jueves, 22 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 29

 


Sus miradas se encontraron y en los ojos de Paula encontró tanta esperanza y vulnerabilidad que Pedro tuvo que resistir el impulso de estrecharla en sus brazos. Bajó la vista hasta su boca, sus labios eran carnosos y parecían muy suaves, por lo que no pudo evitar preguntarse si serían así al tacto y a qué sabrían.


La fuerza de la excitación que sintió de pronto en la entrepierna lo agarró completamente desprevenido.


Fue ella la que apartó la vista, pero le dio tiempo a ver un destello de culpa en sus ojos y supo que, fuera lo que fuera aquel sentimiento tan inadecuado, ella también lo sentía.


Paula se frotó los brazos.


–Empieza a hacer fresco, ¿no?


–¿Quieres entrar?


–Todavía no.


Se quedaron callados varios minutos.


Paula tomó un trago e inmediatamente dejó el vaso en el suelo.


–Creo que ya he bebido suficiente. Estoy un poco mareada y se está haciendo tarde. Debería ir a ver qué tal está Mia.


Era extraño porque, aunque Pedro no había tenido intención alguna de pasar tanto rato con ella, ahora no tenía ganas de decirle adiós.


Lo cual era motivo más que suficiente para hacerlo.


–¿Quieres que te acompañe hasta tu habitación?


–En realidad creo que necesito que lo hagas porque, sinceramente, no sé si sabría encontrarla sola.


–Mañana le diré a Claudia que te imprima un plano del palacio –dos días antes no le habría importado, pero ahora quería que se sintiese a gusto. Era lo menos que podía hacer.


También él dejó su bebida y se puso en pie. Le ofreció la mano para ayudarla a levantarse, ella se la dio y se alegró de que lo hiciera porque, al tirar de ella, se dio cuenta de que tenía tan poco equilibrio que probablemente se habría caído a la piscina.


–¿Estás bien? –le preguntó.


–Sí –parpadeó varias veces y luego meneó la cabeza como si tratara así de despejarse, pero agarrándole la mano con fuerza–. Me parece que no debería haber tomado la última copa.


Su mano parecía tan pequeña y frágil.


–¿Quieres volver a sentarte?


Tardó unos segundos en responder.


–Creo que debería meterme en la cama cuanto antes.


Lo primero que pensó él, con absoluta depravación, fue: «¿Quieres que me meta contigo?». Pero, aunque lo pensara e incluso lo deseara, jamás lo diría en voz alta. Y, lo que era más importante, jamás lo haría.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 28

 


¿Crees que uno puede enamorarse de alguien en solo dos semanas? –le preguntó Paula a Pedro.


–Creo que en el amor, todo es posible –contestó.


La idea de que Paula volviera a sufrir por culpa de un hombre le inquietaba más de lo que habría podido imaginar. Quizá porque estaba convencido de que era algo inevitable. Solo esperaba que cuando su padre la abandonara, al menos lo hiciera con amabilidad. Claro que quizá la espera acabara por frustrarla hasta el punto de decidir que no quería quedarse.


Ahora que la conocía mejor, Pedro ya no sabía qué esperar. Nunca había conocido a una mujer tan impredecible. Sin embargo, al mismo tiempo se identificaba con ella en ciertas cosas y la comprendía, lo que no tenía ningún sentido.


Pero lo que más le sorprendía era hasta qué punto se había equivocado con ella y cuánto había subestimado a su padre. Nunca se perdonaría por ello.


Jorge apareció en ese momento con otras dos copas. Pedro agarró los dos vasos y le dio uno a Paula, que miró el que ya tenía como si le sorprendiera ver que estaba vacío.


–De verdad que no debería –dijo, pero en el momento en que él se disponía a devolvérselo a Jorge, añadió–: Pero sería una lástima desperdiciar un vodka tan bueno. Esta es la última.


jorge se alejó con los vasos vacíos, meneando la cabeza, divertido o exasperado, quién sabía.


