Al escuchar los pasos de Pedro en el cemento de la entrada, Paula se llevó una mano al corazón. Y cuando miró por la ventana y lo vio a la luz de la luna, con el Stetson ocultándole los ojos, se preguntó qué vería en ellos cuando abriese la puerta…
Maite estaba cómodamente dormida en su parque, en el segundo dormitorio. No sabría que Pedro estaba allí y, si todo iba como había planeado, se habría ido antes de que despertase por la mañana.
Lo había llamado unas horas antes para preguntarle si podían trabajar en la organización de la gala esa tarde y Maite, como si lo supiera, se había quedado dormida justo a tiempo.
Perfecto.
Al escuchar la música country de fondo, Paula tuvo que sonreír. Un minuto antes, el primer éxito de Pedro Alfonso la había ayudado a dormir a Maite. Su voz había madurado desde entonces, pero Perder un amor, la canción que lo había lanzado a la fama cuando tenía dieciocho años, seguía siendo la favorita de sus fans.
Paula esperó que llamase una segunda vez, intentando reunir valor. Luego, respirando profundamente, abrió la puerta con una sonrisa en los labios, escondiendo la mano herida a la espalda.
–Hola, Pedro.
Él miró su vestido y levantó una admirativa ceja. Ese gesto la animó un poco, pero Paula no estaba acostumbrada a coquetear. De hecho, no le gustaba jugar con los hombres. Tal vez no debería haberse puesto aquel vestido rojo con un escote que tentaría a un santo.
Pedro miró el escote y luego sus pies descalzos, con las uñas pintadas de rojo.
–¿Esperas que pueda trabajar contigo vestida así?
La había pillado. Se había vestido deliberadamente para seducirlo.
Paula pasó la mano sana por la falda del vestido.
–Había pensado que podríamos tomar una copa antes. Tengo unos papeles que quiero enseñarte…
–Mentirosa.
–¿Qué?
Él esbozó una sonrisa.
–Quieres sexo.
–¿Qué? Oye, yo no…
Pedro se movió como un tigre acechando a su presa.
–Me deseas.
Paula hizo un esfuerzo para no cerrar los ojos.
–No.
–Seguro que no llevas nada debajo del vestido.
La había pillado de nuevo.
–Enséñame la mano –le ordenó Pedro, sin dejar de sonreír.
–¿La mano? –repitió ella. De modo que Susy se lo había contado. –¿Cómo lo sabes?
–Me he encontrado con Pablo.
–Ah.
De modo que Susy no había corrido a contarle su conversación con ella en la enfermería. Aliviada, Paula se relajó todo lo que pudo en aquellas circunstancias.
–¿Te duele? –le preguntó.
–No, pero es irritante llevar una venda –respondió ella.
–¿Maite está dormida?
Paula sonrió.
–En la otra habitación, sí.
Pedro tomó la mano herida y se la llevó a los labios para besarle los dedos.
–Me alegro de que no sea nada.
Paula sintió una punzada en el pecho. Cuando un hombre como Pedro Alfonso se ponía tierno, era irresistible. Y a pesar de la ternura, o quizá por ella, le gustaría arrancarle la ropa.