Un agudo instinto maternal se apoderó de ella por sorpresa. El bebé era suyo. Suyo.
—Dante se queda aquí —dijo con fiereza.
—Paula, sé sensata…
—Estoy siendo sensata.
—Con tus horarios, no tienes tiempo para un bebé. Sonia estaba preocupada por ti. Decía que trabajabas demasiado, que estabas obsesionada con llegar a lo más alto.
—¿Ah, sí? —pensar que Sonia había hablado de ella con Pedro resultaba doloroso—. ¿Y tú? Has creado una nueva empresa de proporciones gigantescas.
—Sí, pero tengo muchos empleados y sé delegar. Al contrario que tú, nunca dejé de visitar a Miguel y a Sonia.
—¿Cómo puedes ser tan cruel? —dijo ella abriendo los ojos con espanto.
—Está bien, lo siento —Pedro se inclinó hacia ella y le tomó las manos—. Perdona, no quería…
Paula se soltó de un manotazo.
—Claro que sí querías —agachó la cabeza. Las lágrimas que llevaba dos días conteniendo empezaron a rodar.
—Paula, perdona.
Ella le ignoró y entró en el salón con paso firme, lo cruzó y abrió la puerta principal.
—¡Fuera de aquí!
—Tenemos que hablar de…
Paula mantuvo la mirada en un punto indeterminado. Sentía náuseas y no podía dejar de llorar.
—Por favor, márchate.
Pedro salió. Cuando ya estaba al otro lado, se volvió y dijo:
—Si necesitas…
—No necesito nada que tú puedas darme —dijo ella, apretando los dientes con furia.
Pedro se marchó.
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