miércoles, 5 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 17

 


La suave presión de los labios de Pedro contra los suyos sorprendió a Paula, que se quedó paralizada unos segundos. Luego el corazón empezó a latirle como loco, y la sorpresa se convirtió en deseo.


Pedro se levantó sin apartar los ojos de ella. Paula se levantó también, y rodearon la mesa para encontrarse el uno en brazos del otro. Paula se agarró a sus hombros aturdida. La había pillado con la guardia baja, se dijo: aquella cena romántica, la luz de la luna, la suave música… Todo eso había disipado las tensiones acumuladas en su cuerpo. Hacía tanto tiempo que no se sentía tan relajada… Había estado tan ocupada intentando levantar cabeza para reconstruir su vida… Incluso el haberse abierto acerca de su divorcio la había hecho sentirse bien. Sin embargo, también había hecho añicos su coraza; la había dejado desprotegida.


Dios, a veces Pedro podía resultar brusco y hasta algo hosco cuando hablaba, pero… vaya si se tomaba su tiempo cuando besaba… Paula subió una mano a su cuello, y sus dedos se enredaron en el corto cabello de él para luego saborear la textura algo áspera de la sombra de barba en sus mejillas.


Los labios de Pedro, que se movían con seguridad sobre los suyos, consiguieron que abriera la boca para dejar paso a su lengua. Paula se apretó más contra él, y su respiración se tornó entrecortada.


El olor del aftershave de Pedro se mezclaba con el aroma salado del mar, y el sabor a especias en su boca sazonaba su beso, tentando sus sentidos e instándola a mandar la lógica a paseo. Las caricias de su lengua le hicieron desear más. Más de él.


Qué fácil sería seguirlo al dormitorio y arrojar a un lado todo el estrés y las preocupaciones igual que las prendas de las que se despojarían. Sin embargo, luego llegaría el amanecer, y con él todas aquellas preocupaciones regresarían multiplicadas por la falta de autocontrol de ambos.


Aquello era una locura y no podía permitirse locuras. Aferrándose a la poca fuerza de voluntad que le quedaba, e incapaz de despegar sus labios de los de él, se apartó de él.


Se apartó, pero no demasiado; apenas unos milímetros. Cada vez que Paua inspiraba sus fosas nasales se veían inundadas por el olor de Pedro. Se notaba mareada, pero no era tanto por la falta de oxígeno como por el efecto que Pedro tenía en ella.


Éste la condujo hasta su silla, cosa que Paula agradeció porque le temblaban las piernas, y él volvió a sentarse también, sin apartar los ojos de ella. No dejó de observarla un segundo.


Paula dejó escapar una risa nerviosa.


–Esto no me lo esperaba.


–¿Lo dices en serio? –inquirió él .


El pulso acelerado en la vena de su cuello era la única señal visible de que el beso que acababan de compartir lo había dejado tan agitado como a ella.


–Yo llevo queriendo besarte desde que subí al avión –añadió Pedro–. En ese momento tuve la sensación de que la atracción era mutua, y ahora sé que lo es.


Iba a contestar a la arrogancia de Pedro pero un pensamiento hizo que un escalofrío la recorriera.


–¿Por eso me pediste que viniera? ¿No para cuidar de tus hijos sino para intentar seducirme?


Se irguió en la silla deseando llevar puesto algo que le diera un aspecto serio y profesional, en vez de un albornoz y la camiseta que él le había prestado.


–Creía que habíamos hecho un trato, y que los dos estábamos de acuerdo en que no se deben mezclar los negocios con lo personal –añadió.


–¿Y entonces por qué has respondido a mi beso? –le espetó él.


–Me he dejado llevar por mi instinto.


–Entonces admites que te sientes atraída por mí.


Paula sabía que negarlo no serviría de nada.


–Sabes que sí, pero eso no implica que quiera tener nada contigo. No va a volver a ocurrir. Y si por eso vas a volverte atrás respecto a nuestro trato, me da igual. No voy a acostarme contigo para conseguir lo que quiero –le dijo poniéndose de pie.


