martes, 20 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 21

 


Paula pensaba que volverían directamente al palacio, pero Pedro pidió al conductor que se detuviera frente a una de las tiendas en las que habían estado antes y se bajó del coche. Apenas tardó unos minutos en volver, con una bolsita que se metió en el bolsillo del pantalón antes de subirse a la limusina.


Mia se durmió en el trayecto hasta el palacio y, al llegar allí, Pedro la sacó de su sillita y del coche antes de que Paula tuviera oportunidad de hacerlo.


–Ya la llevo yo –le dijo ella.


–No te preocupes –respondió Pedro.


No solo la llevó hasta su habitación, también la acostó en la cunita y la arropó bien, como habría hecho un padre, si Mia lo tuviese. La escena hizo que Paula pensara en todas las experiencias que se había perdido ya su hija en su corta vida. Ella sabía lo que era perder a una madre y verse privada de dicha relación y por eso esperaba con todo su corazón que Gabriel pudiera llenar ese vacío y que los meses que Mia había pasado sin un padre no le dejarán ningún tipo de trauma.


–Se ha portado de maravilla –comentó Pedro, mirando a la niña con una sonrisa en los labios.


–Normalmente es muy tranquila. Ayer la viste en su peor momento.


Paula avisó a Karina para que estuviese pendiente por si Mia se despertaba mientras ella se echaba un rato y no pudo evitar pensar que, después de todo, no estaba nada mal eso de tener niñera. Pedro la acompañó hasta la puerta de su habitación.


–Gracias por enseñarme el pueblo. Lo he pasado muy bien.


–¿Y te sorprende? –le preguntó él.


–Sí. Estaba preparada para que fuera un desastre.


Sonrió hasta que le aparecieron los dos hoyuelos en las mejillas. Y a ella se le aceleró el corazón. Era tan atractivo.


–¿Demasiada sinceridad para ti?


–Creo que empiezo a acostumbrarme.


Bueno, ya era algo.


–A mi padre le gustaría que mañana te llevara al Museo de Historia –anunció entonces.


–Ah.


–¿Ah?


–Es que aún no me he recuperado del viaje y pensaba que estaría bien pasar un día tranquilo, tumbada en la piscina. A Mia le encanta el agua y yo necesito tomar un poco el sol. Además no quiero que te sientas obligado a estar con nosotras o a llevarnos a ninguna parte. Seguro que tienes cosas que hacer.


–¿Estás segura?


–Totalmente.


–Entonces podemos ir al museo otro día.


–Encantada.


Pedro empezó a darse la vuelta para marcharse, pero entonces se detuvo y volvió a mirarla.


–Casi se me olvida –dijo sacándose del bolsillo la bolsa de la tienda del pueblo–. Esto es para ti.


Paula la agarró, completamente perpleja.


–¿Qué es?


–Míralo.


Al abrir la bolsa y ver lo que había dentro se quedó sin respiración.


–Pero… ¿cómo lo has sabido?


–Vi cómo los mirabas.


Sacó los pendientes de la bolsa y volvió a observarlos, maravillada. Estaban hechos a mano con dos pequeñas esmeraldas rodeadas por hilos de plata. Se había enamorado de ellos nada más verlos, pero los ciento cincuenta euros que costaban estaban completamente fuera de su presupuesto.


Pedro, son preciosos –levantó la mirada hasta sus ojos–. Pero no lo entiendo.


Él se encogió de hombros con gesto relajado.


–Si hubieses ido con mi padre, estoy seguro de que te los habría comprado allí mismo, así que pensé que es lo que habría querido que hiciera yo.


No pudo evitar pensar que era un gesto importante. Muy significativo.


–No sé ni qué decir. Muchas gracias.


–Vamos, no es nada.


Era mucho.


Siempre le molestaba que Gabriel le comprara cosas porque tenía la sensación de que él creía que debía hacerlo para ganarse su cariño. Pero Pedro no tenía ninguna necesidad de hacerle un regalo; lo había hecho porque había querido. De corazón.


