sábado, 7 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 48

 


Detuvo el coche en el aparcamiento del hospital, abrió la puerta de Paula y la condujo hasta el ascensor del brazo.


Franco Chaves estaba siendo sometido a una angioplastia coronaria en el quirófano, tal y como les dijo una eficiente enfermera que les rogó que esperaran en la sala de espera.


Al cruzar la puerta, una mujer de cara redonda y arrugas que delataban una naturaleza risueña fue hacia ellos con paso vacilante y una tímida sonrisa.


—¿Paula?


Paula se dirigió a ella.


—¿Julieta? —al ver que la mujer asentía, añadió—: Gracias por haberme llamado.


—Te he llamado primero a tu casa, pero ha salido un mensaje diciendo que estaba desconectado —miró con curiosidad a Pedro.


Pedro Alfonso —lo presentó Paula. Y tras una breve pausa, añadió —: Mi marido.


—Franco no me había dicho que… —Julieta dejó la Frase en el aire.


—Mi padre no lo sabe —dijo Paula con brusquedad—. ¿Tienes idea de cuándo podremos verlo?


—Las enfermeras han dicho que tardarán —tras una incómoda pausa, Julieta dijo—: Franco lleva varias semanas hablando mucho de ti.


Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas y, al notar la incomodidad de Paula, Pedro dedujo que no sabía qué papel jugaba Julieta en la vida de su padre. Dio un paso adelante.


—Hay una máquina de café. ¿Queréis algo?


Ambas mujeres se volvieron hacia él con idéntica expresión de alivio.


Bendito café. Podía resolver cualquier problema.


Se acercaron a la máquina.


—¡Qué bien, hay chocolate caliente! —comentó Julieta, frotándose los brazos con nerviosismo—. No creo que deba tomar más cafeína.


Pedro rectificó: el café resolvía casi todos los problemas. Por el bien de Paula, rezó para que su padre se recuperara de la operación sin mayores contratiempos.


Tres horas más larde les dejaron pasar a verlo. Aunque la operación había sido un éxito, a Paula le sacudió ver cuánto había envejecido su padre desde la última vez que lo había visto.


—¡Paula! —dijo él en un susurro, con los ojos iluminados por la emoción.


—Sí —dijo ella—. Julieta me ha llamado.


—Ah, Julieta, mi ángel de la guardia.


—¿Cómo la conociste?


—Empecé a ir a la iglesia —explicó él—. Ella Fue de las primeras en darme la bienvenida —debió de ver la sorpresa reflejada en el rostro de Paula, porque añadió—: Te cuesta creerlo, ¿eh?


Tenía la tez, amarillenta. Parecía viejo y cansado. Un hombre destrozado, muy distinto al arrogante y guapo irresponsable que había destrozado la vida de su mujer y de su hija. Paula sintió una punzada de lástima por él.


Hubiera hecho lo que hubiera hecho en el pasado y por muy mal padre que fuera, no se merecía aquel sufrimiento.


Franco posó su mano sobre la de ella y la apretó, comunicándole sin palabras su miedo y su desesperación.


—Franco, éste es Pedro Alfonso, el marido de Paula —dijo Julieta, desde el pie de la cama.


Franco alzó la cabeza con dificultad.


—¿Te has casado?


Y no se lo había dicho. Paula asintió. Pedro tenía razón, debió haberlo llamado.


—¿Recuerdas a mi amiga Sonia?


—Claro. Aunque te cueste creerlo, pasaba algunas temporadas en casa —dijo él con tristeza.


—Sonia murió en un accidente de coche junto con su marido —¿Cómo explicar tanto dolor?—. Tenían un niño…


—Pobrecillo —dijo Julieta.


—Se llama Dante. Pedro y yo compartimos su custodia…


—Y os habéis enamorado —concluyó Julieta con expresión ensoñadora.


Y Paula no se sintió capaz de desilusionarla.


Julieta tomó la mano de Franco.


—Tu padre lleva tiempo queriendo hablar contigo. Tiene que preguntarte una cosa —una sonrisa que Paula encontró contagiosa iluminó su rostro. Era una mujer muy agradable.


—Julieta quiere que nos casemos —los ojos de su padre la miraron con expectante ansiedad.


