martes, 11 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 35

 


Una sensación de déjà vu invadió a Paula ante aquel parecido. Podrían haber sido su madre y ella años atrás. Además, a Paula le había parecido ver en Pamela la misma fragilidad que ella había tenido hacía años, la misma falta de confianza en sí misma.


Tener unos padres ricos hacía que vivieses rodeada de lujos, pero también podía hacer que una persona sintiese que no valía nada, que no podía hacer nada por sí misma. A ella sus padres se lo habían dado todo; incluso habían sobornado al director de su instituto para que obtuviese buenas notas, y aquello no había estado bien.


Igual que no estaría bien disculpar el comportamiento imprudente de Pamela, que había dejado a sus hijos porque necesitaba un descanso. Sí, entendía que se hubiese sentido abrumada, pero su familia tenía dinero; podría haber contratado a una persona que la ayudase con los niños en vez de esperar a que se lo propusiese Pedro. Había cientos de opciones mejores a dejar a sus hijos solos dentro de un avión.


Paula apretó los puños, llena de frustración. Aquello no era asunto suyo, ni había nada que ella pudiera hacer. No eran sus hijos. Era a Pedro a quien le correspondía solucionar aquella situación. Se sentó en un sofá decidida a no pensar más en eso, y trató de distraerse fijándose en lo que la rodeaba, pero los minutos parecían pasar muy despacio.


Cuando por fin se abrió la puerta se levantó como un resorte. Pedro se detuvo ante ella muy serio, y dejó caer los brazos junto a sus costados.


Paula le puso una mano en el hombro y se lo apretó suavemente.


–¿Estás bien? –le preguntó.


–Un poco preocupado, pero se me pasará –respondió él en un tono algo seco, apartándose de ella.


Hacía sólo unos minutos la había besado, y ahora de repente se mostraba distante. ¿Habría sido el beso sólo una pantomima? No, no creía que lo hubiese sido. Si no la quería allí, si necesitaba estar a solas, lo dejaría tranquilo, se dijo dirigiéndose hacia la puerta.


–Paula, espera –la llamó él–. Aún tenemos asuntos pendientes; los negocios son los negocios.


¿Negocios? No era precisamente lo que había esperado oír.


–¿A qué te refieres?


Pedro fue hasta su escritorio y sacó una carpeta de un cajón.


–Te hice una promesa cuando accediste a ayudarme con los niños. Esta mañana, antes de hablar con Pamela, hice algunas llamadas. Os he conseguido a tu socia y a ti cuatro entrevistas con cuatro clientes potenciales –dijo pasándole la carpeta–. El primero de la lista es el senador Matthew Landis.


Paula tomó la carpeta. El senador Landis… Llevaba mucho tiempo ambicionando una oportunidad así, pero de pronto tenía la sensación de que Pedro estaba intentando zafarse de ella. Bueno, sí, era lo que habían acordado, pero era como si quisiera acabar con aquello cuanto antes para perderla de vista. Apretó la carpeta entre sus manos.


–Gracias. Es… es estupendo; te lo agradezco.


–Bueno, tendrás que conseguir convencerlos, naturalmente, que es la parte más difícil. Pero le pedí a mi secretaria que preparara unas notas que pueden ayudarte a mejorar tu propuesta.


No le había dejado dinero en la cómoda, como a una prostituta, pero era como Paula se sentía con aquella transacción, teniendo en cuenta lo que habían compartido y lo que podía haber habido entre ellos.


–No sé cómo darte las gracias, de verdad –murmuró Paula.


Apretó la carpeta contra su pecho, preguntándose por qué aquella victoria parecía tan vacía. Hacía sólo unos días habría dado lo que fuera por la información que contenía esa carpeta.


–No, soy yo quien tiene que darte las gracias. Es lo que acordamos, y yo me he limitado a cumplir mi palabra –respondió él–. Y aunque siento de verdad no poder hacer un contrato con tu empresa, he dado instrucciones para que a partir de ahora sea la primera opción cuando sea necesario subcontratar los servicios de limpieza.


Paula no sabía si sentirse dolida o furiosa.


–Ya veo. Bueno, entonces supongo que nuestros asuntos han concluido.


–Yo diría que sí.


No estaba dolida; estaba furiosa. ¿Cómo tratarla de esa manera? Habían dormido juntos, y él la había besado delante de su ex. Se merecía algo mejor que aquello. Plantó la carpeta sobre la mesa y le preguntó:

–¿Estás intentando zafarte de mí?


Él dio un respingo y parpadeó.


–¿Qué diablos te hace pensar eso?


–Para empezar lo frío que llevas conmigo todo el día –le espetó ella, cruzándose de brazos.


–Sólo quería dejar cerrado este asunto porque a partir de este momento, si vamos a seguir viéndonos, será sólo por motivos personales.


Pedro la asió por los hombros.


–Ahora que ya no hay intereses de por medio; no tenemos por qué reprimir lo que sentimos.


Paula alzó la vista hacia él.


–Entonces… ¿me estás diciendo que quieres que pasemos más tiempo juntos?


–Sí, eso es lo que estoy intentando decirte. Tú te has tomado el fin de semana libre y aún no es siquiera la hora de comer, así que… ¿por qué no pasamos el día juntos, sin niños, y olvidándonos del trabajo? –le propuso Pedro, echándole hacia atrás el cabello–. No sé si lo nuestro llegará a alguna parte, y hay mil razones por las que éste no es el momento adecuado, pero no puedo dejar que te alejes de mí sin que al menos nos hayamos dado una oportunidad.