–Tu padre me ha contado que cuando conoció a tu madre fue amor a primera vista –recordó ella–. Y que supuso un gran escándalo porque ella no pertenecía a la realeza.


–Sí, mis abuelos eran muy tradicionales. Ya tenían un matrimonio concertado para él, pero mi padre amaba a mi madre. Amenazaron con desheredarlo y él dice que aquella fue la única vez que se rebeló contra ellos.


–Debió de ser muy difícil para tu madre saber que la odiaban hasta el punto de querer desheredarlo.


–No la odiaban tanto a ella como a la idea que tenían de ella, pero las cosas mejoraron después de que yo naciera. Mi padre era hijo único, así que estaban encantados de que mi madre les diera un heredero.


–¿Entonces a tu padre no le importaría que tú te casaras con alguien que no fuera de la realeza?


–Mis padres siempre me han dicho que, como único heredero, es esencial que yo también tenga un heredero, pero quieren que me case por amor.


–Como hicieron ellos.


–Sí.


–¿Cómo era tu madre? –le preguntó ella entonces.


Solo con pensar en ella se le dibujó una sonrisa en los labios.


–Guapa, leal y sin pelos en la lengua, lo que muchos consideraron poco conveniente para una reina. Creció en una familia italiana de clase media, por lo que sentía un profundo respeto por la gente común. La verdad es que tú me recuerdas a ella en algunas cosas.


Lo miró con sorpresa.


–¿Yo?


–Era valiente y muy lista, y no tenía miedo a decir lo que pensaba, aunque a veces le ocasionase problemas. Fue toda una inspiración para las mujeres jóvenes de este país.


–¿Valiente? –lo miró como si hubiese perdido la cabeza–. Yo siempre tengo miedo a estar equivocándome.


–Pero eso no te detiene, lo cual requiere mucha valentía.


–Es posible, lo que no sé en qué podría yo servir de inspiración a otras mujeres. Mi vida es una sucesión de errores.


¿Cómo era posible que no se diera cuenta de todo lo que valía?


–Eres culta, inteligente y tienes éxito en tu profesión. Pero además eres una magnífica madre que está criando a su hija sin ayuda. ¿Qué mujer joven podría no admirarte?


La vio morderse el labio y, por un momento, creyó que iba a echarse a llorar.


–Es posible que sea lo más bonito que me hayan dicho en toda mi vida. Pero sé que no lo merezco porque soy un verdadero desastre.


–Me parece que es tu padre el que habla por tu boca –le dijo.


–Puede que en parte, pero soy consciente de que a lo largo de mi vida he tomado unas cuantas decisiones muy poco acertadas.


–Eso le pasa a todo el mundo. ¿Cómo aprenderíamos si no cometiéramos algunos errores?


–El problema es que parece que yo no aprendo de los míos.


¿Por qué no veía lo que veía él en ella? ¿Acaso las exigencias de su padre habían acabado por completo con su autoestima? ¿Qué podría hacer él para hacérselo creer? ¿Cómo podría hacerle ver lo especial que era?


–Te subestimas. Si no fueras una persona extraordinaria, ¿crees que mi padre se habría enamorado tan rápido de ti?





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 27

 


Le rozó el pie de nuevo y esa vez habría jurado que lo había hecho apropósito. ¿Estaría haciendo piececitos con ella? ¿Por qué se le aceleraba de esa manera el corazón? ¿Y por qué lo animaba mentalmente a que la tocara también en otras partes del cuerpo, pero con las manos?


Eso sí que era atracción y sexo. Y estaba muy mal sentirlo.


–La semana pasada me enteré de que la empresa de su padre está en medio de una crisis financiera que podría obligarlo a cerrar –le explicó Pedro, y ella tardó unos segundos en caer en la cuenta de que seguía hablando de su ex–. Supongo que pensó que unos buenos contactos con la familia real podrían librarlo de la ruina.


