martes, 10 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 2

 

Paula esperó que insistiera en que ella era más bonita, pero permaneció obstinadamente en silencio, con los brazos cruzados y un gesto ceñudo en la atractiva cara. Fue Pedro Alfonso quien finalmente salió en su defensa.


—Desde luego que Ailín es muy bonita —dijo con su atención centrada en sus fichas—, pero comparar a una rubia con una pelirroja es como elegir entre una flor delicada y una exhibición de fuegos artificiales. Las dos son hermosas, pero cada una a su propia manera.


—Es un comentario muy amable —repuso ella mirando con expresión de desaprobación a Damian—. Gracias, Pedro.


Los ojos oscuros de él se alzaron para encontrarse un instante con los suyos mientras se ruborizaba. ¿Cómo podía un hombre de negocios tan próspero y brillante seguir siendo tan tímido, en particular en compañía de los que eran sus amigos desde el instituto? Le resultaba imposible descifrarlo.


—Damian, creo que alguien acaba de comparar a tu dama con unos petardos —dijo Rodrigo—. ¿Deberíamos felicitarte o mostrarte nuestras condolencias?


Por el hecho de que Paula había salido con unos cuantos hombres más de la ciudad antes de aceptar la proposición de Damian, Rodrigo tenía una mala opinión de ella que no se molestaba en ocultar. Paula creía que debería relajarse un poco.


—Lo que está diciendo es que soy ardiente y que Damián es un hombre afortunado —repuso, a pesar de que Rodrigo no se había dirigido a ella—. Damian lo sabe, ¿verdad, cariño? —si no iba a defenderla voluntariamente, lo obligaría a darse cuenta.


Durante un instante, él se reclinó en la silla y la miró, apretando los labios en una fina línea. Luego la sorprendió tirando sus cartas en el centro de la mesa.


—Paso —gruñó, recogiendo sus escasas fichas y echando atrás la silla—. He venido a jugar al póquer, no a hablar de flores y fuegos artificiales.


«¿O sea, que los hombres no hablan cuando juegan?», pensó Paula. Todo el mundo sabía que eran peores que las mujeres en lo referente a los chismes.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 1

 

Paula Chaves se arregló el generoso escote de su blusa y enderezó la cintura de la minifalda negra de cuero. Respiró hondo, empujó la puerta que daba a la sala de juegos de mesa del elegante Thunder Canyon Resort, donde su novio, Damián Traub, jugaba al póquer con sus amigos y su hermano Darío.


—Vaya, hola, chicos —posó exageradamente con una mano en la cadera a medida que los seis hombres se giraban para mirarla.


Durante un momento, reinó el silencio salvo por el sonido que hicieron con las sillas los hermanos Alfonso cuando se pusieron de pie.


—Buenas noches, Paula —saludó Mauricio Alfonso.


La sonrisa presumida del doctor, atractivo como una estrella de una serie televisiva, le provocó un escalofrío de placer. Había salido con él algunas veces, pero nunca en serio. Su hermano menor, Pedro, se mantenía en silencio a su lado. Si sonriera más a menudo, Pedro podría llegar a ser más apuesto que Mauricio. Ella sentía debilidad por el pelo y los ojos oscuros.


—Oh, no os levantéis por mí —exclamó con un leve toque de sarcasmo a medida que miraba a los demás, su novio incluido, que seguían sentados como si tuvieran los traseros pegados a las sillas.


A regañadientes, también ellos se incorporaron. Rodrigo Chilton y el jefe de Paula, Gaston Clifton, mostraban expresiones de leve desaprobación. Todo el mundo sabía que la actitud de Rodrigo hacia las mujeres iba con un siglo de retraso con los tiempos modernos, pero por lo general, Gastón se mostraba más contento de verla.


Quizá no debería haberse presentado allí, pero había querido recordarle a Damián lo que se estaba perdiendo al insistir en pasar la velada con los chicos en vez de con ella. En especial cuando era su día libre. Paula trabajaba de camarera en el bar del complejo hotelero.


—He venido a comprobar mi horario de trabajo, así que he pensado pasar a saludaros ya que estaba aquí —explicó, dedicándole a cada uno su sonrisa más coqueta.


Si Gaston puso en duda su excusa, no dijo nada, pero los dos sabían que tenía un turno fijo, que alternaba semanalmente entre días y noches.


—Vaya, pero si es la segunda mujer más hermosa de Montana —indicó Dario, mirando a su hermano.


