lunes, 21 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 6

 


Eloisa era muy guapa, pero no le atraía en absoluto. Lo único que le gustaba de ella era que se parecía un poco a su hermana. Por eso la había ayudado en un mal momento doce años antes, en Lima, cuando, sin que ella lo supiera, su representante la obligó a firmar un contrato para una película pornográfica. Él, además de romper el contrato, le había buscado un representante decente. Estaba casada con un amigo suyo y, sin embargo, siempre que tenía oportunidad intentaba seducirlo.


Seguramente era culpa suya porque una vez, diez años antes, había sucumbido a sus encantos una noche. Aunque enseguida se dio cuenta de que era un error. Su amistad había sobrevivido, sin embargo, y era un juego al que ella jugaba cada vez que se encontraban. Debería haberle parado los pies tiempo atrás.


Pensó luego en el informe que le había enviado su investigador privado sobre los Chaves. En ella había una fotografía de Paula en una playa desierta, con una gorra en la cabeza, una camiseta ancha y pantalones vaqueros. No podía saber si era alta, delgada, rubia o morena.


Y se había llevado una sorpresa al verla.


La foto no le hacía justicia, desde luego. Una ridícula diadema con cuernos sujetaba una larga melena rubia que caía por debajo de sus hombros, aunque no sabía si era natural o teñida. Tenía la piel muy blanca, unos magníficos ojos azules y unos pechos perfectos. En cuanto al resto, no podría decirlo porque sólo la había visto sentada. De estatura normal, seguramente. Pero, como buen conocedor de las mujeres que era, se reservaría el juicio hasta que la viese de pie. Podría tener un enorme trasero y los tobillos gruesos. Aunque eso no le importaba, claro. El hecho de que fuera una Chaves lo echaba para atrás. No la tocaría aunque fuese la última mujer en la tierra.


Elias Chaves se había casado con Sara Deveral, en la que había sido la boda del año en Londres, veintiséis años antes. Su mujer le había dado un hijo nueve meses después, Tomas, y una hija, Paula, un año más tarde. La familia perfecta…


Paula Chaves vivía una vida regalada. Lo tenía todo: una familia que la quería, la mejor educación, una carrera como arqueóloga marina, y se movía en la sociedad de Londres como pez en el agua. Pensar eso le hizo sentir una punzada de rabia, lo que sentía desde la muerte de su madre.


—No me lo creo —Eloisa inclinó a un lado la cabeza—. Máximo está bailando un tango…


Pedro siguió la dirección de su mirada y se quedó perplejo al ver a su jefe de seguridad y guardaespaldas, aunque Maximo era más un amigo que otra cosa, bailando el tango apasionadamente. Y lo más curioso era que su pareja seguía cada uno de sus pasos como si fuera una profesional.


Y su pareja era Paula Chaves. Una mujer impresionante. Tenía unas piernas interminables, el trasero respingón, la cintura estrecha y unos pechos altos y firmes. El traje rojo parecía pegado a su cuerpo como una segunda piel, sin dejar nada a la imaginación. Pedro no tenía duda de que todos los ojos masculinos estaban clavados en ella en aquel momento.


El pelo rubio caía sobre sus hombros con cada giro… y menudos giros.


Una placentera sensación, aunque inconveniente, empezó a hacer cosquillas entre sus piernas.


—Qué ridículos. Ya nadie baila así —dijo Eloisa, desdeñosa.


—¿Qué? Ah, sí... —Pedro no la estaba escuchando.


Curiosamente, Máximo y Paula hacían una pareja estupenda y todos los invitados estaban pendientes de ellos. Cuando el tango terminó, Paula se incorporó, riendo, y todo el mundo empezó a aplaudir.



IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 5

 


Pedro Alfonso no pudo disimular una sonrisa de satisfacción. Cierto, el hombre al que quería conocer, Elias Chaves, había muerto un año antes, pero su familia y su empresa seguían existiendo y servirían de igual modo a sus propósitos.


Luego miró alrededor, haciendo una mueca de desdén. La élite social de Londres soltándose el pelo en un baile de disfraces con objeto de recaudar dinero para los niños de África, aparentemente uno de los proyectos favoritos de la familia Chaves. No se le escapaba la amarga ironía. Sus ojos negros brillaron, furiosos.


En diciembre pasado su madre, como si intuyera que el final estaba próximo, por fin le había contado la verdad sobre la muerte de su hermana Solange veintiséis años antes. En realidad, Solange era su hermanastra, pero para él siempre había sido su hermana mayor, la que cuidaba de él.