A punto de llorar de alegría y sin saber muy bien por qué le parecía tan importante, sonrió y le dijo:

–Tengo que irme. Gabriel estará a punto de llamarme por Skype.


–Claro. Hasta mañana.


Se quedó mirándolo hasta que lo vio desaparecer al final del pasillo. Había esperado hacerse amiga de Pedro porque sabía lo importante que era para Gabriel y ahora parecía que el deseo iba a hacerse realidad.




lunes, 19 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 20

 


En lugar de ofenderse, Pedro se echó a reír, lo cual desconcertó a Paula.


–¿Te resulta divertido? –le preguntó.


–Lo que me resulta divertido es que me lo digas a la cara. ¿Alguna vez te callas lo que piensas?


–A veces –como por ejemplo cuando no le había dicho que aquellos pantalones de lino gris le marcaban el trasero maravillosamente o que la camisa blanca hacía resaltar su piel bronceada. Tampoco le había mencionado que le daban ganas de acariciar esa ligera sombra de barba que tenía en la cara, o que cada vez que lo veía sonreír, sentía el deseo de… no importaba–. De niña, siempre que expresaba una idea, mi padre la echaba por tierra y hacía que me sintiera muy tonta. Y yo no soy tonta. Tardé un tiempo en llegar a esa conclusión. Ahora digo lo que pienso y no me preocupa lo que piense la gente porque la mayoría no me importa lo más mínimo. En lo que se refiere a mi valía como persona, la única opinión que me importa es la mía. Me ha costado bastante llegar a verlo así, pero la verdad es que estoy bastante satisfecha conmigo misma. Mi vida no es perfecta, por supuesto, y sigue preocupándome equivocarme, pero sé que soy una persona inteligente, así que, si cometo un error, aprenderé de ello.


–¿Entonces qué vas a hacer? –le preguntó él–. Con mi padre, quiero decir. Si se niega a ir contra sus principios.


–Espero que, si pasamos más tiempo juntos, pueda estar segura de que lo que estoy haciendo está bien.


–Tú misma lo has dicho, eres muy mujer muy hermosa y parece que mi padre está loco por ti, así que estoy seguro de que no te costaría mucho convencerlo para que dejara a un lado sus principios.


¿De verdad le estaba sugiriendo que sedujera a Gabriel? ¿Y por qué sentía escalofríos al oírle decir que era hermosa? Había escuchado aquellas palabras en boca de tantos hombres, que casi habían perdido el significado. Pero, ¿por qué era distinto con él? ¿Por qué le importaba lo que pensara de ella?


–Yo jamás haría eso –declaró con firmeza–. Respeto demasiado a tu padre.


Paula aprovechó una pequeña interrupción de Mia para poner fin a aquella charla tan extraña y tan poco apropiada. Daba igual lo que dijese o hiciese, parecía que la situación con Pedro se hacía cada vez más rara.


–Debería volver al palacio para acostar a Mia. Y a mí tampoco me vendría mal echarme un rato –seguía con el horario de Los Ángeles y, a pesar de lo cansada que estaba, había dormido muy mal la noche anterior.


Recogieron juntos los restos del picnic y, para sorpresa de Paula, Pedro agarró a Mia en brazos mientras ella doblaba la manta. Pero lo que más le sorprendió fue la naturaleza con que la agarraba y que, cuando fue a hacerlo, Mia se abrazó a él y apoyó la cabecita en su hombro.


Pequeña traidora, pensó, pero no pudo evitar sonreír.


–Parece que le gusta estar contigo –le dijo a Pedro, a quien no parecía molestarle la idea.


NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 19

 


–¿Y por qué no ibas a casarte con él? –le preguntó Pedro y Paula titubeó.


–A menos que prefieras no hablar de ello –matizó Pedro, aunque con una desconfianza en la mirada que daba a entender que pensaba que tenía algo que ocultar.