–¿Crees que te estaba utilizando?


–Parece bastante probable.


Eso explicaba por qué era tan desconfiado con ella; era evidente que era a su ex a quien veía cuando la miraba.


–Qué zorra –dijo ella meneando la cabeza, pero al ver el modo en que Pedro abría los ojos, se tapó la boca con una mano y se odió a sí misma. ¿Cuándo aprendería a morderse la lengua?–. Perdona, no debería haber dicho eso –pero en lugar de enfadarse, Pedro se echó a reír.


–No, en realidad es un comentario muy acertado. Y, por desgracia, ella no fue la primera, aunque normalmente suelo ser más rápido en darme cuenta. La muerte de mi madre me dejó tal vacío que estaba ansioso por llenarlo y no veía bien con quién pretendía hacerlo.


–¿Te cuento algo curioso? El primer año de instituto descubrí a mi novio en el asiento trasero de su coche con mi supuesta amiga.


Pedro enarcó una ceja.


–¿Era una limusina?


–Ni mucho menos. Era un trasto viejo –respondió, riéndose.


–¿Qué hiciste cuando los viste?


–Les tiré un ladrillo y rompí el cristal de atrás.


–Yo debería haber hecho lo mismo.


–Estaba muy furiosa. Acababa de escribirle el trabajo de fin de curso de Historia, gracias al cual sacó un sobresaliente. Después me enteré, gracias a otra supuesta amiga, de que solo había salido conmigo porque estaba dispuesta a ayudarlo con los deberes y a dejar que se copiara de mis exámenes. Necesitaba sacar buenas notas para que no lo echaran del equipo de fútbol. Parece que todo el mundo sabía que me estaba utilizando.


–¿Y nadie te lo dijo?


–No. Trasladaron a mi padre un mes después y fue una de las pocas veces que me alegré de tener que volver a empezar de cero en otra parte.


–Espero que al menos se lo dijeras al director –dijo Pedro.


–No sabes cuánto me habría gustado contarlo todo y hacer que lo expulsaran del equipo y del instituto, pero entonces también me habrían expulsado a mí y mi padre me habría matado.


–Confías en la gente y eso es bueno.


No siempre.


–Por desgracia suelo atraer a hombres poco fiables. Es como si llevara la palabra «crédula» escrita en la frente y solo la vieran los sinvergüenzas.


–No todos los hombres se aprovechan de las mujeres.


–Todos los que yo he conocido, sí.


–Seguro que no todos han sido tan malos.


–Créeme, si hubiera un récord para la que tuviera menos suerte con los hombres, sería mío. Cuando el padre de Mia me abandonó, prometí que no volvería a permitir que nadie me utilizara. Y que no volvería a confiar en otro hombre tan ciegamente. Pero entonces conocí a Gabriel y me pareció tan… maravilloso. Me trataba como si fuera especial.


–Porque es eso lo que cree que eres. Desde que volvió a casa aquella vez, no pudo dejar de hablar de ti –entonces fue él el que le puso una mano en el brazo a ella y se lo apretó suavemente mientras la miraba con dulzura y compasión–. Él no te está utilizando, Paula.


¿Por qué mientras tenían esa charla tan sincera sobre Gabriel solo podía pensar en Pedro? ¿Por qué no dejaba de imaginarse lo que sentiría si le pusiera la mano en el muslo? ¿Por qué no podía dejar de mirarlo a la boca y de preguntarse cómo sería tenerla sobre la suya?


Cada vez estaba más claro que estaba enamorándose. Del hombre que no debía.



miércoles, 21 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 26

 


Paula sintió un escalofrío de aprensión.


–¿Por qué tengo la sensación de que no me va a gustar lo que vas a decirme?


–Mi padre me dijo que quizá tuviera que quedarse allí tres o cuatro semanas. No quería que lo supieras porque le daba miedo que te marcharas. Por eso me pidió que te entretuviera.


Se le cayó el alma a los pies.


