—¿Conoces a todos los asistentes? —preguntó cuando Pedro se sentó a su lado.
Él se encogió de hombros.
—Supongo. Probablemente fui a la escuela con la mayoría. Es gracioso —añadió—, pero la gente se absorbe tanto con su propia vida, que puedes vivir en la misma ciudad y no verlos jamás, salvo en ocasiones como ésta.
—Darío y Ailín parecen tan felices —murmuró Pau, encogiéndose por dentro al darse cuenta de lo nostálgica que había sonado. Si no andaba con cuidado, Pedro pensaría que su principal intención era conquistar al jefe.
—Necesitaron tiempo para aclarar las cosas —indicó él entre bocados—. Tanto Darío como Damián estaban locos por ella —de inmediato lamentó haberlo dicho—. Claro que eso fue hace mucho tiempo —añadió, mirándola de reojo.
—No hieres mis sentimientos —insistió Paula, con la esperanza de no parecer a la defensiva—. Creo que sabía que no iba realmente en serio conmigo —Pau bebió un poco de vino—. No le guardo ningún rencor.
—Damián no es un mal chico —Pedro se acercó—. Lo que pasa es que aún no está preparado para asentarse —pinchó una gamba con el tenedor—. Yo envidio a Darío.
—¿Por qué?
Él movió la cabeza.
—Supongo que asistir a una boda hace que empieces a pensar en sentar la cabeza.
Pau pudo imaginarlo en una casa grande, con hijos y un perro. Lo que no podía imaginar, o no quería hacerlo, era a la mujer que tendría al lado.
—¿Qué me dices de ti? —preguntó él—. ¿Quieres una familia?
—Claro, algún día —repuso ella de forma evasiva—. No pienso casarme en mucho tiempo. Primero quiero establecer una carrera sólida.
Un gesto inescrutable pasó por la cara de él antes de llevarse la gamba a la boca. Pau se preguntó si habría sido muy directa. Quizá había esperado oír que nada se antepondría jamás al trabajo.
—¿Has terminado? —preguntó él.
Cuando bajó la vista, la sorprendió ver que había dejado limpio el plato sin siquiera notarlo.
—Sí —repuso, preguntándose si debería explayarse en lo que acababa de decir. Antes de poder decidirlo, él se puso de pie y alargó la mano.
—¿Bailas? —invitó.
La orquesta tocaba otra canción animada y la pista estaba llena de parejas que daban vueltas. En realidad, no podía imaginar a Pedro tan desinhibido, pero sintió curiosidad, de modo que aceptó. Quizá lograra que se relajara un poco.
Para su sorpresa, formaban una buena pareja de baile, pero antes de que pudieran animarse, la canción terminó. Cuando las primeras notas de una balada conocida sonaron por la sala, Pedro alargó los brazos.
Una súbita sensación de expectación hizo que Paula titubeara. No podía negarse y dejarlo allí plantado, de modo que tragó saliva y entró en el círculo de sus brazos. Él la acercó, dejando las manos unidas entre ambos.
Seguirlo no requirió esfuerzo, como si ya hubieran bailado mil veces juntos. La mejilla de él se posó levemente sobre su cabello. Paula dejó que sus ojos se cerraran. El aliento cálido de Pedro le hizo cosquillas en la piel mientras flotaba en la música y la calidez.
Alguien tropezó con ella y la hizo trastabillar contra Mitch. Pedro los ojos al tiempo que los brazos de él se cerraban más en torno a ella en un gesto protector.
Giró la cabeza y miró directamente a Rodrigo Chilton, quien bailaba con la abuela de alguien. Sin molestarse en disculparse, se alejó con su pareja de baile de ellos.
—¿Estás bien? —murmuró Pedro.
Ella asintió.
—Esto empieza a llenarse demasiado.
—Tomémonos un descanso —murmuró.
Sin soltarle la mano, la condujo fuera de la pista y entre la gente.
—No le hagas caso a Rodrigo —dijo después de que hubieran cruzado una puerta que daba a un pasillo vacío—. Lleva crispado desde que se produjo el primer cambio en la zona —rodearon una esquina y Pedro se detuvo—. Si fuera por él, Thunder Canyon seguiría siendo una diminuta comunidad ranchera y las mujeres estarían en casa cuidando bebés.
—¿Y lavando los calcetines de sus hombres? —bromeó ella—. ¿Tú qué piensas al respecto?
Pedro apoyó la mano en la pared junto a la cabeza de Pau.
—No me parece el momento ni el lugar para una discusión filosófica.
Estaba tan cerca que ella podría haberlo besado. Si no fuera su jefe… se habría sentido muy tentada. Desde luego, si él la besara, no protestaría. Incluso podría ser una buena idea quitarse eso de encima, para que pudieran trabajar juntos sin que ella se preguntara…