Él creía que había muerto en un accidente de tráfico, trágico pero inevitable. Pero la realidad era que se había lanzado deliberadamente a un acantilado, dejando una nota que su madre había destruido inmediatamente.


Solange se había suicidado porque estaba convencida de que era su condición de hija ilegítima por lo que su novio, Elias Chaves, la había dejado para casarse con otra mujer. Razón por la que su madre le había hecho jurar que nunca se avergonzaría de su apellido ni de su familia.


Pensando en ello, Pedro no podía evitar la amargura. Le había puesto a su empresa el nombre de su hermana, pero ese nombre tenía ahora más significado que nunca. La carta que había descubierto entre sus papeles personales le confirmó que le había contado la verdad. Y Pedro había jurado sobre la tumba de su madre vengar el insulto.


Él no era aficionado a los bailes de disfraces y normalmente se negaba a acudir, pero en esa ocasión tenía un motivo oculto para aceptar la invitación de la familia Chaves.


Nunca en su vida había tenido problema alguno absorbiendo una empresa e Ingeniera Chaves debería haber sido una adquisición sencilla. Su primera idea había sido lanzar una OPA hostil para luego destruirla, pero después de estudiar la documentación tuvo que admitir que ese plan no iba a funcionar.


La empresa Chaves era propiedad exclusiva de los miembros de la familia, aunque una pequeña porción del negocio estaba divida en acciones para los empleados. Desafortunadamente para él, los Chaves la dirigían bien y daba beneficios. Originalmente se había basado en la propiedad de una mina de carbón pero, ahora que las minas de carbón estaban en declive en Gran Bretaña, la firma había encontrado un sitio en el mercado construyendo tuneladoras y maquinaria de construcción.


Después de un par de discretas averiguaciones, quedó claro que ninguno de los accionistas estaba dispuesto a vender... incluso a un precio muy generoso. Y, aunque aún no había abandonado la idea de comprar la empresa, se veía obligado a diseñar una nueva estrategia.


Quería convencerlos de que, con sus expertos consejos y generoso apoyo económico, sería posible ampliar el negocio en Estados Unidos y China. Y luego, cuando estuvieran endeudados hasta el cuello, les quitaría la alfombra bajo los pies para hacerse cargo de la firma, arruinando a la familia Chaves. Con eso en mente había hecho amistad con el hijo de Elias Chaves, Tomas, director gerente de la empresa.


El único fallo en su estrategia era que estaba tardando más de lo esperado en arrastrar por el suelo el nombre de la familia. Tres meses de maniobras y aún no había logrado su objetivo. El problema era que el hijo y el tío eran competentes como hombres de negocios, pero muy conservadores. Y, de nuevo desafortunadamente para él, ninguno de los dos era avaricioso ni quería arriesgarse innecesariamente.


¿Y por qué iban a hacerlo? La empresa tenía ciento sesenta años y ninguno de los dos había tenido que luchar para ganarse la vida o para ser aceptados por la sociedad.


Pedro, cariño, ¿en qué estás pensando?


La experiencia le había enseñado a contestar a esa pregunta con una mentira.


—Estaba pensando en las cifras del Dow Jones… nada que te interese, Eloisa.


—En lo único en lo que deberías estar pensando es en mí —respondió ella, apoyando la cara en su hombro.


—Ahórrate los coqueteos para tu marido. Yo soy inmune —replicó Pedro.


IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 4

 


Después de la cena, cuando la orquesta empezó a tocar y Pedro y Eloisa fueron a la pista de baile, Paula no podía dejar de mirarlos. Hacían una pareja fabulosa. Y por cómo se apoyaba Eloisa en él no había duda de que entre ellos había una relación íntima.


Paula se volvió hacia Antonio para preguntarle lo que llevaba casi una hora deseando preguntar: ¿Quién era Pedro Alfonso?


Según su tío, era el fundador de una empresa que conseguía enormes beneficios comprando, reestructurando y volviendo a vender empresas por todo el mundo. Por lo visto, era un hombre de gran influencia y poder. Y extremadamente rico. Era reverenciado en todo el mundo como un genio de las finanzas. Su nacionalidad no estaba muy clara; su nombre era hispano pero algunos lo consideraban griego porque hablaba el idioma como si hubiera nacido allí.


Había rumores de todo tipo sobre él. Según su tía Marisa, su abuela había sido madama de un burdel de lujo en Perú y su madre la amante de un magnate griego. Pedro Alfonso, decían, era el resultado de esa relación.


Su tía también le contó que tenía una magnífica villa en una isla griega, una enorme finca en Perú, un lujoso apartamento en Nueva York y otro en Sidney. Recientemente había adquirido un prestigioso edificio de oficinas en Londres, en cuyo ático residía cuando estaba en la ciudad, y seguramente tendría más propiedades. Ah, y las fiestas que organizaba en su yate eran famosas.