Estar con aquel hombre era como una montaña rusa. En un momento se mostraba muy intenso, al siguiente, malhumorado, luego feliz, después sensual… Era verdaderamente intrigante.


–De acuerdo. Entonces, invítame a comer.


Pedro suspiró aliviado, como si hubiera estado conteniendo el aliento, y le rodeó la cintura con los brazos.


–¿Dónde te gustaría ir? Puedo llevarte a cualquier parte del país. Hasta podría llevarte a cualquier parte del mundo si vas a por tu pasaporte.


Ella se rió.


–Por esta vez creo que me conformaré con un sitio dentro del país.


¿Por esta vez?, se repitió a sí misma? El pensar que de verdad lo suyo pudiera funcionar, y que pudiesen haber otras veces la hizo estremecerse de placer.


–Y en cuanto a dónde… tú eliges; eres tú quien va a pilotar el avión.


Esas palabras fueron un paso tangible que convertía sus anhelos en realidad, y Paula, aunque ilusionada, no pudo evitar sentir algo de aprehensión. Ya no estaban los negocios de por medio, ni los hijos de Pedro; aquello ya sólo tenía que ver con ellos dos. Había estado explorando cada capa de aquel hombre tan complejo, y ahora ella debía abrirse a él también. Tendría que dar un salto de fe y ver cómo reaccionaría él cuando lo supiese todo sobre ella, cuando le mostrase su lado inseguro, que tan parecida la hacía, en cierto modo, a su ex esposa.




lunes, 10 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 34

 

Paula sintió que los nervios le atenazaban el estómago cuando bajó la escalerilla del avión privado de Pedro. Ya estaban de regreso en Charleston.


Durante el vuelo no habían tenido oportunidad de discutir qué iba a ser a partir de entonces de lo que había surgido entre ellos. Los niños habían estado revueltos durante la mayor parte del viaje, lo cual no era de extrañar teniendo en cuenta cómo estaban alterando su rutina, y Pedro no había podido dejar la cabina ni un momento porque había bastantes turbulencias.


Apenas había pisado el asfalto de la pista con Olivia en su cadera, cuando se oyó un gritito que provenía de donde estaba el edificio principal del aeropuerto privado, propiedad de la compañía de Pedro. Paula alzó la vista y vio a una mujer pelirroja. Pamela Alfonso.


Llevaba un conjunto de rebeca, suéter de punto y pantalón, y el mismo collar de perlas y los pendientes que le había visto esa mañana, cuando había mantenido aquella conversación por Skype con Pedro.


Pamela echó a correr hacia ellos con los brazos abiertos y una amplia sonrisa, al tiempo que Olivia estiraba sus manos diciendo: «Ma-má, ma-má…».


Pamela la tomó en brazos y la levantó girando con ella.


–¡Cómo te he echado de menos, mi niña! ¿Lo habéis pasado bien con papá? Me he traído vuestro DVD preferido de Winnie the Pooh para que lo veáis en el coche camino de casa.


Dejó de girar y se quedó mirando a Paula con curiosidad. A lo lejos un avión despegó, y Baltazar, que iba en brazos de Pedro, lo señaló con una sonrisa y se puso a dar palmas. Distraída por el entusiasmo de su hijo, Pamela se olvidó de ella un momento y se volvió hacia él.


–Hola, mi niño guapo –dijo besándolo en la frente.


–Creía que íbamos a vernos más tarde para hablar –dijo Pedro, visiblemente tenso.


–Lo sé, pero después de oír las voces de los niños esta mañana estaba deseando verlos. Los echaba tanto de menos que tomé el primer vuelo que pude y me vine para acá. Tu secretaria me dijo a qué hora llegabais –le explicó antes de volverse de nuevo hacia Paula–. ¿Y quién eres tú?


Pedro dio un paso hacia ella.


–Ésta es Paula, una amiga. Como no podía cancelar este viaje ha tenido la amabilidad de tomarse unos días libres para poder echarme una mano con los gemelos. En tu nota decías que ibas a estar fuera dos semanas.


–Sí, pero después de descansar el fin de semana me siento como nueva y lista para ocuparme otra vez de los niños. Además, me toca tenerlos a mí.


Pedro suspiró cansado, y condujo a su ex y a Paula hacia el edificio principal, lejos del ir y venir de camionetas y personal de mantenimiento.


–Pamela, no quiero empezar una pelea, pero lo que te dije esta mañana iba en serio: quiero estar seguro de que no dejarás otra vez a los niños solos sin avisarme si vuelves a sentirte abrumada de nuevo.


–Mi madre está en el coche –dijo Pamela señalando un vehículo aparcado a unos metros, un Mercedes plateado–. Voy a quedarme con ella una temporada, así que no tienes que preocuparte, estaré bien. Pero lo he estado pensando y voy a aceptar tu oferta de buscar a alguien que me ayude con los niños, y también quiero que renegociemos los derechos de visita. Ya hace un par de meses que dejé de darles el pecho, así que creo que tú podrías tenerlos contigo más a menudo.


Pedro no pareció satisfecho al cien por cien con su respuesta, pero asintió.


–De acuerdo, podemos vernos mañana por la mañana en mi despacho, sobre las diez, para empezar con los trámites.


