Pedro, después de decirle a Eduardo lo que pensaba de la forma en que se había metido donde no lo llamaban al interferir su llamada a Paula, escuchó educadamente lo que su hermano le dijo acerca de sus responsabilidades con la compañía y la familia. ¿Pero qué pasaba con sus responsabilidades para con él mismo?
—No lo vuelvas a hacer, Eduardo —le dijo Pedro señalándole con el dedo mientras se dirigía hacia la puerta—. Me voy de aquí antes de que esto se nos escape de las manos y nos digamos algo de lo que nos podríamos arrepentir más tarde.
—Esto no era parte del acuerdo.
Las palabras de Eduardo dejaron como helado a Pedro. Miró a su hermano y supo que los sucesos de la tarde le habían alterado la tensión arterial. Eduardo no podía comprender su defensa de su nueva esposa. Se dio cuenta también de que el disgusto que le producía Paula a su hermano no era algo personal. Era cuestión de negocios y, en lo que se refería a la compañía era como si le pusieran unas orejeras de burro.
Pedro quería a su hermano y sintió un momentáneo sentimiento de culpa porque lo que estaba a punto de decirle solamente le iba a preocupar más. Pero tenía que hacerlo. Volvió a su silla y le replicó con voz profunda.
—Eso ya lo sé, Eduardo. Pero no siempre se puede planear cuándo y de quién se va a enamorar uno.
Eduardo abrió mucho los ojos, sorprendido.
—¿Estás enamorado de ella?
—Estoy empezando a pensarlo.
—No puedo creer esto de ti, Pedro. De Brian, vale, pero ¿de ti?
—¿Qué es esto, Edu? ¿Por qué estás en contra de que este matrimonio funcione? ¿Por qué no me puedes ver con una esposa, una familia, como Eleonora y tú? Yo no soy una máquina. También necesito una vida, como todo el mundo.
—Nunca antes la has tenido. Supongo que estoy acostumbrado a que siempre estés aquí, conmigo, con la compañía.
—Y todavía lo estoy. Nada va a cambiar. La única diferencia es que ahora tengo alguien a quien amar, con quien compartir mi vida. ¿Es tan difícil para ti aceptarlo?
—¡Por supuesto que no! No voy a regatearte tu felicidad. Es sólo que…
Eduardo se detuvo, como si no estuviera muy seguro de cómo continuar.
—Suéltalo, Edu. Nunca antes has sido tímido conmigo. No vayas a empezar ahora.
—De acuerdo. No me quiero meter en tu vida amorosa si es que quieres seguir con el matrimonio, pero no puedo tolerar el pensamiento de tener a Paula sentada en nuestro consejo de administración con derecho a voto.
Pedro suspiró con fuerza y agitó la cabeza.
—¿Es eso todo lo que te preocupa?
—Por el momento.
—¿Y si consigo que Paula me ceda sus acciones a mí? ¿Te hará eso feliz?
—Completamente, pero ¿crees que podrás convencerla de que lo haga?
—No veo por qué no. Al contrario que tú, yo creo que ella no está interesada sólo en el dinero. Soy lo suficientemente vanidoso como para pensar que yo también tengo un poco que ver.
Pedro se levantó y se volvió a dirigir hacia la puerta, ansioso por terminar la conversación. Era ya la hora de la cena y no había visto a Paula en todo el día. Quería subir a sus habitaciones y darle un beso, cenar con ella y pasarse una velada tranquila en casa. Como cualquier otro matrimonio normal y corriente.
Cuando llegaron esa mañana, él se había marchado directamente a la oficina. Le sorprendía darse cuenta de la cantidad de tiempo que se había pasado pensando en ella, en ellos dos. Se marchó al final de la jornada laboral, en vez de quedarse hasta tarde, como solía hacer. En menos de una semana, ella había cambiado su vida. Ese pensamiento no lo preocupó, como quizás hubiera debido hacerlo. En vez de eso, se sentía como en el umbral de algo maravilloso, como si tuviera la urgente necesidad de saltar primero y pensar más tarde.
El comentario de Eduardo lo detuvo.
—Me gustaría que esto estuviera listo tan pronto como sea posible. En especial, teniendo en cuenta lo que sabe ahora Dario Carmichael. Quiero esas acciones en nuestras manos cuanto antes.
Pedro asintió. Carmichael y las acciones. ¿Es que nunca le iban a dejar en paz? Ambos estaban involucrados en una intrincada trama que ahora tenía otra víctima inocente: Paula.