–Pero yo solo voy a estar aquí seis semanas, lo que quiere decir que nos quedarán dos o tres para estar juntos y conocernos mejor.


Pedro se encogió de hombros.


–Entonces quédate más tiempo.


Se sentía traicionada y, mientras tomaba otro sorbo, no podía dejar de preguntarse en qué más le habría mentido Gabriel.


–No puedo quedarme más. En el trabajo solo me han dado seis semanas de permiso y si no vuelvo, me despedirán. Hasta que no sepa con seguridad si voy a quedarme aquí, necesito ese empleo. Si no, me quedaría sin nada. Tengo muy pocos ahorros, así que Mia y yo estaríamos prácticamente en la calle.


–Mi padre es una persona muy noble –aseguró Pedro–. Jamás permitiría que ocurriera algo así, incluso aunque decidieras no casarte con él.


–Si es tan noble, ¿por qué me ha mentido?


–Solo lo ha hecho porque le importas.


En cualquier caso, ella jamás aceptaría su caridad y no había ninguna certeza de que Gabriel fuera tan generoso.


Pedro debió de leerle la mente porque añadió:

–Si él no se encargara de que no te faltara de nada, lo haría yo.


Aquellas palabras la dejaron asombrada.


–¿Por qué? Hasta esta tarde aún creías que estaba utilizándolo.


–Supongo que podría decirse que he cambiado de opinión.


–Pero, ¿por qué?


Pedro soltó una carcajada que parecía salirle de lo más hondo, un sonido cálido y muy agradable.


–Me desconciertas, Paula. Primero quieres que te dé una oportunidad y, cuando lo hago, cuestionas mis motivos.


–Tienes razón. Lo que ocurre es que ahora mismo estoy un poco confusa –le puso la mano en el brazo y sintió su piel cálida y firme–. Lo siento.


Pedro miró su mano, aún en el brazo, y luego volvió a levantar la mirada hasta sus ojos.


–Disculpas aceptadas.


Había algo en la oscura profundidad de sus ojos, una emoción que hizo que el corazón le diera un vuelco y de pronto la invadió una cálida sensación.


«Es el vodka», se dijo al tiempo que apartaba la mano.


–¿Quieres otra copa? –le preguntó Pedro.


Paula bajó al mirada y se dio cuenta de que tenía el vaso vacío, mientras que el de él aún tenía más de la mitad.


–No debería –dijo, con los músculos ya relajados por el efecto del alcohol. Hacía semanas que no estaba tan tranquila. ¿Sería tan grave tomarse otra copa? Sabiendo que la niñera estaba pendiente de Mia, ¿qué motivo tenía para no tomársela?–. Qué demonios, ¿por qué no? Al fin y al cabo, no tengo que conducir para volver a casa, ¿verdad?


Pedro hizo un gesto y Jorge debía de estar mirando porque apareció poco después con otra copa. O esa segunda bebida no estaba tan fuerte, o la primera la había anestesiado. De un modo u otro, se la bebió alegremente.


–¿Sería mucho entrometerme si te preguntara por qué has tirado el teléfono a la piscina? –le preguntó entonces.


–Por culpa de una examante muy insistente.


–Deduzco que fuiste tú el que la dejó.


–Sí, pero después de sorprenderla en el asiento trasero de la limusina con mi mejor amigo.


–Vaya. ¿Estaban… ya sabes…?


–Sí. Con verdadero entusiasmo.


Hizo una mueca de dolor. Eso quería decir que había perdido a su madre, a su novia y a su mejor amigo en muy poco tiempo.


–Lo siento.


Pedro movió lentamente los pies dentro del agua, el izquierdo rozó el de ella, que tuvo que hacer un esfuerzo para no dar un respingo.


–Los dos intentaron echarle la culpa al otro.


–¿Y tú a quién crees?