–Estupendo. No sabes cómo me alivia volver a ver a los niños. Este fin de semana me ha dado una nueva perspectiva sobre cómo organizarme mejor –le aseguró Pamela–. ¿Me acompañas a llevarlos al coche? ¿No te importa que te lo robe un momento, verdad? –le preguntó a Paula.


–No, por supuesto que no –respondió ella.


–Será sólo un momento –le dijo Pedro–, pero puedes esperar en mi despacho; hace menos calor –añadió sacándose unas llaves del bolsillo para abrir la puerta que estaba a su derecha.


¿Tenía un despacho allí? Creía que las oficinas de Aviones Privados Alfonso estaba en el centro de la ciudad. Claro que tenía sentido que allí también tuviese un despacho, ya que era su aeropuerto.


–De acuerdo.


Pedro la besó en los labios. No fue un beso largo, ni sensual, pero sí una manera de darle a entender a su ex que había algo entre ellos, y Paula, que no lo esperaba, se quedó un poco sorprendida.


Pamela la miró con creciente curiosidad.


–Gracias por ayudar a Pedro con los niños.


Paula, que no sabía que decir, optó por responder:

–Baltazar y Olivia son un amor; me alegro de haber podido ayudar.


Luego se despidieron, y Paula entró en el despacho mientras ellos se alejaban. Paula cerró la puerta tras de sí y se quedó mirándolos por la ventana. Al volante estaba sentada la que debía ser la madre de Pamela, aunque casi parecía su gemela.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 33

 


Cuando el ferri que los llevaba de la isla a la pista de aterrizaje privada del rey se puso en marcha, Paula se agarró a la barandilla y observó la isla, que poco a poco fue quedando en la lejanía. Los gemelos, que iban cada uno en su sillita, dieron grititos de placer cuando sintieron la brisa marina en sus caritas, mientras los tres le decían adiós a la isla.


Paula tenía la sensación de que estaba despidiéndose de mucho más. Giró la cabeza hacia Pedro, que estaba hablando con el capitán, y que estaba distante desde su conversación de esa mañana con su ex.


Paula acarició el cabello de los pequeños y miró de nuevo hacia la isla. No tenía a nadie con quien hablar. Javier y Victoria habían optado por quedarse en la isla un par de días más. Paula los envidiaba. Los envidiaba tanto… Lo que había vivido con Pedro allí antes de aquella conversación que él había tenido con su ex había sido mágico, y habría deseado que no se hubiese acabado tan pronto.


No pudo evitar fantasear con qué pasaría si alargase su relación con Pedro. ¿Soportaría la presión del día a día lo que habían compartido, o se diluiría como un terrón de azúcar en un vaso de agua?


Dejando aquellos pensamientos a un lado, Paula sacó su teléfono móvil para ver si tenía algún mensaje de Blanca. Lo había apagado la noche anterior para recargar la batería. Bueno, y también porque no había querido interrupciones.


De pronto la asaltaron los recuerdos de Pedro y ella haciendo el amor en la playa… Se sintió acalorada de sólo pensar en ello.


No tenía ningún mensaje de Blanca, pero sí nueve llamadas perdidas de su madre. Justo iba a cerrar el teléfono cuando empezó a sonar. Su madre… Paula contrajo el rostro.


Por un instante consideró ignorar la llamada, pero al mirar a los niños pensó en lo mucho que se había encariñado con ellos, a pesar de que eran los hijos de otra mujer, y pensó que estaba siendo cruel con su madre. Finalmente, llevada por ese sentimiento de culpa, pulsó el botón para contestar.


–Hola, mamá, ¿qué pasa?


–¡Pauli! ¿Dónde estás? Te he llamado no sé cuántas veces –exclamó su madre.


De fondo se oían risas y ruido de cubiertos y de platos. Sus padres habían vendido su casa y se habían ido a vivir a un complejo residencial para jubilados donde tenían un montón de actividades.


–¿Pauli, sigues ahí? He dejado una partida de cartas para llamarte.


¿Por qué no podía llamarla Paula en vez de Pauli? Detestaba que la llamase así.


–Estoy en Florida, por trabajo.


¿Por qué había tenido que decirle eso? Debería haberle mentido. No era buena idea dar más información de la estrictamente necesaria a su madre.


–¿En Florida? ¿Estás cerca de Boca Ratón? Tómate el resto del día libre y tu padre y yo iremos a recogerte –le ordenó.


–No puedo tomarme el resto del día libre, mamá, te he dicho que estoy trabajando. Además, estoy en el norte de Florida; muy lejos de vosotros.


Aunque no lo bastante lejos, pensó.


–¿Cómo vas a estar trabajando? Oigo niños de fondo; ¿estás en un parque?


Olivia había escogido ese momento para ponerse a balbucear, y Baltazar la estaba imitando, como si estuviesen teniendo una conversación.


A Paula no le gustaba mentir, así que respondió con un vago:

–Mi jefe tiene niños.


–¿Está casado o divorciado?


Paula, que no quería dejarse llevar a ese terreno, cortó por lo sano:

–¿Para qué decías que me llamabas?


–Por la fiesta del día de Navidad.


¿Eh?


–Mamá, faltan meses para Navidad.


–Lo sé, pero estas cosas hay que organizarlas con antelación y tenerlo todo atado y bien atado para que salgan bien. Ya sabes que cuando hago algo quiero que sea perfecto. Necesito saber si vas a venir.


