sábado, 17 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 22

 


—Vamos —dijo Pedro, abriéndole la puerta del coche.


Paula se sentó a pesar de no comprender qué pretendía, y antes de que pudiera reaccionar, Pedro se inclinó sobre ella y le abrochó el cinturón de seguridad.


—¿Lista?


Paula asintió en silencio, demasiado aturdida por el efecto de la proximidad y la fragancia cítrica de la colonia de Pedro como para hablar.


El motor ronroneó al encenderse, al tiempo que sonaba la voz grave de Nina Simone. Pedro tomó el volante con una sensual delicadeza que hizo estremecer a Paula, y se pusieron en marcha.


Paula miró por la ventanilla y repasó el día mentalmente.


Desconcertada, a los pocos minutos se dio cuenta de que estaban delante de la casa de Sonia y de Miguel. Pedro bajó del coche y le abrió la puerta.


—¿Qué hacemos aquí, Pedro? —exigió saber ella.


—Deja que antes saque a Dante.


Paula se sintió invadida por la tristeza al mirar la vieja casa eduardiana. Mecánicamente, caminó hacia la cancela blanca de la entrada. Era una de las pocas veces que Pedro y ella coincidían allí, Dante había sido bautizado en el jardín, bajo una pérgola.


La cancela se abrió en cuanto la tocó. Al instante sintió la presencia de Sonia, su risa; recordó la sonrisa de Miguel. Veía a sus amigos en todo lo que la rodeaba.


La llegada de Pedro a su lado la sobresaltó.


Pedro, no sé si puedo hacerlo —estaba a punto de echarse a llorar —. Necesito tiempo.


—Mira —Pedro alzó la sillita de Dante—. Creo que el niño reconoce la casa.


Dante giraba la cabeza y hacía ruiditos de felicidad.


Paula sentía la tristeza en la boca como un regusto amargo.


—Ya no es su casa —dijo, llorosa—. Miguel y Sonia se han ido.


Pedro y ella tendrían que tomar una decisión. Miguel adoraba aquella casa, le había dedicado tiempo y esfuerzo, pero lo más sensato sería venderla e invertir el dinero para Dante. Se secó las lágrimas antes de volverse hacia Pedro.


—Estaba pensando… —empezó él.


—¿Qué?


—Has dicho que Dante debía quedarse contigo porque se ha familiarizado con tu casa a lo largo de los últimos días.


—Así es —dijo Paula, esperanzada por primera vez. Miró a Pedro agradecida—. Estará mucho mejor conmigo que si le hacemos ir contigo, a una casa que no conoce.


—Sí la conoce —rectificó Pedro—. Ha venido varias veces con sus padres. Pero es verdad que estaría mucho mejor en un ambiente que le resulte familiar, como éste.


—¡Aquí! —dijo Paula, atónita.


—Después de todo, es su casa.


En la distancia retumbó un trueno que Paula interpretó como la respuesta de los dioses a la sugerencia de Pedro


—Es imposible, yo no podría vivir aquí —dijo precipitadamente. El constante recuerdo de sus amigos la hundiría—. No me pidas que lo haga.


—No te estoy pidiendo que te mudes. Sería yo quien se instalaría en ella —dijo Pedro, mirándola como si esperara que aplaudiera la idea—. Tenías razón. Éste es el sitio ideal para que en su vida haya los menos cambios posibles.


¿Lo que ella le había dicho le había conducido a aquella conclusión? El corazón de Paula empezó a latir con fuerza. De una u otra manera, acabaría perdiendo a Dante.


—¡No puedes hacerme esto!


Pedro sacó unas llaves del bolsillo.


—¿Por qué no?


«Porque Dante es mío», pensó ella. Pero no podía decirlo. Se lo había prometido a Sonia. Necesitaba pensar. En cierta medida, la muerte de Sonia la liberaba de su promesa. ¿O no?


—Es una idea macabra —dijo finalmente—. No puedes estar hablando en serio.


Pero Pedro continuó caminando hacia la puerta.


Paula sintió una gota en el brazo y alzó la mirada al cielo. Se habían formado grandes nubes grises de tormenta. Corrió tras Pedro y le tiró del brazo en el que llevaba la silla de Dante.


—Cuidado —dijo él, girándose—, vas a despertarlo.


