sábado, 27 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 10

 


Pedro no podía entender por qué Paula Chaves, le llamaba tanto la atención. Pertenecía al tipo de mujer que trataba de evitar, era explosiva, habladora, en fin, excesiva para él.


Cuando Pedro iba a buscar yodo para curarla, ella intentó disuadirlo.


—No es necesario, gracias.


—En serio, necesitas atención médica —dijo Alfonso, preocupado.


—Aunque no vaya a limpiar el baño de nuevo, todavía tengo que pasar el aspirador. Me ha causado algún que otro quebradero de cabeza —comentó Paula, por el hueco de la escalera.


Cuando Pedro reparó en el estado de la casa, se quedó horrorizado. La bolsa de la aspiradora se había roto y el polvo se había esparcido por todas partes.


—Veo que no entiendes mucho de electrodomésticos —suspiró el joven.


—La aspiradora es puro vicio… No hay nada mejor que un escobón de toda la vida y ahorrarse la millonada que te ha debido de costar esa pieza de diseño.


—Sí, claro. Veo que no es culpa tuya. Sin embargo, si yo no me hubiese quedado en mi casa, tú no habrías venido. El bizcocho no se habría quemado, la aspiradora no se habría estropeado, ni te habrías quedado atrapada en el árbol. Estoy empezando a sentirme plenamente culpable…


—Tanto como eso no. Pero no puedo negar que eres un poco estirado y un triunfador compulsivo —dijo Paula, críticamente.


A continuación, se levantó la blusa para que Pedro le pusiera yodo en la espalda. Al ver su cuerpo sin ocultar, el joven se quedó impresionado como no lo había estado desde hacía un montón de tiempo.


«Atención, Alfonso… Recuerda que los opuestos se atraen», dijo para sí el joven, alterado.


Su propia advertencia le resonaba en la cabeza, mientras rebuscaba en el cajón de las medicinas. Era posible que los opuestos se atrajeran, pero tampoco eran compatibles.


Sus padres habían tenido disputas a menudo. Eso les había convertido en seres amargados que habían transmitido su hastío a todos los que habían estado a su alrededor.


Con una mueca de amargura, Pedro recordó su infancia desgraciada. No podía olvidar que había sido el niño más pobre del colegio, y que en su hogar había carecido de cariño y apoyo. Además, las peleas entre sus padres habían terminado frecuentemente con la llegada de la policía, advertida por los vecinos.


—Esto te va a doler —le avisó a Paula, mientras le ponía el desinfectante en la espalda.


—¡Ay! —gritó la joven.


—Lo siento. Si quieres, te llevo al hospital.


—No. Puedo aguantarlo perfectamente.


—Sí… ¿Y por qué has gritado?


—Porque gritar es bueno para aguantar el dolor. ¿Te molesta que me queje? —le preguntó la joven, volviendo la cabeza.


De pronto, como Paula estaba encorvada mirando hacia abajo, fue consciente de que tenía delante de su vista el torso desnudo de Pedro y, más concretamente, la zona inferior de la cintura.


¡El panorama era realmente impresionante!


—Puedo aguantar quejas, pero no las tuyas… —comentó Alfonso.


—Eso está muy bien… sobre todo porque empiezo a pensar que no eres tan espantoso como parecías.


—¿Realmente crees que estoy bien? —la interrogó el joven, con curiosidad.


—Todavía no lo tengo muy claro.


Lo que estaba intentando por todos los medios era conservar la razón, ante el efecto imparable que ejercían sus hormonas.


Se trataba de un hombre atractivo y sexy. Pero, el hecho de haber realizado esa lista de mujeres compatibles para un posible matrimonio, le ponía enferma. Todavía podía comprobar como el atractivo físico no constituía una base lo suficientemente sólida, para mantener una relación sentimental.


—No lo entiendo —dijo Paula, poniéndose recta de nuevo—. Gabriela parece reunir los requisitos de la lista de futuras esposas que tienes pegada en el espejo. ¿Qué es lo que falla?


—¿De qué estás hablando? —preguntó el joven, frunciendo el ceño.