–Pues no sé, supongo que sí.


–Pero es que necesito saberlo con seguridad, para que haya el mismo número de hombres que de mujeres cuando nos sentemos a la mesa. Porque tengo que pensar a quién voy a sentar en cada sitio, y detestaría que me llamaras en el último minuto para decirme que al final no vas a poder venir.


¡Y ella que creía que su madre estaba ansiosa por ver a su única hija el día de Navidad! Lo único que quería era a alguien con cromosomas femeninos.


–¿Sabes qué, mamá? Quizá lo mejor sea que no cuentes conmigo.


–Oh, Pauli, no seas así… Y no frunzas el ceño, que seguro que lo estás haciendo. Te saldrán arrugas en la frente antes de que cumplas los cuarenta.


Paula inspiró profundamente, tratando de calmarse. Sabía por qué su madre actuaba como actuaba: porque era una persona hipercontroladora. Cada vez que se habían hecho una foto de familia, por ejemplo, los colores de la ropa que llevaban tenían que estar coordinados, la pose de cada uno debía ser perfecta… Sin embargo, el que comprendiera por qué era como era no significaba que tuviese que aceptar ese trato denigrante.


Se había esforzado mucho para que sus opiniones no la afectasen, para que dejase de tratarla como si fuese una muñeca a la que podía manejar a su antojo, y si algún día tenía una hija, le daría su amor incondicional en vez de convertirla en una versión en miniatura de sí misma como había intentado hacer su madre con ella.


Paula apretó el teléfono en su mano. Ella no era como su madre, y podía hablar con ella manteniéndose en su sitio.


–Mamá, agradezco que quieras contar conmigo para tu fiesta de Navidad. A finales de mes te llamaré para darte una respuesta definitiva, vaya o no.


–Ésa es mi chica –su madre se quedó callada, y si no fuera porque aún se oían voces y risas de fondo, Paula habría pensado que había colgado el teléfono–. Te quiero, hija; cuídate.


–Y yo a ti. Cuidaos vosotros también.


Era verdad que la quería, y ése era precisamente el motivo de que a veces se le hiciese tan difícil. El amor podía ser algo maravilloso, pero implicaba entregar a la otra persona tu corazón, y con ello el poder para hacerte daño. Cerró el teléfono y lo guardó en su bolso.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 32

 


Pedro dejó a los niños en el suelo, y deseó poder deshacerse del peso que llevaba sobre los hombros con la misma facilidad. Justo cuando lo que más ansiaba era que su vida personal fuese un poco más sencilla, el hablar con Pamela le había hecho ver que la situación era más complicada de lo que creía.


Paula y él habían llevado su relación a un nuevo nivel la noche anterior, tanto por el sexo como por haber dormido juntos, y había estado deseoso por afianzar ese paso. Sin embargo, la conversación a través de Skype con Pamela lo había dejado muy preocupado.


Era evidente que Pamela estaba al límite, y aunque él quería poder pasar más tiempo con sus hijos, no quería que fuera porque su ex estaba al borde de un ataque de nervios.


Y aquélla desde luego no era la manera en que había imaginado que empezaría el día con Paula. Giró la cabeza para mirarla.


–Pasa, no te quedes ahí.


No sabría explicar cómo, pero había sentido su presencia en mitad de la conversación con su ex. Era como si hubiese forjado un vínculo mental con ella.


Paula avanzó hacia él, como una diosa descalza.


–Perdona, no pretendía escuchar vuestra conversación.


Con su elegancia innata, se sentó en el suelo con los gemelos, que estaban jugando con unos bloques de construcción de colores. Era la mujer de sus sueños, pero había llegado a su vida en un momento en que estaba se estaba convirtiendo en una pesadilla.


–No era una conversación privada –le dijo levantándose de la silla para ir a sentarse en el sofá–. Quería que Olivia y Baltazar vieran a su madre y necesitaba hablar con ella de lo ocurrido. Criar a un hijo ya es bastante difícil, y a un par de gemelos más aún; ha hecho bien en tomarse un descanso, aunque me habría gustado que se hubiese sincerado conmigo antes.


–Yo creo que tú también necesitas un descanso. ¿Qué te parece si me llevo a los niños un par de horas? Así tendrías tiempo para…


–Ya me ocupo yo de ellos –la cortó él–. Imagino que querrás darte una ducha y cambiarte de ropa.


En un mundo perfecto se uniría a ella en la ducha. ¡Lo que él daría por poder pasar veinte minutos bajo un chorro de agua caliente con Paula desnuda entre sus brazos! Tragó saliva y apartó ese pensamiento.


–No es molestia, en serio –respondió ella–. Si tienes que ultimar detalles con Javier, o lo que sea, me los puedo llevar a la playa para cansarlos un poco y…


–He dicho que yo me encargo; son mis hijos –le espetó él cortante.


No había pretendido ser tan áspero, pero la conversación con Pamela lo había puesto bastante tenso, y se sentía tremendamente frustrado.


Paula lo miró dolida.


–Bueno, entonces me cambiaré e iré haciendo las maletas. ¿Cuándo nos vamos?


–Dentro de una hora –respondió él.


Sí, pronto estarían de nuevo en Charleston, pero no quería separarse aún de ella. Quería más, necesitaba más tiempo con ella. Su relación con Pamela había sido un desastre, pero había aprendido de la experiencia. Podía disfrutar teniendo a Paula en su vida sin que ello supusiera un compromiso, ni ataduras.


