Durante todo el camino hacia el lugar de la fiesta guardaron un enojoso silencio. De alguna manera, Pedro sabía que estaba siendo deliberadamente difícil, pero no lo podía evitar. El vestido, a pesar de que no le gustara nada verla vestida así en público, era una cortina de humo para lo que llevaba desarrollándose en su interior durante toda la semana. Todavía estaba resentido con ella por su hiriente comentario. Pero, más que eso, se sentía absolutamente impotente con ella. La amaba, pero estaba acostumbrado a tener lo que quisiera cuando lo quisiera. Con Paula las cosas nunca parecían ir tan suavemente. Lo desafiaba y, mientras la admiraba por eso, no podía dejar de fastidiarle la falta de control que tenía sobre ella. Su actitud hacia Carmichael era un buen ejemplo. No se lo había vuelto a mencionar, pero él sabía que la cuestión no estaba zanjada. Dario estaría allí esa noche. ¿La vería? Y si era así ¿se mostraría Paula receptiva?
Paula se mordía los labios pensativa. Tenía que encontrar a Brian tan pronto como llegara. Él, por lo menos, podría ser razonable. Se volvió hacia Pedro y observó detenidamente su perfil. «Te quiero», le dijo con el pensamiento. Suspiró y miró por la ventanilla.
La pista central del Club de Campo estaba llena de mujeres vestidas con la elegancia y opulencia de su clase. Los hombres, igual. Era realmente toda una gala. Paula sonrió abiertamente ante el ambiente festivo y se dio cuenta de que, hasta la adusta expresión de Pedro se suavizaba cuando la gente les daba la enhorabuena mientras se abrían camino por la pista de baile, hacia la mesa de los Alfonso.
Un enorme árbol de Navidad, adornado tradicionalmente dominaba la sala. La orquesta tocaba los villancicos típicos y algunas parejas mayores aprovechaban cuando tocaban canciones antiguas para salir a bailar. Paula fue presentada a varias personas que no conocía y se volvió a encontrar con otras que le habían sido presentadas el día de su boda.
—Paula —le dijo Pedro—. Me gustaría presentarte a Leonardo y a Sara Wooley. Leonardo es nuestro nuevo banquero.
—Hola —dijo Paula—. Encantada de conocerlos.
Los Wooley le devolvieron el saludo y, después de un pequeño rato de charla intrascendente, los hombres se pusieron a hablar de negocios. Paula asentía educadamente mientras Sara empezaba con un auténtico chorro de cotilleos acerca de todo el mundo, pero ella trató de buscar con la mirada a Brian o a Dario, o a cualquiera que la pudiera rescatar de ese torrente de palabras.
—Y, probablemente, no conozcas todavía a Lorena Marshall, su marido trabaja en seguros, ya sabes, pero ella me dijo que Laura Hutchins le había dicho que…
En medio de todo eso, una luz se le encendió en lo más profundo de su mente. «Cotilleos». ¿Por qué no lo había pensado antes? ¿No le había dicho Darío que era un arma poderosa? Bueno, también podía ser una herramienta poderosa.
—Señora Wooley —la interrumpió Paula—. ¿Su marido es uno de los banqueros con los que mi familia tiene negocios, no?
—Bueno, ah, sí. Como estaba diciendo…
—Entonces debe de ser uno de los que está llevando nuestra nueva adquisición —continuó Paula.
—¿Adquisición?
—Sí, la nueva compañía de la que se está haciendo cargo Alfonso. La que trae el nuevo socio. Usted debe de haber oído hablar de eso a su marido. La cantidad de dinero que va a proporcionar es tan grande que el banco debe de estar muy ocupado haciéndose cargo de todos los detalles.
—Bueno, por supuesto, estoy segura de que lo están. ¿Has dicho «socio»? No sé nada acerca de un nuevo socio. Yo creía que Alfonso siempre había sido un negocio enteramente familiar.
—Sí, así fue en el pasado, pero esta nueva propuesta es algo innovador y excitante. No han podido dejarla pasar. Era algo que no podían rehusar.
—¡No tenía ni idea! —le dijo la señora Wooley con los ojos como platos—. ¡Mira que Leonardo no decirme nada!
—¡Oh, querida! —le dijo Paula cubriéndose la boca con las manos, como si se arrepintiera de haber hablado—. ¡Espero no haber levantado la liebre! ¡Pedro me mataría! ¡Yo pensé que lo sabía ya todo el mundo! ¡Por favor, no le diga nada a nadie!
La señora Wooley le dio unos golpecitos en la mano y le sonrió.
—No te preocupes de nada, querida. Mis labios están sellados. No he oído nada de lo que me has dicho.
—Es usted muy amable —le contestó ella sonriendo a su vez.
—No pienses más en ello —le dijo la señora Wooley mirando por encima de su hombro—. Hablando del rey de Roma, ahí está Lorena Marshall. Si me perdonas…
—Por supuesto —dijo Paula tratando de aguantarse la risa. Bueno, si eso no echaba la bola a rodar, no sabía qué iba a poder hacerlo.
En ese momento vio a Brian, le hizo una seña y se le acercó, dejando a Pedro charlando con varios hombres.
—Hola, Paula —le dijo Brian cuando ella lo tomó del brazo—. ¡Vaya vestido!
—¡No empieces tú también!
—¿Que empiece con qué? Está muy bien. ¿Es que no le gusta a Pedro?
—Sí, le gusta, pero sólo en el dormitorio.
Brian se rió.
—Se está volviendo celoso.
Paula agitó la cabeza.
—Tengo que hablar contigo.
—¿Acerca de qué?
Ella dudó, sin saber exactamente cómo empezar.
—Alguien me ha hecho una propuesta muy lucrativa para la «Alfonso Corporation». Puede significar una enorme suma de dinero para la compañía, así como una nueva adquisición. ¿Te interesa?
—¿Es que te parezco idiota? ¿Quién te ha hecho la oferta?
Paula dejó de andar y le miró directamente a los ojos.
—Dario Carmichael.
—Paula… ¡Olvídalo! ¡Ya sabes lo que pensamos de Carmichael!
—Brian, por favor, mantén abierta la mente. Deja que te explique su oferta, lo que tiene que decir. Estoy segura de que estarás de acuerdo en que ya es hora de dejar atrás las rencillas. Se trata de los negocios. Y yo creo que se trata de algo que tu padre habría querido.
—Pareces saber mucho de nosotros en muy poco tiempo, Paula.
—Estoy aprendiendo. ¿Me vas a dar la oportunidad?
—Vamos a buscar una mesa.