martes, 8 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 18

 


Quince minutos después de meter a Maite en la cuna, Paula reunió valor para hablar con Pedro, pero no podía negar que estaba pisando terreno resbaladizo. Una vez lo había amado con locura, pero debía pensar en Maite y en su vida en Nashville.


Cuando entró en el dormitorio, Pedro tenía los ojos cerrados y las manos en la nuca. Problema resuelto, pensó, creyendo que estaba dormido.


–No te vayas.


–Ah, creí que dormías.


Pedro esbozó una sonrisa.


–Estaba esperándote.


–¿Por qué?


¿De verdad le había preguntado eso? El brillo de sus ojos y el bulto bajo sus calzoncillos dejaba bien claro lo que quería.


Pedro se levantó entonces y Paula tragó saliva. Casi había olvidado su hermoso cuerpo que, a pesar de los hematomas, le parecía más atractivo que nunca.


–No me estás preguntando por qué, ¿verdad?


Paula se mordió los labios.


Pedro, lo de anoche fue…


Él desató el cinturón del albornoz con dedos expertos.


–No compliques las cosas, cariño.


Cuando la prenda cayó al suelo, Pedro respiró profundamente.


–Eres preciosa y todavía eres mi mujer.


Paula no podía negarlo. Ser su mujer no significaba que tuviera que acostarse con él, pero Pedro sabía cómo hacer que perdiese la cabeza y lo echaba de menos.


–¿Estás sugiriendo que tenemos algo por terminar? –le preguntó mientras Pedro la apretaba contra su torso, el roce del vello masculino en sus pezones le creó un río de lava entre las piernas.


–Estoy diciendo que el placer nos espera.


Había pronunciado esa palabra con voz ronca, sensual, y Paula asintió con la cabeza. Su cuerpo lo necesitaba.


Pero cuando pensó que iba a llevarla a la cama, Pedro la tomó en brazos para sentarla sobre la cómoda, el roce de la fría madera en su trasero desnudo hizo que se estremeciera. Después de quitarse los calzoncillos, él inclinó la cabeza para buscar sus labios y Paula le devolvió la caricia hasta que los dos estuvieron sin aliento, enredando las piernas en su cintura como si fuera el lazo en un regalo navideño.


Dejando escapar un rugido de impaciencia, Pedro tiró de ella, apretando sus nalgas antes de enterrarse en ella y dejando escapar un suspiro de satisfacción cuando Paula se apretó contra él, moviéndose al mismo ritmo hasta que gritó su nombre, consumida por una última ola de placer.


Pedro se dejó ir unos segundos después, echando la cabeza hacia atrás, las venas de su cuello se marcaban con la potencia del clímax.


Después, mientras intentaban buscar aire, Pedro besó su pelo, su garganta y sus labios suavemente.


–Paula… –musitó.


Ella sentía lo mismo. No había palabras.


Pedro le tomó la mano para llevarla a la cama y se apretó contra ella, acariciándole el pelo en la silenciosa habitación hasta que los dos se quedaron dormidos.



lunes, 7 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 17

 


Mientras Pedro dormía a su lado, Paula lo miraba, temblando al pensar que había tenido un accidente.


Aparte del hematoma en la cara y un corte sin importancia sobre el ojo izquierdo, tenía varios moretones en el torso…


Entonces entendió por qué no había querido desnudarse en el salón, por qué había esperado para llegar a la habitación, a oscuras. Si hubiese visto esos hematomas lo habría enviado a casa a recuperarse.


Había sido un alivio tan increíble ver que se encontraba bien que había olvidado que estaban a punto de divorciarse.


Y luego Pedro la había seducido con su letal sonrisa… aunque ella no era una víctima y no podía culparlo porque había participado encantada. Lo había deseado desde que volvió a verlo.


Pedro era el hombre más sexy que había conocido nunca y no había tenido relaciones con nadie desde que se separaron.


Si lo que Pedro había dicho era cierto, también él se mantenía célibe, y ese encuentro no había sido más que una forma de satisfacer su natural deseo sexual.