—No pienso entrar ahí —dijo Paula, indiferente a las gotas de lluvia que le mojaban las mejillas.


Pedro la miró fijamente y luego llevó la mano a su mejilla.


—Estás llorando.


Ella esquivó su roce.


—No, es la lluvia —dijo con firmeza. No quería trasmitir la más mínima vulnerabilidad—. Y va a arreciar —se secó la cara de un manotazo —. No podemos quedarnos aquí o Dante se empapará —concluyó, lanzando una mirada de angustia hacia la casa.


—Os llevaré a casa —Pedro le pasó el brazo por el hombro y la llevó hacia el coche.


El calor de su cuerpo hizo sentirse a Paula frágil. Que Pedro la tratara con amabilidad aumentaba sus ganas de llorar.


Cada vez llovía con más fuerza y Pedro se adelantó para meter a Dante en el coche mientras Paula se quedaba parada, dejando que las gotas, transformadas en cortinas de agua, la calaran. No podía creer que hubiera ganado y que Pedro no fuera a imponerle a ella o a Dante que fueran a casa de Miguel y Sonia. Y tampoco comprendía por qué en lugar de sentir la satisfacción de la victoria, se sentía vacía.



UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 21

 


Al irse su jefa, Paula sintió la tensión que recorría todo su cuerpo.


Una vez se fueron los últimos asistentes al funeral, ella y Pedro se quedaron solos, con Dante dormido en el coche de éste.


—Vamos, ha sido un día muy largo. Os llevo a vuestra casa.


—Sabes que voy a tener que llamar al despacho —dijo Paula.


El funeral apenas había acabado y ya estaba preocupada por el trabajo.


—Lo único que Frígida quiere que le asegures es que el bebé no interferirá con tus horas de trabajo —dijo Pedro con sorna.


—Virginia. Se llama Virginia.


Pedro no se inmutó.


—Ya sabes que tengo problemas para recordar los nombres.


—Vamos, Pedro —dijo ella, pero no pudo evitar esbozar una sonrisa.


Comprobar que tenía sentido del humor fue un gran alivio para Pedro.


El cielo estaba cubierto por unas amenazadoras nubes.


—Virginia estaría más tranquila si Dante viviera conmigo —dijo él cuando iban hacia el coche.


—No.


Pedro sabía que la única manera de lograr que entrara en razón era ser brutal.


—No vas a poder criar a un niño —dejó la silla de Dante en el suelo y abrió la puerta trasera. Tras asegurar la silla, se incorporó y miró a Paula —. Te doy dos semanas antes de que te des por vencida.


Paula lo miró entornando los ojos.


—¿Crees que no voy a ser capaz? ¡Te recuerdo que era yo quien estaba cuidando de él!


Estaba claro que era una mujer con carácter. Pero la cuestión era si podría mantener un trabajo que requería toda su energía y, además, cuidar del bebé. En aquel momento presentaba un aspecto extremadamente frágil. Por un instante deseó abrazarla. Luego cambió de idea. Tenía ante sí a Paula, no a una delicada mariposa. Y le había dejado claro que no quería nada de él.


Dio un paso hacia ella.


—No pretendía retarte. No tienes que demostrarme nada. Estoy pensando en Dante —ése era el fondo de la cuestión—. No te compliques la vida. Deja que me ocupe yo de él —eso era lo que deseaba desesperadamente y lo que Miguel hubiera querido. Pero no podía decirlo. Ya le había hecho bastante daño—. Puedes venir a visitarlo tanto como quieras.


Ella lo miró angustiada.


—¿Acaso crees que no me lo he planteado? ¡No puedo hacerlo!


—¿Por qué no?


—Porque… —Paula se mordió el labio—. Por favor, no me pidas eso —la mirada de Paula trasmitía una tristeza que iba más allá del dolor.


—Sería la solución más sencilla.


Paula vaciló.


—Las soluciones sencillas no son siempre las mejores. Sonia y yo éramos inseparables. ¿Sabías que la conocí el primer día de colegio?


Pedro negó con la cabeza.


—Era menuda, como una muñequita de ojos azules con tirabuzones rubios. En comparación, yo era alta y delgada y desde el principio sentí el impulso de cuidar de ella.


Paula tenía la mirada perdida y Pedro supo que estaba reviviendo el pasado.


—¡Éramos tan distintas…! Ella era sociable, y yo, huraña.