Su relación con Gabriel no era asunto suyo, pero si no respondía resultaría sospechosa. Claro que la respuesta podría alimentar la mala imagen que tenía de ella.


–Mi relación con Gabriel es… complicada.


–¿En qué sentido? Tú lo quieres, ¿verdad? –en su voz había cierto tono de acusación.


Justo cuando pensaba que las cosas iban bien y que podría estar cambiando de opinión respecto a ella, volvía a la carga con el empeño de dejarla en evidencia. Quizá debiera darle lo que buscaba. Seguramente a esas alturas no iba a cambiar nada.


–Lo quiero, sí –declaró–. Pero no estoy segura de estar enamorada de él.


–¿Qué diferencia hay?


–Tu padre es una persona increíble. Es inteligente, amable y lo respeto enormemente. Lo quiero como amigo y quiero que sea feliz. Sé que lo sería si me casase con él, o eso es lo que me ha dicho. Y, como comprenderás, me encantaría que Mia tuviese un padre.


–¿Pero? –se adelantó Pedro al tiempo que estiraba las piernas y se recostaba sobre los brazos como si se preparase para escuchar una buena historia.


–Pero también yo quiero ser feliz. Me lo merezco.


–¿Y mi padre no te hace feliz?


–Sí, pero… –suspiró. No había otra manera de salir de aquella–. ¿Qué opinas de las relaciones íntimas antes del matrimonio?


Pedro no dudó ni un segundo.


–Me parecen inmorales.


La respuesta la sorprendió.


–Vaya, nunca había conocido a un hombre de veintiocho años que fuera virgen.


Él frunció el ceño bruscamente.


–Yo no he dicho que sea…


Se quedó callado, consciente de que él mismo se había acorralado. La expresión de su rostro era digna de ver.


–Ya entiendo, lo que dices es que es inmoral que tu padre tenga relaciones íntimas antes de casarse, pero si lo haces tú, está bien. ¿No es eso?


–Mi padre pertenece a otra generación y piensa de un modo diferente.


–En eso tienes razón y esa es una de las raíces del problema.


–¿Qué quieres decir?


–Creo que dos personas deben saber si son compatibles sexualmente antes de casarse porque, admitámoslo, el sexo es un factor muy importante para que una relación dure. ¿No crees?


–Supongo que sí.


–¿Supones? Sé sincero. ¿Te casarías con una mujer con la que no te hubieras acostado?


Pedro titubeó solo un instante antes de responder.


–Probablemente no.


–Bueno, pues Gabriel es tan tradicional que ni siquiera quiere besarme hasta que no estemos prometidos oficialmente. Y no quiere ni oír hablar de sexo antes de casarnos.


–¿De verdad pretendes hacerme creer que mi padre y tú nunca habéis…? –parecía incapaz de decirlo, lo cual resultaba divertido.


–¿Tanto te sorprende? Tú mismo has dicho que es de otra generación. No se acostó con tu madre hasta la noche de bodas y ni siquiera entonces le resultó fácil, por lo que me ha dicho.


Pedro cerró los ojos con fuerza.


–Perdona. ¿Demasiada información?


–Sí.


–Ahora que lo pienso, no sé por qué te estoy contando todo esto, es evidente que no es asunto tuyo. Y nada de lo que diga va a hacer que cambies la opinión que tienes de mí.


–¿Entonces por qué me lo cuentas?


–Puede que sea porque llevo toda la vida aguantando que me juzguen injustamente y estoy harta. No debería importarme si te gusto o no, pero por algún motivo, me importa.


Pedro la miró como si no supiera qué pensar.


–No es que no me gustes.


–Pero no te fías de mí. Aunque supongo que es lógico porque yo tampoco me fío de ti.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 18

 


Al menos Pedro había podido disfrutar de su madre durante veintiocho años. Eso no hacía que la pérdida fuera menos dolorosa. Sabía que esas cosas sucedían a menudo, pero le pareció terriblemente injusto que perdiera a su madre a una edad tan temprana y por culpa de una enfermedad tan común y aparentemente leve.


