Olvidando su mal humor, la vaquera le comentó que el conductor del camión remolcador siempre llevaba preservativos bajo la cinta del sombrero, y que por esa razón, tenía esas marcas tan curiosas en la banda de piel.
Pedro no sabía si Paula le estaba tomando el pelo, con esa historia tan típica del viejo Oeste americano.
—Sí, realmente se trata de una historia curiosa; espero que los vaqueros se quiten el sombrero para meterse en la cama…
Paula sonrió enigmáticamente.
—Te puedo asegurar que los vaqueros no se lo quitan, en ningún momento.
A Alfonso no le gustó esa sonrisa.
—Sí, por lo que dices, ese Claudio parece ser muy protector, pero no tiene aspecto muy ingenuo que digamos.
—Olvídate de él… Estamos en Montana, aquí puede pasar de todo, porque es la tierra de la individualidad.
—De acuerdo —dijo Pedro, abriendo su puerta de par en par—. Cambiemos de tema. ¿Por qué elegiste la docencia como carrera profesional? Ser profesora y vaquera a la vez no parece algo muy compatible.
—Es perfecto —comentó Paula, mientras bajaba de la avioneta—. En el rancho estamos completamente aislados de la vida civilizada, o sea que aquí puedo aprender un montón de cosas para cuando tenga que educar a mis propios niños. ¿Ves cómo no es tan incompatible?
En cierto modo, la vaquera tenía razón. Sin embargo, era obvio que ella apenas había tenido tiempo para entablar relaciones de pareja, por mucho que lo negara.
Alfonso suspiró plácidamente. Se le habían estropeado las vacaciones, pero el hecho de estar en el rancho, resultaba prometedor. Incluso, no estaba tan mal como había pensado en un principio.
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