La rivalidad fraternal había dado como resultado una pelea a puñetazos en la inauguración unas semanas atrás del restaurante de Darío. Según Damián, desde entonces habían enterrado el hacha de guerra. Esa noche soslayó la pulla de DJ.


—¿No crees que muestras una cierta parcialidad desde que al fin convenciste a la hermosa Ailín de casarse contigo? —preguntó Mauricio, mirándolo.


Era una de esas peculiares coincidencias, probablemente resultado de vivir en una ciudad pequeña, que Damián le hubiera propuesto matrimonio a ella justo después de que Darío y Ailin, ex mujer de Damian, hubieran anunciado su compromiso. Era evidente que la gente que comentaba que Damian aún estaba enamorado de su ex se equivocaba.


QUIERO TU CORAZÓN: SINOPSIS

 


Puede que estuviera a punto de conseguir el ascenso… ¡al corazón del jefe!


Paula Chaves siempre había salido con los solteros más atractivos de la ciudad, pero después de una dura ruptura con su novio, quería algo más que un simple devaneo. También estaba buscando un cambio en su trabajo, por eso, cuando Pedro Alfonso le ofreció un puesto en su empresa, Paula aprovechó la inesperada oportunidad.


Pedro era un hombre serio y tranquilo, nada que ver con los hombres que Paula había conocido. La atracción no tardó en surgir entre ellos y en hacer que los días en la oficina le resultaran cualquier cosa menos aburridos…





lunes, 9 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: EPILOGO

 


La boda de Franco y de Julieta se celebró en casa de Paula y Pedro. Y Paula lloró a lo largo de toda la ceremonia, sin que ni a ella ni a Pedroque le sujetaba la mano, les importara lo más mínimo. Eran felices. Como también lo eran los novios.


Con la excusa de ir a por un pañuelo de papel, Paula subió al dormitorio y se lavó la cara antes de volver a la terraza, donde un trío de música amenizaba la celebración.


Hacía una tarde despejada y las primeras estrellas empezaban a asomar. Habían decorado el jardín iluminando los árboles y colocando velas alrededor de la piscina.


—¿Estás bien? —preguntó Pedro, acercándose a ella.


—Perfectamente —dijo ella con un último respingo—. Siempre lloro en las bodas.


—Recuerdo que lloraste en la de Sonia y Miguel, pero no en la nuestra —Pedro le puso un dedo en la barbilla y le hizo alzar la mirada—. ¿Por qué?


—Porque temí empezar y ya no poder parar.


Pedro abrió los brazos v ella se refugió en ellos.


—Aquí me tienes. Soy todo tuyo.


—No me hagas llorar —suplicó ella.


Pedro movió los pies y ella le siguió como si bailaran.


—No contengas las lágrimas de felicidad, es mejor liberarlas.


—Te ahogaría —dijo Paula, sonriendo.


—Demuéstramelo. No me asusto con facilidad.


Pedro tenía la habilidad de desarmarla. Sin decir nada, Paula se acurrucó en sus brazos y dejó que la música los trasladara a un lugar en el que sólo estaban ellos dos, abrazados.


Cuando la canción acabó, fueron hacia la piscina. Dante los vio y dio unos grititos de entusiasmo.


La música comenzó a sonar de nuevo y Paula sonrió. Aquélla era su familia, su hogar. Tenía una vida plena. Tenía todo lo que siempre había soñado.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 53

 


Llegaron tarde a casa. Pedro acompañó a Ana a la puerta y Paula empezó a subir las escaleras hacia su dormitorio.


—Paula…


Ella se quedó inmóvil a medio camino. Él subió hasta el peldaño inferior.


—No te he dado tu regalo —dijo, acariciando con su aliento los hombros de Paula.


Ella se volvió y tomó el fino paquete que le tendía.


—Muchas gracias —dijo, sonriendo—. No debías haberte molestado — añadió. Y corrió escaleras arriba hasta la salita unida a su dormitorio.


—¿No vas a abrirlo? —preguntó él, siguiéndola.


Paula rogó que Pedro no pudiera oír el martilleo de su corazón.


—Sí, claro —balbuceó.


Con dedos temblorosos, soltó el lazo. El papel de regalo dejó a la vista un marco de fotos. Al volverlo descubrió cuatro rostros sonrientes bajo la arcada de una iglesia.


—¿La recuerdas? —Pedro estaba a unos centímetros de ella—. Me mandaste sonreír.


—Lo recuerdo —un dulce dolor atravesó a Paul al mirar las caras de Sonia y Miguel—. Parecemos tan felices…


—Así es como Sonia y Miguel querían que los recordáramos.