Mientras miraba a sus hijos, que seguían jugando, se quedó oyendo las pisadas de Paula mientras se alejaba. Se estaba alejando de él, y no sólo en el sentido más literal. Iba a perderla si no hacía algo. No quería confundir a sus hijos metiendo a otra mujer en sus vidas, pero no podía dejar que se alejase de él.


–Paula…


Ella se detuvo, pero no contestó.


–Perdona; me he comportado como un ca… –se calló antes de decir una palabrota delante de los niños–. Como un imbécil. Sé que esto no entraba en nuestro acuerdo, pero espero que me des la oportunidad de compensarte.


Ella permaneció callada tanto rato que Pedro pensó que iba a decirle que se fuera al infierno. Finalmente exhaló un suspiro que lo hizo sentirse aún más culpable y respondió:

–Ya hablaremos; no me parece que ahora sea un buen momento.


–Sí, supongo que será lo mejor.


El problema era que no sabía cuándo sería un buen momento, dada la situación con Pamela y con sus hijos. Razón de más para mantener sus emociones bajo control… Su escapada a aquella isla paradisíaca había terminado, e iban a volver al mundo real.




domingo, 9 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 31

 


Paula se desperezó en la enorme cama, envuelta en las frescas sábanas de algodón y el aroma de haber hecho el amor con Pedro. Sólo recordaba vagamente que Pedro la había llevado en volandas desde la playa hasta su cama. Por un instante había pensado en insistirle para que la llevase a su dormitorio y la dejase allí. Sin embargo, se había sentido tan deliciosamente saciada y tan bien en sus brazos que se había acurrucado contra su pecho y se había quedado dormida.


¡Y cómo había dormido! No recordaba cuándo había sido la última vez que había dormido ocho horas seguidas. ¿Sería tal vez porque todos los músculos de su cuerpo se habían quedado maravillosamente relajados después de que hicieran el amor?


Oyó voces al otro lado de la puerta cerrada, la voz de Pedro y el balbuceo de los gemelos. Sonrió, deseando ir a verlos, sólo que su ropa estaba en el otro dormitorio y no quería salir de esa guisa, no se fuera a topar con alguien. Se bajó de la cama y se puso el vestido. Les daría los buenos días y entraría en su dormitorio para cambiarse.


Sin embargo, cuando fue a abrir la puerta oyó otra voz, una voz de mujer. Se quedó paralizada y acabó de abrir la puerta muy despacio. Pedro estaba sentado frente al escritorio, con un gemelo en cada rodilla. Delante tenía su ordenador portátil, y parecía que estaba en medio de una conversación con alguien a través de Skype.


El rostro de una mujer ocupaba casi la totalidad de la pantalla, y se la oía hablar.


–¿Cómo están mis niños? No sabéis cómo os echo de menos…


Oh, no… Por si Paula no se imaginaba ya de quién podía tratarse, los dos niños empezaron a decir: «Ma-má, ma-má, ma-má».


–Olivia, Baltazar, estoy aquí –respondió la mujer, con evidente afecto en su voz.


Pamela Alfonso no era en absoluto la clase de mujer que había imaginado que sería. Para empezar, no parecía una cabeza hueca. Era una pelirroja elegante pero sencilla a la vez. Llevaba un suéter de manga corta y unos pendientes y un collar de perlas. Daba la impresión, por el fondo que se veía detrás de ella, que estaba en una cabaña en las montañas, y no en crucero ni en un spa de lujo como había dado por hecho. Y no parecía que estuviese despreocupada y pasándolo bien. Más bien parecía… cansada y triste.


–Mamá sólo está descansando, como cuando vosotros os echáis la siesta, pero nos veremos muy pronto. Os mando muchos besos y abrazos –se llevó una mano a los labios y les lanzó un beso a cada uno para luego rodearse el cuerpo con los brazos–. Besos y abrazos.


Olivia y Baltazar, felices e ignorantes de lo que ocurría, le lanzaron besos también, y Paula sintió que le dolía el corazón al verlos. Los hombros de Pedro estaban tensos.


–Pamela, aunque comprendo que necesitaras tomarte un descanso, me gustaría que me prometieras que no vas a volver a desaparecer. Necesito poder ponerme en contacto contigo si hay una emergencia.


–Te lo prometo –dijo Pamela con voz ligeramente temblorosa–. A partir de ahora te llamaré a menudo. No me habría marchado de esta manera si no hubiera estado desesperada. Sé que debería habértelo dicho en persona, pero temía que me respondieras que no podías llevarte a los niños a Florida contigo, y necesitaba un respiro. Me quedé mirando por una ventana del hangar hasta que subiste al avión. Por favor, no te enfades conmigo.


–No estoy enfadado contigo –respondió él, aunque no logró disimular del todo la irritación en su voz–. Sólo quiero asegurarme de que estás bien, de que no vas a volver a dejar que la situación te supere por miedo a hablar las cosas conmigo.


–Estos días de descanso me están haciendo mucho bien; estoy segura de que estaré completamente repuesta para cuando vuelva a Charleston.


–Ya sabes que me gustaría poder tener a los niños más a menudo –le dijo Pedro–. Cuando vuelvas podemos ponernos de acuerdo para contratar a una persona que te ayude con ellos cuando los tengas tú, pero no podemos dejar que esto se repita.