¿Qué esperaba? ¿Qué le diera su aprobación? Paula lo miró desconcertada. Jamás había sentido que a su padre le importara lo que pudiera pensar. Y por primera vez, algo en su interior se ablandó.


—¡Eso es maravilloso! —dijo—. ¿Cuándo celebraréis la boda?


Las arrugas en torno a los ojos de Franco se suavizaron parcialmente.


—Primero tengo que declararme. Puede que no me acepte.


—Con lo que me ha costado conseguir llegar a este punto, no tengo la menor intención de echarme atrás —dijo Julieta, con una emoción en la mirada que contrastaba con su tono de broma—. Eres tan testarudo que has tenido que esperar a estar cerca de la muerte para entrar en razón.


Será mejor que te des prisa y te declares.


—¿Tienes miedo de que estire la pata?


—No bromees con la muerte —Julieta se estremeció y se inclinó para besarle la frente—. No tiene ninguna gracia.


—Te mereces a alguien mucho mejor que yo, querida —susurró Franco.


Y a Paula se le humedecieron los ojos.


—No te infravalores, cariño —dijo Julieta—. Y ahora date prisa antes de que la enfermera venga a echarnos. Quiero tener testigos para que no te arrepientas.


Paula y Pedro cruzaron una mirada risueña.


—Julieta, querida, he perdido mucho tiempo porque temía desilusionarte. Sé que no soy un Romeo, pero si te casaras conmigo, darías sentido a mi vida.


Una extraña emoción atravesó a Paula. Era indudable que Julieta amaba a su padre. La forma en que lo miraba no dejaba lugar a dudas.


Pero Paula no podía evitar compadecerla ante la certeza de que su padre acabaña rompiéndole el corazón. El mismo le había dicho que la desilusionaría.


Y sin embargo, Julieta dijo sin titubear:

—Claro que me quiero casar contigo, Franco. Si quieres, mañana mismo. No tenías más que pedírmelo.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 47

 


De todo el dolor que sentía el más agudo era saber que Pedro no la consideraba capacitada para ser una buena madre.


—No estoy enamorado de Dana —dijo él en el silencio que siguió a las palabras de Paula.


Paula escrutó su rostro.


—No hace falta que mientas.


—No miento —Pedro sonrió con amargura—. Lo superé hace tiempo. Me ayudó saber cuánta gente pensaba que había tenido suerte escapando de sus garras.


Paula se sintió invadida por un inmenso alivio. Si no amaba a Dana y eran los padres de Dante, no había razón para que la echara de su lado.


Excepto que no la considerara preparada para ser una buena madre. Se dejó caer de nuevo en el sofá y ocultó el rostro entre las manos.


—Dante es lo mas importante que hay para mí en el mundo —separó los dedos para mirar a Pedro, que se sentó a su lado.


—Pero tu trabajo es tu prioridad número uno —dijo con firmeza, aunque su rostro mostraba disposición a escuchar.


—Me encanta mi trabajo, Pedro —¿Cómo explicarle que era lo único que le había proporcionado seguridad, lo único para lo que creía servir? Se limitó a decir—: No me alejes de Dante. Es todo lo que me queda de Sonia, y el único hijo que voy a tener.


—Deberías habérmelo dicho antes.


—Lo pensé, pero había prometido a Sonia guardar el secreto. ¿Y tú? ¿Por qué no me lo dijiste?


Pedro sacudió la cabeza.


—Al principio, ni me lo planteé. Luego, cuando viniste a vivir aquí, pensé que te angustiaría temer que le lo quitara. Preferí dar tiempo a que te asentaras antes de contártelo.


—Por eso ahora me echas —dijo ella con amargura.


La expresión de Pedro se transformó.


—Pau… —sonó el móvil de Paula. Pedro dijo con severidad—: No contestes.


Irritada por su tono autoritario, ella replicó:

—Puede ser urgente —miró la pantalla. Era un número desconocido.


Y también lo era la voz que le habló, presentándose como Julieta.


Mientras escuchaba en total silencio y con un creciente sentimiento de culpabilidad, Paula oía una voz en su interior gritar: »No, por favor, esto no».


Cuando la conversación concluyó, miró a Pedro con la mirada extraviada:

—Mi padre ha sufrido un ataque al corazón.


