Paula levantó el auricular y Dante abrió los ojos que tenía entrecerrados y volvió a succionar el biberón. Paula cambió el teléfono de mano y contestó:
—¡Hola!
—Llegaré en una hora.
El corazón de Paula se aceleró.
—¿Quién es?
—No te hagas la tonta, Paula —gruñó Pedro—. He tenido un día espantoso.
Paula guardó silencio. Podía imaginarlo. A primera hora había llamado a Virginia Edge, la socia directiva del despacho, y le había dicho que no iría a trabajar porque había fallecido su mejor amiga.
Tras una breve pausa, a la que había seguido una sucinta expresión de condolencia, Virginia le había preguntado cuándo volvería a trabajar.
En ese instante, Paula había decidido que era mejor no mencionar a Dante. Por el momento.
Virginia no comprendería la situación. Ni estaba casada, ni tenía hijos y no le entraría en la cabeza que Dante la necesitara tanto como ella a él.
Así que Paula se limitó a decir que se incorporaría tras el funeral.
Sonia había empezado a llevar a Dante a la guardería a media jornada y había vuelto a trabajar. Paula decidió que llamaría al día siguiente para avisarles de que mantendría el mismo arreglo. De esa manera ella podría organizarse y Dante retomaría su rutina. Llamaría en cuanto el dolor que le atenazaba la garganta se mitigara como para permitirle hablar.
Sonia…
Lo último que le apetecía en aquel momento era tener que enfrentarse a Pedro en menos de una hora. Así que dijo:
—Acabo de conseguir que Dante se duerma y voy a darme un baño. ¿Podríamos vernos mañana?
—Pensaba que querrías una copia del testamento de Sonia y Miguel.
—¿Cómo? —Paula creyó haber oído mal.
Pedro habló y Paula tuvo que concentrarse para entenderle.
—Se trata de un testamento conjunto. Acabo de dejar el original con mis abogados para que se ocupen de ejecutar el patrimonio.
—Podía haberme ocupado yo. No va ser muy complicado.
—Estás demasiado ocupada. Además, yo soy el albacea.
Paula sintió una punzada de dolor. Antes de que se casara, Sonia la tenía a ella como su albacea. Dante protestó y lo acunó suavemente.
—No sabía que tuvieran un testamento conjunto.
Mientras Sonia estaba embarazada, había insistido en que actualizara su testamento, pero luego había recibido dos nuevas cuentas y había estado tan ocupada que había olvidado preguntarle a su amiga si lo había hecho.
—Mi abogado lo actualizó hace un año —dijo Pedro con frialdad. No hay casi posesiones. Los dos trabajaban en la escuela pública, tenían algunos gastos…
Paula lo interrumpió.
—Y deudas —había jurado no decir nunca la parte que le correspondía en la concepción de Dante. No tenía la menor intención de mencionar la cifra astronómica que había representado, a la que había contribuido en gran medida a pesar de la oposición de Sonia y Miguel.
—Es lógico. Tenían una hipoteca pendiente, pero Miguel hizo un seguro de vida para cubrirla.
Paula sabía que Pedro había pasado horas con Miguel renovando la casa de los Masón, y que incluso había conseguido fondos de una fundación para la conservación del patrimonio histórico. La asaltó un sentimiento de culpa. Era evidente que Pedro había ayudado a sus amigos a poner sus papeles en orden mientras que ella, que era contable, no había sido capaz de proteger sus intereses. Se preguntó si el seguro también cubriría los gastos de la inseminación artificial.
Acarició la cabeza de Dante, prometiéndole en silencio que cuidaría de él y que no le faltaría nada en la vida. Ella había contribuido con sus óvulos a su llegada al mundo, así que era su responsabilidad.
—¿Sigues ahí? —la impaciente voz de Pedro la sobresaltó.
—Sí. Estaba pensado… —Dante se había quedado súbitamente dormido—. Una vez ejecutemos el patrimonio, podré invertir el dinero en beneficio de Dante.
Se produjo un silencio sepulcral.
—Siempre me he ocupado de los asuntos de Miguel —dijo Pedro finalmente.
Y ella de los de Suzy… hasta que había estado demasiado ocupada y se había desentendido. Se sintió incómoda. Aquél no era un momento de entrar en una lucha de poder. Tenía que hacer un esfuerzo para llevarse civilizadamente con Pedro, que, por otra parte, parecía haberse ocupado mejor que ella de Sonia y de Dante en los últimos tiempos.
Pero eso ya no volvería a pasar, prometió al bebé que sostenía en sus brazos.
—Pedro, estoy segura de que los dos queremos lo mejor para Dante.
—Desde luego. Y como tutor del niño, me aseguraré de que así sea.
El corazón de Paula se paró.
—¿Eres el tutor de Dante? —¿cómo podía haberle hecho Sonia eso?
—Por eso mismo quiero ir a verle —dijo Pedro con aspereza—.Llegaré en media hora.