domingo, 29 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 58

 


El resto de la casa fue como un espejismo para Pau. No le extrañó que hubiera querido que se quedara con él esa noche, y en ese instante lamentó no haber llevado una bolsa. Casi no podía soportar la idea de dejarlo.


El recorrido terminó con el dormitorio principal. Impresionada con el tamaño y la decadencia del cuarto de baño contiguo, esperaba que la retuviera allí, pero la llevó de vuelta abajo sin soltarle la mano.


—¿Te apetece otra copa de vino o una taza de café? —le preguntó—. Había pensado que podía poner algo de música en el equipo de audio y disfrutar del fuego durante un rato.


Podría haberle sugerido que lavaran sus calcetines en la bañera de hidromasaje y habría aceptado. Al verlo encender el fuego, tuvo que poner freno a sus pensamientos, recordándose que los sentimientos eran demasiado nuevos como para que se precipitaran en algo. Saber que la amaba era suficiente, de hecho, más que suficiente, en ese momento.


—Me apetecería un poco más de vino —musitó, acariciándole el pecho. Le encantaba la idea de tener derecho a tocarlo, a besarlo. Y el brillo en sus ojos le reveló que lo afectaba de igual manera que él a ella.


Pedro se llevó una mano de Pau a los labios.


—Me has hecho tan feliz —comentó—. Siéntate, que enseguida vuelvo.


—Oh, necesito mostrarte la lista de empleados para la foto de mañana —casi lo había olvidado—. Traeré mi bolso. Está en el comedor.


—Creo que esta noche tenemos cosas más importantes de las que hablar que del trabajo —con una sonrisa, Pedro desapareció.


Pau sacó la lista del bolso. No quería darle demasiada importancia y estropear la velada, pero el jefe del almacén le había pedido que hablara con Pedro acerca de uno de los operarios que quería usar como modelo.


La desplegó y se sentó en el sofá mientras él le rellenaba la copa.


—No tardaremos mucho —le prometió.


Pedro depositó las copas en la mesita de centro.


—Estás decidida a hablar de negocios, ¿verdad? —indicó, ligeramente irritado—. Cuando te contraté, no tenía ni idea de lo adicta al trabajo que te volverías.


—No digas que no te lo advertí —bromeó ella—. Te dije que quería centrarme en una carrera.


Pedro se sentó a su lado.


—Y yo he quedado agradablemente sorprendido por cómo has llevado el trabajo.


—¿Sorprendido? —repitió ella, dejando de sonreír—. ¿A qué te refieres? ¿A que no pensaste que podría desempeñarlo? —estudió su cara—. ¿Por qué me ofreciste el puesto en primer lugar?


—Me avergüenza admitirlo, pero supongo que lo mejor será despejar la atmósfera —se encogió de hombros—. Quería llegar a conocerte mejor, pero cada vez que intentaba hablar contigo en el bar, o estabas ocupada o yo, mmm, olvidaba lo que quería decirte.


Pau se sintió complacida de que él se hubiera sentido atraído por ella. Siempre había parecido tan silencioso, reservado.


—La primera vez que me fijé en ti salías con Mauricio —agregó él—. Cuando me enteré de que estaba con Mia, me alegré por ellos, pero también por mí, porque significaba que ya no salía contigo.


Pau recordó que había pensado que Pedro era agradable e incluso más atractivo que su hermano, pero que sólo parecía importarle el trabajo.


—Pero eso fue antes de Damian —reflexionó ella en voz alta.


Pedro pareció incómodo.


—Exacto.


Ella movió la cabeza. Quiso liberar las manos y taparse los oídos, pero él debió de pensar que seguía sin entenderlo.


—Tenía que hacer algo drástico para sacarte del Lounge antes de que tu separación de Traub te impulsara a caer en brazos de otro hombre —explicó—. La mejor manera para mí de llegar a conocerte mejor, y rápidamente, era contratarte.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 57

 

Al aparcar, Pedro salió por las puertas dobles de la entrada vestido con unos vaqueros y una camisa a cuadros. Su sonrisa de bienvenida la llenó de calor a pesar del frío aire. Bajó del jeep y él le dio un beso rápido.


