La explicación de Pedro hizo que su corazón se convirtiera en un bloque de hielo.
—No te enfades —instó él al verla experimentar un escalofrío—. Como ya te he dicho, todo ha salido realmente bien. Estás haciendo un gran trabajo —le soltó la mano para poder acariciarle la mejilla—. Lo importante es cómo nos sentimos —añadió—. ¿Verdad?
Pau lo miró fijamente. ¿Qué importaba por qué se había sentido atraído por ella la primera vez? En ese momento, Pedro sabía que era más que una cara bonita. Los hombres eran criaturas visuales. No era culpa suya; la culpa recaía en los siglos de evolución. En la revista Playboy, en la MTV y no estaba segura de qué cosas más.
—Tienes razón —respondió, obligándose a sonreír—. Me complace mucho que llegáramos a conocernos.
Él suspiró.
—Vaya. Desde luego que me alegra que hayamos dejado este tema atrás. Quizá algún día se convierta en una historia graciosa sobre cómo nos conocimos.
—Y cómo empecé en Alfonso International —agregó ella—. Tal vez cuando sea vicepresidenta de la empresa.
Él rió, aunque ella no bromeaba precisamente. «Es posible, ¿verdad?», pensó. Si trabajaba duro y aprendía todo lo que podía del negocio.
—Créeme, en unos años apenas recordarás que has trabajado aquí —Pedro tomó las copas de vino y le entregó la suya a Pau—. Brindemos por el futuro.
Aturdida, ella sostuvo su copa.
—Creía que íbamos a ser un equipo, a trabajar juntos.
—Desde luego, ésa es una manera de decirlo —sonriendo con calor, Pedro entrechocó las copas—. Por nosotros —dijo—. Compañeros de equipo.
La realidad penetró en ella.
Él no le había ofrecido una carrera de negocios, porque nunca había creído que fuera lo bastante inteligente como para llevarla.
—No en Alfonso International —indicó Pau en voz alta y apagada, tanto como se sentía por dentro, una vez evaporado el alborozo.
Él en realidad no la conocía, y lo que era peor, no quería conocerla, porque sólo veía lo que quería ver.
Un envoltorio bonito sin nada de valor por dentro.
—¿Qué? —preguntó él, sinceramente desconcertado—. No te has imaginado pasando el resto de tu vida trabajando en Alfonso International como mi asistente, ¿verdad?
—Algo parecido —Pau dejó la copa en la mesa—. He de irme.
—No, aguarda —Pedro apoyó la mano en su brazo—. Nos estamos adelantando, pero desde luego tienes trabajo en Alfonso International durante el tiempo que quieras, ¿de acuerdo? Y cuando llegue el momento de… de revaluar la situación, los dos pensaremos en todas las opciones y lo discutiremos.
Ella se soltó y se puso de pie.
—He de irme.
Él se incorporó para plantarse ante ella, cortándole el camino.
—¿Qué sucede? ¿Qué quieres que diga, Pau? Creía que ya habíamos aclarado todo por ahora.
—Mañana me espera un día ajetreado —dijo sin mirarlo a los ojos—. Gracias por la cena. Quizá algún día consiga la receta de tu madre para la lasaña.
—Quizá debamos frenar un poco las cosas —soltó él—. Creo que has malinterpretado todo lo que he dicho.
—Tienes razón —convino Pau—. Frenemos. Probablemente, sólo deberíamos concentrarnos en el trabajo, para poder demostrarte la labor fantástica que puedo desempeñar.
No había tenido la intención de romper con él, pero una vez pronunciadas las palabras, veía que era la única manera. Tenía que saber en el fondo de su ser que mantenía el trabajo por ser una empleada valiosa, no porque se acostaba con él jefe.
—No lo entiendo —exclamó él—. Creía que me deseabas tanto como yo a ti.
Alzó la mano como si quisiera tocarle el rostro, pero ella se retiró.
—¿Estás diciendo que no puedo trabajar en Alfonso International a menos que me acueste contigo? —preguntó con suavidad, agarrando el bolso como si fuera un salvavidas—. ¿Es ése el trato?
Él se mostró escandalizado.
—No podemos volver sólo a trabajar juntos.
Ella soslayó el dolor que le retorció las entrañas y no pudo creer que hubiera sido tan ciega.
—Entonces no tendré más elección que presentarte mi dimisión.
Él alzó los brazos.
—Vamos, Pau—pidió—. No vas a dejarlo. Te encanta tu trabajo.
«Pero no tanto como te amo a ti», pensó.
—Tienes razón —sacó el papel doblado otra vez de su bolso—. Los dos nos volveríamos locos si siguiera trabajando para ti —le mostró la lista.
Automáticamente, él la tomó.
—¿Para qué es esto? —preguntó. Estaba decidida a no llorar, al menos hasta no hallarse sola.
—El fotógrafo se presentará a las diez de la mañana.
—¿Y por qué me lo dices?
No le hizo caso a la vocecilla de la razón en su cerebro que se desesperaba por obtener su atención.
—Lamento no poder ofrecerte los días reglamentarios que marca la ley —expuso—. En estas circunstancias, no creo que sea una buena idea —respiró hondo —Dimito.
Sin otra mirada a Pedro, huyó. Recogió el abrigo sin molestarse en ponérselo, sacó las llaves del bolsillo y salió por la puerta de entrada.
Tan enfrascados habían estado el uno en el otro, que no se habían dado cuenta de que había empezado a llover con fuerza. Pau se empapó antes de poder llegar al jeep y las gotas se mezclaron con las lágrimas que caían por su rostro.
Al dar marcha atrás, miró hacia la casa de la que se había enamorado a primera vista. En el ventanal de la fachada se perfilaba una figura solitaria.
Durante un momento triste, su pie flotó sobre el pedal del freno cuando todas las células de su cuerpo la instaron a volver. Quizá si él fuera a la puerta, si bajara los escalones… pero la figura ante el ventanal no se movió.
Con un sollozo, pisó el pedal del acelerador y salió de la vida de Pedro.