En su ausencia, Paula se quitó las sandalias y se sentó al borde de la piscina para meter los pies en el agua. Mientras desaparecían los últimos rastros de luz en el horizonte, ya con las luces del jardín y de la piscina encendidas, Paula miró el teléfono de Pedro, sumergido en el fondo del agua, y se preguntó qué o quién lo habría impulsado a tirarlo de ese modo.
Suspiró y pensó en qué estaría haciendo Gabriel en esos momentos. Probablemente estaría en el hospital. Catalina seguía muy grave, pero parecía estar respondiendo bien al tratamiento y los médicos habían empezado a mostrar algo de optimismo respecto a la posible recuperación. Se sentía un poco egoísta de pensarlo, pero lo cierto era que esperaba que eso significase que Gabriel volviera pronto. Quería estar con él y empezar a pensar en el futuro porque en ese momento se sentía inquieta y confusa. Tampoco era justo para Mia vivir en ese estado de transición, aunque, sinceramente, a ella no parecía importarle en absoluto.
–Tu bebida –dijo Pedro y el sonido de su voz la hizo sobresaltarse.
Se había puesto unos pantalones cortos y una camiseta.
–Perdona, no pretendía asustarte –le dio uno de los vasos y se sentó a su lado, también metió los pies en el agua.
Estaba tan cerca que podía sentir el olor a cloro en su piel y con mover la pierna solo unos centímetros a la izquierda, le rozaría el muslo. Por algún motivo, la simple idea de hacerlo, le aceleró el corazón. Pero eso no quería decir que fuera a hacerlo.
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