—Fuisteis afortunadas manteniendo una amistad tan duradera.


—Sonia era más que una amiga. Era mi confidente, mi familia, la persona en la que confiaba cuando mis padres me fallaban —Paula salió de su ensimismamiento—. No puedes pedirme que renuncie a Dante.


Pedro suspiró profundamente. ¿Cómo podía romper el último vínculo que la unía a su amiga?


La custodia compartida lo había tomado por sorpresa. Paula era una mujer centrada en su carrera profesional, ¿qué habría llevado a los Mason a tomar aquella decisión? Obviamente, Sonia debía de haber insistido y ninguno de los dos había pensado que el testamento llegaría a tener que ejecutarse.


Y fuera cual fuera el contenido del testamento, era innegable que la muerte de Sonia había dejado a Paula al borde del abismo.


Pedro tomó aire y se dispuso a hacer la mayor concesión de toda su vida. A pesar de lo que creía que era mejor para Dante, aceptaría las condiciones del testamento.


—Tendremos que compartir la custodia y decidir cómo nos lo repartimos.


Paula le lanzó una mirada centelleante.


—Eso es imposible. El niño necesita estabilidad —sacudió la cabeza con furia—. Ha perdido a sus padres. Durante estos días yo soy lo único que ha permanecido constante, se ha acostumbrado a mí.


Pedro recordó lo cómodo que el bebé parecía en sus brazos.


—Mi casa es el único lugar que le resulta familiar —continuó Paula —. Cambiarlo de sitio lo confundiría aún más.


Pedro reflexionó y súbitamente exclamó:

—¡Ya lo tengo! —Paula lo miró como si hubiera perdido el juicio.


Pedro se golpeó la frente—. La respuesta es muy simple.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 20

 


Al finalizar el funeral, los asistentes permanecieron en el porche de la iglesia, tomando café. Pedro deslizó la mirada hacia Paula, que estaba con tres amigas de Sonia. El escote recto del vestido negro que lucía acentuaba la línea delicada de su cuello. Su cuerpo oscilaba al ritmo con el que mecía a Dante. Apenas habían cruzado algunas miradas.


Pedro no podía evitar sentirse culpable. Las ojeras que se apreciaban en el rostro de Paula permitían deducir que no había pegado ojo debido al desafortunado comentario que le había hecho.


Que lo hubiera enfurecido no podía servirle de excusa. Como no era excusa haberlo hecho involuntariamente. Paula adoraba a Sonia y no le perdonaría por haber insinuado que no había atendido a su amiga antes de su trágica muerte.


Dante, que descansaba sobre el hombro de Paula, le observó aproximarse con ojos muy abiertos.


—Deja que lo sujete un rato —dijo Pedro.


—¡No! —Paula se giró hacia un lado, aferrándose a Dante.


—Por favor —insistió Pedro—. Debe de resultar pesado.


Paula se apartó del grupo con el que estaba.


—Estamos perfectamente —dijo con firmeza.


Aunque sus ojos enrojecidos la contradecían, Pedro no pensaba llevarle la contraria, y menos delante de todo el mundo.


—Paula… —intentó dar con las palabras que los devolvieran a una situación menos tensa, pero fracasó.


—Márchate —dijo ella en un tenso susurro—. No pienso dejar que me quites al niño.


—Paula… —una mujer elegante de cabello corto y un exquisito traje de chaqueta se acercó y dirigió una mirada de curiosidad a Pedro—, quería expresarte mis condolencias por la pérdida de tu amiga.


—Gracias, Virginia.


—¿Y quién es este muchachito? —preguntó, refiriéndose a Dante.


—Dante, el hijo de Sonia.


—Ah —Virginia intercambió una prolongada mirada con Paula—. ¡Qué terrible! ¿Se está ocupando de él su familia?


—Sonia no tiene familia. Sus padres murieron y era hija única. Dante ha estado conmigo.


Pedro observó que la mujer hacía un gesto de desaprobación. Tomó a Dante, que se lanzó hacia él, de los brazos de Paula.


Virginia examinó a Pedro con curiosidad y Paula tuvo que presentarlos.


—Virginia, éste es Pedro Alfonso, amigo de los Mason. Pedro, Virginia Edge, socia directiva de Archer, Cameron y Edge.