–Eh, eh… espera un momento –le pidió Pedro levantándose también. Rodeó la mesa para colocarse frente a ella y le frotó el brazo con la mano para tranquilizarla–. Me has malinterpretado. Para empezar, no creo que seas la clase de persona que utiliza su cuerpo para abrirse camino en el mundo. Y en segundo lugar, nunca he ofrecido dinero ni privilegios a una mujer a cambio de sexo, ni pienso hacerlo.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 16

 


Hacía demasiado tiempo de la última vez que había practicado el sexo. Ésa tenía que ser la razón de aquella reacción desproporcionada que estaba teniendo, se dijo. Y a juzgar por el fuego que había en los ojos de ella, parecía que Paula estaba sintiendo lo mismo.


Pedro estaba empezando a darse cuenta de que tenían algo más en común que aquella fuerte atracción. Los dos habían salido escaldados de un matrimonio que había sido un desastre, los dos se habían volcado en el trabajo, y ninguno de los dos quería una relación seria que pudiera traer complicaciones a su vida.


¿Por qué no dejarse llevar entonces por esa atracción? Sí, podría funcionar, sólo sexo, sin complicaciones, sin ataduras. Había un segundo dormitorio vacío donde no despertarían a los niños, y desde lo suyo con Pamela siempre llevaba preservativos encima. Con un embarazo inesperado ya había tenido bastante.


Además el ambiente no podía ser más romántico, con la luz de la luna bañando el balcón, y Paula no llevaba demasiado debajo del albornoz. ¿Por qué no tantearla?


Tomada la decisión, Pedro sacó la rosa del jarroncito que había en medio de la mesa, y deslizó el rojo capullo por la nariz de Paula, que parpadeó sorprendida, pero no dijo una palabra ni se movió. «Qué diablos», pensó Pedro. Y, envalentonado, trazó el contorno de sus labios con el capullo antes de inclinarse hacia delante y besarla.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 15

 


Pedro dejó su copa en la mesa con cuidado. La sangre le hervía en las venas con lo que estaba oyendo, y temía que, de no soltar la copa, la haría añicos.


–A ver si lo he entendido: ¿tu ex te dejó porque no podíais tener un hijo juntos?


–Bingo –respondió ella con una sonrisa tirante.


–Menudo imbécil –dijo Pedro–. Sería un placer ir y patearle el culo en tu nombre.


Paula esbozó una débil sonrisa.


–No es necesario, gracias. Ya no soy tan boba como era antes; ahora, cuando creo que alguien se merece una patada en el culo se la doy yo misma.


–Me alegra oír eso –respondió Pedro.


Admiraba sus agallas y la fuerza interior que tenía. Por lo que le había contado, parecía que había reconstruido su vida después de dos duros golpes que habrían dejado noqueada a la mayoría de la gente.


–Intento no machacarme con aquello. No tenía mucha experiencia escogiendo a la gente que dejaba entrar en mi vida, así que supongo que era de esperar que lo nuestro no funcionara.


–Pues a mí me parece que quien lo estropeó fue él y no tú –Pedro alargó una mano y le acarició suavemente la mano.


Paula abrió mucho los ojos, como sorprendida, pero no apartó su mano.


–Gracias por el voto de confianza, pero estoy segura de que hubo algo de culpa por ambas partes.


–Eso siempre es algo difícil de dilucidar –murmuró él retirando su mano.


–¿Y qué me cuentas de tu ex? ¿Tiene por costumbre irse por ahí y dejarte a los niños?


–No, en realidad no.


La verdad era que Pamela, a pesar de cierta diferencia de opiniones en cuanto al cuidado de sus hijos, era una buena madre. De hecho, cada vez que se los dejaba lloraba como una Magdalena.


–Venga –lo instó Paula–, yo te he contado la patética historia de mi matrimonio; ¿cuál es la tuya?


Pedro prefería no hablar de sus fracasos, pero la luz de la luna y la buena compañía lo empujaron a hacer una excepción.