—Esa lista —mostró Paula, con el dedo índice—. Me parece espantoso analizar así a una mujer. No se trata de una hamburguesa, sino de un ser humano.


—Yo no estoy buscando a ninguna mujer —dijo Pedro molesto—. Esa lista la confeccionó mi hermano. Acababa de divorciarse y no quería que yo cayese en su mismo error. Pero, da la casualidad de que no tengo la mínima intención de contraer matrimonio —concluyó Alfonso, tirando una bola de algodón a la papelera.


—¿Nunca? Parece algo realmente definitivo.


—Ésa es la realidad —dijo secamente, por lo cual Paula fue consciente del estado en que se encontraban los sentimientos de Pedro—. El matrimonio, en mi familia, no funciona. Por eso es mejor evitarlo, y si no lo hacemos, lo pagamos caro.


—Sin embargo… me parece que Gabriela es tu tipo, además de tener mucho dinero. Podría ser una gran baza para tu carrera profesional.


Una expresión muy peculiar se plasmó en el rostro del joven.


—Agradezco tu interés, pero pienso labrarme mi propio porvenir sin recurrir a eso…


—Está bien, no te lo tomes a mal. Lo que pasa es que, sigo pensando que tú y ella tenéis muchas cosas en común, de acuerdo con la lista.


—No lo creo —contestó Alfonso—. Por otra parte, la lista no es ninguna tontería, en el caso de que quisiera casarme. El hecho de ser compatibles es esencial en una pareja. ¿Tú que le pedirías a tu futuro marido?


—Un montón de cosas…


—¿Cómo por ejemplo?




FARSANTES: CAPÍTULO 9

 


La joven vaquera continuó con el papel que le había adjudicado Alfonso, quejándose al ponerse en pie. El joven se despidió y la tomó en brazos para depositarla en el interior de la casa.


Cuando desapareció el ruido del coche de Gabriela, ambos suspiraron con alivio.


—Ya puedes dejarme en el suelo —le indicó Paula al joven, que le dedicó una amplia sonrisa.


Estaba horrorosa, tenía todo el pelo revuelto, la cara manchada y las piernas llenas de rasguños. Para colmo, la camisa que le había prestado Alfonso, no conseguía tapar lo más sugerente de su cuerpo. El joven lo había notado hacía un buen rato…


—Te quejabas tanto que pensé que no ibas a poder andar por tus propios medios.


—Pues puedo andar, y además dar patadas.


—Me parece estupendo —dijo Pedro, dejándola por fin en el suelo.


Paula Chaves no era guapa. Sin embargo, era resultona. Tenía unos ojos verdes que llamaban la atención. La barbilla, que realzaba el temperamento testarudo de la joven, era en cierto modo irregular. Y su cutis lechoso estaba rodeado de densos mechones color canela…


—Por cierto —dijo Alfonso—, gracias por haberme echado una mano con Gabriela.


—Te lo debía, por haberme bajado del árbol.


—Lo tuyo ha sido mucho más fácil que deshacerme de esa mujer. Está empeñada en casarse conmigo, a pesar de que he sido educado disuadiéndola. He sido claro, incluso un poco rudo, pero parece que no quiere aceptar una negativa. Como verás, aunque preparé mis vacaciones en secreto, consiguió averiguarlo todo. Por eso, a última hora cancelé el viaje.


Paula arrugó la nariz y le sugirió:

—¿Por qué no la ignoras simplemente?


—Eso es imposible. Es tan perseverante como un mosquito revoloteando en la misma oreja, toda la noche. Normalmente, no me afecta tanto. Pero la verdad es que necesito unas vacaciones, una playa y todas las siestas del mundo.


—Pues dile que estás casado —le sugirió Paula—. O que tienes una enfermedad incurable.


—¿Como cuál? —preguntó Pedro, enarcando una ceja.


—Soltería en fase terminal.


—No creo que funcione —contestó desanimado el joven, mientras su acompañante se reía.




FARSANTES: CAPÍTULO 8

 


Lorena tenía razón. Así eran las mujeres que le gustaban a Pedro Alfonso… Por lo menos, así era la joven que acababa de llegar. Paula observó con curiosidad la cara de Alfonso. Parecía un animal cuya mirada hubiera sido deslumbrada por los potentes faros de un coche.