Suspirando, Paula le acarició el pelo, preguntándose si podía racionalizar lo que había pasado y llegar a la conclusión de que solo era sexo. Pedro conocía su cuerpo como ningún otro hombre y sabía cómo le gustaba que la tocasen. Y siempre había sido un amante experto.


Pedro se movió entonces y Paula apartó la mano de su pelo. Pero no podía dejar de mirarlo.


Cuando oyó a Maite protestar a primera hora de la mañana, un sonido que cada día le resultaba más familiar, se puso el albornoz y miró a Pedro antes de salir de la habitación. Aún no podía creer lo que había pasado. Después de hacer el amor le había confesado que sufría una conmoción…


Nada detenía a Pedro Alfonso cuando quería algo, aunque, afortunadamente, era un hombre sano y fuerte. Aun así, Paula había estado observándolo durante toda la noche.


Una conmoción cerebral no era cosa de broma.


Maite estaba en la cuna, despertándose. Aún no había amanecido y sabía que estaría despierta durante unos minutos antes de volver a dormir un par de horas.


Paula intentaba acostumbrarse, aunque cantarle canciones o leerle cuentos a esas horas no era precisamente su actividad favorita.


–¿Cómo está mi niña esta mañana?


Maite abrió la boca para balbucear incoherencias que algún día serían auténticas palabras.


–Bueno, vamos a cambiarte el pañal.


Después de cambiarla se acercó a la ventana del salón. El sol empezaba a asomar en el horizonte y prometía ser un bonito día.


–¿Ves eso? Es el sol, Maite.


La niña sonrió, como si la entendiera.


Paula se quedó frente a la ventana unos minutos, disfrutando del paisaje, hasta que Maite empezó a moverse, incómoda. Hora del biberón. Después de sacar un biberón de la nevera, Paula se sentó con la niña en el sofá del salón.


–Vamos a desayunar.


Maite sujetó el biberón con las dos manitas pero, de repente, se apartó de la tetina y lanzó un grito… y Paula tardó unos segundos en darse cuenta de lo que pasaba.


–Ay, Dios mío. Lo siento, cariño…


Cuando se levantó estuvo a punto de tropezar con Pedro, que había salido de la habitación.


–¿Qué pasa?


–¡Se me ha olvidado calentar el biberón!


–Ve a calentarlo, yo me quedaré con la niña.


Paula vaciló durante un segundo, pero Maite, la traidora, alargó los bracitos hacia Pedro, como si estuviese enfadada con ella.


Era evidente que, a pesar de su preparación profesional, no sabía lo que estaba haciendo. No era la primera vez que olvidaba calentar un biberón. Tampoco era el fin del mundo, pero debería haberlo recordado. En fin, que fuese tan temprano era una excusa y tenía que agarrarse a algo.


Minutos después, cuando el biberón estaba a la temperatura perfecta, Paula volvió al salón. Encontró a Maite sobre las rodillas de Pedro, que jugaba al caballito, y verlos juntos, riendo, estuvo a punto de hacerla llorar.


Angustiada, se sentó en el sofá.


–No pasa nada –dijo él. –Eres nueva en esto todavía.


–Pero es muy frustrante, te lo aseguro.


–¿Crees que las madres biológicas no cometen errores? ¿Crees que lo hacen todo bien?


–No, pero…


Maite, que sujetaba el biberón con las dos manos como si le fuese la vida en ello, apartó una para tocar un piano diminuto, que era uno de sus juguetes preferidos.


–Le gusta mucho la música.


–¿Ah, sí? Entonces, algún día tocaré la guitarra para ella.


Cuando la niña terminó el biberón, apoyó la cabecita en su hombro.


–¿Ves? Ya te ha perdonado.


Paula no estaba tan segura. Si tenía problemas con las cosas pequeñas, se preguntaba cómo iba a lidiar con las cosas importantes cuando llegase el momento.


Prefería soportar a un mimado actor antes que cometer más errores con Maite.


Pedro se apoyó en el respaldo del sofá y cerró los ojos.