–Bueno, tampoco fue un drama griego, ni nada de eso. Pamela y yo tuvimos un romance y ella se quedó embarazada –dijo. Lo que Pamela no le había dicho era que a la vez estaba viéndose con otro hombre–. Así que nos casamos por los niños. Lo intentamos, y nos dimos cuenta de que no funcionaba. Cuando los bebés nacieron el divorcio ya estaba en curso.


–Por cómo lo cuentas da la impresión de que lo has llevado todo con mucha calma.


¿Con mucha calma? Nada más lejos de la verdad, pero la vida seguía.


–Tengo a los gemelos. Y Pamela y yo estamos intentando ser unos buenos padres para ellos. Bueno, hasta hoy al menos creía que eso era lo que estábamos haciendo.


Paula alargó una mano para ponerla sobre la suya.


–No puedo decir que entienda lo que tu ex ha hecho hoy, pero creo estáis haciendo un buen trabajo con vuestros hijos. Son unos bebés sanos y preciosos.


El contacto de la suave piel de Paula hizo que una ráfaga de deseo se disparase por las venas de Pedro, pero trató de centrarse en la conversación.


–Bueno, son un par de torbellinos, pero haría cualquier cosa por ellos. Cualquier cosa.



martes, 4 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 14

 


Pedro descubrió, para su sorpresa, que estaba disfrutando mucho de la tarde con Paula y sus hijos. Era casi como si fuesen una familia, pensó pinchando con el tenedor el último trozo de lubina que le quedaba en el plato. Paula, entretanto, ya había empezado con el postre, un pastel de melocotón. Habían dado de comer primero a los bebés y los habían acostado para poder cenar ellos tranquilos en el balcón.


Les habían dispuesto la cena en la mesa de hierro forjado con una solitaria rosa roja entre ambos. La luz de los candelabros que había en la pared, a ambos lados de las puertas abiertas, arrojaba una luz tenue y cálida sobre ellos, y desde dentro llegaban unas suaves notas de música que Pedro había puesto con su iPod. En realidad la idea era conseguir que Olivia y Baltazar se durmieran, pero a la vez creaba un ambiente muy íntimo.


Y a ello contribuía también la belleza que tenía frente a sí. Paula se había cambiado, poniéndose una camiseta que él le había prestado, y encima el albornoz del hotel. Parecía que acabase de levantarse de la cama, y la brisa del océano agitaba su cabello rubio suavemente.


Pedro no había tenido muchas citas desde que se había divorciado, y cuando había tenido alguna se había cuidado mucho de separar aquello de sus hijos.


El tener a Paula a su lado para ocuparse de los niños esa noche había hecho que la tarea resultase la mitad de agotadora, y aquello lo hizo sentirse irritado una vez más por no haber conseguido que su matrimonio funcionase.


Pamela y él habían sabido que no sería fácil, pero los dos habían decidido intentarlo, por sus hijos. O al menos eso era lo que él había pensado, hasta que había descubierto que Pamela no estaba segura siquiera de que él fuera el padre biológico.


Se le hizo un nudo en el estómago. No, diablos, Olivia y Baltazar eran sus hijos. Su apellido estaba escrito en el certificado de nacimiento de ambos, y se negaba a dejar que nadie se los quitase. Pamela le había asegurado que no iba a recurrir la sentencia de custodia compartida, pero ya le había mentido antes, y de tal modo que le costaba confiar en su palabra.


Estudió en silencio a la mujer sentada frente a él, deseando poder saber qué estaría pensando, pero parecía tener un control tan férreo sobre sí que no dejaba traslucir nada.


Sabía que no podía juzgar a todas las mujeres por la mala experiencia que había tenido con Pamela, pero desde luego lo había hecho bastante desconfiado. Quien se dejaba engañar una vez era un ingenuo, pero quien se dejaba engañar dos veces era un idiota.


Además, Paula estaba allí por un único motivo: porque lo necesitaba como trampolín para afianzar su pequeño negocio; no había ido a San Agustín para jugar a papás y mamás con él. Mientras no se olvidara de aquello, todo iría bien, se dijo.