—¿Has tenido algún problema? —le preguntó.


—Ninguno —Pau le entregó la ensaladera antes de recoger el bolso y el aliño.


—¿Y el resto? —preguntó él después de que Pau cerrara el vehículo—. ¿No has traído una bolsa?


No había esperado que se lo planteara en la entrada.


—Mi casa no está lejos —repuso, aunque los dos sabían que eso no era precisamente cierto—. Tengo muchas ganas de ver tu casa —añadió entusiasmada—. ¿La mandaste construir para ti?


Para su alivio, él aceptó la insinuación y la condujo escalones arriba.


—Se la compré a alguien a quien trasladaron al este justo después de que la terminaran —explicó, manteniendo abierta una de las puertas de madera tallada—. Mi padre trabaja en la construcción, de modo que él la inspeccionó.


Se detuvieron en la entrada de dos niveles, donde él dejó la ensaladera en una mesa lateral mientras la ayudaba a quitarse el abrigo y lo colgaba.


—Es preciosa —exclamó, girando en un círculo lento.


Las paredes y el techo abovedado se hallaban cubiertos de madera que relucía suavemente a la luz del candelabro. Éste, compuesto de formas de cristal irregulares, colgaba de una pesada cadena. Una escalera con una barandilla tallada ascendía por una pared lateral hasta un rellano abierto en la primera planta.


Más allá de la entrada se encontraba el salón, donde dos sofás de piel de un rojo oscuro estaban frente a frente delante de una chimenea de piedra. Unas alfombras de tonalidades brillantes adornaban diversos puntos del suelo de parqué barnizado.


—Posterguemos el recorrido hasta después de la cena —dijo Pedro.


La condujo al comedor, donde dos manteles individuales adornaban un extremo de la larga mesa. Dejó la ensaladera y Pau depósito el aliño al lado.


—Ven —instó él—. Te mostraré la cocina.


Al entrar en la lujosa habitación, el olor a lasaña ayudó a que se le hiciera la boca agua.


—Tu madre debe de ser una cocinera magnífica —comentó, respirando hondo.


—Para ella es una obra de amor —repuso mientras se ponía un guante de cocina y abría el horno—. Le haré llegar tu comentario.


Extrajo la fuente y una barra de pan envuelta en papel de plata. Mientras los llevaba a la mesa, Pau llevó un cuenco con cuscurros de pan y otro con queso parmesano rallado.


—Creo que ya estamos listos —comentó él después de regresar de la cocina con una botella de vino.


Después de apartarle la silla, la imitó y se sentó. Durante la cena, Pau pudo relajarse y hacer a un lado sus reservas. Al terminar, recogerlo todo en esa cocina moderna sólo requirió unos minutos.


—Ahora comprendo por qué consideraste que a mi cabaña le faltaban algunas comodidades —bromeó mientras pasaba las yemas de los dedos por el granito pulido de la encimera—. Esta cocina es un sueño.


—Me hace feliz que te guste —cerró la puerta del lavavajillas y apretó unas teclas del panel de control.


Pau ladeó la cabeza.


—¿Está funcionando? —preguntó—. No oigo nada.


—Es muy silencioso —explicó, pasándole el brazo por el hombro—. Y ahora, ¿prefieres quedarte aquí hablando de electrodomésticos o quieres ver el resto de la casa?


Ella le pasó el brazo por la cintura y le sonrió.


—¿Tú qué crees?


Se inclinó y le plantó un breve beso en los labios.


—Lo que creo es que para mí es muy importante que te guste esta casa.


La implicación de esas palabras, junto con el calor de la expresión que mostraba, hizo que el espíritu de Pau surcara los cielos.


Cuando volvió a besarla, fue a su encuentro. La pegó a él, dejando que probara el vino de sus labios. Y cuando la soltó, apenas pudo recobrar el aliento.


—Sé que no llevamos mucho tiempo —dijo él con las manos en sus hombros—, pero no puedo evitarlo —apoyó la frente en la suya—. Te amo, Pau —susurró—. Lo único que quiero es hacerte feliz.


