sábado, 7 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 47

 


De todo el dolor que sentía el más agudo era saber que Pedro no la consideraba capacitada para ser una buena madre.


—No estoy enamorado de Dana —dijo él en el silencio que siguió a las palabras de Paula.


Paula escrutó su rostro.


—No hace falta que mientas.


—No miento —Pedro sonrió con amargura—. Lo superé hace tiempo. Me ayudó saber cuánta gente pensaba que había tenido suerte escapando de sus garras.


Paula se sintió invadida por un inmenso alivio. Si no amaba a Dana y eran los padres de Dante, no había razón para que la echara de su lado.


Excepto que no la considerara preparada para ser una buena madre. Se dejó caer de nuevo en el sofá y ocultó el rostro entre las manos.


—Dante es lo mas importante que hay para mí en el mundo —separó los dedos para mirar a Pedro, que se sentó a su lado.


—Pero tu trabajo es tu prioridad número uno —dijo con firmeza, aunque su rostro mostraba disposición a escuchar.


—Me encanta mi trabajo, Pedro —¿Cómo explicarle que era lo único que le había proporcionado seguridad, lo único para lo que creía servir? Se limitó a decir—: No me alejes de Dante. Es todo lo que me queda de Sonia, y el único hijo que voy a tener.


—Deberías habérmelo dicho antes.


—Lo pensé, pero había prometido a Sonia guardar el secreto. ¿Y tú? ¿Por qué no me lo dijiste?


Pedro sacudió la cabeza.


—Al principio, ni me lo planteé. Luego, cuando viniste a vivir aquí, pensé que te angustiaría temer que le lo quitara. Preferí dar tiempo a que te asentaras antes de contártelo.


—Por eso ahora me echas —dijo ella con amargura.


La expresión de Pedro se transformó.


—Pau… —sonó el móvil de Paula. Pedro dijo con severidad—: No contestes.


Irritada por su tono autoritario, ella replicó:

—Puede ser urgente —miró la pantalla. Era un número desconocido.


Y también lo era la voz que le habló, presentándose como Julieta.


Mientras escuchaba en total silencio y con un creciente sentimiento de culpabilidad, Paula oía una voz en su interior gritar: »No, por favor, esto no».


Cuando la conversación concluyó, miró a Pedro con la mirada extraviada:

—Mi padre ha sufrido un ataque al corazón.


Pedro insistió en acompañar a Paula al hospital.


—Hace más de tres años que no lo veo ni hablo con él —comentó ella, ya de camino.


Pedro la miró de reojo. Estaba encogida en el asiento, con el cabello alborotado, la cabeza apoyada en el respaldo y expresión perdida.


—La última vez que hablamos nos peleamos —siguió ella con voz monocorde.


Pedro sentía una profunda compasión por ella. Podía imaginar lo que un nuevo golpe representaba tras la reciente pérdida de Sonia.




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