—Muchas gracias —Paula lo miró fijamente—. No podías hacerme un regalo mejor —le rodeó el cuello con los brazos y le besó.


—¡Pau! —susurró él.


Ella separó la cabeza para mirarlo. No era como su padre. No había en él un ápice de irresponsabilidad, haría lo que fuera por proporcionar un futuro seguro a Dante. Y nunca les fallaría a ella ni a su hijo.


—Siento haber pensado que eras un estúpido.


—Y yo que eras una sosa —dijo Pedro con una sonrisa maliciosa.


—¿Eso opinabas de mí?


—No sé en qué estaría pensando —dijo Pedro, riendo. Y luego le dio un apasionado beso que los dejó con la respiración entrecortada—. Hagamos el amor —musitó él—. Pero esta vez te quedarás a mi lado. No permitiré que salgas huyendo.


—Te lo prometo —dijo ella, arqueándose contra él, poniendo todo su cuerpo en contacto con el suyo—. Pienso quedarme aquí.


—¿Para siempre?


—Si eso es lo que quieres.


—Claro que sí.


Pedro le bajó la cremallera del vestido; Paula levantó los pies para dejarlo en el suelo. Él se quitó la camisa y los pantalones. Llevaba unos bóxers holgados y ver su sexo endurecido excitó a Paula. Esta se bajó de sus tacones y, temblorosa, se refugió en los brazos de Pedro, quien le soltó con destreza el sujetador de encaje y luego, deslizando las manos por sus caderas, le quitó las braguitas, dejándola desnuda y expuesta a la inspección de su voraz mirada. Unos segundos mas tarde, también él estaba desnudo. Tomó a Paula en brazos y la echó delicadamente sobre la cama.


—Esto va a ser muy rápido —le susurró al oído—. Te deseo tanto… — añadió, lamiéndole la oreja, y ella se estremeció, anhelante.


Pero a pesar de aquella advertencia, Pedro hizo que el placer se prolongara largamente, llevando a Paula con sus manos y su lengua a cotas de excitación que nunca había experimentado.


Cuando finalmente le entreabrió las piernas, Paula ardía de deseo.


Pedro se colocó sobre ella y la penetró profundamente. Paula cerró los ojos, clavó los dedos en los hombros de Pedro y se dejó llevar hasta que sus movimientos quedaron sincronizados y sus cuerpos se fundieron en uno. El placer estalló como una explosión de luz blanca en su mente, y en ese momento, oyó a Pedro susurrar:

—Te amo, Pau, te amo.


Con aquellas palabras, la elevó a un éxtasis celeste, y Paula se oyó decir:

—Yo también te amo, Pedro.


Después, permanecieron echados, en silencio, saciados momentáneamente.


—¿Es verdad lo que has dicho antes? —preguntó Paula, girando la cabeza para mirarlo a los ojos.


—¿Qué te amo?


Paula asintió.


—Claro que era verdad.


—Yo también te amo —Paula sonrió con dulzura—. He conseguido el mejor trato posible: a Dante y a ti.


—No. Soy yo el que ha tenido suerte —Pedro sacudió la cabeza—. Te tengo a ti en lugar de a Dana, Debo de tener un ángel de la guarda.


—¿Crees en los ángeles?


—Desde que estoy enamorado —dijo, solemne.


—Me gusta pensar en Sonia como un ángel —Paula lanzó una mirada a la fotografía.


—Y Miguel estará a su lado. Estoy seguro de que estarían felices por nosotros.


—Yo también lo creo —dijo Paula.


—Hace dos años me enfadé con ellos por intentar hacer de celestinos.


—¡No me extraña! Acababas de pasar por una experiencia espantosa con Dana.


—Y te caía mal —dijo él, convencido—. Pensabas que era un estúpido y que ninguna mujer en su sano juicio viviría conmigo.


—¡Es que no te conocía! —dijo ella, riendo.


Pedro se inclinó y le besó la punta de la nariz.


—¿Y crees que ahora sí me conoces?


—Al conocerte es imposible no amarte —dijo Paula.


—¡Pau! —Pedro la abrazó—. Nunca me cansaré de oírte de decir que me quieres, de besarte, de hacerte el amor.


—¿Eso significa que Dante tendrá un hermanito o hermanita? —dijo ella con ojos centelleantes.


—Me parece una idea magnífica —dijo él. Y añadió con picardía—: Pero para eso, tendremos que practicar mucho.