—Oh, Pedro —murmuró, pegando la mejilla contra su camisa—. Yo también te amo.


Durante unos instantes, se abrazaron con fuerza sin decir una palabra. Comprendía que ese hombre era todo lo que alguna vez había querido. Él había mirado más allá de la superficie y visto lo que nadie había logrado ver. Y la amaba, la amaba de verdad.


—Soy la mujer más afortunada del mundo —exclamó cuando al final se separaron un poco para sonreírse.


—No —corrigió él con firmeza—. Yo soy el afortunado. Vamos —dijo—. Ahora es aún más importante que te muestre la casa.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 56

 


Al día siguiente en el trabajo, Pau almorzaba en su escritorio cuando Pedro escoltó hasta la salida a un representante de ventas de la compañía de teléfonos con el que llevaba hablando media mañana. Antes le había comentado que quizá ya había llegado el momento de actualizar todos los aparatos y quería saber qué ofrecían.


Cuando regresó, ella le sonrió.


—¿Qué estás haciendo? —le preguntó él ceñudo—. ¿No vas a comer conmigo?


El comentario la sorprendió. Aunque por lo general lo hacían, ella no había querido dar por hecho que comerían todos los días juntos.


—Puedo hacerlo —cerró la tapa de la tartera con ensalada—. No sabía cuánto iba a durar tu reunión y empezaba a tener hambre.


—Vamos —instó Pedro dirigiendo una mirada al reloj—. He de estar de vuelta a la una.


Ella contuvo la réplica, diciéndose que tendrían que aprender las costumbres del otro, excusándolo porque debía tener muchas cosas en la cabeza. Durante la comida en un local de comida rápida, le describió las diversas ideas que se le habían ocurrido para la sesión de fotos.


—¿Qué te parece? —le preguntó, ansiosa de recibir su opinión.


—Me suena bien —respondió.


Tragándose su decepción, Pau asintió.


—De acuerdo —probablemente era mejor que no intentara dirigir cada uno de sus pasos, que tuviera confianza en que haría un buen trabajo.


Antes de darse cuenta, fue hora de regresar a la oficina. Ninguno habló durante el breve trayecto de vuelta.


—¿Te apetece venir a cenar esta noche? —preguntó él de sopetón antes de bajar de la camioneta—. No cocino mucho, pero tengo una lasaña de mi madre en el congelador —le apretó levemente la mano—. Además, aún no has visto mi casa y tengo ganas de mostrártela.


Pau se sintió embargada por un sentimiento de expectación.


—A mí también me gustaría —tuvo ganas de inclinarse y darle un beso, pero sabía que alguien podía aparecer por la esquina del edificio en cualquier momento, de modo que se conformó con devolverle el apretón de mano antes de soltársela—. ¿Puedo llevar algo? ¿Una ensalada o vino? —inquirió.


—Vino tengo, pero una ensalada sería estupendo si no representa muchas molestias —esperó que fuera por delante de él a la oficina—. ¿A las siete?


—Allí estaré —quizá esa noche volvieran a hacer el amor, se dijo Pau. La perspectiva hizo que se sintiera levemente mareada.


Justo antes de que abriera la puerta y bajara, él dijo:

—Y no olvides llevar ropa para mañana. Seguro que no querrás ponerte lo mismo dos veces seguidas.


A pesar de su propia sensación de expectación, que diera por hecho como algo normal que pasaría la noche con él la dejó aturdida. Tragó saliva y logró asentir sin mirarlo.


—Gracias por la comida —murmuró—. He de hacer unas llamadas.


Sin decir otra palabra, él se fue a su despacho mientras ella se dejaba caer en el sillón y guardaba el bolso en el cajón de la mesa. Marcó la extensión de Nina para comunicarle a la mujer mayor que ya había vuelto, luego se volvió hacia el ordenador y contempló la pantalla sin ver nada.


La normalidad e indiferencia con que había dejado entrever que eran pareja la había entusiasmado al principio, pero a nadie le gustaba que dieran las cosas por sentadas.


