viernes, 16 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 17

 


Para cuando Pedro llegó, Paula se había duchado y estaba tomando un té. Abrió la puerta y se llevó el dedo a los labios para indicarle que no hiciera ruido y luego señaló la cocina.


—Acabo de dejarlo en la cuna —en cuanto entraron en la cocina, añadió—: Quiero ver el testamento.


Al fijarse en Pedro vio que tenía ojeras, que llevaba la corbata suelta y que presentaba el aspecto de alguien recién llegado del infierno.


Sintiendo compasión por él, Paula decidió que el testamento podía esperar.


—¿Quieres una taza de café? —le ofreció.


—No gracias, ya he tomado bastantes estimulantes.


—¿Té? Acabo de hacerme uno —dijo ella. Y sin esperar respuesta, sirvió una taza.


—¿Qué es esto? —preguntó él, mirando el líquido con desconfianza.


—Manzanilla. Tiene muchos antioxidantes. Es muy buena para combatir el estrés.


—Dudo que surta efecto.


La mirada vacía de emoción que le dirigió Pedro hizo que Victoria sintiera ganas de ofrecerle el consuelo que ella misma necesitaba, un abrazo, pero supuso que no lo aceptaría de buen grado. Y, si era sincera, tampoco tenía ganas de dárselo. Aun así, comprendía su estado de ánimo porque los dos habían perdido a sus mejores amigos. Aunque le costara imaginar que el hombre de hielo fuera capaz de tener sentimientos, el profundo dolor que había atisbado en su mirada parecía contradecirla.


La tristeza y el sinsentido de la situación le provocaron ganas de llorar, y si no lo hacía era porque seguía conmocionada por la noticia de que Pedro era el tutor de Dante. Al menos confiaba en que no le hubieran otorgado también la custodia. Él no era la persona adecuada para criar a Dante. Era demasiado… insensible. Y costara lo que costara, tendría que convencerle de que esa labor le correspondía a ella. Después de todo, aunque no lo hubiera llevado en sus entrañas, Dante en cierta forma era su bebé.


—Sentémonos —dijo, guiando a Pedro hasta la terraza llena de flores a la que se abría el salón.


Él la siguió en silencio. Una vez sentado, puso una carpeta de cuero sobre la mesa y la abrió. Impaciente, Paula prácticamente le quitó de las manos el testamento y fue pasando las hojas y leyendo el inicio de las cláusulas hasta llegar a la que hacía referencia al tutelaje y la custodia.




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