Pedro insistió en acompañar a Paula al hospital.


—Hace más de tres años que no lo veo ni hablo con él —comentó ella, ya de camino.


Pedro la miró de reojo. Estaba encogida en el asiento, con el cabello alborotado, la cabeza apoyada en el respaldo y expresión perdida.


—La última vez que hablamos nos peleamos —siguió ella con voz monocorde.


Pedro sentía una profunda compasión por ella. Podía imaginar lo que un nuevo golpe representaba tras la reciente pérdida de Sonia.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 46

 


Si Pedro prefería negar lo obvio, no iba a gustarle oír la verdad. Ella sabía bien que la negación no servía de nada. Durante dos años había querido creer que odiaba a Pedro, que era arrogante y engreído, cuando la realidad era muy distinta: habría suplicado porque la admitiera de nuevo en su cama y repetir lo que habían hecho la noche de la boda de Dana.


Pero no pensaba contarle su sórdido secreto.


—Sólo te casaste conmigo para vengarte de ella.


—¡Que estupidez! —exclamó, atónito.


—No es ninguna estupidez —dijo ella con voz quebradiza.


—Claro que sí —los ojos de Pedro brillaban de indignación—. Nos casamos por Dante. No sé por qué insinúas que sigo enamorado de Dana cuando es mentira.


Por un instante Paula pensó que quizá se hubiera excedido en su reacción. Según el periódico, Pedro sabía que Dana y Jeremias se casaban.


No podía permitir que su actitud retadora le hiciera perder el hilo de su pensamiento. Tenía que conservar a Dante.


—Pero es distinto saber que se casaban a aceptar que era un hecho consumado —si el amor que Pedro sentía por Dana era una fracción del que ella sentía por él, debía de haberse sentido devastado—. Significaba que la habías perdido para siempre. Comprendo que…


Pedro dio un paso adelante. Sus rodillas se tocaron.


—¡No entiendes nada!


—Claro que puedo comprender que quisieras vengarte de ella — continuó Paula como si no la hubiera interrumpido—. Y que casarte era una buena manera de lograrlo —para su desesperación, Pedro no se molestó en negarlo. Tras una breve pausa, Paula continuó—: Está claro que, entre tanto, has descubierto que no quieres seguir casado conmigo — porque amaba a Dana.


Cuando Pedro habló, lo hizo con una heladora frialdad.


—Evítame el psicoanálisis —dijo con desdén—. No estamos hablando de Dana, sino de tu compromiso con Dante.


Eso no era verdad. ¿Cómo no iba a asumir su compromiso con Dante si era su hijo? Quizá hubiera llegado el momento de que Pedro lo supiera.


—Entiendo que no quieras estar casado conmigo porque no soy Dana. Pero tienes que saber que no pienso renunciar a Dante. Es…


—No vas a tener elección, Paula.


—Te equivocas. Compartimos su custodia y yo soy…


—¡Y yo soy su padre biológico!


Paula se puso en pie de un salto y se quedaron frente a frente, a apenas unos centímetros de distancia.


—¿Eres el padre de Dante? —preguntó, incrédula. Pedro asintió—: ¡No es posible! Era Miguel.


Paula estaba fuera de sí. No podía ser. Dante no podía ser hijo de Pedro. No podía haber tal aversión entre ellos y haber creado juntos un ser tan perfecto como Dante. Era demasiado cruel para ser cierto.


—Soy su padre biológico. Doné mi esperma. Dante es mi hijo y haré lo que haga falta para protegerlo.


Su tono posesivo asustó a Paula. Se llevó las manos a sus palpitantes sienes. Pedro no sabía la batalla a la que tendría que enfrentarse. Alzó la cabeza y sus miradas se encontraron.


—¿Aunque eso signifique echar a su madre de su lado? Yo doné el óvulo que Sonia llevó en su vientre. También Dante es parte de mí. ¿Qué crees que pensará cuando sea mayor y lo descubra?


Pedro la miró con ojos refulgentes.


—No te creo.


—¿Por qué iba a mentir? —Paula sabía que no podía dejarle ganar. Necesitaba convencerlo—. Puedo enseñarte el contrato de la donación que lo demuestra. No voy a consentir que me alejes de mi hijo porque no puedas superar haber perdido a tu desleal amante.





UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 45

 

A lo largo de una semana y medía, Paula hizo lo posible por evitar a Pedro. Él se comportaba amablemente y seguía leyendo un cuento a Dante mientras ella le daba el biberón de la noche, pero cuando sus miradas se cruzaban, Paula percibía una creciente turbulencia en sus ojos grises. La tormenta se aproximaba, y cobardemente, Paula se refugiaba en el trabajo para postergarla.


Finalmente, la tregua se rompió una noche en la que llegó a casa y Dante ya estaba dormido. Pedro la esperaba en el salón, de pie, irradiando rabia contenida.


—Dante necesita una madre —se limitó a decir al verla entrar.


Paula se quedó muda. Dante ya tenía una madre, aunque Pedro no supiera que era ella. La ansiedad hizo que se le formara un nudo en el estómago.


—He tenido que quedarme hasta tarde porque…


—Yo tengo un negocio muy exigente —la cortó Pedro, airado—, pero llego a tiempo de ver a Dante. Estamos a miércoles, y has llegado tarde cada día de la semana.


Paula agachó la cabeza. Para no coincidir con Pedro lo que había conseguido era darle argumentos para que no la considerara una buena madre. Se lo tenía merecido.


No servía de excusa que aquella tarde hubiera tenido que retrasarse por una urgencia real. Lo cierto era que el resto de los días había cenado por el camino para poder llegar a casa, dar el biberón a Dante y acostarse.


Pasar tiempo con Pedro le resultaba demasiado doloroso. Estaba atrapada entre la necesidad de estar con su niño y la urgencia de proteger su corazón destrozado. El recuerdo de la noche que habían pasado juntos la rompía en dos.


Pedro seguía hablando con una frialdad que cortaba como un cuchillo. Paula se concentró en lo que decía.


—Si no puedes dedicarle tiempo a Dante y no vas a estar por casa, será mejor que te vayas.


—¿Qué? —Paula palideció y se dejó caer sobre un sofá—. ¿Qué quieres decir?


—Lo sabes perfectamente.


Pedro debía de referirse al divorcio.


—Pero tú me prometiste que no romperíamos —dijo Paula llevándose las manos a las sienes en un gesto de desesperación.


Oyó las pisadas de Pedro aproximándose y sus zapatos entraron en su campo visual.


—Las cosas han cambiado, Paula.


Claro, Dana y Jeremias se habían casado, y Pedro había descubierto que un matrimonio ficticio no le compensaba.


—No puedes… —dijo ella, sin levantar la vista.


—Hace diez días que apenas ves a Dante —Pedro usó las palabras como látigos—. Has trabajado hasta el fin de semana.


Para no coincidir con él, porque no podía soportar la tensión que había entre ellos. Paula alzó la mirada con expresión suplicante.


—Desde ahora…


Pedro sacudió la cabeza.


—Lo siento, Paula, pero por el bien de Dante, tengo que acabar con esto.


El miedo de Paula se convirtió en pánico y éste, en ira. Pedro no iba a arrancarla del lado de su hijo porque había perdido a la mujer que amaba. Apartó de su mente la mágica noche de bodas que habían compartido, recordándose que en el origen estaba la rabia de saber que Dana se había casado con otro. Tragó saliva para poder articular palabra.


—Todo esto es por Dana —dijo en tono amenazador con la mirada perdida.


—¿Dana? —dijo él, interpretando a la perfección el más absoluto desconcierto.


—Sí, Dana —si necesitaba que se lo especificara, lo haría—. Tu compañera de trabajo y de cama…


—Sé perfectamente quién es Dana —la cortó Pedro poniendo los brazos en jarras en actitud intimidatoria—. Pero no entiendo qué tiene que ver en todo esto.


—¡Todo! —¿iba a ser tan cruel como para obligarle a explicárselo?—. Se casó la semana pasada.


—Ya lo sé. ¿Y qué?





viernes, 6 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 43

 


Pedro cambió a Dante de brazo mientras dejaba que el agua cayera sobre ambos. El niño lo estaba pasando tan bien que aquella ducha conjunta tendría que convertirse en un ritual de los domingos por la mañana.