–¿Y tú? –le preguntó ella–. ¿Dónde has vivido?


–He estado en muchos lugares –respondió Pedro–, pero nunca he vivido en otro sitio que no fuera el palacio.


–¿Nunca has querido independizarte? ¿Vivir por tu cuenta?


Lo había deseado más veces de las que podría recordar. La gente solía relacionar realeza con lujo y excesos, pero las responsabilidades que conllevaba pertenecer a la familia real podían llegar a ser asfixiantes. Antes de hacer nada o tomar cualquier decisión, siempre tenía que pensar en su título y considerar en qué modo podría afectar a su imagen.


–Mi lugar está junto a mi familia –respondió a Paula–. Es lo que se espera de mí.


Mia comenzó a mover los brazos para reclamar su atención, así que le hizo una caricia bajo la barbilla que la hizo reír.


–Si yo hubiese tenido que vivir con mi padre todos estos años, ahora llevaría camisa de fuerza –aseguró Paula con amargura.


–¿No os lleváis bien?


–Con mi padre solo hay una manera de hacer las cosas, la suya. Digamos que no aprueba algunas de las decisiones que he tomado.


–¿Puedo preguntarte cuáles?


Paula suspiró antes de responder.


–En realidad creo que ninguna. Resulta irónico; hay gente que me detesta porque cree que soy demasiado perfecta y sin embargo mi padre está convencido de que no hay una sola cosa que haya hecho bien.


–Seguro que se alegra de que vayas a casarte con un rey.


–Podría decirle que soy la nueva Madre Teresa y le encontraría algún inconveniente. De todas maneras, no se lo he dicho. La única persona que sabe dónde estoy es mi mejor amiga, Jessy.


–¿Y por qué lo mantienes en secreto?


–No quería decirle nada a nadie hasta estar segura de que realmente voy a casarme con Gabriel.




domingo, 18 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 17

 


Pedro había creído tener calada a Paula, pero después de pasar el día con ella en el pueblo, comenzaba a preguntarse si la idea que se había hecho de ella sería acertada.


El primer indicio había sido cuando había llegado a su puerta a las diez de la mañana exactas, dando por hecho que tendría por delante una espera de quince o veinte minutos mientras ella se terminaba de arreglar. Era una especie de juego que les gustaba a las mujeres pero Paula abrió la puerta vestida con unas discretas bermudas de algodón, un suéter sin mangas, unas cómodas sandalias y un sombrero de paja, lo que sin duda quería decir que estaba preparada para salir. Con la cámara de fotos colgada al cuello, la bolsa de bebé en un hombro y su hija apoyada en la cadera, parecía más una turista que una cazafortunas ansiosa por convertirse en reina.


Sus sospechas no hicieron sino crecer cuando vio el modo en que compraba, o más bien el modo en que no lo hacía. Con la intención de cuidar del rey, Tatiana había avisado a Pedro de que su padre había pedido una tarjeta de crédito para Paula con un límite completamente desorbitado. Pero después de haber estado por lo menos en una docena de tiendas de todo tipo, en las que la había visto admirar la ropa de diseño y mirar con verdadero deseo un modesto par de pendientes artesanos, solo había comprado una camiseta para su hija, una postal que quería enviarle a su mejor amiga de Los Ángeles y una novela romántica de bolsillo, un placer inconfesable, según le había explicado con una ligera sonrisa. Y todo ello lo había pagado en efectivo. La sorpresa había sido aún mayor cuando la había oído hablar con uno de los dependientes y había descubierto que hablaba su idioma con absoluta fluidez.


–No me habías dicho que hablaras varieano –le dijo al salir de la tienda.


–No me lo habías preguntado –respondió ella encogiéndose de hombros.