—¿Y a qué estamos esperando? —preguntó su esposa.




domingo, 8 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 52

 

Entre tanto, Paula sonreía a Jeremías y se presentaba a él educadamente.


Pedro se apartó de Dana y ella posó su mano sobre su muslo. Si lo que quería era excitarlo, sólo estaba consiguiendo sacarlo de sus casillas.


—Hemos salido a celebrar que Dana está embarazada —dijo Jeremias.


—¡Enhorabuena! —dijo Paula, lanzando una mirada a Pedro para ver cómo lo afectaba la noticia.


—Siempre he querido un hijo, ¿verdad Pedro, cariño?


Más que un hijo, una alianza de casada, dinero, éxito, estatus, poder…


—Os deseo lo mejor —dijo él, mirando a Jeremias.


Y Paula se relajó parcialmente al ver que era sincero.


—¿Sabe Paula que no quieres tener hijos? —preguntó Dana.


Pero Paula reaccionó al instante. Arqueó una ceja y con fingida sorpresa, dijo:

—¿Y por qué es donante de esperma?


Pedro tuvo que reprimir una carcajada. Paula lo hacía sonar como si fuera un medio de trabajo. Dana lo miró boquiabierta.


—¿Pedro ha donado esperma? —preguntó Jeremias, igualmente sorprendido.


—¿No lo sabíais? —Paula fingió estar desconcertada con maestría—. Pedro y yo fuimos donantes para que nuestros mejores amigos realizaran el sueño de tener un hijo, ¿verdad, Pedro, cariño?


Su imitación de Dana casi hizo a estallar a Pedro en una carcajada.


—¡Qué generosos!


—Sonia era mi mejor amiga. Es normal hacer algo así por un buen amigo —concluyó Paula, con una sonrisa angelical que no ocultaba el mensaje subliminal dirigido a Jeremias.


—¿Veis al niño a menudo? —preguntó Jeremias, avergonzado.


—Sus padres murieron y…


—Hemos decidido adoptarlo, ¿verdad, Paula? —Pedro sabía que no debía proponérselo así, que debía haberle explicado que lo último que quería hacer era divorciarse de ella, pero no pudo resistirse a decirlo.


—Claro —dijo ella con los ojos iluminados de júbilo.


—¿Así que sólo os casasteis por el niño? —preguntó Dana, que pareció relajarse al asumir que la respuesta a su pregunta era afirmativa.


—¿No es ésa la razón por la que se casan casi todas las parejas? — dijo Pedro, mirándolos alternativamente—. Al menos, a mí no me han atrapado en un matrimonio que no quería.


A pesar de la furia que brilló en los ojos de Dana, Pedro no sintió la satisfacción que esperaba obtener de su comentario. En el fondo, sentía lástima por ellos.


—Casarme con Paula es lo mejor que me ha pasado en la vida — añadió con dulzura, alargando la mano para tomar la de ella.


Dana se puso en pie, malhumorada.


—Será mejor que nos vayamos.


—Ha sido un placer —dijo Jeremias, azorado, antes de marcharse.


Pedro pensó que hasta él se daba cuenta de cuál de los dos había sido más afortunado.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 51

 


Paula salió temprano del trabajo aquella tarde y pasó a ver a su padre en el hospital, donde le anunciaron que al día siguiente sería dado de alta. Tanto él como Julieta estaban encantados.


—Es un motivo de celebración —dijo Julieta—. Pero tengo entendido que hay otro. ¡Sorpresa! —añadió. Y sacó un ramo de flores del cuarto de baño.


Franco empezó a cantar un Cumpleaños feliz desafinado y Paula miró a ambos sorprendida.


—¿Cómo…? ¡Te has acordado! —dijo cuando recuperó la voz.


—Tengo que ponerme al día en muchas cosas, Paula, y no pienso perderme ni uno más de tus cumpleaños —dijo Franco. mirándola fijamente.


Julieta se había quedado callada, y Paula le agradeció mentalmente su tacto y haber organizado aquel bonito detalle.


—¿Me darás una oportunidad? —preguntó su padre.


Paula posó una mano sobre la de él.


—Claro, papá.


Cuando su padre se giró para beber un sorbo de agua, Paula buscó a Julieta con la mirada y articuló con los labios la palabra «gracias».


Al llegar a casa encontró a Pedro vestido con una camisa blanca y unos pantalones negros, y el corazón le dio un vuelco al darse cuenta de que iba a salir. Llevaba a Dante en brazos que, en cuanto la vio, aleteó los brazos alegremente.


