lunes, 28 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 28

 


Paula suspiró cuando una mano grande empezó a acariciar sus pechos. Apoyándose en un duro cuerpo masculino, echó la cabeza hacia atrás para dejar que besara su garganta, una cálida lengua rozaba el pulso que latía allí. Intentó abrir los ojos, pero decidió dejarse llevar por el placer que le proporcionaban las caricias de unos dedos largos y expertos… estaba perdida en un sueño erótico, su corazón latía cada vez a más velocidad. La boca masculina sobre la suya, unas piernas musculosas abriendo las suyas…


Paula abrió los ojos de golpe. No era un sueño… era Pedro encima de ella, la luz del sol dándole a su pelo negro un brillo casi azulado, sus ojos mirando en su alma, prometiéndole el paraíso. Y era demasiado tarde para resistirse a él. No quería resistirse a él. Lo deseaba, ardía por él. Sintió la aterciopelada punta de su miembro y levantó la pelvis para recibirlo.


—¿Me deseas? —musitó Pedro.


—Sí, oh, sí...


Él metió las manos bajo sus nalgas para levantarla y, con una poderosa embestida, la llenó, entrando y saliendo una y otra vez, cada más con más fuerza, más deprisa, hasta que el cuerpo de Paula, como por decisión propia, empezó a seguir su ritmo. Llegó al clímax en segundos, los espasmos la obligaban a clavar los dedos en su espalda, y Pedro terminó poco después. Su poderoso cuerpo se convulsionó de placer.


Más tarde, cuando los temblores habían desaparecido, Paula sintió una ola de vergüenza por su fácil capitulación. Abrió los ojos e intentó apartarlo, pero Pedro sujetó sus dos manos con una sola; con la otra, apartó el pelo de su frente.


—¿Estás bien?


—Tan bien como puedo estar mientras tenga que seguir contigo.


— Tuvimos una pelea ayer, pero eso ya es pasado. Las dos personas por las que discutimos están muertas ahora… ésa es la realidad. Nosotros tenernos que seguir adelante.


—La realidad es que quiero irme de aquí —replicó ella.


—El problema es que no quieres admitir que deseas a un hombre de carne y hueso como yo —dijo Pedro, inclinando la cabeza para aplastar sus labios con un beso—. No puedes enfrentarte con la realidad, ésa es la cuestión. Quieres amor romántico, un cuento de hadas, cuando cualquiera con un poco de sentido común sabe que ese amor que imaginas no existe. La química sexual es lo que atrae a una pareja. Se casan y después de un año esa química ha desaparecido, pero normalmente hay un hijo para cimentar la unión. Para un hombre, es un instinto natural proteger a la madre de su hijo y, en la mayoría de los casos, una obligación moral que asegura que dure el matrimonio…


—¿De verdad crees lo que estás diciendo?


—Sí —Pedro se incorporó, estirándose como un enorme felino—. Aunque ahora que te miro, no creo que vaya a cansarme nunca de desearte.


Paula se cubrió con la sábana, furiosa.


—Eres imposible.


—Nada es imposible si lo intentas de verdad. En eso consiste el matrimonio, en tener expectativas realistas.


Estaba completamente seguro de sí mismo, su viril y poderoso cuerpo totalmente desnudo, y Paula se derretía con mirarlo. En ese momento, se dio cuenta de que seguía enamorada de él... y eso la entristeció y enfureció al mismo tiempo.


—¿Y tú eres un experto? No me hagas reír.


—Podemos ser civilizados el uno con el otro. El sexo es estupendo y podríamos llevarnos bien. O puedes seguir haciendo que esto sea un campo de batalla… depende de ti —suspiró Pedro—. Necesito una ducha. Puedes ducharte conmigo o no, pero toma una decisión antes de que salga.


Sólo había una respuesta y Paula lo sabía.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 27

 

Paula tomó otro sorbo de vino. Quizá a Carlo le daba igual mientras siguiera dándole lo que quería en la cama. Seguramente sería como Pedro, pensó, dejando escapar una risita irónica.


—Por favor, cuéntanos la broma —dijo Eloisa, mirándola con un desprecio que no se molestó en disimular.