—¿Pedro Alfonso? ¿De Phoenix Corporation?.—Virginia clavó la mirada en él. Pedro supo que calculaba su valor mentalmente—. No sabía que estuvieras relacionada con Phoenix, Paula.


Paula no supo cómo reaccionar.


—Somos amigos desde hace años —dijo Pedro rápidamente—. Nos conocimos en la boda de Sonia y Miguel. Yo era padrino y, ella, dama de honor.


—¡Qué romántico! —Paula le dedicó una fría sonrisa antes de volver la mirada hacia Dante—. Supongo que lo de cuidar al bebé es sólo temporal.


—Claro —intervino Pedro.


—No —replicó Victoria.


—Parece que tenéis que poneros de acuerdo —dijo Virginia, arqueando unas cejas perfectamente depiladas—. Por favor, Paula, llámame luego al despacho. Tenemos que hablar.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 19

 


Un agudo instinto maternal se apoderó de ella por sorpresa. El bebé era suyo. Suyo.


—Dante se queda aquí —dijo con fiereza.


—Paula, sé sensata…



—Estoy siendo sensata.


—Con tus horarios, no tienes tiempo para un bebé. Sonia estaba preocupada por ti. Decía que trabajabas demasiado, que estabas obsesionada con llegar a lo más alto.


—¿Ah, sí? —pensar que Sonia había hablado de ella con Pedro resultaba doloroso—. ¿Y tú? Has creado una nueva empresa de proporciones gigantescas.


—Sí, pero tengo muchos empleados y sé delegar. Al contrario que tú, nunca dejé de visitar a Miguel y a Sonia.


—¿Cómo puedes ser tan cruel? —dijo ella abriendo los ojos con espanto.


—Está bien, lo siento —Pedro se inclinó hacia ella y le tomó las manos—. Perdona, no quería…


Paula se soltó de un manotazo.


—Claro que sí querías —agachó la cabeza. Las lágrimas que llevaba dos días conteniendo empezaron a rodar.


—Paula, perdona.


Ella le ignoró y entró en el salón con paso firme, lo cruzó y abrió la puerta principal.


—¡Fuera de aquí!


—Tenemos que hablar de…


Paula mantuvo la mirada en un punto indeterminado. Sentía náuseas y no podía dejar de llorar.


—Por favor, márchate.


Pedro salió. Cuando ya estaba al otro lado, se volvió y dijo:

—Si necesitas…


—No necesito nada que tú puedas darme —dijo ella, apretando los dientes con furia.


Pedro se marchó.




viernes, 16 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 18

 


Paula dejó los papeles sobre la mesa con rabia.


—¡Habías dicho que eras el tutor de Dante! —le acusó.


—Tutela compartida contigo —dijo Pedro encogiéndose de hombros —, Como la custodia. Tenemos que hablar.


Paula no podía creer que hubiera sido tan cruel. De pronto, el temor a no ser una buena madre la asaltó con fuerza renovada. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Cruzó los brazos y se frotó los lados del cuerpo.


Tenía que confiar en sí misma.


¿Cómo organizarían la tutela y la custodia? ¿En qué habría estado pensando Sonia? Seguro que no había pensado que moriría; por eso no se había planteado los inconvenientes de criar a Dante entre dos personas y dos casas.


Con suerte, Pedro se mostraría cooperativo y, de hecho, siendo como era un hombre extremadamente ocupado, no querría atarse a un bebé. Esa idea la animó pasajeramente.


Pedro acercó su silla a la de ella lo bastante como para que Paula se tensara al oler la fragancia a limón de su colonia. Sus ojos grises la mantuvieron cautiva.


—Victoria, si no te importa quedarte con Dante un día más, podré prepararle una habitación. Espero llevármelo el jueves.


Paula salió bruscamente de su estado de hipnosis.


—¡Dante se quedará a vivir conmigo! —exclamó.


—¿Contigo? —preguntó él, mirándola con superioridad—. ¡Ni hablar!


Paula temió haber dejado vislumbrar sus inquietudes. Aunque las tuviera, aprendería. En cualquier caso, se ocuparía mejor de Dante de lo que sus padres habían cuidado de ella.


—¿Cómo vas a cuidar de un niño si no tienes ni casa? —al ver la mirada de odio que Pedro le dirigía, no se amilanó—: Te la quitó tu ex.


—Y me he comprado otra —dijo él con engañosa dulzura—. Es una casa grande, con jardín y piscina. No una caja de zapatos como ésta.


