–¿Y por qué no ibas a casarte con él? –le preguntó Pedro y Paula titubeó.
–A menos que prefieras no hablar de ello –matizó Pedro, aunque con una desconfianza en la mirada que daba a entender que pensaba que tenía algo que ocultar.
Su relación con Gabriel no era asunto suyo, pero si no respondía resultaría sospechosa. Claro que la respuesta podría alimentar la mala imagen que tenía de ella.
–Mi relación con Gabriel es… complicada.
–¿En qué sentido? Tú lo quieres, ¿verdad? –en su voz había cierto tono de acusación.
Justo cuando pensaba que las cosas iban bien y que podría estar cambiando de opinión respecto a ella, volvía a la carga con el empeño de dejarla en evidencia. Quizá debiera darle lo que buscaba. Seguramente a esas alturas no iba a cambiar nada.
–Lo quiero, sí –declaró–. Pero no estoy segura de estar enamorada de él.
–¿Qué diferencia hay?
–Tu padre es una persona increíble. Es inteligente, amable y lo respeto enormemente. Lo quiero como amigo y quiero que sea feliz. Sé que lo sería si me casase con él, o eso es lo que me ha dicho. Y, como comprenderás, me encantaría que Mia tuviese un padre.
–¿Pero? –se adelantó Pedro al tiempo que estiraba las piernas y se recostaba sobre los brazos como si se preparase para escuchar una buena historia.
–Pero también yo quiero ser feliz. Me lo merezco.
–¿Y mi padre no te hace feliz?
–Sí, pero… –suspiró. No había otra manera de salir de aquella–. ¿Qué opinas de las relaciones íntimas antes del matrimonio?
Pedro no dudó ni un segundo.
–Me parecen inmorales.
La respuesta la sorprendió.
–Vaya, nunca había conocido a un hombre de veintiocho años que fuera virgen.
Él frunció el ceño bruscamente.
–Yo no he dicho que sea…
Se quedó callado, consciente de que él mismo se había acorralado. La expresión de su rostro era digna de ver.
–Ya entiendo, lo que dices es que es inmoral que tu padre tenga relaciones íntimas antes de casarse, pero si lo haces tú, está bien. ¿No es eso?
–Mi padre pertenece a otra generación y piensa de un modo diferente.
–En eso tienes razón y esa es una de las raíces del problema.
–¿Qué quieres decir?
–Creo que dos personas deben saber si son compatibles sexualmente antes de casarse porque, admitámoslo, el sexo es un factor muy importante para que una relación dure. ¿No crees?
–Supongo que sí.
–¿Supones? Sé sincero. ¿Te casarías con una mujer con la que no te hubieras acostado?
Pedro titubeó solo un instante antes de responder.
–Probablemente no.
–Bueno, pues Gabriel es tan tradicional que ni siquiera quiere besarme hasta que no estemos prometidos oficialmente. Y no quiere ni oír hablar de sexo antes de casarnos.
–¿De verdad pretendes hacerme creer que mi padre y tú nunca habéis…? –parecía incapaz de decirlo, lo cual resultaba divertido.
–¿Tanto te sorprende? Tú mismo has dicho que es de otra generación. No se acostó con tu madre hasta la noche de bodas y ni siquiera entonces le resultó fácil, por lo que me ha dicho.
Pedro cerró los ojos con fuerza.
–Perdona. ¿Demasiada información?
–Sí.
–Ahora que lo pienso, no sé por qué te estoy contando todo esto, es evidente que no es asunto tuyo. Y nada de lo que diga va a hacer que cambies la opinión que tienes de mí.
–¿Entonces por qué me lo cuentas?
–Puede que sea porque llevo toda la vida aguantando que me juzguen injustamente y estoy harta. No debería importarme si te gusto o no, pero por algún motivo, me importa.
Pedro la miró como si no supiera qué pensar.
–No es que no me gustes.
–Pero no te fías de mí. Aunque supongo que es lógico porque yo tampoco me fío de ti.