–Estás cansado, deberías irte a la cama.


–Yo estaba pensando lo mismo de ti. ¿Tarda mucho en dormirse?


–No, unos minutos –respondió Paula, acariciando el pelito de la niña.


–Entonces, nos vemos en la cama en diez minutos.


Ella enarcó una ceja.


–¿Vuelves a esa cama?


–¿Dónde iba a ir? –preguntó Pedro, como si no entendiera.


–Deberíamos hablar de lo que pasó anoche.


Él se levantó y le dio un beso en la frente.


–Lo haremos, en la cama. Ahora voy a descansar un rato, pero no tardes.


Después de hacerle un guiño, le acarició la cabecita a Maite y desapareció en la habitación.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 16

 


Esta vez, Paula no discutió. La luz de la luna hacía brillar su piel, dándole una belleza etérea, y Pedro no podía dejar de mirarla mientras se sentaba en la cama para quitarse las botas. Luego sacó un preservativo del pantalón y cuando se tumbó en la cama, Paula se colocó encima, a horcajadas.


–Los llevo por si acaso –le explicó.


–¿Y cuántos por si acaso ha habido? –susurró Paula.


Pedro apretó los labios. Tenía derecho a saber la verdad, pero no quería hablar de eso en aquel momento.


–Muy bien, lo admito, lo he guardado en el bolsillo esta noche, antes de venir a verte.


–¿Por qué?


¿Porque esperaba acostarse con su mujer? ¿Porque la había deseado desde el momento que la vio bajar del taxi?


–Cuando me di cuenta de que no me había matado en el accidente, pensé en ti.


–¿Fue tu primer pensamiento?


–Sí –admitió Pedro. Y la había imaginado exactamente así.


No quería pensar en lo que eso significaba, pero en cuanto saltó el airbag y se dio cuenta de que estaba sano y salvo, la imagen de Paula había aparecido en su cerebro. Quería pensar que era debido al susto o a la confusión, pero allí estaba, desnuda y preciosa, como la había imaginado, y Pedro pensó que aquel era su día de suerte en todos los sentidos.


La vio sonreír mientras acariciaba su torso como una diablesa.


–Bueno, vaquero, ¿a qué esperas? –murmuró.


–No deberías burlarte de mí –dijo él, rasgando el sobrecito.


–No me estaba burlando.


Paula se incorporó un poco y se colocaron como habían hecho tantas veces en el pasado, dos partes de un rompecabezas uniéndose después de un largo año de separación.


Pedro entró en ella con una embestida que llevaba meses deseando, la sensación casi hizo que perdiese la cabeza. Era estrecha y húmeda y lo hacía sudar solo con mirarla.


Sujetando sus caderas, la guió arriba y abajo hasta que los dos estaban al límite. Se movían al unísono y cuando estaba a punto de terminar la besó apasionadamente antes de colocarse sobre ella. Paula era fuerte, pero Pedro apoyó una mano en el colchón por miedo a hacerle daño y, sujetándose al cabecero con la otra, sacudió la cama hasta que estuvo a punto de romperla mientras la embestía una y otra vez.


Paula se movía con él, enloqueciéndolo con sus gemidos de placer.


–Déjate ir –musitó, incrementando el ritmo.


Paula se rindió, temblando de placer, y cuando notó que llegaba al orgasmo, Pedro se dejó ir con más fuerza que nunca, liberando así su frustración y su deseo.


Su corazón latía con tal fuerza que casi lo ahogaba.


Inmóvil, intentando llevar aire a sus pulmones, miró a Paula, que estaba tirada en la cama como una muñeca roca.


–¿Estás bien?


–¿Seguro que has tenido un accidente? –bromeó ella.


Pedro sonrió mientras se tumbaba de lado.


–Tengo una conmoción cerebral que lo demuestra.


Paula dejó escapar una exclamación.


–Dime que eso no es verdad.


–Es verdad –afirmó él. –Y el médico me ha dicho que no debería estar solo esta noche.



NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 15

 


Pedro olvidó el accidente que le había destrozado la camioneta, olvidó el dolor en las costillas y en el brazo y los hematomas en la cara. Porque se había excitado en cuanto vio a su mujer con un pantalón corto y una camiseta sin sujetador. No había olvidado el cuerpo de Paula y, sin darse cuenta, clavó los ojos en sus pechos, apenas escondidos bajo la camiseta, la aureola oscura visible bajo el algodón blanco.


La expresión de Paula debía ser un reflejo de la suya: pura frustración sexual. No era el único que estaba lamentando el celibato.


«No ha habido nadie más».


Paula nunca sabría cuánto había agradecido esas palabras.


–¿Cómo estás? –le preguntó ella por fin, mordiéndose los labios. Había un brillo de miedo en sus ojos, pero no era miedo de él sino miedo a lo inevitable. –Estaba a punto de irme a la cama.


Sin decir nada, Pedro pasó a su lado y se volvió mientras ella cerraba la puerta. Los pantalones que llevaba eran cortísimos, marcando sus perfectas nalgas de tal forma que tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse. Su mujer era una fantasía hecha realidad.


Paula se volvió para mirarlo, su bonito rostro sin una gota de maquillaje, sus ojos más azules que nunca.


–Ven aquí.


Ella cerró los ojos, negando con la cabeza.


–Ven –insistió Pedro.


Paula abrió los ojos y dio un paso adelante.


–No creo que sea buena idea.


Cuando llegó a su lado, Pedro la envolvió en sus brazos, olvidándose del dolor en las costillas magulladas porque el dolor que sentía bajo la cintura era más urgente.


–Cuando se te ocurra una mejor, dímelo –murmuró, levantando su barbilla con un dedo para rozar sus labios; el beso fue una invitación a la que Paula respondió sin oponer resistencia.


Dulce como el azúcar y familiar como el café de la mañana, Pedro no podía olvidar su sabor.


Paula se apartó ligeramente para mirar su cara magullada.


–Estás herido –murmuró.


–Sobreviviré, no te preocupes.


–Pero tú…


Pedro la interrumpió con un beso y perdió el control cuando ella dejó escapar un gemido. La besó con urgencia, con pasión, abriendo sus labios con la lengua mientras Paula le echaba los brazos al cuello, apretándose contra su pecho. La deseaba tanto…


–Vuelve a gemir –le advirtió, con voz ronca– y te juro que esto terminará antes de que haya empezado.


Paula sonrió, sus ojos brillaban de deseo mientras levantaba una tentadora ceja. Impaciente, Pedro tiró hacia arriba de su camiseta para quitársela y tuvo que contener el aliento al ver sus pechos perfectos, las dos rosadas órbitas endurecidas.


–Maldita sea –murmuró. Estaban a un metro de la puerta y lo tenía tan excitado que no podía pensar. –Quítate el pantalón.


–Quítate tú la camisa –replicó ella, sin aliento.


Pero Pedro no quería quitarse la camisa hasta que estuvieran en el dormitorio, con la luz apagada. No quería que viese sus costillas magulladas porque si las viera lo enviaría a casa. Y eso era lo último que deseaba hacer.


–Da igual, tengo una idea mejor –Pedro le dio la vuelta, abrazándola por detrás para acariciarle los pechos, tan firmes y sensibles como siempre. El deseo se intensificó, su erección apenas contenida por los vaqueros. –Tengo buenas ideas, admítelo –murmuró, besándole la nuca y los hombros.


–Umm…


Pedro cerró los ojos, dejándose llevar por el placer mientras acariciaba sus pechos como si fueran un instrumento. Paula gemía con cada roce y dejó escapar un grito cuando apretó un pezón entre el pulgar y el índice.


Deseaba estar dentro de ella, notar su calor rodeándolo, sentir que los dos se deshacían en un poderoso clímax.


Sujetando su brazo con una mano, deslizó la otra bajo el pantalón para acariciar los rizos que la protegían, apartando a un lado las braguitas, tentándola con los dedos hasta que estuvo húmeda. Paula arqueó las caderas mientras apoyaba la cabeza en su hombro, invitándolo a seguir.