Con sentimientos encontrados, esperó que la tarde pasara con inusual lentitud. Decidida a mantener una mente abierta, se marchó a las cinco y pasó por una tienda para comprar lechuga y pepinos.


Momentos más tarde, entraba en la cabaña. Después de haberse dado una ducha, haberse puesto loción corporal y haberse secado el pelo, se puso unos vaqueros y un jersey de cuello vuelto. Esperaba que a Pedro le gustara el azul oscuro, porque su escueto sujetador y sus braguitas eran de la misma tonalidad que el jersey.


Sintiéndose atractiva y deseable, se dejó el cabello suelto, añadiendo unos pendientes de plata y maquillaje a su rostro. Entrando en la diminuta cocina, lavó los tomates, bajó una ensaladera grande de madera del anaquel superior y se puso a trabajar en la ensalada.


Unos minutos antes de las siete, fue hacia la casa de Pedro siguiendo las directrices que él le había proporcionado anteriormente. Mientras conducía por el camino oscuro, las nubes que habían llenado el cielo durante casi todo el día, finalmente cumplieron con su amenaza.


Se negó a dejar que la lluvia que chorreaba por el parabrisas de su coche le estropeara el estado de ánimo. A los pocos minutos vio el letrero de la calle donde se suponía que debía realizar su primer giro. La condujo a una parte de Thunder Canyon que no había explorado con anterioridad.


No la sorprendió que Pedro viviera en una urbanización lujosa en las colinas. Las casas allí estaban más separadas entre sí, distanciadas del camino principal por columnas, puertas de hierro forjado u otras entradas elaboradas.


Justo cuando paraba la lluvia, vio la pieza de granito que Pedro le había descrito con su dirección cincelada en la fachada. Iluminada por un pequeño foco, marcaba la entrada a su propiedad.


Apretó el volante y respiró hondo. No podía ver mucho del terreno en la oscuridad, pero su primer vistazo de la casa le encantó. Con el tejado en pendiente y los ventanales altos y luminosos, le recordó un poco a un alojamiento para esquiadores.




sábado, 28 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 55

 

Después de dejarle un mensaje en el buzón de voz a Pau pidiéndole que lo llamara cuando le fuera posible, Pedro se fue a casa y se preparó un plato precocinado en el microondas.


Al sentarse con los pies sobre la mesita de centro para ver el partido, pensó que quizá debería comprarse un perro. Tal vez Pau y él pudieran elegir uno más adelante, cuando no fuera a estar solo tanto tiempo. Se preguntó qué clase de perro le gustaría a ella.


Inquieto, vio el partido. ¿Cuánto tiempo necesitaban dos mujeres para compartir una cena y charlar un poco? Mientras debatía para sus adentros si volvía a llamarla, sonó su teléfono. Era Pau.


—Hola, ¿te lo has pasado bien? —le preguntó Pedro después de quitarle el sonido al televisor.


Ya había decidido no pedirle que fuera a su casa, puesto que se había mostrado reacia a quedarse la noche anterior y a él le esperaban un montón de reuniones al día siguiente. La primera vez que viera su casa quería causarle una impresión favorable.


—La comida en The Rib Shack es francamente buena —indicó ella—. ¿Qué tal tú?


Pedro sintió un aguijonazo de celos al preguntarse a quién habría podido ver en el restaurante. ¿A Damian? ¿A algún antiguo novio?


—Recibí tu mensaje antes —añadió ella—. Tenía el teléfono apagado. ¿Era por algo de trabajo?


Se sintió levemente decepcionado de que primero pensara en el negocio, a pesar de que él mismo lo había antepuesto a cualquier otra cosa durante años.


—Sólo quería decirte que te echaba de menos —manifestó, deseando que estuviera con él para poder besarla y abrazarla. Tenía ganas de que pasaran una noche entera juntos para poder hacerle el amor nada más despertar abrazados—. Supongo que te veré por la mañana.


—Yo también te echo de menos —musitó ella—. Buenas noches.