–A ninguno de los dos. En los treinta segundos que estuve allí de pie, atónito, en ningún momento la oí decir que no, ni hacer el menor intento para apartarlo. Creo que los gemidos de placer que soltaban los dos eran prueba más que suficiente.


Volvió a rozarle el pie y ella sintió un escalofrío que la recorrió desde el pie, pasando por la pierna hasta lugares completamente inapropiados teniendo en cuenta la relación que los unía.


–¿Estabas enamorado de ella? –le preguntó entonces.


–Eso pensaba, pero ahora sé que solo era sexo.


–A veces es difícil distinguir lo uno de lo otro.


–¿Es así entre mi padre y tú?


Lo que sentía por Gabriel no tenía nada que ver con el sexo, de eso no tenía la menor duda.


–No. Gabriel es un buen amigo y lo quiero y lo respeto por ello. Es lo del sexo lo que aún tenemos que trabajarnos.


Su franqueza volvió a sorprenderlo.


–¿Sabe él que piensas eso?


–He sido completamente sincera con él, pero está convencido de que lo que siento por él irá tomando fuerza y yo espero que tenga razón.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 25

 


–Estaba despistada –le explicó–. Tu padre me ha dicho antes que tu tía está respondiendo al tratamiento.


Pedro asintió, después tomó un trago de la copa y la dejó en el suelo.


–He hablado con él esta tarde. Me ha dicho que son bastante optimistas.


–Sé que es un poco desconsiderado por mi parte, pero estaba pensando que ojalá eso signifique que va a volver pronto –ella también tomó el primer trago y sintió cómo le quemaba la garganta al pasar–. ¡Vaya! Esto está muy fuerte.


–No eres desconsiderada, yo más bien diría que estás teniendo mucha paciencia, dadas las circunstancias. Yo en tu lugar, después de la frialdad con la que te recibí, seguramente me habría dado la vuelta y me habría marchado a casa.


–Es posible que lo hubiera hecho si no llega a ser por Mia; no podía someterla a otro vuelo de trece horas.


Pedro se quedó callado un momento mientras miraba las ondas que se formaban en el agua con el movimiento de sus pies. Después farfulló algo y a Paula le pareció que estaba maldiciendo.


–¿Pasa algo? –le preguntó.


–Debe de estar pegándoseme esa tendencia tuya a la honestidad brutal.


–¿Qué quieres decir?


–Probablemente no debería decírtelo y al hacerlo voy a traicionar la confianza de mi padre, pero creo que mereces saber la verdad.





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 24

 


En su ausencia, Paula se quitó las sandalias y se sentó al borde de la piscina para meter los pies en el agua. Mientras desaparecían los últimos rastros de luz en el horizonte, ya con las luces del jardín y de la piscina encendidas, Paula miró el teléfono de Pedro, sumergido en el fondo del agua, y se preguntó qué o quién lo habría impulsado a tirarlo de ese modo.


Suspiró y pensó en qué estaría haciendo Gabriel en esos momentos. Probablemente estaría en el hospital. Catalina seguía muy grave, pero parecía estar respondiendo bien al tratamiento y los médicos habían empezado a mostrar algo de optimismo respecto a la posible recuperación. Se sentía un poco egoísta de pensarlo, pero lo cierto era que esperaba que eso significase que Gabriel volviera pronto. Quería estar con él y empezar a pensar en el futuro porque en ese momento se sentía inquieta y confusa. Tampoco era justo para Mia vivir en ese estado de transición, aunque, sinceramente, a ella no parecía importarle en absoluto.


–Tu bebida –dijo Pedro y el sonido de su voz la hizo sobresaltarse.


Se había puesto unos pantalones cortos y una camiseta.


–Perdona, no pretendía asustarte –le dio uno de los vasos y se sentó a su lado, también metió los pies en el agua.


Estaba tan cerca que podía sentir el olor a cloro en su piel y con mover la pierna solo unos centímetros a la izquierda, le rozaría el muslo. Por algún motivo, la simple idea de hacerlo, le aceleró el corazón. Pero eso no quería decir que fuera a hacerlo.




martes, 20 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 23

 


Paula se quedó mirando cómo se hundía el teléfono de Pedro.