–Tienes razón –murmuró Pamela jugueteando nerviosa con su collar. Tenía las uñas mordisqueadas–. Creo que no deberíamos hablar de esto delante de ellos.


–Cierto, pero tenemos que hablarlo, y cuanto antes mejor.


–Lo hablaremos; te lo prometo –asintió ella, casi frenética, antes de sonreír una última vez a sus pequeños–. Hasta luego, Oli, hasta luego, Balta. Sed buenos con papá; mamá os quiere mucho.


Su voz se desvaneció al tiempo que su imagen cuando la conexión terminó. Olivia dio un gritito de excitación y le dio palmadas a la pantalla mientras Baltazar le lanzaba más besos.


Paula se apoyó en el marco de la puerta. Hasta ese momento había detestado a Pamela, aun sin conocerla, por lo imprudente que había sido, pero la mujer a la que había visto en la pantalla era una mujer estresada y agotada, una madre que quería a sus hijos pero que había llegado al límite, y que había hecho bien en dejarlos con su padre antes de sufrir una crisis de ansiedad. Desde luego habría sido mejor si lo hubiese hablado con él, pero Paula sabía por propia experiencia que muchas veces las cosas no eran blancas o negras.


Había visto a Pedro enfadado, frustrado, decidido, cariñoso, excitado… Pero en ese momento, en el Pedro que se había quedado mirando la pantalla del ordenador, vio a un hombre bueno que estaba profundamente triste, un hombre que aún albergaba sentimientos encontrados hacia su ex esposa.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 30

 


¿Era su imaginación, o Paula pretendía de verdad hacerlo con él allí, a orillas del mar, bajo aquella carpa? Si era así, desde luego él no iba a quitarle la idea. Había pensado, después de que hubiese apagado la luz de la mesilla, que era tímida.


Claro que por el modo en que le tiró de la camisa para sacársela del pantalón, no había duda posible respecto a sus intenciones ni de la prisa que tenía.


En vez de desabrocharle la camisa, Paula tiró de los dos lados, arrancándole los botones, que salieron volando en todas direcciones, sorprendiéndolo aún más. Parecía que había subestimado su espíritu aventurero.


Paula se inclinó antes de que tuviera tiempo de reaccionar, y empezó a lamer y mordisquear uno de sus pezones, como él había hecho con ella la noche anterior.


–Umm… Paula… –murmuró asiéndola por las caderas.


–Eh, estate quieto –lo reprendió ella apartando sus manos–. He dicho que estoy yo al mando.


–A la orden, sargento –Pedro sonrió divertido y puso las manos en los brazos de la tumbona, ansioso por ver cuál sería su próximo movimiento.


Paula se inclinó hacia delante y lo besó suavemente antes de susurrarle al oído:

–No te arrepentirás.


Le desabrochó el cinturón, y sus dedos se introdujeron dentro del pantalón para descender por su miembro en erección, que palpitó con aquella caricia.


Pedro habría querido arrancarse el resto de la ropa, arrancarle a ella la suya, y hacer a Paula rodar sobre la arena para poseerla. Cuanto más lo acariciaba, más ansiaba poder tocarla él también, pero en cuanto se movía lo más mínimo ella se detenía.


Cuando se quedaba quieto de nuevo Paula le mordisqueaba el lóbulo de la oreja o el hombro, y sus dedos comenzaban a torturarlo de nuevo. Sus manos se aferraron a los brazos de la tumbona con tal fuerza que se le pusieron los nudillos blancos. Paula le desabrochó los pantalones y él intentó incorporarse, pero ella le puso un dedo en los labios y le dijo:

–Shhh… quieto; déjame hacer.


Se bajó de su regazo, se arrodilló entre sus piernas y lo tomó en su boca despacio, hasta engullirlo por completo. La humedad y la calidez que lo envolvieron casi le hicieron perder el control. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, bloqueando todas las sensaciones excepto las caricias de la lengua y los labios de Paula.


Las manos de ella se aferraron a sus muslos para sujetarse, y Pedro ya no podía más. Si seguía haciéndole lo que estaba haciéndole iba a explotar, y no quería hacerlo si no era dentro de ella. Ya habían jugado bastante. La agarró por debajo de los brazos y la levantó, colocándola de nuevo sobre su regazo.


–Un preservativo –gruñó apretando los dientes–. En mi cartera. En el bolsillo de atrás de mi pantalón.


Con una risa suave y seductora, Paula metió la mano en su bolsillo, sacó la cartera… y la arrojó al suelo con un brillo travieso en los ojos. Luego se inclinó hacia la mesa y levantó una servilleta, dejando al descubierto al menos media docena de preservativos.


–He venido preparada –le dijo.


–Ya lo veo, ya. Muy preparada diría yo.


–¿Supone eso un problema para ti? –inquirió ella, pestañeando con picardía.


¿Un problema? A Pedro le encantaban los retos, y aquella mujer estaba resultando ser una caja de sorpresas.


–Ni hablar; procuraré estar a la altura de tus expectativas.


–Me alegra oír eso –Paula rasgó un envoltorio y le colocó lentamente el preservativo.


Con la luna a sus espaldas, se puso de pie y se levantó la falda del vestido para bajarse las braguitas, que arrojó a un lado. Luego se colocó de nuevo a horcajadas sobre él.


