domingo, 30 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 53

 


Se dirigieron a una zona con poca gente y se sentaron. Paula le contó los puntos principales de la propuesta de Darío, incluyendo la oferta de Bradford. Brian no apartaba los ojos de ella y Paula se dio cuenta de que no era un hombre que sólo se preocupara de divertirse y jugar. Como los otros hermanos Alfonso, era bastante inteligente.


—Así que ya ves —concluyó—. Eso resolvería muchos problemas de la compañía. Incluso doblará su tamaño y bienes de un golpe.


—Lo que dices tiene sentido, Paula, tengo que admitirlo. Podría incluso estar de acuerdo contigo en que necesitamos algo como esto, pero el nombre de Carmichael se vende muy mal entre nosotros.


—Entonces va a haber que vender la mercancía antes que el nombre.


—¿Quieres decir, no contarles a Eduardo y a Pedro quién está detrás de esto?


Paula asintió.


—Lo primero es lo primero. ¿Me ayudarás?


Brian hizo una mueca.


—¿Y a ti qué te va en esto?


—Tal vez un matrimonio.


Brian la tomó de la mano y se la apretó.


—En ese caso, tienes mi apoyo. En la vida hay más cosas que el rencor. Haré lo que pueda.


Paula lo abrazó.


—¡Eres un gran tipo!


Se pusieron de pie y ya estaban a punto de marcharse en direcciones diferentes, cuando Brian la tomó por el brazo.


—Y tú también Paula. Pedro ha tenido mucha suerte —le dijo dándole un beso en la mejilla.


Paula sonrió y se fue a buscar a Pedro. Le dio un toque en el hombro para hacerle saber que estaba de vuelta. Instintivamente, él le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí. Ella le apoyó la cabeza en el hombro y Pedro apartó su atención de la discusión el tiempo suficiente como para ver la expresión soñadora que había en su rostro. Lo que quería más que nada Pedro era derretir ese muro de hielo que había entre ellos.


—¿Bailamos? —le preguntó.


Ella asintió y se disculparon de los demás, dirigiéndose a continuación a la pista de baile. Bailaron en silencio, mirándose a los ojos mientras la orquesta tocaba una balada. Ese fuego abrasador que estaba siempre tan cerca de la superficie se desató entre ellos.


—Vámonos a casa —le dijo él.


—¡Pero si acabamos de llegar!


—Ya lo sé; pero no me importa. Vámonos.


Él la apretó aún más contra su cuerpo y los dos empezaron a moverse al unísono con el ritmo de la música.


—No nos podemos ir ahora —le dijo ella—, y tú lo sabes.


—Me estás haciendo perder la cabeza.


—Si dijiste que no te gustaba mi vestido.


—No es que no me guste, me encanta. Lo que pasa es que me pone nervioso el saber que esta cosita —le dijo jugueteando con la cremallera de la espalda del vestido—, es lo único que hay entre tú y la desnudez total.


Ella le dio en el hombro de broma, feliz porque volviera a estar de buen humor.


—Déjala. Es completamente segura y no va a bajarse.


—De momento —le contestó él sonriendo ampliamente.


Como siempre, esa transformación hizo que se le derritiera el corazón. Ella agitó la cabeza, como liberándose de sus preocupaciones y le devolvió la sonrisa. En respuesta, él la apretó con más fuerza.


Pedro —dijo Eduardo dándole un golpecito en el hombro—. Ven un momento, tengo que hablar contigo.


—Ahora no, Eduardo. ¿No ves que estoy bailando?


—Ya bailarás luego. Tengo que hablar contigo ya, te digo.


Eduardo lo agarró del brazo y los sacó de la pista de baile. Se dirigieron los tres a la mesa.


—Francisco Marshall acaba de acorralarme un poco. No tiene mucho sentido lo que me dijo, pero parece ser que anda circulando por ahí el rumor de que estamos metidos en una gran fusión de empresas. ¿Tienes alguna idea de lo que me ha hablado?


Pedro se quedó mirando un momento a su hermano.


—¿Fusión? ¿Qué fusión?


—Algo acerca de un nuevo socio, enormes montones de dinero. No lo sé.


—¿Dónde lo ha oído él?


—No me lo pudo decir. ¿Así que tú tampoco sabes nada? —le dijo Eduardo y, cuando Pedro asintió, continuó—. Creo que voy a hablar con Leonardo a ver si llego al fondo de esto.




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