Cuando las ruedas tocaron el suelo, Pedro pudo ver cómo era el aeropuerto privado. A primera vista, todo estaba cuidado y en orden y abundaban los carteles con el nombre del rancho. Un vaquero con el sombrero calado hasta las cejas fue a recibirlos.
Ante la vista del paisaje con los últimos rayos del atardecer, Pedro pudo observar que además de ser un chovinista, el abuelo poseía un buen olfato para vender su producto.
—Apenas has hablado —dijo Paula, desabrochándose el cinturón de seguridad.
Pedro se volvió para mirarla y le dijo:
—He estado conteniendo la respiración porque eres como un torbellino. En las últimas veinticuatro horas, no he podido disfrutar de un momento de calma.
—No estabas obligado a venir —comentó Paula, irritadamente.
Pedro intentó disimular que estaba encantado, habiéndose dejado llevar por el impulso del torbellino. Parecía como si nadie pudiese librarse de tanto entusiasmo, por una parte estaban sus alumnos, los clientes del rancho y el mundo en general. ¡Paula era verdaderamente irresistible!
Alfonso cayó en la cuenta de lo que estaba pasando. Irresistible no era un buen calificativo para una mujer. Aun menos para Paula. Ese concepto implicaba aprobación y compromiso. En el caso remoto de querer contraer matrimonio, nunca se casaría con una persona tan intensa. Por el momento, se limitaría a conocerla un poco más.
—Bueno, pues ya hemos llegado. Espero disfrutar de la estancia. Por cierto, ¿cómo se abre la puerta?
—Apretando esta palanca —dijo Paula, acercándose hacia la pieza en cuestión.
En ese momento, Pedro la tomó por las caderas, pillándola por sorpresa.
—¡Bonita vista! —la elogió Alfonso, fijándose en el generoso escote de la blusa que llevaba.
Paula se había desabrochado varios botones justo antes de llegar a Montana, para aclimatarse mejor a las altas temperaturas del rancho. El descarado agente de bolsa habría estado mucho más satisfecho, si se hubiera quitado la prenda por completo…
—¡Las manos quietas! —exclamó la vaquera, incorporándose de nuevo en su asiento.
—Deberías ser más amable con los turistas de pago…
—Escúchame bien, Pedro. ¡Puedo ser una anfitriona para ti… pero eso no quiere decir que esté disponible, para tus fantasías eróticas!
—Por supuesto que no. Eres muy suspicaz con el sexo. ¿Acaso eres virgen? —preguntó Alfonso, de modo impertinente.
Paula se puso colorada.
—¡Esto es realmente ridículo!
Pedro había querido tomarla el pelo, sin embargo, el tono de voz femenino le sugirió la siguiente pregunta.
—Por cierto, ¿cuántos años tienes?
—No creo que eso sea de tu incumbencia.
Paula parecía más una estudiante sexy y dinámica, que una consolidada profesional de la enseñanza. En realidad, debía ser mayor, y si además era virgen… Pedro se encontró de repente intranquilo, pero sobre todo hambriento.
—Está bien. Tengo veintinueve años y voy a cumplir los treinta la semana que viene —dijo Paula, con cierta tristeza.
—Yo tengo treinta y seis. Lo bueno de la treintena es que la gente ya no te trata como a un crío.
—Eso puedes decirlo tú, porque eres un hombre —le contestó Paula.
Pedro recordó lo que habían estado comentando en Washington…
—¿No crees que te estás agobiando, planteándote cuestiones propias de los cuarenta años?
—Quizá tengas razón, pero para ti el éxito no pasa por tener un montón de niños y lograr así el reconocimiento social.
Alfonso se quedó pensativo. Si él no podía comprender como los hombres se casaban y tenían descendencia, ¿cómo iba a hacerlo en el caso de una mujer?
—Realmente, no tengo ningún interés en tener hijos, o sea que no me planteo ese tipo de problemas.
Alfonso miró con simpatía a Paula, acariciándole un mechón de pelo color canela: ambos tenían grandes proyectos para el futuro.
—Tengo un plan… —comenzó a decir la joven vaquera.
—A ver si lo adivino. Quieres comprar el rancho familiar, rodearte de niños y previamente, encontrar a tu marido ideal. Pero, eres virgen.
—No sé por qué dices eso —dijo la vaquera, enfurruñada.
—Vas a necesitar a alguien que te ayude a dar todos esos pasos hacia el éxito personal —comentó Pedro, acariciándole la nuca suavemente.
—Gracias, pero no pienso contar contigo —respondió Paula, intentando deshacerse de la mano de Alfonso—. Si necesitas practicar el sexo, siempre hay un par de turistas solteras, deseosas de entablar una relación pasajera.
—No estoy desesperado. Y además, ¿cómo sabes que no estoy hablando de algo más profundo?
—Por la simple razón de que los hombres sólo piensan en el sexo.
Mientras Paula hablaba, estaba pendiente del pequeño remolcador que tenía que llevarlos hasta el hangar, para poder bajar de la avioneta. Pero el conductor se había quedado dormido al sol.
—De momento no podemos salir de aquí —dijo Pedro, sonriendo.
—Pues voy a gritar —dijo Paula indignada—. Claudio es muy protector conmigo…