Tenía razón y eso le desconcertó un poco más, como el resto de cosas que estaba descubriendo de ella. Era una mujer de mundo con una amplia cultura, pero en sus ojos aparecía un deleite infantil y una enorme curiosidad cada vez que veía algo nuevo. Le hizo un millón de preguntas y su entusiasmo era tan contagioso, que incluso él empezó a ver el pueblo con otros ojos.


Era inteligente, aunque caprichosa y a veces incluso un poco voluble. Serena y elegante, pero al mismo tiempo encantadoramente torpe, pues de vez en cuando se chocaba contra el umbral de alguna puerta, con algún otro peatón o se tropezaba con sus propios pies. Pero en lugar de enfadarse, Paula se echaba a reír o pedía disculpas a quien fuera.


También tenía la interesante costumbre de decir exactamente lo que pensaba en el mismo momento en que lo pensaba, lo que hacía que a veces se pusiera en vergüenza a sí misma o otra persona.


Veinticuatro horas antes habría estado encantado de no tener que volver a verla, pero ahora, sentado frente a ella en una manta, a la sombra de un olivo junto al muelle, comiendo salchichas, queso y pan tostado, con Mia balanceándose a su lado, debía admitir que estaba experimentando una desconcertante combinación de perplejidad, desconfianza y fascinación.


–Deduzco que tenías hambre –comentó mientras la veía meterse en la boca el último trozo de queso.


–Tengo tendencia a la hipoglucemia, así que tengo que comer cinco o seis veces al día. Por suerte, tengo un metabolismo muy rápido que no me deja engordar. Un motivo más para que me odien las mujeres.


–¿Por qué habrían de odiarte?


–¿Estás de broma? ¿Una mujer con mi aspecto, que puede comer todo lo que quiera sin engordar ni un gramo? Hay gente que lo considera un delito imperdonable, como si yo pudiera controlar mi belleza o la gestión de las calorías que hace mi cuerpo. No sabes las veces que deseé ser más normal durante la adolescencia.


El hecho de que reconociera su propia belleza debería haberla hecho parecer arrogante, pero lo decía con tal desprecio, que sintió cierta lástima por ella.


–Yo pensaba que todas las mujeres deseaban ser guapas –dijo él.


–Y así es la mayoría de las veces, lo que no quieren es que otras mujeres lo sean también. No les gusta tener competencia. En el instituto yo era muy popular, así que no tenía amigos de verdad.


En su enésima caída, Mia acabó sobre la pierna de Pedro, levantó la mirada hacia él y sonrió, él no pudo evitar sonreír también. Tenía la sensación de que sería tan bella como su madre.


–Las chicas se sentían intimidadas por mí. Cuando por fin se daban cuenta de que no era ninguna esnob y empezaba a entablar relación con gente, llegaba el momento en el que mi padre volvía a trasladarnos y tenía que empezar de nuevo en otra escuela.


–¿Os mudabais a menudo?


–Por lo menos una vez al año. Mi padre es militar.


Le costaba creerlo. La había imaginado en un barrio residencial, con una madre guapa y superficial y un padre ejecutivo que la malcriaba. Parecía que se había equivocado en muchas cosas.


–¿En cuántos lugares has vivido? –le preguntó.


–En demasiados. Mi padre viajaba mucho. Vivimos en Alemania, Bulgaria, Israel, Japón e Italia y, dentro de Estados Unidos, en once bases de ocho estados diferentes. Todo eso antes de cumplir los diecisiete años. En el fondo creo que todos esos traslados no eran más que una manera de afrontar la muerte de mi madre.


Le sorprendió que también hubiera perdido a su madre.


–¿Cuándo murió?


–Cuando yo tenía cinco años. De una simple gripe.


La muerte de su madre, la injusticia que suponía, lo había dejado envuelto en una nube negra de la que sentía que nunca podría salir. Sin embargo Paula parecía tener siempre una actitud positiva.