Tomó el rostro de Pedro entre ambas manos para besarlo, dejando caer la falda del vestido, que la cubrió mientras descendía sobre él. Pedro cubrió su cuello con un reguero de besos y lamió uno de sus hombros desnudos. La brisa había impregnado su piel con el sabor salado del mar. Le desanudó las tiras que sujetaban el vestido detrás del cuello, y la tela cayó, dejando al descubierto un sujetador de encaje sin tirantes. Los blancos senos de Paula sobresalían ligeramente por encima del borde de las copas. Abrió el enganche y los liberó antes de llenarse las manos con aquellos pechos blandos y exuberantes, cuya forma apenas se adivinaba con la pálida luz de la luna.


–Algún día haremos el amor en una playa como ésta con el sol brillando sobre nosotros –le susurró frotándole los pezones con las yemas de los pulgares–, o en una habitación con las luces encendidas para que pueda ver el placer en tu rostro.


–Algún día… –repitió ella suavemente.


¿Había cruzado una sombra por su mirada, o sólo se lo había parecido?, se preguntó Pedro. No pudo saberlo porque Paula se inclinó hacia él y desterró todo pensamiento de su mente cuando selló sus labios con un beso apasionado, un beso embriagador.


Pedro se hundió aún más en ella, deleitándose en el ronroneó de placer que vibró en la garganta de Paula. Sus manos descendieron por la espalda de ella hasta encontrar sus nalgas, que asió para apretarla más contra sí. Los suspiros y gemidos de Paula eran cada vez más intensos y más seguidos, y Pedro dio gracias por ello porque no sabía cuánto más podría resistir.


Enredó los dedos de una mano en el cabello de Paula y le tiró de la cabeza hacia atrás para exponer sus pechos a su boca. Tomó un pezón y lo mordisqueó, haciéndola suspirar de nuevo y arquearse, al tiempo que repetía: «¡Sí, sí, sí…!». Sus húmedos pliegues palpitaron en torno a su miembro con los espasmos del orgasmo, y el grito que anunció que lo había alcanzado se fundió con el ruido de las olas.


Esforzándose por mantener el control, Pedro siguió moviendo las caderas, y le provocó un nuevo orgasmo a Paula justo cuando él llegaba al suyo. Fue algo increíble que eclipsó cualquier otra sensación y lo hizo convulsionarse.


Jadeante, Paula se derrumbó sobre él, y sus senos quedaron aplastados contra el pecho de Pedro, que subía y bajaba con su agitada respiración.


Pedro no habría sabido decir cuánto le llevó recobrar el aliento, pero cuando lo hizo Paula aún descansaba entre sus brazos. Volvió a anudarle las tiras del vestido con las manos algo temblorosas, y ella frotó el rostro contra su cuello con un suspiro satisfecho.


Pedro se apartó de debajo de ella. Con suerte quizá tendría otras oportunidades de volver a desnudarla, pensó.


Pero tenían que volver dentro. Se abrochó los pantalones. Con la camisa, después de ponérsela, no pudo hacer demasiado ya que los botones estaban desperdigados por la arena. Tomó el busca de la niñera de la mesa y se lo colgó del cinturón antes de volverse hacia Paula.


La alzó en volandas y echó a andar hacia la mansión. Paula le rodeó el cuello con los brazos y apoyó la cabeza en su hombro. Pedro había disfrutado inmensamente con aquel juego, con dejarle llevar las riendas, pero no estaba dispuesto a cederle por completo el control. Esa noche, Paula dormiría en su cama.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 29

 


El avión descendió hacia una isla más pequeña que tenía una pista de aterrizaje y un muelle con un ferri. ¿Un ferri sólo para pasar de allí a la isla principal? Era evidente que se tomaban en serio lo de la seguridad.


Paula pensó en la clase de vida que había dejado atrás al cortar lazos con sus padres. Era un sensación extraña volver a ese mundo. Pero ya no podía dar marcha atrás y regresar a Charleston. Ni tampoco quería hacerlo. Quería estar con Pedro.


La noche se presentaba llena de oportunidades para Pedro. Había cerrado el trato con Cortez y pasarían el día siguiente planificando y concretando, pero esa noche era una noche para celebrar aquel éxito, y esperaba poder celebrarlo con Paula.


Cerró la puerta del cuarto de los gemelos, que estaba justo al lado del de la niñera. Justo antes de acostarlos había llamado a Pamela, y esa vez, por fin, había contestado. La había oído muy animada, quizá en exceso, y había colgado cuando había intentado pasarla con los niños para que les diera las buenas noches. Había algo raro, pero no sabía qué, y en ese momento lo que ocupaba su mente era volver a hacer suya a Paula.


Entró en sus aposentos, que eran como un lujoso apartamento. A Paula y a él les habían dado habitaciones separadas, pero esa noche esperaba que se durmiera en sus brazos exhausta y satisfecha.


Sin embargo, cuando entró en el dormitorio de Paula sólo encontró su maleta abierta sobre la cama. Entonces se dio cuenta de que se oían las olas y de que las ventanas estaban abiertas de par en par y Paula estaba allí fuera, apoyada en la barandilla.


La brisa del océano hacía que se le pegase el vestido al cuerpo, resaltando sus femeninas curvas.


–Te doy un dólar si me cuentas qué estás pensando –le dijo saliendo a la terraza para apoyarse en la barandilla junto a ella.


Ella lo miró de reojo.


–No quiero que me pagues más dinero por no trabajar. De hecho, desde que hemos llegado aquí no he hecho nada. La niñera se está ocupando de Baltazar y de Olivia, y tengo que admitir que parece que los maneja muy bien.


