martes, 29 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 31

 


Pedro bajó de un salto del helicóptero para llegar a cubierta. Se sentía genial, animado… había disfrutado de su pasión por las carreras de coches durante todo el día observando entrenar a los pilotos y el equipo al que patrocinaba saldría en los primeros puestos de la parrilla. Pedro flexionó los hombros... y pronto su otra pasión también sería saciada con Paula.


Bajó al camarote pensando que la encontraría allí, pero no estaba.


Unos minutos después, en pantalón corto y camiseta, volvió a subir a cubierta. Carlo estaba apoyado en la barandilla, con Noah Harding y Máximo a su lado, pero no veía a Paula por ninguna parte.


—¿Habéis visto a mi mujer?


Máximo señaló un yate a unos trescientos metros del suyo.


—Está allí, con Giovanni. Por lo visto es de unos amigos del chico y han decidido llegar hasta el barco echando una carrera.


La sensación de bienestar desapareció de inmediato. Pedro sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Su primer impulso fue lanzarse de cabeza al agua para ir a buscarla, pero se dio cuenta de que era absurdo.


—¿Has dejado que mi mujer fuese nadando en mar abierto? —le espetó a Máximo, furioso—. ¿Estás loco? Se supone que eres un guardaespaldas.


—Lo siento, jefe, no he podido evitarlo. Estaban tirándose de cabeza cuando subí a cubierta. Pero no te preocupes, Paula es muy buena nadadora. De hecho, ninguno de nosotros ha podido decidir quién de los dos ha ganado.


—Por eso estábamos esperando que volvieran —intervino Carlo—. Hemos hecho una apuesta.


Pedro no podía creer lo que estaba oyendo.


—Olvidaos de la maldita apuesta. Nadie va a volver nadando. Voy a ir en la lancha a buscarlos…


Carlo levantó unos prismáticos.


—Demasiado tarde.


Pedro giró la cabeza a tiempo para ver dos figuras lanzándose al agua.


Podía sufrir un calambre, un tirón… podía marearse. Sin saber qué hacer, por primera vez en su vida, tuvo que contentarse con observar la carrera desde cubierta. Y tuvo que admitir que Paula nadaba como una experta. Se deslizaba sobre el agua como un pez, sus largos brazos hundiéndose a gran velocidad. La observó hasta que llegaron a la escalerilla y comprobó que ella era la primera en tocarla.




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