Paula tomó otro sorbo de vino. Quizá a Carlo le daba igual mientras siguiera dándole lo que quería en la cama. Seguramente sería como Pedro, pensó, dejando escapar una risita irónica.
—Por favor, cuéntanos la broma —dijo Eloisa, mirándola con un desprecio que no se molestó en disimular.
—No era nada, un pensamiento gracioso.
—Cuéntanoslo —insistió ella.
Y, por un momento, Paula sintió la tentación de decírselo. Pero, aunque había consumido demasiado alcohol, ella no tenía por costumbre perder la compostura.
—No, mejor no.
—¿Tomamos café? —Preguntó Pedro entonces—. Debes de estar cansada, cariño. Han sido dos días llenos de actividad. Si sigues bebiendo, te vas a quedar dormida.
—Tienes razón —dijo ella, regalándole una sonrisa falsa—. Un café estaría muy bien.
Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no salir a cubierta a respirar aire puro. O mejor, tirarse de cabeza desde el puente y llegar a nado a Montecarlo. No podía haber más de una milla y ella era una buena nadadora…
—¡Ya sé quién eres! —Exclamó entonces, dando un golpe sobre la mesa—. Giovanni, llevo toda la cena preguntándome de qué te conocía… estabas en el equipo de natación de la universidad de Roma que compitió en Holanda hace cuatro años.
—Sí, señora —sonrió el joven—. Yo la había reconocido enseguida, pero pensé que usted no se acordaba.
—Por favor, llámame Paula. Te vi nadar los mil quinientos metros y luego coincidimos en la fiesta.
—Y yo te vi ganar la competición de doscientos metros. Lo hiciste de maravilla.
—Gracias. Fue uno de mis mejores momentos —rió Paula.
—¿Os conocéis? —Intervino su padre—. Qué coincidencia.
—Sí, nos conocemos. ¿Lo vio ganar esa carrera? Fue una victoria muy apretada…
—No, lamentablemente yo estaba en Sudamérica en ese momento — suspiró Carlo. Y Paula vio que miraba a Eloisa de reojo.
—Bueno, ya está bien de charla sobre competiciones —los interrumpió su esposa—. Ese chico no habla de otra cosa. Qué aburrimiento.
—Pues a mí me interesa —intervino Pedro—. No sabía que fueras campeona de natación, Paula.
—¿Y por qué ibas a saberlo? —replicó ella, sin molestarse en fingir una amabilidad que no sentía—. Sólo hace unos meses que me conoces y dejé de competir hace tiempo.
De repente, empezaba a dolerle la cabeza. Saber que lo único que podía esperar a partir de aquel momento eran más cenas como aquélla la ponía enferma.
De modo que, apartando la silla, se levantó.
—En fin, estoy encantada de haberlos conocido, pero me temo que debo irme a dormir —se disculpó—. No, por favor, Pedro, tú sigue entreteniendo a tus invitados —añadió cuando él iba a levantarse.
—Te acompaño al camarote, querida. Si necesitáis algo, llamad al camarero. Yo vuelvo enseguida.
—Campeona de natación, qué impresionante —dijo Pedro mientras abría la puerta del camarote—. Estás llena de sorpresas, Paula. Pero si hay alguna más, te agradecería que me la contases a mí primero. No me gusta que me hagas quedar mal delante de mis invitados mientras coqueteas con otro hombre.
—¿Yo te he hecho quedar mal? —repitió ella—. Y eso lo dice un hombre que invita a su amante en su luna de miel...
—Eloisa no es…
—Por favor, es evidente que te has acostado con ella. No te molestes en negarlo.
—Me acosté con ella una vez, hace diez años —suspiró Pedro—. Carlo es un viejo amigo mío, yo los presenté y fui el padrino de su boda. Eloisa es una amiga, nada más.
—No hace falta que me des explicaciones, no las necesito —replicó Paula—. Aunque me sorprende que ese hombre tan agradable sea amigo tuyo cuando tú eres la persona más arrogante y cruel que he tenido la desgracia de conocer. Y ahora vuelve con tus invitados, a mí me duele la cabeza y me voy a la cama. Sola.
Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para controlar el deseo de besarla para hacerla callar.
—Sola no —dijo, tomando su brazo.
Paula intentó soltarse, pero él no la dejó.
—Eres mi mujer y vas a compartir mi cama… eso no es negociable.
En sus ojos azules vio la rabia, el dolor que intentaba esconder y… ¿miedo? ¿Había miedo en sus ojos?
Atónito, soltó su brazo. Él tenía éxito en todo lo que hacía; las mujeres lo miraban con admiración, con deseo, con adoración incluso. Pero nunca lo habían mirado con miedo. ¿Cómo demonios había conseguido asustar a su esposa?
—Pareces agotada. Voy a buscar unos analgésicos para que puedas dormir.