–Se te dan bien los niños –comentó.


–Gracias –respondió ella, como si pensara que sólo lo decía por decir.


–No, lo digo en serio; seguro que serás una madre estupenda algún día.


Ella sacudió la cabeza y apartó el plato con su postre a medio comer.


–No quiero tener hijos sola, y mi experiencia con el matrimonio no resultó bien.


Pedro no le pasó inadvertida la amargura en su voz. Se llevó su copa a los labios para tomar un sorbo y, mirándola por encima del borde, le dijo:

–Lamento oír eso. 


Paula suspiró.


–Me casé con un tipo que parecía perfecto. Ni siquiera le interesaba el dinero de mi familia. De hecho, accedió a firmar un acuerdo prematrimonial ante la insistencia de mi padre para demostrarlo. Me pasé toda mi adolescencia preguntándome si la gente se acercaba a mí porque querían mi amistad o por ser quien era. Me sentí bien al pensar que había encontrado a alguien que me quería de verdad.


–Bueno, se supone que así es como deben de ser las cosas en el amor.


–Sí, es como se supone que deberían ser. Pero estoy segura de que entiendes lo que es cuestionarse los motivos de todas las personas que se acercan a ti. Imagino que a ti también te pasa.


–Hubo un tiempo en que no. Crecí en Dakota del Norte, y mi familia era gente sencilla y trabajadora; eran granjeros –le dijo Pedro–. En mi tiempo libre me iba de acampada, de pesca…


–Qué suerte –murmuró ella–. La mayoría de las amigas que yo tenía en el colegio privado al que iba querían ser mis amigas porque mi madre nos llevaba de compras a Nueva York. Cuando cumplí los dieciséis nos pagó a mis amigas y a mí un viaje a las Bahamas. No me extraña que no tuviera amigas de verdad.


Pedro sintió lástima por ella. Tener que cuestionarse los motivos de la gente siendo un adulto era duro, pero que esa preocupación la hubiese tenido ella de niña… esas cosas podían marcar la vida de una persona. Pensó en sus hijos y se preguntó qué podría hacer para evitarles pasar por eso.


–O sea que tu ex parecía el hombre de tus sueños porque firmó ese acuerdo prenupcial. ¿Y luego…?


–Su única condición era que yo no aceptaría ningún dinero de mi familia –continuó Paula. Había dolor en su mirada, que se tornó de pronto distante, y extrañamente, aunque acababan de conocerse, Pedro sintió ese dolor como si fuera suyo–. El dinero que mi familia quisiera dejarme iría a un fondo para los hijos que tuviéramos, y nosotros viviríamos por nuestros propios medios. Me pareció honorable.


–¿Y qué pasó? –inquirió él, llevándose la copa a los labios para tomar otro sorbo.


–Que era alérgica a su esperma.


Pedro casi se ahogó con el agua que había bebido.


–¿Podrías repetir eso?


–Lo que has oído; era alérgica a sus espermatozoides. Los dos éramos fértiles, pero por algún motivo no éramos compatibles –explicó. Se apoyó en la mesa cruzando los brazos y se inclinó un poco hacia delante–. Yo me sentí triste cuando el médico nos dio la noticia, pero pensé: «Siempre podemos adoptar». El problema fue que Alejandro no pensaba lo mismo.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 13

 


¿Un desayuno de negocios? ¿Con dos bebés? ¿A qué persona en su sano juicio podía ocurrírsele una idea semejante?, pensó Paula. Sin embargo, no hizo ningún comentario al respecto y claudicó ante el hecho de que necesitaba algo apropiado que ponerse; no podía ir vestida con el uniforme de trabajo de A-1.


Reprimió los nervios ante la idea de tener que decirle qué talla usaba. Atrás habían quedado los días en que se subía a la báscula cada mañana para que su madre comprobase su peso. Y gracias a Dios también habían quedado atrás los días en que había estado al borde de una muerte por inanición en su afán por estar más delgada. Parpadeó, dejando a un lado el pasado, y respondió:

–Está bien, pues diles que me compren una cuarenta de ropa. Y mi número de pie es el treinta y ocho.


