lunes, 28 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 29

 


Ser civilizados y acostarse juntos… ésa era su idea de un matrimonio perfecto. Según él, no había querido contarle lo de su padre, pero ella lo había sacado de quicio. Qué excusa tan patética. Muy bien, quizá podría convencerlo de que se equivocaba respecto a su padre.


No ahora, con el barco lleno de invitados, pero sí cuando estuvieran solos.


Pedro había dicho que haría lo que fuese para retenerla… quizá aún había alguna esperanza para su matrimonio. Incluso era posible que le importase más de lo que quería dar a entender.


Pero la cuestión era que, aunque demostrase que su padre no había tenido nada que ver con su hermana, no podía olvidar que ésa era la única razón por la que se había casado con ella.


Pedro salió del cuarto de baño y Paula se sentó en la cama, tirando de la sábana para taparse.


—¿Qué has decidido? —Le preguntó, tirando la toalla y ofreciéndole una panorámica de su bronceado cuerpo—. Te he hecho una pregunta, Paula.


—¿Qué? —Estaba tan hipnotizada por la visión de su cuerpo desnudo que no había oído la pregunta—. Ah, sí...


—Muy bien. Vístete. Le he pedido al camarero que te baje el desayuno y así podrás charlar con él un rato. El sabe cómo funcionan estos fines de semana. Son muy informales, pero si hay algo que quieras cambiar, sólo tienes que decírselo.


¿Quién había dicho que la fascinación era la falta de pensamiento, la negación de cualquier función cerebral? Ella estaba tan hipnotizada mirando a Pedro que no podía pensar racionalmente.


—Te veo en la piscina después. Los viernes, la gente suele tomar el sol antes de comer y luego vamos a tierra, los hombres para echar un vistazo a los coches de Fórmula 1, las mujeres para ir de compras. Luego nos encontramos para cenar y después vamos al club Caves du Roy, en Saint Tropez, el lugar favorito de nuestros invitados.


—Muy bien —murmuró Paula, desinteresada. Pedro se acercó a la cama y le ofreció una tarjeta de crédito.


—Llévate esto… te hará falta.


Ella tomó la tarjeta; el nombre de Paula Alfonso estaba impreso en ella.


—¿Cómo has conseguido esto tan pronto?


—Pedí que me la enviaran el día que nos casamos, como tu pasaporte —contestó él, poniéndose un pantalón.


—Ah, veo que lo tienes todo bien pensado —lo había dicho con frialdad pero por dentro sentía una mezcla de emociones... del odio al amor y sí, al deseo—. Gracias, pero no necesito tu dinero. Tengo el mío propio.


—No lo tendrás durante mucho tiempo si insistes en pelearte conmigo —le advirtió Pedro—. Déjalo ya, Paula. Eres mi mujer, actúa como tal. Te espero en cubierta en una hora para atender a los invitados.


El recordatorio de que Ingeniería Chaves dependía de él se llevó todo su desafío.


—Muy bien.


Paula lo vio salir del camarote. Era un hombre despiadado y no debía olvidarlo. Pero si pensaba que ella iba a ser una esposa complaciente, estaba más que equivocado.



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