—No era nada, un pensamiento gracioso.


—Cuéntanoslo —insistió ella.


Y, por un momento, Paula sintió la tentación de decírselo. Pero, aunque había consumido demasiado alcohol, ella no tenía por costumbre perder la compostura.


—No, mejor no.


—¿Tomamos café? —Preguntó Pedro entonces—. Debes de estar cansada, cariño. Han sido dos días llenos de actividad. Si sigues bebiendo, te vas a quedar dormida.


—Tienes razón —dijo ella, regalándole una sonrisa falsa—. Un café estaría muy bien.


Paula tuvo que hacer un esfuerzo para no salir a cubierta a respirar aire puro. O mejor, tirarse de cabeza desde el puente y llegar a nado a Montecarlo. No podía haber más de una milla y ella era una buena nadadora…


—¡Ya sé quién eres! —Exclamó entonces, dando un golpe sobre la mesa—. Giovanni, llevo toda la cena preguntándome de qué te conocía… estabas en el equipo de natación de la universidad de Roma que compitió en Holanda hace cuatro años.


—Sí, señora —sonrió el joven—. Yo la había reconocido enseguida, pero pensé que usted no se acordaba.


—Por favor, llámame Paula. Te vi nadar los mil quinientos metros y luego coincidimos en la fiesta.


—Y yo te vi ganar la competición de doscientos metros. Lo hiciste de maravilla.


—Gracias. Fue uno de mis mejores momentos —rió Paula.


—¿Os conocéis? —Intervino su padre—. Qué coincidencia.


—Sí, nos conocemos. ¿Lo vio ganar esa carrera? Fue una victoria muy apretada…


—No, lamentablemente yo estaba en Sudamérica en ese momento — suspiró Carlo. Y Paula vio que miraba a Eloisa de reojo.


—Bueno, ya está bien de charla sobre competiciones —los interrumpió su esposa—. Ese chico no habla de otra cosa. Qué aburrimiento.


—Pues a mí me interesa —intervino Pedro—. No sabía que fueras campeona de natación, Paula.


—¿Y por qué ibas a saberlo? —replicó ella, sin molestarse en fingir una amabilidad que no sentía—. Sólo hace unos meses que me conoces y dejé de competir hace tiempo.


De repente, empezaba a dolerle la cabeza. Saber que lo único que podía esperar a partir de aquel momento eran más cenas como aquélla la ponía enferma.


De modo que, apartando la silla, se levantó.


—En fin, estoy encantada de haberlos conocido, pero me temo que debo irme a dormir —se disculpó—. No, por favor, Pedro, tú sigue entreteniendo a tus invitados —añadió cuando él iba a levantarse.


—Te acompaño al camarote, querida. Si necesitáis algo, llamad al camarero. Yo vuelvo enseguida.


—Campeona de natación, qué impresionante —dijo Pedro mientras abría la puerta del camarote—. Estás llena de sorpresas, Paula. Pero si hay alguna más, te agradecería que me la contases a mí primero. No me gusta que me hagas quedar mal delante de mis invitados mientras coqueteas con otro hombre.


—¿Yo te he hecho quedar mal? —repitió ella—. Y eso lo dice un hombre que invita a su amante en su luna de miel...


—Eloisa no es…


—Por favor, es evidente que te has acostado con ella. No te molestes en negarlo.


—Me acosté con ella una vez, hace diez años —suspiró Pedro—. Carlo es un viejo amigo mío, yo los presenté y fui el padrino de su boda. Eloisa es una amiga, nada más.


—No hace falta que me des explicaciones, no las necesito —replicó Paula—. Aunque me sorprende que ese hombre tan agradable sea amigo tuyo cuando tú eres la persona más arrogante y cruel que he tenido la desgracia de conocer. Y ahora vuelve con tus invitados, a mí me duele la cabeza y me voy a la cama. Sola.


Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para controlar el deseo de besarla para hacerla callar.


—Sola no —dijo, tomando su brazo.


Paula intentó soltarse, pero él no la dejó.


—Eres mi mujer y vas a compartir mi cama… eso no es negociable.