Antonio intentó dejar a un lado los cotilleos, contándole que había conocido a Pedro unos meses antes en una conferencia en Europa, donde se hicieron amigos. De ahí que Tomas lo hubiese invitado esa noche. De hecho, los expertos consejos de Pedro Alfonso habían sido fundamentales para su decisión de diversificar y ampliar Ingeniería Chaves, le dijo su tío casi con tono reverencial.


Para Paula era una noticia que la empresa familiar necesitara diversificarse y ampliarse, pero no tuvo tiempo de hacer preguntas porque su tía volvió a intervenir. Aparentemente, Pedro era un soltero tan famoso por las mujeres con las que había mantenido relaciones como por su habilidad en los negocios. Sus incontables aventuras con modelos y actrices eran, aparentemente, documentadas por la prensa del corazón.


En realidad, eso fue un alivio. De modo que su reacción ante aquel hombre era normal... emitía un magnetismo animal que probablemente afectaba a todas las mujeres de la misma forma. Y si había que creer lo que contaban de él, Pedro Alfonso se aprovechaba bien de eso. No era el tipo de hombre con el que una mujer que se respetase a sí misma quisiera tener una relación.


Después de su desastroso compromiso con Nicolas, Paula tenía ideas muy firmes sobre el tipo de hombre con el que quería casarse. Quería uno en el que pudiera confiar. Desde luego, no un mujeriego famoso en todo el mundo. Además, ella no tenía prisa por casarse. Le gustaba demasiado su trabajo como para interrumpir su carrera por un hombre.


Tomando un sorbo de café, sonrió cuando sus tíos se levantaron para ir a la pista de baile. Luego, mirando alrededor, comprobó que en la mesa sólo quedaban Maximo y ella.


Ella, que era una chica naturalmente alegre, también era realista y nunca dejaba que algo que no podía cambiar la molestase durante mucho tiempo. Creía firmemente en ser positiva y en aprovechar cada situación, por adversa que fuera. Ni el disfraz que su cuñada le había comprado ni su extraña reacción ante Pedro Alfonso iban a evitar que disfrutase de la fiesta.


—Bueno, Maximo, ¿quieres bailar? —le preguntó.


El hombre se levantó a toda prisa.


—Encantado —contestó, mirándola con admiración—. Es usted muy guapa, señorita —dijo luego, tomando su mano para llevarla a la pista de baile.


Máximo era un poco más alto que Paula y bastante más grueso, pero también era un buen bailarín y Paula decidió pasarlo bien.





domingo, 20 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 3

 


Sí, era el disfraz perfecto para él. Negro y amenazador. Paula lo miró a los ojos y le pareció ver algo un brillo de… ¿ira? ¿Por qué? No tenía ni idea, pero decidió que debía controlar su loca imaginación. Ningún hombre la había afectado nunca de esa forma. Había conocido a muchos y se había sentido atraída por unos cuantos, pero nunca de esa forma.


Tenía veinticuatro años, era arqueóloga marina y había pasado los dos últimos, después de terminar la carrera, haciendo prácticas. Sus colegas eran en su mayoría hombres, exploradores, buceadores y compañeros arqueólogos, dedicados a localizar pecios y artefactos en el fondo del mar.


Algunos de ellos le parecían atractivos, pero nunca había sentido aquel calor, aquella excitación que Pedro Alfonso despertaba con una sola mirada.


«Tranquilízate», se dijo. Había ido con una mujer guapísima que debía ser su novia y, mientras ella se consideraba pasablemente atractiva, no era competencia para la tal Eloisa.


¿Competencia? ¿En qué estaba pensando?


A los veintiún años, después de un desastroso compromiso que había terminado abruptamente cuando encontró a su prometido en la cama con su compañera de facultad, había decidido olvidarse de los hombres para siempre.


Nicolas era contable en la empresa de su padre.


Un hombre del que se había enamorado a los dieciséis años; un hombre que la había besado el día que cumplió los dieciocho, diciendo sentir lo mismo por ella; un hombre que le había ofrecido consuelo y apoyo cuando su madre murió y cuya proposición de matrimonio había aceptado poco después. Un hombre que, cuando lo encontró en la cama con su compañera, admitió que llevaba un año engañándola. Su compañera, y supuesta amiga, clavó un poco más el cuchillo en su corazón diciéndole que era una tonta; Nicolas sólo estaba interesado en ella por su dinero y sus contactos.


