martes, 20 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 21

 


Paula pensaba que volverían directamente al palacio, pero Pedro pidió al conductor que se detuviera frente a una de las tiendas en las que habían estado antes y se bajó del coche. Apenas tardó unos minutos en volver, con una bolsita que se metió en el bolsillo del pantalón antes de subirse a la limusina.


Mia se durmió en el trayecto hasta el palacio y, al llegar allí, Pedro la sacó de su sillita y del coche antes de que Paula tuviera oportunidad de hacerlo.


–Ya la llevo yo –le dijo ella.


–No te preocupes –respondió Pedro.


No solo la llevó hasta su habitación, también la acostó en la cunita y la arropó bien, como habría hecho un padre, si Mia lo tuviese. La escena hizo que Paula pensara en todas las experiencias que se había perdido ya su hija en su corta vida. Ella sabía lo que era perder a una madre y verse privada de dicha relación y por eso esperaba con todo su corazón que Gabriel pudiera llenar ese vacío y que los meses que Mia había pasado sin un padre no le dejarán ningún tipo de trauma.


–Se ha portado de maravilla –comentó Pedro, mirando a la niña con una sonrisa en los labios.


–Normalmente es muy tranquila. Ayer la viste en su peor momento.


Paula avisó a Karina para que estuviese pendiente por si Mia se despertaba mientras ella se echaba un rato y no pudo evitar pensar que, después de todo, no estaba nada mal eso de tener niñera. Pedro la acompañó hasta la puerta de su habitación.


–Gracias por enseñarme el pueblo. Lo he pasado muy bien.


–¿Y te sorprende? –le preguntó él.


–Sí. Estaba preparada para que fuera un desastre.


Sonrió hasta que le aparecieron los dos hoyuelos en las mejillas. Y a ella se le aceleró el corazón. Era tan atractivo.


–¿Demasiada sinceridad para ti?


–Creo que empiezo a acostumbrarme.


Bueno, ya era algo.


–A mi padre le gustaría que mañana te llevara al Museo de Historia –anunció entonces.


–Ah.


–¿Ah?


–Es que aún no me he recuperado del viaje y pensaba que estaría bien pasar un día tranquilo, tumbada en la piscina. A Mia le encanta el agua y yo necesito tomar un poco el sol. Además no quiero que te sientas obligado a estar con nosotras o a llevarnos a ninguna parte. Seguro que tienes cosas que hacer.


–¿Estás segura?


–Totalmente.


–Entonces podemos ir al museo otro día.


–Encantada.


Pedro empezó a darse la vuelta para marcharse, pero entonces se detuvo y volvió a mirarla.


–Casi se me olvida –dijo sacándose del bolsillo la bolsa de la tienda del pueblo–. Esto es para ti.


Paula la agarró, completamente perpleja.


–¿Qué es?


–Míralo.


Al abrir la bolsa y ver lo que había dentro se quedó sin respiración.


–Pero… ¿cómo lo has sabido?


–Vi cómo los mirabas.


Sacó los pendientes de la bolsa y volvió a observarlos, maravillada. Estaban hechos a mano con dos pequeñas esmeraldas rodeadas por hilos de plata. Se había enamorado de ellos nada más verlos, pero los ciento cincuenta euros que costaban estaban completamente fuera de su presupuesto.


Pedro, son preciosos –levantó la mirada hasta sus ojos–. Pero no lo entiendo.


Él se encogió de hombros con gesto relajado.


–Si hubieses ido con mi padre, estoy seguro de que te los habría comprado allí mismo, así que pensé que es lo que habría querido que hiciera yo.


No pudo evitar pensar que era un gesto importante. Muy significativo.


–No sé ni qué decir. Muchas gracias.


–Vamos, no es nada.


Era mucho.


Siempre le molestaba que Gabriel le comprara cosas porque tenía la sensación de que él creía que debía hacerlo para ganarse su cariño. Pero Pedro no tenía ninguna necesidad de hacerle un regalo; lo había hecho porque había querido. De corazón.


A punto de llorar de alegría y sin saber muy bien por qué le parecía tan importante, sonrió y le dijo:

–Tengo que irme. Gabriel estará a punto de llamarme por Skype.


–Claro. Hasta mañana.


Se quedó mirándolo hasta que lo vio desaparecer al final del pasillo. Había esperado hacerse amiga de Pedro porque sabía lo importante que era para Gabriel y ahora parecía que el deseo iba a hacerse realidad.




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