martes, 20 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 22

 


Pedro se impulsó para hacer el último largo y comenzó a mover los brazos en el agua. Le pesaban más de la cuenta gracias a los treinta minutos extra que llevaba nadando mientras reflexionaba sobre la conversación que había tenido con Paula. Si lo que decía era cierto y su padre y ella no habían tenido relaciones íntimas, ¿qué otra cosa lo había fascinado tanto? Quizá su juventud y la posibilidad de poder empezar de cero de nuevo.


Su madre le había confesado una vez que su padre y ella habrían querido formar una gran familia, pero debido a ciertas complicaciones en el parto de Pedro, no habían podido tener más hijos. Quizá para él Paula era otra oportunidad de tener la familia que siempre había querido y no había podido tener. Porque sin duda una madre tan competente como Paula querría tener más hijos.


O quizá había visto lo mismo que había visto él ese día. Una mujer inteligente, divertida y un poco rara. Y, por supuesto, hermosa.


«¿Tanto que tenías que comprarle un regalo?».


Lo cierto era que no tenía la menor idea de por qué le había comprado los pendientes.Quizá fuera porque entre ellos había surgido una especie de… conexión. Pero eso no era lo importante, lo que le había dicho era cierto. Si su padre la hubiera visto mirar así los pendientes, se los habría comprado de inmediato. Pedro lo había hecho para hacer feliz a su padre, nada más.


Pero la cara que había puesto al abrir la bolsa y ver lo que había dentro…


Se había mostrado tan impresionada y tan agradecida que por un momento había creído que iba a echarse a llorar. Y todo por un regalo tan insignificante. Si lo que le interesase fuese el dinero, ¿no habría despreciado cualquier cosa que no fuera de oro y diamantes? Y si estuviese utilizando a su padre, ¿por qué iba a reconocer que no estaba enamorada de él? ¿Por qué iba a haber hablado de ello siquiera?


Quizá, inconscientemente, le había hecho aquel regalo a modo de prueba. Una prueba que había superado brillantemente.


Se salió por fin de la piscina y se secó mientras lamentaba perder tanto tiempo pensando.


Miró al horizonte con un suspiro. El sol estaba a punto de ocultarse y había teñido el cielo de rojo y naranja. La brisa de la inminente noche le enfrió aún más la piel mojada. Lo cierto era que por mucho que no quisiese que le gustase Paula, tenía la sensación de que no iba a poder impedirlo. Nunca había conocido a nadie como ella.


Agradeció que el timbre del teléfono lo apartara de aquellos pensamientos y fue a responder pensando que sería su padre, pero al ver quién era maldijo entre dientes. No tenía ningún interés en lo que pudiera decirle su ex, que no parecía dispuesta a darse por aludida después de tres semanas de rehuir sus incesantes llamadas y mensajes.


¿Qué había visto en ella al principio? ¿Cómo era posible que alguien que lo había fascinado de tal modo ahora le causara tanto rechazo?


La bella y sexy Carmen lo había perseguido de tal modo que había terminado por claudicar. Tenía todo lo que él habría buscado en una esposa, o eso había creído, y al formar parte de una acaudalada familia, no le había preocupado que estuviese interesada en su dinero. Después de solo seis meses de relación, él mismo había empezado a pensar en compromiso y en boda, pero entonces había descubierto el terrible error que había cometido con ella. La primera semana después de la ruptura había sido difícil, pero poco a poco había ido dándose cuenta de que lo que sentía por ella era más un encaprichamiento basado en la atracción física que verdadero amor. La única explicación racional que encontraba a su fugaz enamoramiento era el golpe que había supuesto la muerte de su madre.


Y le parecía despreciable que ella se hubiese aprovechado de semejante coyuntura. Despreciable e imperdonable. Aún se estremecía al pensar en lo que habría pasado si le hubiese pedido matrimonio o si hubiesen llegado a casarse. Estaba muy decepcionado consigo mismo por haber permitido que las cosas llegasen tan lejos y por haberse dejado cegar por su atractivo sexual. Y lo cierto era que luego el sexo no había sido tan increíble porque, por mucho que le diera ella físicamente, emocionalmente el estar con ella lo dejaba… vacío. Quizá lo que le había hecho seguir con ella había sido la necesidad inconsciente de encontrar una conexión más profunda, pero viéndolo con perspectiva, no podía creer que hubiese sido tan estúpido.


Oyó el aviso que indicaba que le había llegado un mensaje de texto, de ella, claro.


–Ya está bien –protestó con furia y tiró el teléfono a la piscina. Pero al levantar la mirada del agua, se dio cuenta de que no estaba solo.



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