Las semanas que siguieron fueron como un cuento de hadas para Paula.
Estaba enamorada de Pedro Alfonso.
El amor que había creído sentir por Nicolás no era nada comparado con lo que Pedro la hacía sentir y sería absurdo negárselo a sí misma. Sólo tenía que oír el tono melodioso de su voz para que se le doblaran las rodillas y, cuando la tocaba, un escalofrío la recorría de arriba abajo. Lo deseaba como nunca había soñado desear a un hombre; un deseo que la mantenía en estado de perpetua excitación.
Cuatro semanas después, pensando en esa primera noche mientras se maquillaba frente al espejo, sintió un cosquilleo en el vientre. Pero eso era algo que le pasaba cada vez que pensaba en Pedro. Una sonrisa secreta iluminó su cara mientras se pasaba un cepillo por el pelo.
Pedro llevaba una semana en Nueva York y estaba deseando volver a verlo. De hecho, estaba más que deseando verlo porque, por alguna razón desconocida, lo que ocurrió esa primera noche no había vuelto a repetirse.
Habían cenado juntos, habían ido al teatro y se habían besado. Y en una ocasión, cuando acudieron juntos a un estreno de cine, Pedro les confirmó a los fotógrafos que eran pareja.
Pero era la parte sexual de la relación lo que sorprendía a Paula.
Aunque ella era inocente, sabía en su corazón que deseaba hacer el amor con él. Dada su reputación de mujeriego, lo único que podía esperar era que la invitase a tomar una copa en su casa, pero no había sido así. Al contrario, Pedro se apartaba después de un beso o dos mientras ella se quedaba esperando más…
Después de estar separados una semana, al día siguiente sería el día, pensó mientras se ponía unos diminutos diamantes en las orejas. Pero antes iba a disfrutar de la fiesta de cumpleaños de su tío, sir Camilo Deveral.
El hermano de su madre era soltero y cenar con él el día de su cumpleaños se había convertido en una tradición familiar. Paula se había arreglado con sumo cuidado porque sabía que a su tío le gustaba que las mujeres se pusieran muy guapas.
Era un encanto y ella lo adoraba. Había pasado muchos veranos en su casa, Deveral Hall en Lincolnshire, o en su villa de Corfú. Cuando sus sueños infantiles de ser bailarina se esfumaron debido a su estatura, fue su tío quien le dijo que no perdiese el tiempo llorando por las cosas que no podía cambiar. Y luego hizo que se interesase por la arqueología marina, por la vela y la natación en las cálidas agua del mar Egeo.
En realidad, había sido fundamental en su decisión de convertirse en arqueóloga marina.
Paula sonrió. El vestido de lamé plateado se ajustaba a cada curva de su cuerpo como una segunda piel, para terminar por encima de la rodilla.
Llevaba el pelo suelto y unas sandalias de tacón altísimo que realzaban sus piernas.
Seguía sonriendo mientras bajaba para reunirse con su familia. A su tío le encantaría el vestido; Nicolas siempre decía que los hombres de la familia Chaves eran demasiado conservadores y, por esa razón, siempre aparecía el día de su cumpleaños con chaquetas de terciopelo y chalecos escandalosos.
Llegó al pie de la escalera y se dirigía al salón, donde oía risas, cuando oyó que sanaba el timbre.
—Yo abro, Monica —le dijo al ama de llaves cuando la mujer salió apresuradamente de la cocina.
Pero al abrir la puerta se quedó boquiabierta.
—Pedro, ¿qué haces aquí? Pensé que no volvías hasta mañana.
—Evidentemente, he llegado justo a tiempo —replicó él, mirándola de arriba abajo—. Estás increíble… aunque me resulta imposible creer que te vistas así para pasar la noche en casa. ¿Quién es mi competidor? —le preguntó. Y, sin darle tiempo a contestar, la tomó por la cintura para buscar sus labios en un beso posesivo.
Cuando por fin la saltó, Paula tuvo que hacer un esfuerzo para llevar aire a sus pulmones.
—¿Por qué has hecho eso?
—Para recordarte que eres mía. Dime, ¿quién es él?
—Estás celoso —rió Paula—. No lo estés, Pedro. No hay otro hombre. Hoy es el cumpleaños de mi tío Camilo. Ven, contigo seremos un número par en la mesa.
—Te he echado de menos —murmuró él, mirándola ansiosamente—. Pero tengo que hablar con Tomas.
—¿Por qué?
—Quiero casarme contigo y antes tengo que pedirle permiso.
—¿Qué?
—Ya me has oído. Cásate conmigo, Paula. No puedo esperar más.
No era la proposición más romántica del mundo, pero los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. De repente, lo entendió todo. Pedro, el maravilloso Pedro, el hombre al que amaba con toda su alma, quería casarse con ella. Ahora su comportamiento tenía sentido. Había oído rumores sobre sus muchas amantes, pero con ella se había portado como un caballero anticuado porque que ría algo más… quería que fuera su mujer.
—¡Sí, oh, sí! —exclamó, echándose en sus brazos.
—¿Se puede saber qué pasa aquí?