–Cariño, ya estás húmeda para mí.


Ella dejó escapar un gemido y Pedro intentó encontrar paciencia mientras seguía acariciándola.


–Por favor, Pedro –murmuró Paula. –Necesito…


Él deslizó los dedos una vez más, con más propósito. Sabía cómo le gustaba y pronto la oyó jadear mientras movía las caderas hacia él, temblando. El clímax llegó enseguida y tuvo que sujetarla cuando se le doblaron las rodillas.


–Tienes buenas ideas –murmuró ella por fin. Los ojos de Pedro seguían ardiendo y Paula contestó a su pregunta antes de que la formulase. –Maite está en la cuna.


Pedro le tomó de la mano para llevarla a la otra habitación y se detuvo al lado de la cama, apretándola contra su torso.


–Desnúdate.




domingo, 6 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 14


A Paula no le habían dado plantón desde el primer año de instituto. Pero allí estaba, esperando a un hombre que no aparecía.


Estaba segura de que habían quedado a las cuatro para hablar del divorcio, pero eran las cinco menos cuarto y no había ni rastro de Pedro.


Nerviosa, Paula paseó por la cocina, deteniéndose de vez en cuando frente a la ventana para mirar hacia el camino.


Pedro no había parecido contento cuando se lo dijo, pero después de la llamada de Susy decidió no esperar más. Además, esa era la razón por la que estaba allí. Cuando llegasen a un acuerdo se dedicaría a organizar la gala y luego se marcharía. Tenía un negocio que llevar y una hija de la que cuidar y debía encontrar la manera de hacer las dos cosas.


–¿Dónde demonios está? –le preguntó a Maite.


La niña estaba tumbada en el suelo, sobre una mantita, entreteniéndose con una caja de música que tocaba la misma canción una y otra vez y que estaba volviendo loca a Paula. Pero Maite estaba tranquila y eso era lo importante.


Al menos, Pedro podría haber llamado, pensaba. Quince minutos antes había intentado localizarlo en el móvil, pero le saltaba el buzón de voz.


Tenía que darle el biberón a Maite y no podía esperar más, de modo que empezó a prepararlo. Pero en ese momento sonó el timbre.


–Por fin. Ven conmigo, cariño –murmuró, tomando a Maite en brazos antes de abrir la puerta. –Ah, hola, Elena.


–Hola, señora Alfonso –la saludó el ama de llaves. –Pedro ha tenido un accidente de coche esta mañana…


Paula se quedó sin aliento.


–¿Cómo está?


–Bien, bien –respondió Elena. –Creo que está más enfadado que otra cosa. Alguien se saltó un semáforo en rojo y chocó contra su camioneta, pero el airbag evitó que sufriese heridas graves.


–¿Dónde está?


–En Phoenix, con su hermano Federico. Y no parece nada contento, no había oído tantas palabrotas desde que su padre le quitó el coche cuando tenía dieciséis años.


–Pero no es nada grave, ¿verdad?


Elena negó con la cabeza.


–Ha tenido suerte. No ha sido nada.


–Vaya, qué disgusto.


–La vida es así –dijo la mujer.


La tristeza que había en su tono le recordó que había perdido a su marido diez años antes en un accidente de coche, cuando un camión se quedó sin frenos. Habían muerto siete personas ese día, dejando docenas de corazones rotos.


Pedro llegará más tarde –dijo Elena entonces, mirando a la niña. –¿Cómo va todo?


–Bien, bien… ¿quieres entrar? Estaba a punto de darle el biberón.


El ama de llaves sonrió. Paula sabía que quería a los Alfonso como si fueran sus hijos, pero sobre todo a Pedro.


–Bueno, tal vez cinco minutos.


–Voy a hacer un té… o una tila, es buena para los nervios.


–No quiero molestar.


–No es ninguna molestia, te lo aseguro. Aún no he tenido tiempo de montar la trona, pero normalmente la siento en mis rodillas para darle el biberón.


–¿Puedo tomarla en brazos un momento?


