martes, 30 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 18

 

Pedro fue consciente de que Paula no le había hablado de los rasgos físicos con los que tendría que contar su futuro marido.


Claudio tenía tanta fuerza en los brazos, que el apretón de manos que se habían dado, estuvo a punto de poner en peligro la integridad física de Alfonso.


—Claudio, ya está bien… —dijo Paula, molesta por la actitud agresiva del joven vaquero.


—No te preocupes, pelirroja.


—Te recuerdo que no me gusta que te portes como el típico hermano mayor. Evidentemente, ya no tengo dieciséis años. Venga, ayúdame a llevar el equipaje.


Alfonso se quedó sorprendido de cómo trataba Claudio a su hermana: su comportamiento no era muy apropiado, sobre todo ese beso tan cariñoso que le había dado el primogénito de la familia. Además, tampoco era normal llevar preservativos en el sombrero a todas horas.


Los dos hombres se observaron mutuamente y Pedro aceleró el paso, para ser el primero en llevar el equipaje al viejo camión. No quería que el vaquero le tratase como a un memo, adelantándose y demostrando lo fuerte que era.


Colocó las maletas en la parte trasera del vehículo y se sentó entre un montón de heno. Por primera vez, pudo respirar relajadamente. Por lo que había visto hasta ese momento, había sitios mucho peores donde pasar las vacaciones.


Claudio arrancó y condujo el camión hacia el centro neurálgico del rancho, no muy lejos del aeropuerto privado. Allí, Alfonso pudo ver que el ganado estaba bien guardado entre vallas inmaculadamente blancas, y que los establos y el resto de los edificios se encontraban en óptimas condiciones. Todo aquello le causó muy buena impresión al agente de bolsa.


En la ladera de una colina, se encontraba una casa que dominaba la perspectiva de la finca. Se trataba de una agradable residencia, propia de un rancho donde prosperaba la abundancia. Lo que parecía empañar esa imagen de armonía era la zona donde estaban plantadas una serie de tiendas de campaña, que no eran especialmente bonitas, sino simplemente prácticas.


De pronto, Paula se puso a saludar a un hombre alto, que se encontraba en el centro del patio. Paula saltó del camión cuando todavía estaba en marcha y empezó a correr hacia él.


«Verdaderamente, esta mujer es imposible, no tiene la mínima noción de los que es el dominio de uno mismo», pensó Pedro, ligeramente molesto.


—¡Abuelo! —gritó Paula.


El gigante de pelo blanco dio media vuelta y la estrechó entre sus brazos.


—¿Qué tal estás? —dijo la nieta, tratando de sobrevivir al achuchón del ranchero.


—Muy bien… ¡Oh! Éste debe ser Pedro Alfonso, ¿no es cierto? —preguntó el hombre maduro, mirando con interés al acompañante de Paula.


—Sí. Pedro, te presento a Samuel Harding, mi abuelo.


—Encantado de conocerlo, señor.


Pedro había percibido la autoridad que inspiraba aquel ranchero tan alto y tan atractivo, a pesar de tener el pelo completamente blanco. En su rostro, llamaba la atención la forma de las mandíbulas, que mostraban tenacidad y que le recordaban a la voluntad de hierro que caracterizaba a su nieta.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario