Paula, consciente de que iba a volver a besarla, se tensó. Pero el beso fue de una naturaleza completamente distinta. Fue dulce, delicado.
Pedro acarició con la lengua sus labios hasta que ella los abrió por propia voluntad. Luego la besó con un oscuro deseo que despertó en ella anhelos que desconocía tener. Anhelos prohibidos, peligrosos. Pedro posó las manos en su espalda y ella se arqueó hacia él, ansiando sentir su cuerpo, que la llevara a un lugar privado en el que poder explorarse mutuamente, recorrerse la piel, descubrir nuevas sensaciones.
Para cuando Pedro separó sus labios de los de ella, Paula habría accedido a cualquier cosa que él le hubiera pedido.
Pedro la separó de sí con manos temblorosas.
—Ahora di que no era eso lo que querías —dijo con suficiencia.
Paula se llevó los dedos a sus pulsantes labios. Maldito Pedro.
Tomó aire.
—Como vuelvas a hacerlo te abofetearé.
Pedro rió.
—Toma —le dio un pañuelo inmaculado—. Acompaña esas palabras tan adolescentes con otro gesto igual de infantil: límpiate los labios — concluyó con ojos brillantes.
Sobreponiéndose al temblor interior que sentía, Paula arqueó una ceja con desdén.
—¿Eso es lo que suelen hacer las chicas cuando las besas?
—No, pero es que las mujeres a las que conozco no suelen amenazar con abofetearme.
El énfasis que puso en la palabra «mujeres» hizo que Paula palideciera. Haciendo una bola con el pañuelo, la acercó a los labios de Pedro, que se sobresaltó.
—Estate quieto —dijo ella con frialdad—. Voy a borrarle el carmín — sintió los labios llenos y sensuales de Pedro bajo la tela—. Ya está.
Pedro se quedó mirando la marca roja en el pañuelo.
—Deberías haberme dejado tu marca.
Paula lo miró fijamente y la fuerza del deseo que Pedro le transmitió la dejó sin aliento.
—¿Por qué iba a querer hacer eso? —preguntó, sarcástica.
—Para dar a los curiosos más temas que el de mi ruptura con Dana — respondió él, encogiéndose de hombros con indiferencia.
—No tengo el más mínimo interés en que me relacionen contigo — dijo Paula—. Así que vamos a volver a la mesa sonrientes porque se lo debemos a Sonia y a Miguel, pero a partir de hoy, voy a hacer lo que sea preciso para no volver a coincidir contigo.
—No tendrás que esforzarte demasiado. No eres mi tipo… —tras una breve pausa, Pedro añadió tentativamente—: Paola.
Paula dio media vuelta y se marchó sin molestarse en corregirle.
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