–Sí, claro.


Paula se dio cuenta de que era una abuela con mucha experiencia porque Maite apoyó la cabecita en su hombro como si la conociera desde siempre.


–Es una niña muy buena –dijo, pensativa.


Se le había parado el corazón al saber lo del accidente. En ese momento habían surgido demasiados sentimientos antiguos y el peso de esos sentimientos la asustaba.


–Sí, lo es –asintió el ama de llaves.


Después de darle el biberón la pusieron en el parque, que Paula había logrado ensamblar, y entre las dos montaron la trona.


Cuando le preguntó si quería quedarse a cenar, Elena aceptó. Había hecho una ensalada de pollo con aguacate y, mientras comían, charlaron sobre cosas sin importancia. Elena era una persona generosa, aunque se había mostrado reservada con ella mientras estaba casada con Pedro. En aquel momento, sin embargo, parecía más abierta, de modo que charlaron sobre sus programas de televisión favoritos y los mejores juguetes para niños. Elena incluso le contó algunos cotilleos sobre Red Ridge. Por supuesto, no le dijo que su regreso al rancho era la comidilla de todos. Pedro era el chico de oro de Red Ridge, una estrella de la música con corazón de vaquero, y a la gente le encantaba que siguiera viviendo allí, de modo que el regreso de su esposa debía ser una gran noticia.


Eran las ocho cuando Elena se marchó. Maite estaba dormida y después de ponerle un pijamita verde con flores, Paula la colocó de lado, mirando hacia la pared, como le había indicado el pediatra.


Era asombrosa la cantidad de cosas que tenía que aprender. En esas primeras semanas había hecho docenas de llamadas al pediatra…


Suspirando, se metió en la ducha y dejó que el agua caliente la relajase durante unos minutos. Cuando salió, se puso un pantalón corto y una camiseta de algodón blanco que había visto días mejores y se sentó en el sofá para leer un libro. No había leído más de diez páginas cuando un golpecito en la puerta la interrumpió.


Cerrando el libro, Paula miró el reloj. Eran más de las nueve y solo una persona podía ir a visitarla tan tarde.


Pero al ver a Pedro al otro lado, con un hematoma en la cara y una venda en la muñeca, se llevó una mano al corazón.


Él estaba mirándola de arriba abajo y su mirada la excitó. Ningún otro hombre podía provocar esa reacción en ella. Sus ojos eran como carbones encendidos, quemándola mientras miraba sus pechos y sus piernas desnudas.


Con el corazón acelerado, susurró:

Pedro.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 13

 



Pedro tomó un trago de Jack Daniel’s, intentando embotar sus sentidos, pero el alcohol le quemó la garganta. Estaba consiguiendo todo lo que quería, ¿no? El divorcio de Paula y una mujer dispuesta a casarse y tener hijos como Susy Johnson. Susy no era complicada y sabía perfectamente lo que quería: a él. No se lo había dicho claramente, pero Pedro sabía que era así. De hecho, desde que Paula se marchó le había dado a entender que quería ser algo más que una amiga.


Susy era una mujer con la que podría formar una familia. Entonces ¿qué lo retenía?


Suspirando, Pedro se sentó en los escalones del porche de Héctor, mirando el líquido de color ámbar en el vaso.


–¿Vas a decirme por qué has venido? –le preguntó Hector.


–¿No puedo visitar a mi hermano?


–Ya, claro, has decidido venir a visitarme cuando acabas de verme en Penny's Song.


–No me apetecía beber solo.


–No te has quedado mucho tiempo en el fuego del campamento.


–Fui a casa de Susy para ver a su padre. Quería hablarme del viejo toro, Razor. Bueno, en realidad creo que quería un poco de compañía masculina.


–¿Cómo está el viejo Armando?


El padre de Susy había sido el mejor amigo de Rogelio Alfonso y su compañero de aventuras. Aventuras que los habían llevado a la cárcel media docena de veces antes de que se pusieran serios con el negocio de ganado.