Los ojos verdes de Pedro brillaron traviesos.


–¿Y qué talla tienes de ropa interior?


–No pienso responderte a eso –dijo ella clavándole un dedo en el pecho. Cielos, su pecho parecía de acero. Dio un paso atrás–. Y asegúrate de que te den la factura de todo porque pienso pagártelo.


–Esa muestra de orgullo es innecesaria, pero si es lo que quieres… –dijo él, con tal arrogancia que Paula sintió deseos de darle una colleja.


–Pero al menos deja que te preste una camiseta para dormir. No creo que vayas a dormir muy cómoda con el albornoz del hotel.


¿Sentir una prenda de ropa suya contra su piel desnuda? La sola idea hizo que una ola de calor la invadiera, pero antes de que pudiera protestar Pedro había dejado a Baltazar en el suelo y había ido a llamar por teléfono al conserje y al servicio de habitaciones.


Aturdida, dejó ella también en el suelo a Olivia, que estaba revolviéndose al ver a su hermano libre, y siguió a los gemelos al dormitorio principal mientras oía a Pedro hablar con recepción.


Olivia y Baltazar se acercaron curiosos a inspeccionar las cunitas plegables que el personal del hotel había dispuesto un lado de la enorme cama de matrimonio. Se había dispuesto todo para acomodar a una familia, sólo que no eran una familia, y ella se acostaría sola en aquella cama… vestida con una camiseta de aquel hombre tan increíblemente guapo.


Paula se rodeó la cintura con los brazos, lamentándose una vez más por lo que habría podido ser y no había sido. Era algo en lo que no había pensado desde hacía un año, lo que había ansiado más que nada en el mundo. Encontrarse en aquella situación le estaba despertando deseos que llevaba tiempo ignorando.


Había accedido a aquello por su empresa, por su futuro, pero no se había dado cuenta de que jugar a aquel juego podía acabar haciéndose daño.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 12

 


Consciente de que la tenía pegada a los pechos, Paula se tiró de la camiseta. Lo último que necesitaba era sentir el fuego de la mirada de Pedro sobre ella, y mucho menos responder a él como estaba respondiendo su cuerpo en ese momento. Él tenía que concentrarse en su trabajo y ella en los niños.


Paula se dio la vuelta y fue a por otra toalla que había arrojado sobre el sofá para perseguir a los dos pequeñajos, que se habían puesto a corretear por la suite.


–Has vuelto muy pronto de tu cena.


–Necesitas ropa –dijo él sin contestar a su observación.


–¿Ropa seca? Sí, ya lo creo. Deberían subir la cena enseguida. Cuando he oído la puerta he pensado que era el servicio de habitaciones.


Pedro sacó un par de pañales y dos camisetitas de la bolsa de tela, una azul y otra rosa que le tendió a Paula junto con uno de los pañales.


Los dos procedieron a extender sendas toallas sobre el sofá para vestir a los pequeños, y Paula se maravilló de ver lo bien que se apañaba Pedro.


–Bueno, ¿y qué tal tu reunión? –insistió.


–Sólo hemos tomado algo en el bar –respondió él, ajustándole el pañal con firmeza pero con suavidad a Baltazar, que no dejaba de moverse–; mi cliente ha pospuesto la reunión a mañana –en cuestión de segundos también le puso la camiseta a Baltazar. Lo tomó en brazos y le dio un beso en el moflete–. Llamaré al servicio de habitaciones para que me traigan a mí algo también.


Paula sintió un cosquilleo de nervios en el estómago. ¿Pedro no tenía que trabajar o hacer alguna otra cosa? ¿Iba a quedarse allí con ella el resto de la tarde? Bueno, estaban también los niños, por supuesto, pero… ¿y cuando llegase la hora de acostarlos? Pedro había mencionado que su ex no los acostaba hasta tarde, y Paula deseó que fuesen capaces de aguantar por lo menos hasta medianoche.