—Gabriela —dijo por fin—. ¡Qué sorpresa! ¿Te fuiste a Cancún?


—Es obvio. ¿Por qué no viniste, como habíamos quedado?


—Ocurrió un imprevisto y tuve que cancelar el viaje.


—Sí, eso parece —masculló la joven despechada—. Por cierto, ¿quién es ella?


Gabriela apuntó hacia Paula, sin dignarse a mirarla.


—Te presento a Paula Chaves. Es la hermana de mi ama de llaves que me está echando una mano estos días.


—Ya lo veo.


Esta vez, Gabriela inspeccionó a la profesora desde los pies a la cabeza, intentando averiguar por qué sus pantalones cortos estaban tan sucios y por qué llevaba la camisa de Pedro, atada a la cintura.


—¿Por qué lleva tu ropa? —preguntó Gabriela, sin rodeos—. ¿Es parte de la remuneración, o del trabajo?


Tal insinuación le sentó a Paula como una patada en el estómago. Puede que no fuese una experta en alta costura, pero sabía cuando la estaban insultando.


—Gabriela, por favor —suplicó Pedro—. Eso no es de tu incumbencia.


—Se lo podemos explicar —sugirió Paula—. Perdí mi camiseta en lo alto del árbol, y Pedro me prestó su camisa para que el vecindario, no me viese desnuda. ¿Está claro?


Pedro se había quedado sin palabras. La hermana de Lorena le dio una patada en el tobillo, para que la apoyara.


—Sí, eso… —balbuceó Alfonso. Gabriela no parecía muy convencida con la explicación, y le hizo preguntas impertinentes a Pedro.


—No soy de piedra, puedes hablar directamente conmigo porque estoy delante de ti —le espetó Paula—. Deberían haberte enseñado buenos modales…


Pedro, ¿vas a dejar a tu criada que me hable en ese tono?


—No veo por qué tendría que hacerla callar. Y no se trata de mi criada, trabaja por libre.


—Eso es —exclamó la profesora.


—¡Menudo aspecto tienes, Pedro! Ya que pretendes vestir de modo informal, por lo menos, hazlo con estilo. 


Ante tales palabras, Paula estuvo a punto de atragantarse. Alfonso, por su parte, estaba mudo de vergüenza ajena.


—¡Visto como me parece! —exclamó el joven indignado.


—Con el sueldo de la empresa, podrías permitirte el lujo de adquirir ropa distinguida… Papá iba a correr con tus gastos del viaje. ¡Eres muy valioso para la compañía, y queremos tratarte como te mereces!


Pedro tenía ganas de estrangularla. Cuando Gabriela no conseguía lo que pretendía de él, entonces empuñaba las armas del soborno. Había sido su acompañante en tres fiestas, relacionadas con la correduría de agentes de bolsa de su padre. Ahora, el siguiente paso consistía en casarse con ella.


Pero Alfonso prefería casarse con un puerco espín, antes que hacerlo con ella. Era una mujer fría como el hielo. ¡Si no entraba en sus planes la idea de casarse, menos aun con un iceberg!


—No puedo hablar contigo en estos momentos. Ya te llamaré para charlar cuando vuelva a la oficina —se excusó Pedro.


—¿Charlar? —preguntó Gabriela sin poder creer lo que le estaba pasando.


—La señorita Chaves necesita ser atendida por un médico —dijo Pedro, solicitando el apoyo de Paula.


—Espero que no tengamos que ir al hospital —sostuvo la joven profesora.


—Estoy convencida de que no es nada grave —comentó Gabriela despectivamente.


—Nunca se sabe —replicó Pedro, negando con la cabeza—. ¡Qué pena que no nos encontráramos en Cancún! Pues, da la casualidad de que Paula y yo vamos a coincidir en el mismo lugar, estas vacaciones, ¿no es cierto?



FARSANTES: CAPÍTULO 7

 


Pedro disfrutó viendo los verdes ojos de Paula echar chispas.