—Yo también me alegro de verte —dijo ella, lomándolo y llenándole la cara de besos que hicieron reír al niño—. Vas a ver qué bien lo pasamos esta tarde.


—No hagas promesas que no puedes cumplir —dijo Pedro—. Voy a llevarte a cenar fuera.


Paula alzó la cabeza.


—¡Qué agradable!


¡Agradable! Apenas pudo contener los saltos de alegría. Casi no recordaba la última vez que había salido a cenar. Llevaba años usando el trabajo como excusa para no socializar. La única ocasión que recordaba con verdadero placer había sido con Sonia y sus compañeros del colegio, y lo había pasado tan bien que al día siguiente tenía agujetas de todo lo que se habían reído.


Por primera vez el recuerdo de Sonia no le causó un dolor instantáneo, sino un estado de melancolía y nostalgia. Empezaba a poder recordar los buenos tiempos sin que los ojos se le humedecieran.


—¿Y Dante? —preguntó, volviendo al presente.


—He quedado con Ana para que haga de canguro.


—¿Y su madre?


—He contratado una enfermera para que cuide de ella.


—Ah —Paula se sintió halagada de que se hubiera molestado tanto para salir a cenar con ella—. Se ve que lo has pensado todo.


—Así es —dijo él, dedicándole una sonrisa que la dejó sin aliento—. Déjame a Dante y ve a arreglarte.


              ****************


Bajo la luz de las velas que dotaban al restaurante de un ambiente romántico, Pedro observaba a Paula. Llevaba un vestido amarillo que dejaba a la vista sus hombros y su elegante cuello. La llama dorada se reflejaba en sus ojos, arrancándoles destellos del mismo color. Pedro quería decirle lo hermosa que la encontraba, cuánto significaba para él…


Pero no sabía por dónde empezar.


—He presentado a Virginia mi dimisión.


—¿Por qué? —preguntó él, desconcertado.


—Para pasar más tiempo con Dante y para que no quieras el divorcio.


—¡Pau!


—¿Estás contento? —preguntó ella, inquieta.


Pedro reflexionó sobre lo que sentía. Originalmente, eso era lo que había querido, pero en aquel momento, sabiendo que Paula se libraría pronto de parte de la presión a la que había estado sometida, le parecía injusto que limera que sacrificarse. Ella amaba su trabajo y la independencia que le confería.


—La cuestión no es qué me parece a mí, sino si es lo que tú quieres —buscó las palabras con cuidado—. Si quieres quedarle en casa con Dante, perfecto. Pero si quieres seguir trabajando, hazlo —¿habría dimitido porque pensaba que era lo que él quería? ¿Tanto temor le había infundido?


—A Virginia también le ha sorprendido.


El camarero les llevó la comida y Pedro esperó a que se marchara.


—¿Y qué te ha dicho Vrígida?


—¡No la llames así! —lo riñó Paula—. Ha sido muy comprensiva. Me ha sugerido que reduzca el horario de trabajo.


—¿Y qué te parece esa posibilidad?


Paula hizo una pausa para probar su pescado.


—Podría ser una buena solución. Trabajaría por las mañanas y estaría con Dante por las tardes.


—Suena bien —dijo él, sonriendo—. Por cierto, hoy he tenido una extraña visita de una asociación de fertilización artificial a la que Sonia y Miguel habían dejado un donativo en el testamento. Resulta que es allí donde se conocieron, pero les daba vergüenza contarlo.


—¡Por eso nunca nos lo dijeron! ¡Qué tontería, como si tuvieran algo que ocultar!


—Lo mismo he pensado yo —Pedro acabó su plato—. ¿Qué le parece si pedimos la carta de postres?


—Fantástico —dijo ella.


Pero antes de que Pedro pudiera llamar la atención del camarero, oyó pronunciar su nombre.


Pedro —al levantar la mirada vio que Dana estaba de pie junto a su mesa—. No estaba segura de que fueras tú —miró a Paula—. He oído que te has casado.


—Dana, nuestra mesa está lista —Jeremias llegó tras ella. Ni siquiera miró Pedro—. Nos esperan.


Dana hizo un mohín.


—Enseguida, cariño —se volvió hacia Pedro—. No pensaba que fueras a casarte.


—He conocido a la mujer adecuada.


Dana no pudo disimular su irritación.


—¡Qué romántico, cariño! —dijo. Y se sentó a su lado en el reservado, presionando con su rodilla la de él.