Él cortó, sintiéndose vagamente insatisfecho, pero sin saber muy bien por qué. Quizá porque la llamada había resultado algo incómoda.


A pesar de la intimidad que habían compartido en Billings, de lo que habían progresado juntos, no se conocían muy bien en un montón de pequeñas cosas. Los deseos y expectativas personales. ¿Qué se ponía Pau para acostarse? Quizá se lo preguntara al día siguiente en el trabajo, sólo para ver cómo se ruborizaba.


Volvió a darle volumen a la retransmisión y trató de concentrarse en el partido, aunque con limitado éxito, ya que la imagen de ella no desapareció de su mente.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 54

 

Pau se sentó frente a Karen en The Rib Shack.


—Lamento llegar tarde —se disculpó—. Tuve que llevar algo de ropa a la tintorería y había cola.


—No pasa nada —Karen sonrió—. Yo acabo de llegar —ir a cenar a aquel restaurante había sido idea suya.


Pau no podía culpar a su amiga por querer probar el nuevo restaurante del Thunder Canyon. Las críticas habían sido sobresalientes y el breve compromiso de ella con el hermano del dueño no era razón para evitarlo.


Miró alrededor, pero no vio a Darío. Lo más probable era que Ailín y él siguieran de luna de miel.


Durante un momento, las dos estudiaron el menú en silencio.


—Mmmm, me parece que voy a pedir las costillas tiernas —indicó Karen—. ¿Y tú?


Paula cerró el menú y lo dejó a un lado.


—Medio pollo asado, patatas fritas y ensalada de col. Anoche no me dio tiempo a prepararme el almuerzo para el trabajo y estoy muerta de hambre.


—¿Cómo ha ido el viaje? —preguntó Karen—. Por ese brillo nuevo que veo en tus ojos, apostaría que te lo has pasado bien.


Paula se preguntó si Karen decía la verdad o aventuraba un farol. Ya le había reconocido que se sentía atraída por su nuevo jefe, pero que no planeaba hacer nada al respecto. Por lo general, las dos se confiaban sus cosas íntimas, pero Paula no le había mencionado que Pedro la había besado y, desde luego, no iba a contarle nada acerca de lo sucedido en Billings.


—He aprendido mucho en la conferencia —respondió entusiasmada—. También he conocido a gente que vendía de todo, desde semen de toro hasta excavadoras de agujeros para postes. Pedro prácticamente conocía a todo el mundo, así que fue divertido.


Una camarera se presentó para tomarles el pedido. Cuando volvieron a quedarse solas, Karen inclinó el torso sobre la mesa.


—¿Te acostaste con él?


—¿Qué? —Pau intentó parecer atónita por la pregunta, pero debió de fracasar escandalosamente.


—¡Lo hiciste! —exclamó Karen con un susurro, juntando las manos—. ¡Desvergonzada, te has acostado con tu jefe!


Rápidamente, Pau miró alrededor, pero nadie sentado cerca les prestaba la más mínima atención, y sin duda la música protegería su conversación.


—¡En ningún momento he dicho eso! —contradijo.


Karen se echó para atrás con una amplia sonrisa en la cara.


—Oh, vamos. Estás hablando conmigo. Hace tiempo que no se te ve tan feliz.


Mientras Karen bebía un sorbo de agua, Paula consideró ese último comentario. ¿Estaba feliz por la dirección que Pedro y ella parecían tomar? ¿Cómo no estarlo, dados los sentimientos que él le inspiraba?


—¿Dime cómo es? —insistió Karen—. Siempre son los tranquilos los que se convierten en tigres en la cama, o al menos es lo que he oído —movió los ojos—. No es que yo haya tenido una experiencia personal en ese campo —añadió con una risita.


—Claro que no —acordó Paula—. Y, sí, es mucho mejor que bueno —no pudo resistir agregar—. Pero eso es lo único que voy a hablar del tema —no podía imaginarse compartiendo los detalles íntimos con su mejor amiga. Algunas cosas eran privadas.


Karen pareció decepcionada.


—Como no estoy saliendo con nadie ahora, al menos podrías dejar que lo viviera a través de ti.


