Cuando Paula y Pedro volvieron al jardín, la fiesta estaba en todo su apogeo. La gente andaba por allí bebiendo champán y tomando canapés mientras unos camareros uniformados se movían entre la multitud.
Paula estaba impresionada. Sabía que la familia Alfonso era rica y, evidentemente, no les importaba gastarse el dinero. Pero ¿Por qué por esta razón? Eso era una celebración por todo lo alto. Bajo otras circunstancias, a ella le hubiera encantado que la familia de su marido aprovechara para presentarles a sus amigos y socios de esa manera tan espléndida. Pero, teniendo en cuenta todo lo que había pasado, esa fiesta lo único que lograba era despertar su suspicacia.
Pedro tomó dos copas de champán de una bandeja. Se dio cuenta de la expresión de extrañeza de Paula cuando le pasó su copa y le preguntó:
—Un montaje un poco impresionante ¿no?
—Sí. En realidad, demasiado impresionante.
—¿No crees que te lo mereces?
—Ése no es el caso —le contestó ella mirándolo a los ojos.
—¿Entonces cuál, señora Alfonso?
Paula lo miró cuando él la llamó por su nuevo nombre. Se dio cuenta del brillo de sus ojos y supo lo hábilmente que él la había puesto en su sitio.
—El caso es «señor Alfonso», que esta boda… y nuestro matrimonio, es una farsa. Lo que no veo es la razón por la que habéis querido celebrarlo.
La expresión de Pedro no mostró enfado, sino sólo resignación.
—Es cosa de Eleonora. Es así de romántica. Edu y yo no tuvimos corazón… o valor, para evitarlo. Ella no pudo hacerlo la primera vez y siempre se sintió un poco frustrada.
—¿La primera vez? —preguntó Paula.
—Sí, estuve casado antes. Creía que lo sabías.
Paula agitó la cabeza; no confiaba en su voz. ¿Por qué la preocupaba el que él hubiera estado casado antes?
—¿Qué pasó?
—Nos divorciamos. Hace años. Nos conocimos durante un partido de fútbol en la universidad y la familia nunca me lo perdonó.
—¿La querías?
Y ahora ¿por qué decía eso? Paula se quedó mirando a la multitud, incapaz de mirarlo a la cara, temerosa de lo que pudiera ver allí.
Pedro le tomó la barbilla con la mano y la hizo mirarlo a los ojos.
—¿Te importa?
—No ¡por supuesto que no! ¿A mí qué más me da el número de esposas o amantes que hayas tenido?
Ella volvió el rostro de nuevo y él dejó caer la mano.
—Entonces ¿por qué me lo has preguntado?
—No lo sé. Era una forma de hablar.
—Eres una mujer extraña, señora Alfonso.
—¿Que yo soy extraña? —le dijo casi gritando.
Dándose cuenta de que estaba en medio de la gente, bajó la voz y continuó:
—¡Es para reírse! Esto —dijo abarcando con un gesto el jardín—, es lo más extraño que he visto en mi vida. ¡Esta boda os debe de haber costado el dinero suficiente como para mantenernos a Mateo y a mí durante un año entero! ¿Por qué no os habéis ahorrado esto y me habéis dado el dinero en vez de… ¿esta farsa?
Pedro tenía la mandíbula apretada y la expresión dura. La agarró por la muñeca y se la acercó hasta que estuvieron separados sólo por algunos centímetros.
—Dinero. Es eso lo que te interesa ¿no? ¡Tengo que estármelo recordando continuamente para no olvidarlo!
Ella se liberó de su sujeción.
—¡No te preocupes! ¡Me encantará recordártelo yo misma!
Paula se dio la vuelta para apartarse tanto como le fuera posible de toda aquella multitud sonriente, pero Pedro la siguió de cerca.
—¡Espera!
Ella se detuvo y se dio la vuelta. Estaba enfadada y, aunque una pequeña parte de ella estaba como arrepentida por ello, veía que tenía razón.
Pedro la llevó a un sitio un poco apartado para tener un poco de intimidad.
—¿Qué pasa? —le preguntó ella.
El fuego de sus ojos era solamente el barómetro de sus sentimientos. El enfado de ella se disipó. Era tan bien parecido. Tan masculino. Sentía la tentación de tocarlo, de tratar de borrar ese gesto de su barbilla. Sin querer, su mano le acarició esa tensa barbilla, pero él se la agarró a medio camino.
—Toma —le dijo poniéndole algo en la mano—. Te has olvidado de algo, señora Alfonso.
Luego, se dio la vuelta y la dejó sola.
Ella abrió la mano y los ojos se le llenaron de lágrimas cuando vio lo que contenía. Era el anillo de bodas de J.C.