–¿Habrías preferido que se pusieran a llorar para que fueras tú?


–¡Pues claro que no! Es sólo que… me gusta sentirme útil.


–La mayoría de las mujeres a las que conozco estarían encantadas de pasarse una tarde recibiendo un masaje y haciéndose la manicura –dijo Pedro. Era lo que habían estado haciendo Victoria y ella mientras ellos hablaban de negocios.


–No te confundas: me gusta tanto sentirme mimada como a cualquiera. De hecho, creo que tú también te mereces relajarte un poco –tomó un busca que había dejado sobre la mesa de la terraza y lo levantó–. La niñera puede llamarnos si nos necesita, así que… ¿qué te parece si bajamos a la playa? He pedido al servicio que nos preparen allí algo de comer y de beber.


Tomó su mano y la siguió por los escalones de la terraza que bajaban a la playa.


Paula se quitó las sandalias, esperó a que él se quitara también los zapatos y los calcetines, y caminaron sin prisa de la mano en dirección a la carpa, que se alzaba a unos metros de la orilla del mar.


–Esto es un auténtico paraíso –comentó Paula cuando llegaron–. A lo largo de mi vida he visto muchas mansiones, pero ninguna tan impresionante como ésta, y sobre todo en un entorno tan privilegiado. La realeza sí que sabe.


Entraron en la carpa, donde el servicio había colocado dos tumbonas, y una mesita baja con uvas, queso y vino. Paula se sentó en una de las tumbonas y Pedro siguió su ejemplo.


Paula sirvió el vino, y le tendió una copa antes de tomar un sorbo de la suya.


–Victoria me dijo en el avión que veía en ti a un solitario, como su marido –comentó.


–¿En serio?, ¿un solitario? –repitió él, sin comprender a qué venía eso.


–Tienes familia en Charleston, ¿no? El otro día llamaste a algún pariente para pedirle ayuda cuando te encontraste con los niños en el avión.


–Tengo dos primos, Victor y Carla. Me crié con ellos en Dakota del Norte cuando mis padres murieron en un accidente –le explicó Pedro–. Su coche se salió de la carretera en medio de una tormenta cuando yo tenía once años –añadió antes de apurar su copa de un trago, como si fuera un vaso de agua.


–Lo siento mucho.


–No tienes que sentir lástima de mí. Tuve suerte de tener parientes dispuestos a hacerse cargo de mí –le dijo Pedro–. Mis padres no me dejaron ningún dinero, y aunque mi tío y mi tía nunca se quejaron por tener otra boca que alimentar, me juré a mí mismo que algún día les devolvería con creces todo lo que me habían dado.


–Mírate ahora; es increíble lo que has conseguido.


Pedro se quedó mirando las oscuras aguas y el cielo plagado de estrellas.


–Sí, pero por desgracia ellos también murieron hace años, y ya es tarde. Me ha llevado demasiado tiempo encontrar mi camino.


–Por amor de Dios, Pedro. Pero si no debes tener más de…


–Treinta y ocho.


–¿Y te parece demasiado tiempo? ¡Millonario a los treinta y ocho! –exclamó ella riéndose–. Yo no llamaría a eso demasiado tiempo.


Tal vez, pero todavía le quedaban sueños por cumplir.


–No era lo que pretendía –añadió–. Al principio quería volar con las Fuerzas Aéreas, y llegué a alistarme en la ROTC en la Universidad de Miami, pero tenía un problema de salud que no es un inconveniente en el Ejército más que en las Fuerzas Armadas. Así que terminé mis estudios y volví a casa. Abrí una escuela de aviación y llevaba con mi avioneta a mi primo, que es veterinario, de una granja a otra hasta que nos mudamos a Carolina del Sur. Ahora mi lucha es darle a mis hijos todo lo que yo no pude tener, pero al mismo tiempo enseñarles los valores de la gente humilde.


–Bueno, yo diría que el hecho de que eso te preocupe ya dice mucho de ti como padre, lo consigas o no –dijo ella alargando la mano para apretar la de él.


Pedro se llevó la mano de Paula a los labios y la besó en la muñeca.


–Tú te criaste en un mundo de privilegios pero eres una mujer de principios. ¿Algún consejo que puedas darme?


Paula dejó escapar una risa amarga.


–Mis padres son gente superficial que se gastaron cada centavo que habían heredado en vivir bien. Mi padre llevó a la familia a la ruina y ahora tengo que trabajar como el resto de los mortales para ganarme el sustento, lo cual no es una tragedia ni nada de eso; tan sólo la realidad.


Se quedaron callados un largo rato, mirándose a los ojos mientras él le acariciaba la mano. El ruido de las olas parecía aislarlos del resto del mundo. Pedro se inclinó para besarla, pero de pronto ella lo detuvo, poniendo una mano en su pecho.


–Para.


–¿Qué?


La voz de Pedro sonó algo ronca, porque no se había esperado aquello, pero se quedó quieto. Si una mujer decía que no, era que no.


–Anoche, cuando lo hicimos, dejé que llevaras la voz cantante –murmuró ella levantándose para sentarse a horcajadas sobre él. El calor de la parte más íntima de su cuerpo lo quemaba a través incluso del vestido de algodón de ella y de sus pantalones–. Esta vez, Pedro, soy yo quien está al mando.