Lo cual era de risa. Sí, seguramente la casa de sus padres valía millones, pero ellos vivían allí, habían vivido allí durante generaciones. Y aunque el negocio familiar aportaba dividendos a los accionistas todos los años, no era una fortuna. Pero en ese momento, sintiéndose traicionada, juró que jamás competiría por un hombre. Y, la verdad, durante los años siguientes nunca había sentido la necesidad de hacerlo. Quizá por eso no había vuelto a tener una relación importante, pensó, irónica.


—Sí, claro, ahora lo veo —respondió por fin—. Un ángel caído.


—Te perdono —dijo Pedro con una sonrisa que le robó el aliento.


—No recuerdo haberme disculpado —replicó ella cuando pudo hablar.


En ese momento llegaron los dos últimos invitados y Paula suspiró aliviada. Eran su tía Marisa, la hermana mayor de su padre, y su marido, Antonio Browning, que además era el presidente del consejo de administración de Ingeniería Chaves desde la muerte de su padre.


Pero un comentario de Pedro Alfonso, hecho en voz baja, volvió a sorprenderla:

—Pero si te gusta más un demonio, seguro que se puede arreglar.


Paula lo miró, atónita. ¿Habría oído mal? ¿Estaba coqueteando descaradamente con ella sin conocerla de nada… y con su novia al lado?





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 2

 


Como las presentaciones siguieron, pensó que nadie lo había notado, aunque no podía estar segura. Tenía la boca seca y no era capaz de apartar la mirada del alto extraño vestido de negro de los pies a la cabeza. Un jersey negro de cuello alto delineaba su impresionante musculatura. Una capa corta cubría sus anchos hombros, cayendo por su espalda como las alas de un murciélago.


Debería tener un aspecto ridículo con ese disfraz, como la mayoría de los presentes, pero en su caso no era así. Al contrario, si alguna vez un hombre había parecido un demonio...


Oscuro y peligroso, pensó, con el corazón inexplicablemente acelerado. Le costaba trabajo respirar y no tenía nada que ver con el traje de látex.


El hombre tenía el pelo negro, liso, ligeramente más largo de lo normal; unas cejas oscuras enmarcando unos ojos casi negros, pómulos altos, nariz romana, una boca sensual y una sonrisa perfecta de dientes blanquísimos. Pero esa sonrisa no podía enmascarar del todo la frialdad de sus ojos.


No era convencionalmente guapo, sus facciones demasiado grandes y duramente cinceladas. Brutalmente guapo… sí, ésa era una descripción mejor.


Había algo insultante en cómo sus ojos negros se clavaron en su escote, pero incluso reconociendo la insolencia masculina, Paula suspiró, aliviada, cuando se sentó a su lado.


Podría ser peor, se dijo a sí misma. Al menos teniéndolo a su lado no tenía que mirarlo a la cara.


Instintivamente reconoció que era un hombre totalmente seguro de sí mismo, conocedor del efecto que ejercía en las mujeres y, discretamente, cruzó los brazos sobre el pecho para disimular que sus pezones se marcaban bajo el traje de látex. Un seductor sofisticado con un aura de poder que intimidaría a cualquiera, hombre o mujer. No, no era su tipo en absoluto…


Aun así, debía reconocer que era un hombre tremendamente sexy, como indicaba la sorprendente respuesta de su cuerpo.


—Debería darte vergüenza ser tan sexista —dijo él entonces, con tono burlón.


—¿A qué se refiere, señor Alfonso? —preguntó Paula con fría amabilidad.


—En un mundo de igualdad entre los sexos es inapropiado pensar que todas las mujeres deberían vestir de ángeles y los hombres de demonios, ¿no te parece? Y dado el fantástico traje que llevas, un poco hipócrita, además.


—En eso tiene razón —comentó Marina y todos rieron.


Todos menos Paula.


—Este traje lo eligió mi cuñada, que tiene un sentido del humor muy retorcido. Y veo que usted va vestido de demonio, lo cual demuestra mi teoría. Aunque parece haber olvidado los cuernos.


—No se me han olvidado. Yo no olvido nada —replicó él, mirándola a los ojos con un descaro que aceleró su pulso—. No soy un demonio. Soy más bien… un ángel caído.




IRA Y PASIÓN: CAPITULO 1

 


—No puedo creer que hayas elegido esto para mí—Paula Chaves, sentada frente a su hermano Tomas y su mujer, Marina, en el salón de baile de un lujoso hotel de Londres sacudió la cabeza—. Llama demasiado la atención —añadió, un rubor tan rojo como el vestido cubriendo sus mejillas,


—Venga, Paula. Estás muy guapa —la animó Tomas—. Éste es el baile de disfraces anual para el proyecto Ángel de la Guarda, el proyecto favorito de papá. Y a él le habría hecho gracia que todos viniéramos disfrazados de ángeles y demonios. Papá tenía mucho sentido del humor. ¿Te acuerdas en el cumpleaños de mamá, cuando insistió en que todos nos vistiéramos como caballeros y escuderos?


