Consciente de que la tenía pegada a los pechos, Paula se tiró de la camiseta. Lo último que necesitaba era sentir el fuego de la mirada de Pedro sobre ella, y mucho menos responder a él como estaba respondiendo su cuerpo en ese momento. Él tenía que concentrarse en su trabajo y ella en los niños.
Paula se dio la vuelta y fue a por otra toalla que había arrojado sobre el sofá para perseguir a los dos pequeñajos, que se habían puesto a corretear por la suite.
–Has vuelto muy pronto de tu cena.
–Necesitas ropa –dijo él sin contestar a su observación.
–¿Ropa seca? Sí, ya lo creo. Deberían subir la cena enseguida. Cuando he oído la puerta he pensado que era el servicio de habitaciones.
Pedro sacó un par de pañales y dos camisetitas de la bolsa de tela, una azul y otra rosa que le tendió a Paula junto con uno de los pañales.
Los dos procedieron a extender sendas toallas sobre el sofá para vestir a los pequeños, y Paula se maravilló de ver lo bien que se apañaba Pedro.
–Bueno, ¿y qué tal tu reunión? –insistió.
–Sólo hemos tomado algo en el bar –respondió él, ajustándole el pañal con firmeza pero con suavidad a Baltazar, que no dejaba de moverse–; mi cliente ha pospuesto la reunión a mañana –en cuestión de segundos también le puso la camiseta a Baltazar. Lo tomó en brazos y le dio un beso en el moflete–. Llamaré al servicio de habitaciones para que me traigan a mí algo también.
Paula sintió un cosquilleo de nervios en el estómago. ¿Pedro no tenía que trabajar o hacer alguna otra cosa? ¿Iba a quedarse allí con ella el resto de la tarde? Bueno, estaban también los niños, por supuesto, pero… ¿y cuando llegase la hora de acostarlos? Pedro había mencionado que su ex no los acostaba hasta tarde, y Paula deseó que fuesen capaces de aguantar por lo menos hasta medianoche.
–Lástima que ese cliente potencial no te avisara antes de que saliéramos de Charleston –murmuró acabando de vestir a Olivia antes de alzarla en brazos también–. Así no habrías tenido que salir corriendo y podrías haber buscado a una niñera de verdad.
Y ella podría estar tranquilamente en su apartamento tomándose un helado mientras veía la televisión, en vez de estar allí, nerviosa, intentando mantener sus hormonas bajo control.
–Me alegra poder pasar un poco más de tiempo con ellos –dijo Pedro–. ¿Podrías quedarte un día más? Sé que no es justo, pero me harías un gran favor.
Oh, oh… De modo que por eso había dicho lo de la ropa…
–Bueno, creo que podré arreglarlo con mi socia. La llamaré cuando los niños se hayan dormido.
–No sabes cómo te lo agradezco. Entonces ya sólo tenemos que buscarte algo de ropa y unas cuantas cosas de aseo. Cuando llame al servicio de habitaciones le pediré al conserje del hotel que se ocupe y…
–No es necesario, de verdad –lo cortó ella alzando una mano. Le incomodaba la idea de llevar ropa que él hubiera pagado–. Me pondré un albornoz y pediré que me laven la ropa. Mañana puedo irme al centro de compras con los niños y comprar algo. Claro que para eso necesitaría un carrito…
–Ya he pedido que me busquen uno, pero vas a necesitar una muda de ropa antes de eso –respondió él frunciendo el ceño–. Mi cliente quiere que baje mañana a desayunar con su esposa y con él y que lleve a los niños, y es imposible que pueda hacerlo solo; los gemelos acabarían volviéndome loco. Además, es culpa mía que te hayas venido sin ropa.
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