–Solo tenía veintiséis años –siguió contándole.


–Era muy joven.


–Fue muy inesperado. Fue empeorando cada vez más y cuando fue al médico para que le dieran algún tratamiento, resultó que tenía neumonía. Mi padre estaba destinado en el Golfo Pérsico. Creo que nunca se ha perdonado el no haber estado con ella.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 16

 


Una vez fijado el plan, Pedro asintió y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Paula se sentó en el suelo junto a su hija, que ya se había cansado de levantarse y caerse y estaba ahora tumbada boca arriba, mordiendo un sonajero.


Le inquietaba la idea de pasar tanto tiempo a solas con Pedro, pero no parecía que tuviese otra opción porque no quería herir los sentimientos de Gabriel, ni parecer la mala de la película. La parte positiva era que quizá al ver que Pedro la aceptaba, también el personal de servicio se mostrara más amable con ella.


En ese momento sonó el teléfono y Paula fue corriendo a responder con la esperanza de que fuera Gabriel.


Era su amiga Jessica.


–¿Cómo fue el vuelo?


–Una pesadilla. Mia casi no durmió –miró con ternura a su hija, que seguía babeando sobre la manta–. Pero ahora parece que ya está bastante adaptada.


–¿Qué tal Gabriel? ¿Se alegró mucho de verte?


Paula titubeó antes de decir nada. No quería mentir a su amiga, pero tenía miedo de que si le contaba la verdad no hiciera sino aumentar sus dudas. Pero, si no podía hablar con su mejor amiga, ¿con quién iba a hablar?


–Ha habido un pequeño cambio de planes –le explicó lo sucedido–. Sé lo que debes de estar pensando.


–Sí, ya sabes que tenía mis dudas sobre este viaje, pero confío en ti y quiero pensar que sabes qué es lo mejor para Mia y para ti.


–¿Aunque no estés de acuerdo?


–No puedo evitar preocuparme por ti y no quiero ni pensar en que te quedes allí a vivir, pero al final lo que yo piense no importa. ¿Qué piensas hacer hasta que vuelva Gabriel? –le preguntó Jessy.


–Su hijo se ha ofrecido a hacer de guía –solo con decirlo se le encogía el estómago.


–¿Es tan guapo en persona como en las fotos que me enseñaste?


–En una escala de uno a diez, tiene por lo menos un quince.


–Entonces, si las cosas no salen bien con Gabriel… –le dijo bromeando.


–No sé si te he dicho que también es un estúpido y que me odia. Aunque no puedo decir que no lo comprenda –admitió–. Gabriel quiere que nos llevemos bien, pero yo me conformo con que deje de odiarme.


–Paula, eres una de las personas más amables, consideradas y buenas que conozco. ¿Cómo no vas a gustarle?


El problema era que a veces era demasiado amable y demasiado considerada, hasta el punto de dejar que los demás le pasasen por encima. Y Pedro parecía de los que podría aprovecharse de algo así.


O quizá solo estuviese un poco paranoica.


–Es muy… intenso –le dijo a Jessy–. Cuando entra en una habitación es… Intimida un poco.


–Bueno, es que es un príncipe.


–Gabriel es el rey y nunca he tenido esa sensación con él.


–No te lo tomes a mal, pero quizá Gabriel al ser mayor, es más bien… como una figura paterna.


–Jessy, ya tengo bastante figura paterna con mi padre.


–Siempre dices que es tan crítico contigo que hace que te sientas un fracaso.


No podía negarlo, como tampoco podía negar que la amabilidad y los detalles de Gabriel hacían que se sintiera especial, pero no buscaba otro padre en él. Más bien al contrario. En el pasado siempre le habían atraído los hombres que intentaban controlarla o dominarla. Ahora lo que buscaba era un compañero, alguien con quien relacionarse de igual a igual.


Quizá lo que más le molestaba de Pedro, además de que la odiara, era que se parecía mucho al tipo de hombres con los que siempre había salido.