–Haciéndose mayor y repitiendo las viejas historias de cuando éramos niños. Pero sigue tan gruñón como siempre, de modo que no está tan mal.


–¿Susy ha hecho un pastel? –le preguntó Héctor.


–De cereza.


–Madre mía.


Todo el mundo en Red Ridge sabía que Susy hacía el mejor pastel de cereza del condado. Si tenías la suerte de probarlo, estabas enganchado. De hecho, ganaba todos los años el premio en la feria local.


–Pero no te has quedado allí mucho tiempo –siguió Hector.


Pedro miró a su hermano de soslayo antes de llevarse el vaso a los labios.


–No era lo que necesitaba en ese momento.


–Quieres decir que Susy no es Paula. Tu mujer aparece y, de repente, el pastel de cereza ya no sabe tan rico.


–Yo no he dicho eso.


–Pero estás pensando en Paula.


–Sigo casado con ella, Hector. Había pensado firmar los papeles del divorcio y seguir adelante con nuestras vidas, pero de repente aparece con una niña pequeña…


–Debió ser una sorpresa enorme.


Pedro asintió la cabeza.


–Desde luego.


–Es una niña preciosa. Cecilia no para de hablar de ella.


–Sí, es preciosa –asintió Pedro, pasándose una mano por la cara. –Y la situación no es culpa de nadie. Paula está haciendo lo que le prometió a su amiga.


–Pero estás enfadado con ella, lo veo en tus ojos.


–No sabes lo que dices.


Héctor hizo una mueca.


–No te ofendas, pero te pones insoportable cuando no te sales con la tuya. Paula fue la primera mujer que no lo dejó todo para estar contigo, hizo que te esforzases y seguramente es por eso por lo que te enamoraste de ella.


Pedro apretó los labios. Hector olvidaba que Paula lo había abandonado. Aunque nunca le había contado a sus hermanos que no confiaba en él, que creía que la engañaba con Susy.


–¿Te estás poniendo de su lado?


Hector respiró profundamente.


–No, solo intento poner las cosas en perspectiva.


–¿Crees que yo no puedo hacerlo?


–Yo solo digo…


–Déjalo, Hector.


–Sí, claro. Te dejaré en paz como tú me dejaste en paz con Cecilia.


Pedro hizo una mueca.


–Yo tenía razón sobre Cecilia.


–Sí, es cierto –asintió Hector, poniéndole una mano en el hombro. –A veces no podemos ver lo que tenemos delante.


Pedro terminó el whisky antes de entregarle el vaso.


–Gracias por el whisky y por el sermón.


–¿Ya te vas?


–Hazme un favor, vuelve con tu mujer.


–Tal vez tú deberías hacer lo mismo –sugirió Hector. Y antes de que él pudiese replicar, entró en casa a toda prisa.


Pedro murmuró una retahíla de palabrotas mientras iba hacia su camioneta. Pero al ver la sillita de seguridad en el asiento trasero se le hizo un nudo en la garganta. El dulce aroma de Maite llenaba el interior del vehículo, una mezcla de biberón y talco.


Su vida no estaba resultando como él había esperado. Debería tener dos sillas de seguridad en el coche, una casa llena de niños y a su mujer a su lado. Ya no era el deseo de su padre sino el suyo propio… y era hora de que hiciese algo al respecto.


Un hombre podía hacer algo mucho peor que casarse con una mujer simpática que hacía pasteles de cereza. Paula tenía razón, era hora de finalizar el divorcio y empezar de nuevo, tener hijos, formar una familia.


Era hora de vivir otra vez.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 12

 


Mientras visitaban el rancho, Pedro había ido explicándole que todo funcionaba gracias a voluntarios y consejeros, en muchos casos universitarios que ofrecían su tiempo libre para ayudar a los niños. Visitaron los establos, donde había caballos donados por ganaderos de la zona, saltaron la cerca del corral para ver a Héctor enseñando a montar a los niños y Pedro la llevó luego a ver la casa donde dormían.