Besó la cabeza de Dante. Su hijo. Le vería crecer y descubriría los rasgos que había heredado. ¿Tendría sus ojos o los de Sonia? Algún día le llamaría «papá», pero él se ocuparía de que el recuerdo de Miguel y Sonia permaneciera vivo.


—Pero la altura la vas a heredar de mí —susurró. Y al pensar que Paula lo acusaría de arrogancia, sonrió para sí.


Paula… delicada como madre y fuego en la cama. La noche anterior le había permitido imaginar cómo podía ser el futuro y estaba decidido a empezar a consolidarlo desde ese mismo día.


De pronto se dio cuenta de que también Paula era mucho más que una mera tutora del niño y que, aunque no la uniera a Dante un vínculo biológico, lo amaba como si fuera su propio hijo. Lo lógico sería que ambos lo adoptaran, proporcionándole así un padre y una madre.


Sacudió al niño arriba y abajo hasta arrancarle una carcajada. Tenía muchas cosas que discutir con Paula. Lo harían mientras, tal y como planeaba, construían castillos de arena en la playa y descansaban al sol.


Aquel día era el primero del resto de su vida. Una frase que podía ser un cliché, pero que en aquel momento describía exactamente lo que sentía.


Cuando Pedro fue a buscar a Victoria con un Dante protestón en brazos, ella ya se había levantado. Había confiado en encontrarla todavía entre las sábanas, leyendo el periódico, pero la habitación estaba vacía, y la cama hecha.


En cuanto vistiera a Dante iría a por ella.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 42

 


Paula despertó con el sonido de vajilla. Al abrir los ojos se encontró en el dormitorio de Pedro y vio a éste sirviendo dos tazas de té, en calzoncillos, con Dante en brazos. Lentamente, Paula deslizó la mirada por el torso sobre el que la noche anterior había descansado la cabeza y sonrió para sí ante la intimidad doméstica de la escena.


Se desperezó y recordó retazos de la maravillosa noche.


—¿Ya estás despierta? —dijo Pedro, sonriendo con dulzura—.¿Quieres azúcar con el té?


Paula reflexionó sobre la rareza de la situación. Pedro, que era su marido aunque apenas se conocieran, acababa de mostrarle todas las maneras de hacerla enloquecer de placer. Por su parte, ella estaba empezando a enamorarse de su guapo marido, aunque se hubiera jurado no perder la cabeza por un hombre.


—Una cucharadita, por favor.


Pedro removió el té antes de colocarse a Dante en lo alto de la cadera y llevar la taza a la cabecera de la cama. Cuando la dejó en la mesilla, Dante se revolvió e intentó tomarla. Paula, para distraerlo, le tendió los brazos y él se lanzó hacia ella, riendo. Enseguida, le sujetó con fuerza un mechón de cabello y tiró de él. Paula protestó y Pedro le ayudó a liberarlo, al tiempo que recuperaba al niño y dejaba sobre la cama varios periódicos.


—¿Por qué no le relajas y lees el periódico mientras tomas el té? — sugirió.


Paula rió.


—¿Relajarme con Dante?


—Voy a ducharme con él.


—¡Le va a encantar! —Paula sonrió de oreja a oreja—. Gracias. Ya ni me acuerdo de la última vez que pude leer la prensa en la cama.


Sus miradas se cruzaron y ambos supieron que pensaban en el mismo día: aquél en el que recibieron la noticia de la muerte de sus amigos.


Para despejar la sombra de dolor, Pedro se inclinó y le besó la frente.


—Disfruta, Pau. Dante y yo desayunaremos después de ducharnos — se volvió hacia el niño y le hizo cosquillas—. ¿A que sí, grandullón?


Paula se acomodó sobre las almohadas y sonrió con melancolía al escuchar el nombre afectuoso que Pedro había usado.


—Gracias, Pedro. Va a ser como estar en el cielo.


—Recuerdo haber oído a Sonia llamarte Pau —dijo él, tras vacilar.


—Sí. Paulita nunca me ha gustado.


—¿Y Pau?


Paula sintió una punzada de dolor.


—Sólo me llamaban así Sonia y sus padres. Siempre ha sido un nombre muy especial.


Tras un breve silencio cargado de emoción, Pedro comentó:

—Me gusta. Te pega más que Paula.


—Si piensas eso, te dejo usarlo —dijo ella.