—Ni lo sueñes —Pau negó con un movimiento de la cabeza—. Tendrás que recurrir a tu imaginación.


—¡Eres egoísta! —Karen hizo una mueca mientras la camarera les servía sus platos.


—Que lo disfruten —dijo y se marchó con una sonrisa.


—Bueno, ¿y qué pasa ahora? —preguntó Karen mientras untaba mantequilla en un trozo de pan de maíz—. ¿Te irás a vivir con él? ¿Cómo es su casa? Apuesto que es preciosa.


—No lo sé, no la he visto —repuso, desplegando su servilleta—. Es complicado, ya que trabajamos juntos, pero no pienso meterme en nada que haga peligrar mi trabajo en Alfonso International. Quiero ir despacio y ver cómo se desarrollan las cosas.


Seguro que Pedro le daba algún indicio de cómo quería llevar su relación en la oficina. Todo era diferente en ese momento, aunque ese día apenas habían podido hablar. Había esperado que pudiera llamarla esa noche, pero había apagado el móvil durante la cena, ya que sería una grosería aceptar una llamada mientras estaba con su amiga.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 53

 


Mientras al día siguiente, Pedro trabajaba en el ordenador en su taller privado, estaba entusiasmado. Las ventas habían subido en el último trimestre, la producción marchaba a la perfección y su relación con Pau empezaba a convertirse en algo más de que lo que se atrevía a esperar.


Hasta el momento, parecían compatibles en todos los aspectos. El sexo era estupendo, su sentido del humor lo hacía reír y su alegría lo tenía asombrado.


Tenía la certeza de que encajaría bien con su familia una vez que la conocieran.


Tenía ganas de que pasaran las fiestas juntos, tal vez ponerle un regalo muy especial debajo del árbol. Podía imaginar la sonrisa de su madre ante la idea de planificar dos bodas y tener más posibles nietos a los que mimar. Lo mejor de todo era que podía imaginar a Pau mirándolo con amor en los ojos mientras decía: «Sí, quiero».


Al pensar en la ducha que habían compartido en el hotel, su cuerpo reaccionó como si hubiera pasado un mes desde la última vez que había estado con ella. En un esfuerzo por mantener su cordura, se centró en la cena en el asador, seguida de la relajada vuelta a casa.


Lo único que habría podido mejorar la velada habría sido que Pau pasara la noche con él, pero había aducido que tenía muchas cosas que hacer. Ese día había estado ocupada con los últimos retoques para la foto de empresa y esa noche había quedado a cenar con una amiga, por lo que él había decidido quedarse a trabajar hasta tarde.


—Karen y yo hicimos planes hace una semana —le había explicado con expresión de pesar al pasar por su escritorio después de un almuerzo en la Cámara de Comercio—. Pero te echaré de menos.


Miró la hora y pensó en llamarla al móvil, pero resistió la tentación. Sin duda podía sobrevivir una noche sin ella. Catorce horas hasta que fuera a trabajar a la mañana siguiente.



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 52

 

—Supongo que eso es todo —dijo Pau después de que Pedro terminara de asegurar la loneta sobre el «ladeavacas». Se asomó por la ventanilla tintada del taxi monovolumen, pero no vio su equipaje—. ¿Estás seguro de que no olvidaste algo cuando dejaste las habitaciones? —le preguntó. Había insistido en bajar todo de las habitaciones mientras ella se adelantaba hacia la zona de la convención.


Con un rápido vistazo alrededor del aparcamiento vacío, se inclinó para mordisquearle los labios.


—¿Quién dijo que las dejé? —replicó con una sonrisa burlona—. ¿Tienes tanta prisa por volver a casa que no puedes dedicarme unos momentos?


Ella resistió la tentación de volver a bajarle la cabeza y demostrarle lo mucho que lo había echado de menos.


—No lo entiendo —dijo—. ¿A qué te refieres?


Pedro sacó la llave de su habitación del bolsillo y la agitó ante ella.


Al darse cuenta de lo que había hecho, la recorrió una oleada renovada de deseo.