En sus ojos azules vio la rabia, el dolor que intentaba esconder y… ¿miedo? ¿Había miedo en sus ojos?


Atónito, soltó su brazo. Él tenía éxito en todo lo que hacía; las mujeres lo miraban con admiración, con deseo, con adoración incluso. Pero nunca lo habían mirado con miedo. ¿Cómo demonios había conseguido asustar a su esposa?


—Pareces agotada. Voy a buscar unos analgésicos para que puedas dormir.



domingo, 27 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 26

 


Paula oyó ruido de voces y se dio cuenta de que la lancha con los invitados debía haber llegado al barco, pero no se movió. No le apetecía hablar con extraños en aquel momento.


Un profundo suspiro escapó de su garganta. Debía haber tenido el peor primer día de luna de miel de la historia. Pero no podía empeorar, de modo que se dio la vuelta.


—Paula —Pedro se acercaba a ella con un traje de lino beige, la camisa abierta en el cuello, el pelo negro echado hacia atrás—. Estaba buscándote. Ya han llegado los invitados —dijo, tomándola del brazo.


Se había equivocado, pensó Paula. Las cosas podían empeorar…


Sentada a la izquierda de Pedro, Paula miró alrededor. La cena del infierno podría llamarse aquello.


Además de Máximo y un chico joven, había siete parejas en total.


Dieciséis alrededor de la mesa en el suntuoso comedor del yate.


Pedro la había presentado como su esposa y habría que estar ciega para no darse cuenta de la incredulidad con la que los invitados habían aceptado la noticia. Todos les dieron la enhorabuena, por supuesto, pero las miradas de las mujeres variaban de la curiosidad a la compasión. Y una de ellas la miró de manera venenosa… Eloisa, naturalmente. Pedro le había presentado a su marido, Carlo Alviano, y a su hijo de veintidós años de un primer matrimonio, Giovanni.


El resto eran parejas estadounidenses, griegas, francesas… una reunión de ricos y famosos, a juzgar por los vestidos y las joyas, que debían valer una fortuna.


Paula miró al joven, Giovanni, sentado a su derecha. Su rostro le resultaba familiar, pero no podría decir por qué. Tenía una belleza clásica, el pelo oscuro, rizado. Quizá era modelo, por eso le sonaba su cara.


Seguramente habría visto fotografías suyas en alguna revista de moda…


—¿Más vino? —Le ofreció el camarero y Paula asintió con la cabeza.


Sabía que estaba bebiendo demasiado, pero le daba igual, pensó, mirando a Eloisa con mórbida fascinación. O, más bien, el minivestido rojo que apenas cubría sus voluptuosos senos.


Estaba sentada a la derecha de Pedro y hacía lo imposible por llamar su atención, tocando su brazo, hablando de cosas del pasado que sólo ellos dos conocían…


En cuanto a su marido, Carlo, que estaba sentado a su lado, era como si no estuviera allí.


¿Por qué lo soportaba él?, se preguntó. Un hombre sofisticado de unos cincuenta años, encantador y propietario de un banco… ah, quizá ésa era la razón por la que Eloisa se había casado con él, pensó cínicamente.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 25

 


Sabía que la tenía en sus manos. La estaba viendo temblar, de modo que no se había equivocado. En unos días Paula habría olvidado esa tontería de dejarlo. Pero debía ir con cuidado. Naturalmente, estaba enfadada con él porque la había obligado a enfrentarse a la verdad acerca de su familia y a aceptar que su marido no era el príncipe azul que había creído… sino tan humano como cualquiera.


Había llegado donde estaba siendo a veces despiadado para conseguir lo que quería. Y nunca aceptaba un insulto sin vengarse. Cualquier otra cosa era un signo de debilidad y nadie podría acusarlo de eso.


Pero también podía ser encantador…


—Lamento haber discutido contigo, pero tú eres la única mujer que inflama mi pasión. No quería contarte la verdad sobre tu padre, pero que hablases de él como si fuera un santo me ha sacado de quicio. ¿Podemos dejar eso atrás? Te prometo que, si te quedas, no le haré daño a tu familia… —cuando iba a abrazarla, Paula se apartó de un salto.