–A mí me dan ganas de hacer lo mismo prácticamente todos los días –le dijo–. Aunque yo suelo imaginar que lo tiro por alguna ventana del hotel.


Él respiró hondo y se pasó la mano por el pelo. Los últimos rayos de sol se reflejaban en su piel mojada, en la perfección de los músculos de los brazos y de las piernas. El bañador le tapaba lo esencial, pero estaba tan mojado que resultaba muy revelador.


Dios, ¿qué tenía, doce años? No era la primera vez que veía un hombre casi desnudo, ni tampoco habría sido la primera que lo viera completamente desnudo. Claro que ninguno de los que había visto era tan… apetecible.


«Recuerda que estás hablando del hijo de tu posible prometido». La idea hizo que se sintiera culpable, bueno quizá no tanto.


–Ha sido muy infantil por mi parte –reconoció él como si estuviese decepcionado consigo mismo.


–¿Te sientes mejor? –le preguntó ella.


Se quedó pensándolo unos segundos y luego esbozó una ligera sonrisa.


–La verdad es que sí. De todas maneras tenía que cambiarlo por uno nuevo.


–Entonces has hecho bien.



–¿Qué haces aquí?


Se puso a secarse con la toalla que tenía en la mano, pasándosela por los brazos, por el pecho, por el vientre…


Dios, lo que habría dado por ser esa toalla en esos momentos.


«Es tu hijo político, Paula».


–Mia se durmió bastante temprano y yo estaba un poco inquieta –le explicó–. Pensé que me haría bien dar un paseo.


–¿Después de todo lo que hemos andado hoy? Deberías estar agotada.


–Estoy acostumbrada a estar de pie todo el día, así que lo de hoy no ha sido nada. Además, estoy intentando acostumbrarme al nuevo horario y, si me acuesto tan temprano, no lo conseguiré nunca. Pero sí que estoy agotada. No he dormido bien desde que llegamos.


–¿Por qué? –dejó la toalla sobre el respaldo de una silla.


Lo vio sentarse y recostarse sin un ápice de vergüenza. Claro que no tenía nada de lo que avergonzarse y no había nada más atractivo que un hombre tan cómodo consigo mismo, especialmente si tenía tan buen aspecto.


–No dejo de despertarme para ver si oigo a Mia, luego me doy cuenta de que está en otra habitación y, claro, tengo que levantarme a ver si está bien. Después de todo eso, me cuesta volver conciliar el sueño. Pensé que a lo mejor conseguía relajarme dando un paseo.


–¿Por qué no te tomas una copa conmigo? –le propuso Pedro–. Eso también te ayudará a relajarte.


Nunca había bebido mucho y, desde que tenía una niña a su cargo, prácticamente no había probado el alcohol. Pero ahora tenía una niñera que atendería a Mia si se despertaba, así que quizá le hiciera bien soltarse un poco el pelo por una vez.


Y quizá así Pedro se pusiese algo de ropa.


–De acuerdo –dijo y, como por arte de magia, apareció el mayordomo.


–Tenemos prácticamente de todo y George puede prepararte lo que desees.


Trató de recordar qué le gustaba beber y se decantó por un vodka con tónica y un toque de lima.


–Muy bien –asintió el mayordomo ante su petición y luego se dirigió a Pedro–. ¿Alteza?


–Lo mismo para mí. ¿Y podrías decirle a Cleo que necesito un teléfono nuevo con otro número?


George volvió a asentir y desapareció caminando como si cada paso supusiese un verdadero esfuerzo.


–Si me perdonas un momento –le pidió Pedro al tiempo que se levantaba de la silla–. Voy a cambiarme antes de quedarme frío.


Quería que se vistiera, pero no podía negar que ahora le daba lástima.