—También yo puedo comprar una casa en las afueras. Hasta ahora no la había necesitado, pero tengo dinero.


—¿Eso no aumentará el tiempo que dedicas a ir al trabajo? —Pedro sonrió con sarcasmo—. ¿O habías pensado dejar de trabajar?


—¡Claro que no!


Tenía que seguir trabajando para proporcionar a Dante todo lo que se merecía. Las buenas guarderías y los colegios privados eran caros. Pero además, a ella le gustaba trabajar, le hacía sentirse realizada y, por otra parte, tenía un buen sueldo. No concebía renunciar a lo que tanto le había costado lograr. Y aún menos, a su independencia.


—No pretenderás hacerme creer que tú dejarías tu trabajo para que Dante viva contigo —dijo Paula, retadora.


—Pero yo soy el jefe y puedo tomarme tanto tiempo libre como quiera. Y tengo servicio las veinticuatro horas del día —dijo él, mirándola con una estremecedora frialdad.


La misma frialdad por la que Paula se reafirmó en su idea de que no podía dejar a Dante bajo su custodia porque él nunca podría darle tanto amor como ella. Si sus habilidades como madre estaban en duda, las de él como padre, mucho más.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 17

 


Para cuando Pedro llegó, Paula se había duchado y estaba tomando un té. Abrió la puerta y se llevó el dedo a los labios para indicarle que no hiciera ruido y luego señaló la cocina.


—Acabo de dejarlo en la cuna —en cuanto entraron en la cocina, añadió—: Quiero ver el testamento.


Al fijarse en Pedro vio que tenía ojeras, que llevaba la corbata suelta y que presentaba el aspecto de alguien recién llegado del infierno.


Sintiendo compasión por él, Paula decidió que el testamento podía esperar.


—¿Quieres una taza de café? —le ofreció.


—No gracias, ya he tomado bastantes estimulantes.


—¿Té? Acabo de hacerme uno —dijo ella. Y sin esperar respuesta, sirvió una taza.


—¿Qué es esto? —preguntó él, mirando el líquido con desconfianza.


—Manzanilla. Tiene muchos antioxidantes. Es muy buena para combatir el estrés.


—Dudo que surta efecto.


La mirada vacía de emoción que le dirigió Pedro hizo que Victoria sintiera ganas de ofrecerle el consuelo que ella misma necesitaba, un abrazo, pero supuso que no lo aceptaría de buen grado. Y, si era sincera, tampoco tenía ganas de dárselo. Aun así, comprendía su estado de ánimo porque los dos habían perdido a sus mejores amigos. Aunque le costara imaginar que el hombre de hielo fuera capaz de tener sentimientos, el profundo dolor que había atisbado en su mirada parecía contradecirla.


La tristeza y el sinsentido de la situación le provocaron ganas de llorar, y si no lo hacía era porque seguía conmocionada por la noticia de que Pedro era el tutor de Dante. Al menos confiaba en que no le hubieran otorgado también la custodia. Él no era la persona adecuada para criar a Dante. Era demasiado… insensible. Y costara lo que costara, tendría que convencerle de que esa labor le correspondía a ella. Después de todo, aunque no lo hubiera llevado en sus entrañas, Dante en cierta forma era su bebé.


—Sentémonos —dijo, guiando a Pedro hasta la terraza llena de flores a la que se abría el salón.


Él la siguió en silencio. Una vez sentado, puso una carpeta de cuero sobre la mesa y la abrió. Impaciente, Paula prácticamente le quitó de las manos el testamento y fue pasando las hojas y leyendo el inicio de las cláusulas hasta llegar a la que hacía referencia al tutelaje y la custodia.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 16

 


Paula levantó el auricular y Dante abrió los ojos que tenía entrecerrados y volvió a succionar el biberón. Paula cambió el teléfono de mano y contestó:

—¡Hola!


—Llegaré en una hora.


El corazón de Paula se aceleró.


—¿Quién es?


—No te hagas la tonta, Paula —gruñó Pedro—. He tenido un día espantoso.


Paula guardó silencio. Podía imaginarlo. A primera hora había llamado a Virginia Edge, la socia directiva del despacho, y le había dicho que no iría a trabajar porque había fallecido su mejor amiga.