Pedro se quedó perplejo. Estaba siendo cariñoso con ella… ¿qué más quería? Pero era magnífica, pensó luego. Tan bella, con los ojos brillantes como una diosa, las manos en gesto desafiante sobre las caderas.


—¿Estás loco? Después de lo de hoy, no creería nada de lo que dijeras aunque me lo jurases sobre la Biblia —le espetó.


—¿Ah, no? Entonces confía en esto —replicó él, tomándola por la cintura para tumbarla sobre la cama.


Paula luchó como una mujer poseída mientras él sujetaba sus manos, intentando besarla.


—Paula, para…


La tenía sujeta sobre la cama, aprisionándola con su cuerpo, sujetándola con una mano mientras con la otra apartaba el sujetador para buscar sus pechos con la boca. Una excitación nueva, desconocida para ella, la envolvió entonces y toda idea de resistir se desvaneció.


—Me deseas —dijo Pedro con voz ronca.


—Sí —contestó Paula, envolviéndolo con sus brazos. Lo deseaba, tenía razón, no podía evitarlo.


Involuntariamente se arqueó, disfrutando de la presión del cuerpo masculino. Pedro se movía sensualmente sobre ella, tirando de sus pezones con los labios, chupándolos hasta que perdió la cabeza. Luego, apartó sus braguitas de un tirón y, colocándose entre sus piernas, se introdujo hasta el fondo con una poderosa embestida, la sensación tan intensa que Paula apenas podía respirar.


Entraba y salía de su cuerpo rápida y salvajemente, mirándola a los ojos, sujetándola contra la cama. Paula sintió una explosión de placer tan exquisito que sólo podía jadear mientras Pedro caía sobre ella dejando escapar un gemido ahogado.


Se quedó así, con los ojos cerrados, exhausta y buscando aire, los espasmos aún latiendo en su interior. Luego sintió que Pedro se apartaba de ella, pero Paula mantuvo los ojos cerrados. No podía mirarlo, una profunda sensación de vergüenza y humillación la consumía.


Sabía que no la quería y que sólo se había casado con ella para vengarse de su familia… pero nada había evitado que se derritiera en cuanto la besó. Unos minutos antes del apasionado encuentro, había hecho que dejase de creer en el amor, algo en lo que había creído durante toda su vida. Paula sintió sus manos apartándole el pelo de la cara, sus dedos trazando la curva de sus labios.


—Mírame.


Paula abrió los ojos por fin. Pedro estaba inclinado sobre ella, la determinación marcada en cada ángulo de su brutalmente hermoso rostro.


—Deja de fingir. Tú me deseas y yo también. Incluso puede que ya lleves un hijo mío dentro de ti, así que vamos a dejar de discutir. Estamos casados y así vamos a seguir.


Paula estuvo a punto de decírselo entonces… Ella era una mujer práctica y tomaba la píldora desde que empezaron a salir juntos, por precaución. Pero decidió mantener el secreto. ¿Por qué alimentar su colosal ego contándole cuánto deseaba acostarse con él?


— Y yo no tengo nada que decir, ¿no?


—No —sonrió Pedro, saltando de la cama para abrocharse los pantalones—. Tu cuerpo lo ha dicho por ti.


Era tan increíblemente arrogante, pensó Paula.


Y, de repente, se puso colorada al darse cuenta de que ni siquiera se había desnudado mientras ella… nerviosa, se colocó el sujetador, buscando el pantalón con la mirada.


—Esto es tuyo, creo —dijo Pedro, tirando el pantalón y las braguitas sobre la cama—. Aunque supongo que querrás cambiarte para cenar... nuestros invitados llegarán pronto.


Y luego salió del camarote sin mirar atrás. Paula saltó de la cama y se dirigió directamente a la ducha por tercera vez aquel día. No perdió el tiempo, sabiendo que él volvería pronto para cambiarse.


Después, en bragas y sujetador, volvió a deshacer la maleta. Dejaría que Pedro pensara que estaba de acuerdo con él hasta que pudiese encontrar la manera de abandonarlo sin hacerle daño a su familia.


Eligió un vestido negro sin mangas y, después de ponerse un poco de crema hidratante y brillo en los labios, se pasó un cepillo por el pelo. No pensaba arreglarse mucho más para Pedro y sus amigos.