—Supongo que ya hemos resuelto el misterio del equipaje desaparecido —comentó, tratando de mantener un tono ligero.


Pedro le pasó un brazo por los hombros.


—¿Cómo podía hallarse desaparecido cuando en todo momento yo he sabido dónde estaba? —murmuró él mientras la conducía por una puerta lateral de vuelta al hotel.


Tuvieron el ascensor para ellos solos, de modo que dedicó la breve subida a probar la piel sensible que tenía debajo del lóbulo de la oreja. Cuando llegaron a la habitación, ella ardía de deseo.


La primera vez que se acoplaron, seguían parcialmente vestidos.


—No puedo esperar —gimió él, acercándola.


—Sí, sí, por favor —instó ella mientras la llenaba.


Pedro tembló, sus músculos rígidos, luego embistió otra vez. El mundo de Pau estalló y él emitió un sonido entrecortado mientras se unía a ella.


—Vaya —musitó Paula cuando él se desplomó inerte a su lado. Nunca en la vida se había entregado a un deseo tan devastador y descarnado—. Ha sido algo estupendo.


—Sí —jadeó él, poniéndose boca arriba—. La próxima vez… será mejor.


Laxa por la satisfacción, ella rió débilmente.


Él se apoyó en un codo.


—¿Qué es tan gracioso?


Ella estaba extendida sobre la cama, con los brazos y las piernas como una muñeca de trapo.


—¿Por qué me odias?


—¡Odiarte! —exclamó Pedro con expresión de horror—. ¡Lo siento! ¿Te he hecho daño?


—Mejor, más largo… intentas matarme —explicó ella con una sonrisa.


Pedro volvió a tumbarse con una mano en el pecho.


—Espero que sepas que has estado a punto de pararme el corazón con ese comentario.


Después de unos momentos de silencio, él volvió a sentarse y se quitó la camisa que ella antes había desabotonado en parte. Se estiró para desprenderse de los calcetines mientras Pau admiraba el ancho de sus hombros y la línea de su espalda.


—Tú también —dijo él, mirándola con expresión significativa.


Gimiendo, Pau se dio la vuelta aún con el sujetador y la camisa puestos.


—Ésa sí que es una postura que vendería lo que quisiéramos —comentó Pedro.


—Muy gracioso.


Después de quitarse el resto de la ropa, él apartó las mantas y la tumbó.


Con infinita paciencia, en esa ocasión hizo que fuera tan romántica como una unión frenética de lujuria había sido la anterior. Cuando al fin él se deslizó en el calor que lo esperaba, Pau supo sin ninguna duda que había encontrado a su otra mitad.


—¿Tienes hambre? —preguntó Pedro cuando ella estaba a punto de quedarse adormilada, acurrucada contra su cuerpo, con la cabeza apoyada en su hombro y una pierna cruzada sobre la suya para tenerlo bien cerca.


La pregunta hizo que se diera cuenta de que estaba famélica.


—Podría comer algo —murmuró, indecisa entre los pensamientos de comida y quedarse donde estaba.


—Démonos una ducha —sugirió con voz ronca cerca de su oído—. Luego dejaremos la habitación y te llevaré al asador de enfrente para cenar antes de irnos de la ciudad. ¿Trato hecho?


La única idea mejor que ésa era quedarse en la habitación un mes entero, pero no se lo dijo.


—Trato hecho —aceptó, sentándose y destapándose.


—Es una pena que no puedas quedarse así —aprobó Pedro—. Me encanta mirarte.


Ella miró por encima del hombro a tiempo de verlo ponerse de pie y estirarse.


—Lo mismo digo —murmuró.


Verlo vestido con uno de sus trajes a medida en el trabajo iba a resultar un poco raro después de eso.


Cuando la sorprendió mirándolo fijamente, la estudió de arriba abajo.


—Quizá sea mejor que me dé una ducha fría o terminaremos quedándonos en la habitación una noche más —dijo—. O una semana más.


Alejarse de él fue más difícil de lo que Pau había pensado. Se preguntó en que se estaba metiendo.