Tras una breve pausa, a la que había seguido una sucinta expresión de condolencia, Virginia le había preguntado cuándo volvería a trabajar.


En ese instante, Paula había decidido que era mejor no mencionar a Dante. Por el momento.


Virginia no comprendería la situación. Ni estaba casada, ni tenía hijos y no le entraría en la cabeza que Dante la necesitara tanto como ella a él.


Así que Paula se limitó a decir que se incorporaría tras el funeral.


Sonia había empezado a llevar a Dante a la guardería a media jornada y había vuelto a trabajar. Paula decidió que llamaría al día siguiente para avisarles de que mantendría el mismo arreglo. De esa manera ella podría organizarse y Dante retomaría su rutina. Llamaría en cuanto el dolor que le atenazaba la garganta se mitigara como para permitirle hablar.


Sonia…


Lo último que le apetecía en aquel momento era tener que enfrentarse a Pedro en menos de una hora. Así que dijo:

—Acabo de conseguir que Dante se duerma y voy a darme un baño. ¿Podríamos vernos mañana?


—Pensaba que querrías una copia del testamento de Sonia y Miguel.


—¿Cómo? —Paula creyó haber oído mal.


Pedro habló y Paula tuvo que concentrarse para entenderle.


—Se trata de un testamento conjunto. Acabo de dejar el original con mis abogados para que se ocupen de ejecutar el patrimonio.


—Podía haberme ocupado yo. No va ser muy complicado.


—Estás demasiado ocupada. Además, yo soy el albacea.


Paula sintió una punzada de dolor. Antes de que se casara, Sonia la tenía a ella como su albacea. Dante protestó y lo acunó suavemente.


—No sabía que tuvieran un testamento conjunto.


Mientras Sonia estaba embarazada, había insistido en que actualizara su testamento, pero luego había recibido dos nuevas cuentas y había estado tan ocupada que había olvidado preguntarle a su amiga si lo había hecho.


—Mi abogado lo actualizó hace un año —dijo Pedro con frialdad. No hay casi posesiones. Los dos trabajaban en la escuela pública, tenían algunos gastos…


Paula lo interrumpió.


—Y deudas —había jurado no decir nunca la parte que le correspondía en la concepción de Dante. No tenía la menor intención de mencionar la cifra astronómica que había representado, a la que había contribuido en gran medida a pesar de la oposición de Sonia y Miguel.


—Es lógico. Tenían una hipoteca pendiente, pero Miguel hizo un seguro de vida para cubrirla.


Paula sabía que Pedro había pasado horas con Miguel renovando la casa de los Masón, y que incluso había conseguido fondos de una fundación para la conservación del patrimonio histórico. La asaltó un sentimiento de culpa. Era evidente que Pedro había ayudado a sus amigos a poner sus papeles en orden mientras que ella, que era contable, no había sido capaz de proteger sus intereses. Se preguntó si el seguro también cubriría los gastos de la inseminación artificial.


Acarició la cabeza de Dante, prometiéndole en silencio que cuidaría de él y que no le faltaría nada en la vida. Ella había contribuido con sus óvulos a su llegada al mundo, así que era su responsabilidad.


—¿Sigues ahí? —la impaciente voz de Pedro la sobresaltó.


—Sí. Estaba pensado… —Dante se había quedado súbitamente dormido—. Una vez ejecutemos el patrimonio, podré invertir el dinero en beneficio de Dante.


Se produjo un silencio sepulcral.


—Siempre me he ocupado de los asuntos de Miguel —dijo Pedro finalmente.


Y ella de los de Suzy… hasta que había estado demasiado ocupada y se había desentendido. Se sintió incómoda. Aquél no era un momento de entrar en una lucha de poder. Tenía que hacer un esfuerzo para llevarse civilizadamente con Pedro, que, por otra parte, parecía haberse ocupado mejor que ella de Sonia y de Dante en los últimos tiempos.


Pero eso ya no volvería a pasar, prometió al bebé que sostenía en sus brazos.


Pedro, estoy segura de que los dos queremos lo mejor para Dante.


—Desde luego. Y como tutor del niño, me aseguraré de que así sea.


El corazón de Paula se paró.


—¿Eres el tutor de Dante? —¿cómo podía haberle hecho Sonia eso?


—Por eso mismo quiero ir a verle —dijo Pedro con aspereza—.Llegaré en media hora.