—¿Has oído? —dijo Pedro a Dante, sonriendo—. Podemos llamarla Pau —el niño rió y Pedro, volviéndose hacia Paula, añadió—: Está de acuerdo.


Paula se quedó pensando en el sorprendente giro que habían dado las circunstancias. Y aunque no podía medir las consecuencias de la noche anterior, no se arrepentía de nada, porque había descubierto a un Pedro generoso y apasionado.


Desde el cuarto de baño le llegaba el rumor de la grave voz de su amante y los grititos de placer de Dante. Quizá fuera posible llegar a crear una familia. Al menos eran sinceros, no habían hecho promesas que no pudieran cumplir.


Por un instante recordó que no le había dicho a Pedro que había sido la donante de los óvulos que sirvieron para concebir a Dante, pero se dijo que. si lo había guardado en secreto, era porque así se lo había prometido a Sonia. Aun así, llegaría un momento en que tendría que decírselo. Y lo haría.


Con un suspiro de bienestar, abrió el periódico. Los titulares eran demasiado deprimentes. Ni siquiera le interesaron las páginas de Economía, que solía devorar. Pasó a las de Sociedad y una fotografía reclamó su atención. Pedro… Al lado de otra fotografía en la que una pareja celebraba su boda.


¿Sabía Pedro que Dana y Jeremias se habían casado? 


Paula leyó precipitadamente. La noticia contaba cómo la relación entre Dana y Jeremias habían supuesto la ruptura entre los socios.


Pero fue la última frase lo que perturbó a Paula. Insinuaba que la discreta boda de Pedro el mismo día era una venganza de éste, que no había querido hacer declaraciones.


Dejando el periódico a un lado, Paula volvió la cabeza hacia la ventana con la mirada perdida. ¿Sería posible que Pedro la hubiera convertido en su arma de venganza?, que el rencor estuviera en la base de lo sucedido por la noche.


No podía ser. Era ella quien había sugerido mudarse a su casa… Pero él quien había hablado de boda. Y quizá la razón fuera que todavía amaba a Dana.


Se giró boca abajo y ocultó el rostro entre las almohadas con un gemido de dolor. Necesitaría tiempo para calmarse antes de enfrentarse a Pedro. Lo haría en cuanto se sintiera menos dolida, menos vulnerable.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 44

 


Un cuarto de hora más tarde, bajó y la encontró en la cocina, preparándose una tostada.


—Pensaba llevarte el desayuno a la cama —dijo desde la puerta.


—Lo siento, pero no puedo quedarme —dijo ella encogiéndose de hombros—. Tengo que trabajar.


—¿Hoy? —preguntó él, que sólo entonces vio que estaba vestida formalmente.


—Ha llamado Virginia. Tengo que ir al despacho.


Pedro fue a protestar, pero la amargura lo dejó sin palabras. Era evidente que la noche anterior no había significado nada para ella. 


Paula y él tenían distintas metas en la vida. Para ella, su profesión siempre sería lo primero. Había sido un estúpido interpretando sus caricias y su dulzura como una prueba de que compartían algo especial, de que quizá con ella las cosas serían diferentes.


Pero aunque Dana y ella fueran distintas, compartían la obsesión por alcanzar el éxito en su carrera profesional a costa de todo.


Pedro había sido víctima de ese tipo de comportamiento y había logrado sobrevivir, pero no estaba dispuesto a arriesgarse a sufrirlo por segunda vez, y menos cuando era Dante quien estaba en juego. No consentiría que Paula no cumpliera con su responsabilidad hacia él.


Hacia su hijo.


Pero esa conversación tendría que esperar. Hasta entonces le había ocultado que era el padre de Dante para no aumentar su temor a que le quitara la custodia. Pero en cuanto recuperara la calma, le diría lo que pensaba de su actitud hacia Dante y de las medidas que pensaba adoptar.


Había llegado la hora de que supiera quién llevaba las riendas.


—Como quieras —dijo. Y dio media vuelta.


—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella con evidente inquietud.


—Lo que había planeado: ir a la playa. Pasar un día familiar —dijo él, airado.


Al ver que el rostro de Paula se ensombrecía, sintió una agridulce sensación de triunfo. Cada cual debía asumir las decisiones que tomaba