—Pues claro que me acuerdo. La mayoría de las mujeres acabaron pareciendo jovencitas, con los jubones y los leotardos... a veces me preguntaba si papá tendría tendencias homosexuales —replicó ella, volviéndose para mirar a su cuñada—. Pero esto es diferente, Marina.


—¿Por qué?


—No tiene gracia tener que embutirse en un traje de látex rojo que me queda pequeño. ¿En qué estabas pensando cuando lo compraste?


Marina la miró con un brillo travieso en los ojos oscuros. Tomas y ella, novios desde la universidad, eran los orgullosos padres de una niña de once meses que nació una semana antes de que su padre muriera de un ataque al corazón. La niña se llamaba Sara, como su abuela, que había muerto tres años después de una larga batalla contra el cáncer.


—No sé de qué te quejas. Estás estupenda. Embarazada de cuatro meses y medio yo tengo la misma talla de busto que tú. Además, me lo probé para ver si me valía —sonrió Marina.


—¿Y no se te ocurrió pensar que tú mides un metro y medio y yo mido un metro setenta y ocho? —Protestó Paula—. Casi me rompes el cuello para meterme la capucha. Aún me sigue doliendo.


—Si hubieras venido a Londres ayer, como deberías, habrías tenido tiempo de probarte el disfraz. Pero en lugar de eso te quedaste en Santorini tomando el sol. Y no te enfades conmigo. Al fin y al cabo te corté la capucha para que pudieras llevar los cuernos como diadema —Marina saltó una carcajada.


Paula se mordió los labios para no reír también.


Marina tenía razón, debería haber vuelto de la isla de Santorini el día anterior. La culpa era suya, pero no pensaba dejar de meterse con su querida cuñada.


—Si tuvieras un poco de sentido común, me habrías comprado un disfraz de ángel. Como el tuyo, por cierto. ¿No es lo más lógico que las mujeres vistan de ángeles y los hombres de demonios? Como el tonto de mi hermano...


—Perdone —una voz masculina la interrumpió—. Hola, Tomas, me alegro de volver a verte.


—Pedro, me alegro de que hayáis podido venir.


Paula miró al hombre que la había interrumpido tan groseramente.


Estaba de espaldas a ella, apartando una silla para su acompañante, una fabulosa morena vestida de ángel... o algo así. Llevaba un vestido casi diáfano, dorado y blanco, que revelaba más de lo que un ángel debería revelar.


Al menos su traje rojo la tapaba de la cabeza a los pies, se consoló.


Aunque había tenido que bajarse la cremallera unos centímetros para que aquella cosa no la ahogase. No era de su estilo, desde luego. Ella sabía que tenía un cuerpo bonito, pero no estaba acostumbrada a lucirlo tan descaradamente.


—Te presento a mi amiga Eloisa —siguió el hombre— y a mi mano derecha, Maximo —añadió, señalando a un hombre de mediana edad y constitución fuerte.


Luego, el extraño se volvió hacia ella.


—Paula, ¿verdad? Tomas me ha hablado mucho de ti. Encantado de conocerte. Soy Pedro Alfonso —una mano grande tomó la suya y Paula la estrechó, preguntándose de qué conocería su hermano a aquel hombre y por qué nunca lo había mencionado.


Entonces, de repente, se le quedó la mente en blanco y una extraña sensación, como una corriente eléctrica, hizo que se le pusiera la piel de gallina. Nerviosa, apartó la mano y levantó la mirada.


Y tuvo que levantarla mucho. El hombre debía medir más de metro noventa. Sus ojos se encontraron con unos profundos ojos oscuros, casi negros...


Era como una pantera: poderoso, letal.


Paula tuvo que carraspear, nerviosa, para aclararse la garganta. No era típico de ella reaccionar así.




IRA Y PASIÓN: SINOPSIS

 


Sólo la seducción le ayudaría a saldar viejas deudas…



Pedro Alfonso había tomado la decisión de vengarse: seduciría a la inocente hija de su enemigo y luego se casaría con ella. Llevar a cabo el plan no iba a ser ninguna tortura porque Paula Chaves era tan bella como inocente.


Paula no tardó en darse cuenta de que Pedro estaba chantajeándola, pero no podía evitar que su cuerpo la traicionara cada noche, cuando la pasión hacía que se olvidara de la ira y se dejara llevar por el deseo.