–No me fío de Pedro –le confesó a su amiga–. Desde el momento en que salí del avión me dejó muy claro que no le gustaba, y sin embargo de pronto, un par de horas más tarde, se ofrece a hacerme de guía. Dice que lo hace por su padre, pero no sé si creérmelo. Si realmente quisiese hacer feliz a su padre, ¿no habría sido un poco más amable conmigo desde el principio?


–¿Crees que va a intentar separarte de Gabriel?


–La verdad es que ya no sé qué pensar –lo único que sabía era que había algo en Pedro que no le gustaba, pero no tenía más remedio que estar con él hasta que volviera Gabriel.


–Yo tengo buenas noticias –anunció Jessy–. Guillermo me ha invitado a acompañarle a Arkansas a la fiesta de aniversario de sus padres. Quiere que conozca a su familia.


–Y vas a ir, ¿verdad?


–Me encantaría. ¿Sabes el tiempo que hace que un hombre no quiere presentarme a su familia? Lo que ocurre es que viven en un lugar muy apartado con muy poca cobertura telefónica y me preocupa que si me necesitas…


–Jessy, estoy bien. En el peor de los casos, podría llamar a mi padre –aunque para eso tendría que ocurrir algo realmente horrible.


–¿Estás segura? Estoy preocupada por ti.


–Pues no lo estés. Puedo enfrentarme sola al príncipe Pedro.


Solo esperaba que fuera cierto.





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 15

 


Su relación con Gabriel no era ningún error. Si quería que conociese mejor a su hijo, lo haría, aunque no se fiase demasiado de Pedro. Se limitaría a ser como era y, con un poco de suerte, Pedro acabaría aceptándola.


–Entonces supongo que no tengo alternativa –le dijo.


Pedro frunció el ceño como si le hubiera ofendido la respuesta.


–Si la idea de pasar unos días conmigo te resulta tan desagradable…


–¡No! –lo interrumpió de inmediato–. No es eso lo que quería decir. En realidad quiero que nos conozcamos mejor, Pedro, pero no quiero que te sientas obligado a hacerlo. Me imagino lo incómodo que debe de ser para ti y lo doloroso que fue perder a tu madre. Por lo que me ha contado tu padre, era una mujer extraordinaria. Yo no pretendo sustituirla. Solo quiero que Gabriel sea feliz y creo que es más fácil que lo sea si tú y yo nos llevamos bien. O al menos conseguimos no ser enemigos.


–Estoy dispuesto a admitir que es posible que me haya apresurado al juzgarte –afirmó él–. Y, para que lo sepas, mi padre no me está obligando a hacer nada. Podría haberle dicho que no, pero sé que es importante para él.


No era una disculpa, pero sí era un buen comienzo. Paula esperaba que lo estuviera diciendo de corazón y que no tuviera ningún motivo oculto para ser amable con ella.


–En ese caso, será un honor que seas mi guía.


–¿Entonces hay tregua? –preguntó, tendiéndole una mano y dando un paso hacia ella.


Dios, qué bien olía. Le daban ganas de hundir la cara en su cuello y sumergirse en aquel aroma.


No, no, no le daban ganas de nada. Y no quería sentir la chispa que sintió cuando le estrechó la mano, ni el escalofrío que le provocó el roce de su dedo pulgar en el dorso de la mano.


¿Cómo era posible sentir esas cosas por un hombre que ni siquiera le caía bien?


–Mi padre me ha pedido que mañana os lleve a conocer el pueblo. Si hay algo en concreto que quieras hacer o algún lugar que quieras visitar, dímelo y lo organizaré todo.


Lo cierto era que le habría encantado pasarse una semana tumbada junto a la piscina, pero sabía que Gabriel quería que conociese su país para que pudiese decidir si quería vivir allí.


–Si se me ocurre algo, te lo diré.


–Muy bien. Estaos preparadas mañana a las diez.


–Cuenta con ello.