Pedro apartó las manos y se sentó. Paula tardó un momento en darse cuenta de que se había detenido. Abrió los ojos y se dio la vuelta. A Pedro le brillaban los ojos y su rostro era una rígida máscara.
—Dijiste algo de unas promesas —le dijo él en voz baja—. Yo te hice una y voy a cumplirla. Si quieres que lo haga.
Paula se dio la vuelta por completo y la toalla cayó a un lado, dejándola completamente desnuda ante su vista. Sin dudar, extendió los brazos hacia él. Pedro se dejó caer y le apoyó los brazos a ambos lados del cuerpo. Quería decirle lo mucho que significaba para él, pero el fuego que ardía en su interior hizo que las palabras se le quedaran en la garganta, así que se limitó a mirarla.
—Pedro, te deseo, pero no estoy usando nada…
—Deja que yo me ocupe de eso.
Cuando ella asintió, le preguntó:
—¿Estás segura de que es esto lo que quieres? Porque, que Dios me ayude, si te vuelvo a tocar no voy a ser capaz de detenerme.
Paula le acarició el pecho. Vio entonces a un hombre mirándola con deseo y pasión, luchando por controlar su cuerpo. Quiso absorberlo, tocarle todas las partes que le hacían ser lo que era. La sensación era tan poderosa, tan intensa que casi la consumía. Le abarcó el rostro con las manos temblorosas.
—Ven a mí —susurró—. Quiero sentirte dentro de mí, como una parte de mí. Por favor.
Él se apartó y se desnudó rápidamente, colocándose una protección antes de volver a la cama y al interior de sus brazos abiertos. La besó. El beso fue más una promesa que una realidad. Luego, mirándola a los ojos, penetró en su receptivo calor.
Paula murmuró algo al principio de la invasión, luego levantó las caderas para aceptarle más completamente, desesperada por más de él, por todo él.
Pedro enterró el rostro en el hueco de su garganta, murmurando palabras de amor cuando los alcanzó un poco común éxtasis simultáneo.
No se movieron. No había necesidad de hacerlo. Su peso era tan bienvenido como el profundo beso que le dio. Paula no había estado más relajada en su vida y sintió cómo la realidad se deslizaba bajo la cubierta del sueño; entonces pensó que le oía susurrar:
—Te quiero.
Pero, tal vez lo había vuelto a soñar.
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