Esa noche harían un fuego de campamento y cantarían canciones…


Paula tenía un trabajo que hacer allí: organizar una gala de inauguración para recaudar fondos. Era su contribución a la causa ahora que el rancho estaba terminado.


–Funciona como una máquina bien engrasada, ¿no?


–Todavía hay que solucionar algunas cosas, pero sí, todo va bien.


Paula giró deliberadamente la cabeza para no mirar a su marido. El encanto de Pedro Alfonso no tenía rival y estar solos cuando empezaba a anochecer era un peligro.


–El tiempo lo arreglará todo.


–¿A qué te refieres?


–Te ha costado dejar que Cecilia se llevase a Maite, ¿verdad?


No era una acusación, era una afirmación, y Paula sabía que era cierto. Durante el tiempo que Cecilia había estado dando una vuelta con la niña, Paula miraba por encima de su hombro continuamente para ver si estaban bien.


–No nos hemos separado en varios meses.


–Cecilia es de fiar.


–Ya lo sé –dijo Paula. –No es eso.


La niña iba dormida en la silla de seguridad, sus mejillas rojas, los rizos brillando bajo los últimos rayos del sol.


–Debería meterla en la cuna.


–¿Se despertará si la sacamos de la silla?


–No lo sé –respondió Paula. –Maite siempre me sorprende. A veces se despierta por el sonido de una bocina, otras veces duerme aunque haya un estruendo a su alrededor.


–No debe haber sido fácil tener que hacerte cargo de una niña tan pequeña –comentó Pedro.


–No, no lo fue. Estaba trabajando en la campaña de un cliente y, de repente, me convertí en madre. Tuve que aprender a toda prisa y aún no estoy a la altura.


Él respiró profundamente.


–La ironía es…


–No lo digas –lo interrumpió Paula. Maite era su prioridad y eso significaba dejar atrás el pasado, aunque el pasado fuese un marido guapísimo que la excitaba como nadie.


El móvil de Pedro sonó en ese momento y él respondió hablando en voz baja para no despertar a la niña. Paula escuchó la voz de una mujer al otro lado…


–Muy bien, gracias. Pasaré por allí más tarde.


Paula no le preguntó quién era y él no dijo nada, pero apostaría cualquier cosa a que Susy Johnson aparecía en el rancho esa noche.


Mientras ella llevaba a Maite a la cuna, Pedro sacó del maletero el parque y la trona que Cecilia le había prestado.


–¿Necesitas ayuda?


–No, gracias.


–Esto me vendrá muy bien –dijo Paula. –Mientras yo estoy trabajando, Maite tendrá un sitio para jugar.


–Pensé que te habías tomado unos días libres.


–Siempre hay algún problema de última hora que solucionar. Afortunadamente, Jorgelina sabe evitar los desastres.


Su ayudante hacía que siguiera cuerda. Jorgelina, que había tenido que criar sola a su hijo, era una persona fuerte y valiente que no se amedrentaba por nada. Vivía para las visitas de su hijo, que ya era un adulto, y desde que Maite apareció en su vida, Paula se preguntaba si algún día acabaría siendo como ella.


–Jorgelina, ¿eh? Nunca le caí bien.


–Eso no es verdad. Tú caes bien a todo el mundo.


–Me parece que sobrestimas mis encantos –bromeó Pedro, mientras llevaba la trona a la cocina. –¿Necesitas ayuda para montar esto?


–Pues… –Paula iba a decir que sí, pero al recordar que Susy acababa de llamarlo, su buen humor desapareció. Además, siempre había cuidado de sí misma, no necesitaba ayuda. –No, gracias. Lo haré más tarde. Estaba pensando que tal vez deberíamos hablar del divorcio.


Pedro la miró a los ojos, como si acabara de recordar la razón por la que había ido al rancho.


–¿Te parece bien mañana?


–Sí, muy bien.


–Vendré a las cuatro.


Después de decir eso salió de la casa y Paula se quedó inmóvil, escuchando el ruido de la camioneta con el estómago encogido.


Y una pregunta apareció entonces en su cabeza: ¿Había cometido un error al marcharse del rancho Alfonso?