–Lástima que ese cliente potencial no te avisara antes de que saliéramos de Charleston –murmuró acabando de vestir a Olivia antes de alzarla en brazos también–. Así no habrías tenido que salir corriendo y podrías haber buscado a una niñera de verdad.


Y ella podría estar tranquilamente en su apartamento tomándose un helado mientras veía la televisión, en vez de estar allí, nerviosa, intentando mantener sus hormonas bajo control.


–Me alegra poder pasar un poco más de tiempo con ellos –dijo Pedro–. ¿Podrías quedarte un día más? Sé que no es justo, pero me harías un gran favor.


Oh, oh… De modo que por eso había dicho lo de la ropa…


–Bueno, creo que podré arreglarlo con mi socia. La llamaré cuando los niños se hayan dormido.


–No sabes cómo te lo agradezco. Entonces ya sólo tenemos que buscarte algo de ropa y unas cuantas cosas de aseo. Cuando llame al servicio de habitaciones le pediré al conserje del hotel que se ocupe y…


–No es necesario, de verdad –lo cortó ella alzando una mano. Le incomodaba la idea de llevar ropa que él hubiera pagado–. Me pondré un albornoz y pediré que me laven la ropa. Mañana puedo irme al centro de compras con los niños y comprar algo. Claro que para eso necesitaría un carrito…


–Ya he pedido que me busquen uno, pero vas a necesitar una muda de ropa antes de eso –respondió él frunciendo el ceño–. Mi cliente quiere que baje mañana a desayunar con su esposa y con él y que lleve a los niños, y es imposible que pueda hacerlo solo; los gemelos acabarían volviéndome loco. Además, es culpa mía que te hayas venido sin ropa.




lunes, 3 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 11

 


Pedro salió del ascensor y atravesó el pasillo que conducía al bar y al restaurante. Buscó con la mirada al hombre con el que había quedado para cenar, Javier Cortez, pero no lo vio. Parecía que había llegado antes que él, se dijo dirigiéndose al bar.


Cortez era primo de los Medina, una familia real cuyo reinado en un país europeo había acabado con un violento golpe de Estado. Los Medina y sus parientes se habían exiliado a Estados Unidos, y habían vivido en el anonimato hasta que un medio de comunicación había descubierto su identidad el año anterior.


Cortez había servido como jefe de seguridad de uno de los príncipes antes de que saltara la noticia, y ahora era el encargado de las medidas de seguridad de toda la familia. Para Pedro, que los Medina se convirtieran en sus clientes, sería todo un logro.


Se encaramó a uno de los taburetes de la barra del bar, y le pidió al camarero una botella de agua mineral con gas. No quería tomar alcohol esa noche.


Aviones Privados Alfonso era todavía una compañía relativamente pequeña, pero gracias a un contacto había conseguido aquella reunión con Cortez: la hermana de la esposa de su primo estaba casada con un tipo apellidado Landis, y uno de los hermanos de éste estaba casado con una hija ilegítima del defenestrado rey.


Una de esas cosas que le hacían pensar a uno que el mundo era un pañuelo. El caso era que gracias a aquello había conseguido esa reunión, y ahora todo dependía de él. Igual que le había dicho a Paula. ¿Paula? ¿Por qué había pensado en Paula en ese momento?


Sí, era una mujer atractiva, se había dado cuenta nada más subir al avión, y había logrado mantener esa atracción bajo control hasta que la había pillado mirándolo cuando estaba desvistiéndose. La ola de calor que lo había invadido no era precisamente lo que le convenía antes de una cena de negocios.


Pero necesitaba su ayuda, así que le costara lo que le costara tenía que conseguir luchar contra esa atracción. Sus hijos eran su prioridad número uno.


En ese momento se oyó el ascensor, y de él salió Cortez. La gente empezó a murmurar. Todavía no se había diluido la novedad de tener a miembros de la realeza europea allí. Cortez, de unos cuarenta años, avanzó con paso firme hacia él, que se había puesto de pie y le había hecho una señal para que lo viera.