Cualquier mujer, a punto de romperse el cuello, se habría puesto histérica perdida. Sin embargo, ella se había mostrado serena, hasta que él mencionó el sexo, animándola a gozarlo con más intensidad.


—En fin, mi vida sexual sólo me concierne a mí —dijo Paula, mientras le propinaba una patada e intentaba ponerse en pie.


De pronto, la luz que salía de la casa iluminó su rostro. Pedro pudo ver que tenía una herida en la cara, sangrando.


—Necesitas curarte esa herida inmediatamente.


—Oh, no. Estoy bien. Deberías saber que acosar sexualmente a una empleada está penado por la ley.


—Lorena es mi empleada, tú no.


—Eso son sólo excusas.


Alfonso puso su mano en la herida y le enseñó la sangre a Paula.


De pronto, se oyó un ruido ensordecedor. Se trataba de la alarma antifuego que se había disparado porque algo se estaba quemando en la casa.


—¡Cielos! El bizcocho que estaba preparando se ha debido de calcinar. Pronto llegarán los bomberos… —dijo Paula.


Pedro se introdujo en la casa y sacó con la ayuda de unos paños los restos carbonizados y los tiró en el patio, lo más lejos posible. Abrieron las ventanas para que saliera todo el humo y penetrara el aire fresco.


Paula miraba con buen humor el resultado de sus habilidades culinarias. Había intentado seguir los pasos de Lorena, que todos los miércoles hacía un bizcocho, porque le daba a la casa un toque muy hogareño. Su hermana pensaba, sin duda, que Pedro necesitaba una madre en determinadas ocasiones. Sin embargo, ella detestaba la cocina.


—Aunque Lorena lo haga todas las semanas, no tendrías que haberte sentido obligada a hacerlo.


—Pero, se lo prometí.


—¿Tú también crees que necesito una madre?


—Creo que eres un adicto al trabajo. 


«Y que eres tremendamente sexy. Es una pena que seas tan anticuado, porque si no, ya me habría lanzado para atacarte», pensó Paula para sí.


—No eres muy amable, teniendo en cuenta que has estado a punto de quemarme la casa. Lorena y tú no sois nada parecidas en cuestiones domésticas.


—No. Durante el curso escolar, yo doy clases de Ciencias, y en verano, me voy a Montana a montar a caballo y a cuidar el ganado. Hago las mejores galletas y el mejor estofado que hayas probado nunca… siempre que sea sobre una hoguera al raso.


—Ya se nota, porque el fuego ya lo tenías montado —comentó irónicamente Pedro. Paula se encogió de hombros.


—Si te hubieras marchado de vacaciones como estaba previsto, yo no habría preparado ese estúpido bizcocho. Estaría en Montana, divirtiéndome.


—¿Quieres decir que yo tengo la culpa de todo?


—En cierto modo, sí… Lorena necesitaba irse lejos, a reflexionar sobre la anulación de su compromiso y a pensar en su futuro. Si ese canalla hubiera sido mi novio, me habría deshecho de él mucho antes. Es más, nunca me habría comprometido con él.


—Ya me lo imagino…


—Bueno, el caso es que mi hermana tenía resuelta la sustitución para todos sus clientes. Excepto para ti, teniendo en cuenta que ibas a marcharte. Cuando cambiaste tus planes, no pudo contar con nadie y por eso vine yo, en vez de irme a Montana. ¿Cómo se te ocurrió cambiar de planes?


—Eso digo yo… —dijo una voz ajena—. Estuve esperándote en Cancún tres días, pero no apareciste.


Pedro miró aterrorizado, hacia la pradera de delante de la casa.


Gabriela Scott, la cazamaridos más profesional al noroeste del Pacífico, lo había localizado. ¡Era lo último que deseaba!



viernes, 26 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 6

 


Paula no sólo estaba herida en su amor propio… Lo peor de todo era que su camiseta había desaparecido por completo. Tuvo la tentación de aprovechar, la ocasión y acercarse para averiguar qué tal besaba. Probablemente no le importaría demasiado hacerlo, aun no siendo su tipo de mujer. ¡Los hombres tenían comportamientos tan predecibles!