Y había tenido valor para decirle que podía seguir adelante con su carrera hasta que tuviera un hijo… evidentemente, Pedro Alfonso no tenía respeto ni por ella, ni por su carrera ni por nada. En cuanto a los hijos…


Paula endureció su corazón contra la imagen de un niño de pelo y ojos oscuros, una réplica de Pedro, en sus brazos. Como todos sus tontos sueños, eso no iba a ocurrir jamás.


Después de ponerse unas sandalias negras salió del camarote.


Necesitaba aire fresco.


Subió a la cubierta y, medio escondida por un bote salvavidas, se apoyó en la barandilla para ver cómo la luna se escondía tras el horizonte.


Se quedó allí mucho rato, pensando, intentando encontrar una manera de escapar. Cuando el cielo empezó a oscurecerse sintió la misma oscuridad envolviendo su corazón.


Nunca haría nada que pudiese dañar a su hermano o a su familia, pero después de aquel día su confianza en Pedro había quedado por completo destrozada. ¿Cómo podía amar a un hombre en el que no podía confiar? No era posible.


Sin embargo, había disfrutado en la cama con él y, con amargura, supo que volvería a hacerlo. No podía evitarlo.


Y no tenía más alternativa que seguir con él. Estaba atrapada.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 24

 


Paula dio un paso atrás, temblando. La capa de hielo en la que se había envuelto cuando Pedro insultó a su padre se había derretido en cuanto la tomó entre sus brazos y estaba furiosa con él y consigo misma…


—¿Qué significaría eso para la empresa? —consiguió preguntar, después de tragar saliva.


—Que la ampliación no podrá realizarse y tendrán serios problemas económicos —contestó él—. Probablemente quedarán a merced de una OPA hostil —añadió, con una sonrisa de triunfo—. Pero, como he dicho antes, tienes dos opciones. Tú eliges, Paula.


No tenía que añadir que sería él quien hiciera esa OPA hostil para quedarse con la empresa. Era evidente.


—Y lo harías, claro.


—Haría lo que tuviese que hacer para retenerte a mi lado.


Un par de horas antes, se habría sentido halagada por esas palabras, pero ahora eran un insulto. Paula sacudió la cabeza mirando sus manos, la alianza de oro en su dedo. Menudo engaño…


Imaginó entonces su futuro con Pedro Alfonso.


No había que ser un genio para saber que debía haber planeado aquello con mucha antelación.


—Si lo que dices es verdad, puedes quedarte con la empresa estemos juntos o no. ¿Por qué quieres que me quede contigo? Según dicen por ahí, puedes tener casi a cualquier mujer... y lo has hecho frecuentemente.


Pedro sonrió, una sonrisa arrogante que a Paula le habría gustado borrar de un bofetón. Aunque ella no era una persona violenta.


—Aunque me halaga que pienses que puedo tener a cualquier mujer, sólo te deseo a ti —contestó, acariciando su cara.




sábado, 26 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 23

 


Pedro estaba furioso. Había intentado concentrarse en el trabajo, pero no había sido capaz y, por fin, había decidido bajar a hacer las paces con Paula… para encontrar cerrada la puerta de su camarote. Aunque daba igual porque él tenía una llave maestra.


—Por encima de mi cadáver.


—No me importaría demasiado, te lo aseguro —replicó ella.


Pedro apartó las manos de sus hombros como si lo quemara. Por un segundo, Paula casi habría podido jurar que veía un brillo de dolor en sus ojos y sintió cierta vergüenza. Ella no deseaba ver a nadie muerto, pero su marido conseguía hacerle decir y hacer cosas que no quería.


—Bueno, creo que puedo decir que, a menos que ocurra un accidente, tu deseo no se hará realidad. Aunque es posible que tenga que vigilarte, querida esposa, porque no tengo intención de dejarte ir. Ni ahora ni nunca.


—No tienes elección —replicó ella—. Este matrimonio se ha roto.


Pedro la miró, perplejo. Su desafío lo enfurecía, pero intentó disimular. Porque, en cierto modo, podía entender su disgusto, su deseo de devolverle el golpe… aunque no agradecía que desease verlo muerto.