–Siento llegar tarde, señor Alfonso –le dijo tendiéndole la mano cuando llegó junto a él.


Pedro se la estrechó.


–No se preocupe, sólo han sido unos minutos.


Volvió a tomar asiento y el Cortez se sentó junto a él y pidió un whisky.


–Le agradezco que se haya tomado la molestia de venir hasta aquí para reunirse conmigo –dijo mientras le servían–. A mi mujer le encanta este sitio.


–Lo comprendo, tiene mucha historia.


Y también es un buen sitio para llevar a cabo negociaciones, cerca de la isla privada de los Medina, a unos kilómetros de la costa de Florida.


A él, sin embargo, no lo habían invitado aún a aquel sanctasanctórum. Las medidas de seguridad eran muy estrictas. Nadie sabía la localización exacta, y pocos habían visto la fortaleza que había en la isla. Los Medina tenían un par de aviones privados, pero a medida que la familia crecía con matrimonios e hijos se iban quedado cortos para sus necesidades de transporte.


Cortez tomó un sorbo de su bebida y la depositó sobre el posavasos.


–Como mi mujer y yo estamos aún técnicamente de luna de miel le prometí que nos quedaríamos unos días más. Ya sabe, para que pueda ir de compras y disfrutar del sol de Florida y de la piscina antes de que regresemos a Boston.


–Ah, ya veo –murmuró Pedro, sin saber qué decir.


–Creo que ha venido usted con sus hijos y su niñera.


Pedro no le sorprendió que lo supiera. Sólo llevaban una hora en la ciudad, pero seguramente Cortez no acudía a ninguna cita sin tantear el terreno y tenerlo todo bajo control por motivos de seguridad.


–Sí, bueno, me gusta poder pasar con mis hijos todo el tiempo que puedo, y no quería dejarlos atrás, así que por eso los he traído junto a nuestra Mary Poppins particular.


Cortez se rió.


–Excelente. Sé que habíamos quedado para cenar y hablar de negocios, pero mi esposa se ha empeñado en que la lleve a un espectáculo, así que confío en que no le importe que lo pospongamos.


Justo lo que menos necesitaba, tener que prolongar su estancia allí. Y a saber si la cosa se alargaría aún más…


–Por supuesto, no hay problema.


Cortez apuró su copa, pagó las bebidas de ambos, y los dos se levantaron y se dirigieron al ascensor.


Cortez, que según parecía también se alojaba en el ático del hotel, pasó la tarjeta por la ranura del panel lector, y cuando las puertas se hubieron cerrado y empezaron a subir le dijo:

–A mi esposa y a mí nos gustaría desayunar con usted y con sus hijos mañana por la mañana. Y puede traer también a la niñera, por supuesto. ¿Le va bien sobre las nueve?


Lo que faltaba… Desayunar en un restaurante con un niño pequeño podía ser un infierno, conque con dos…


–Eh… sí, claro, a las nueve.


El ascensor se detuvo, y las puertas se abrieron.


–Estupendo, pues allí nos veremos.


Salieron del ascensor, y Cortez tomó hacia la derecha mientras Pedro tomaba hacia la izquierda.


Cuando estaba acercándose a la puerta de la suite, a Pedro le pareció oír un chillido de uno de sus pequeños. ¿Se habría hecho daño? Preocupado, apretó el paso y se apresuró a abrir la puerta para encontrarse con Paula, que llevaba a un bebé en cada cadera, los dos recién bañados y mojados. Tenía las mejillas sonrosadas y le sonrió.


–No sabes lo que me ha costado atraparlos –dijo jadeante–; para estar empezando a andar son muy rápidos.


Pedro alcanzó una toalla del brazo del sofá y la abrió.


–Pásame a uno.


Paula le tendió a Baltazar, y Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para no quedarse mirándola embobado. Tenía la blusa empapada, y la tela se le pegaba al cuerpo, resaltando sus curvas. ¿Quién habría pensado que Mary Poppins podría ganar un concurso de camisetas mojadas?