—Siempre tenemos elección, Paula —murmuró, apretándola contra su poderoso torso—. Tu elección es muy sencilla: te quedarás conmigo porque soy tu marido. Te comportarás como la perfecta esposa y la perfecta anfitriona con mis invitados y podrás seguir con tu carrera hasta que te quedes embarazada de mi hijo. Algo que estaba implícito en la promesa que hiciste ayer, creo recordar.


Ella lo miró, incrédula.


—Eso fue antes de saber la verdad. Y suéltame ahora mismo.


Estaba rígida, los ojos azules indescifrables. Y eso hizo que Pedro deseara destruir su helado control.


— Tienes dos opciones: una, quedarte conmigo. La otra es volver a casa de tu hermano y su embarazada esposa e informarles de que me has dejado —dijo, acariciando su cuello—. Y luego puedes explicarles que, naturalmente, yo estoy muy disgustado y he decidido cortar toda relación con tu familia. Lo cual, desgraciadamente para la empresa Chaves, significará un inmediato pago del préstamo que les he hecho para la ampliación de la compañía.


Luego, como los buenos predadores, se quedó observándola y esperando hasta que su víctima reconoció cuál iba a ser su destino.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 22

 



Paula cerró con llave la puerta del camarote y entró en el cuarto de baño intentando controlar las lágrimas. Temblando violentamente, asqueada, se quitó la ropa a tirones para meterse en la ducha. Sólo cuando estaba bajo el grifo dejó que las lágrimas rodasen libremente por su rostro.


Lloró hasta que ya no podía más. Luego, despacio, se irguió y empezó a lavarse cada centímetro de su cuerpo, como si quisiera borrar toda huella de Pedro Alfonso. Intentando a la vez borrar un dolor que seguramente seguiría con ella durante el resto de su vida.


No conocía al hombre que ahora era su marido.


Era Nicolás otra vez, pero peor porque había sido tan tonta como para casarse con él. Nicolás la quería por su fortuna y sus contactos y Pedro


Pedro se había casado con ella sencillamente porque su apellido era Chaves. La había seducido porque creía que su padre había seducido a su hermana. Para vengarse.


La sensación de haber sido engañada era terrible pero, poco a poco, mientras se envolvía en una toalla, el dolor dejó paso a una rabia ciega. Sus padres se habían querido de corazón y, cuando su madre murió, su padre se quedó desolado. Paula estaba convencida de que había sido eso lo que provocó el infarto que lo mató a él poco después.


Fue su madre quien, cuando estaba ya muy enferma, le había dicho que abrazase la vida, que fuera feliz y no perdiese el tiempo preocupándose por cosas que no tenían solución. Y su tío Camilo le había enseñado a ver que nunca sería una bailarina de ballet clásico. De modo que sabía aceptar la derrota.


Un rasgo que Paula había heredado de los Deveral.


Entonces, ¿por qué no podía dejar de pensar en lo que Pedro acababa de contarle? No sabía de dónde había salido la idea de que su padre había mantenido una relación con su hermana, y le daba igual. En cuanto a su matrimonio, para ella había terminado.


Cinco minutos después, con unos pantalones de lino y un top a juego, Paula sacó su maleta del armario y empezó a guardar las cosas que había colocado unas horas antes.


Oyó un golpecito en la puerta, pero no hizo caso.


Nada la importaba salvo irse de allí cuanto antes.


—¿Se puede saber qué estás haciendo?


Pedro estaba en la puerta, echando humo por las orejas.


—¿Cómo te atreves a dejarme fuera de mi propia habitación? — Exclamó, tomándola por los hombros—. ¿A qué estás jugando?


—No estoy jugando a nada, me marcho. El juego ha terminado — contestó ella, sin dar un paso atrás.


Paula no sentía nada por aquel hombre. Era como si estuviera metida en un bloque de hielo.


Las manos sobre sus hombros, su proximidad, no la afectaban en absoluto. Salvo para reforzar su determinación de marcharse. Había sido una tonta casándose con él, pero no iba a dejar que la maltratase.