Paula se golpeó suavemente la cabeza: el percance le había afectado seriamente al sentido común.


—¿Dónde está? —gritó Paula, por encima de uno de los hombros musculosos.


—La camiseta se ha quedado enganchada arriba, en lo que quedaba de tejado.


—¡Maldita sea! —exclamó Paula, estornudando en medio de la nube de polvo que se había organizado, tras el accidente.


—No te preocupes —replicó Pedro sonriendo y mostrando los blancos dientes—. Toma, ponte mi camisa.


Mientras se desnudaba y le ponía la prenda a Paula, ella comprendió que el tacto de sus dedos unos centímetros más arriba, habrían sido tremendamente significativos.


—¡Para, por favor! —exclamó la joven, dándole la espalda.


—¿Eso es gratitud?


—¡Desde luego, todos los hombres sois iguales! En cuanto podéis, os pierde el sexo…


—Ah… Está hablando la voz de la experiencia…


—¡No tiene gracia!


—No es muy corriente que una profesora trabaje de vaquera en un rancho. Sobre todo, con tan poca estatura como tú.


Evidentemente, Pedro estaba descalificándola, preguntándose, qué pintaba una mujer entre tantos vaqueros.


Paula lo miró con desprecio.


—Te pareces a mi abuelo. Cuando era pequeña, pasaba los veranos en su rancho. Un año, vio que ya me había hecho mayor y, rápidamente, me envió a trabajar en la cocina, en vez de dejarme seguir montando a caballo. Tuve que hacer verdaderos desastres culinarios para que me echaran de allí.


La camisa todavía conservaba el calor de su dueño. Paula se la ató con un nudo en la cintura.


Trato de alejar de su pensamiento el torso masculino desnudo. El vello que cubría su pecho le bajaba hasta la cintura… ¿Cómo estaría sin los téjanos?


De nuevo, la mente se le disparó.


Alfonso, dijo sonriendo:

—¿Odias a todos los hombres a los que les gustan las mujeres y que no tienen miedo de expresarlo?


Paula pestañeó y respiró, antes de contestar.


—No odio a los hombres. He conocido a unos cuantos canallas, pero aun así, todavía practico el sexo.


—¡Como yo!


La profesora lo fulminó con la mirada, tal y como solía hacerlo con los estudiantes desobedientes.




FARSANTES: CAPÍTULO 5

 


Del árbol se desprendieron trozos de corteza. Segundos después, Alfonso subió a la vieja casa instalada en el árbol, con una agilidad inesperada. Como Paula no se movía, él le preguntó:

—¿Qué pasa?


«¿Que qué me pasa? Pues de todo», respondió pensando la joven pelirroja.


La respiración de Paula se alteró al notar la presencia del hombre, cara a cara. No sólo era más guapo de cerca, sino mucho más simpático… Tenía cierto aire de cansancio y aburrimiento por la vida que llevaba, pero también grandes dosis de encanto, que le proporcionaban su sonrisa y su mirada.


Su hermana tenía razón, tenía que preocuparse por mejorar un poco su propio status…


—Eh… estoy bien, gracias —farfulló Paula.


—Súbete un poco más, para que te pueda sujetar mejor.


Obedeciendo abstraídamente, la joven giró para que Pedro la tomara por la espalda con sus fuertes y cálidas manos. El contacto con el cuerpo masculino, le produjo un gran impacto. Tuvo que cerrar los ojos, pero aun así, no pudo evitar notar su agradable aroma varonil.


Paula agitó la cabeza, pensando que sin duda debía de estar loca. Lorena había conocido a dos de sus antiguas novias: las dos eran sofisticadas, elegantes y con tanta personalidad como las mariposas evanescentes. Además, tenía una lista con las cualidades que tenían que reunir las mujeres de su gusto. La tenía pegada en el espejo del cuarto de baño.


Paula Chaves… Profesora de instituto en un pueblo grande… Estaba claro que no correspondía a su tipo ideal.


—Sí que estás atrapada… —comentó Pedro, sujetándola por la camiseta rota, para tirar más fácilmente de su cuerpo hacia abajo.


Paula trató de hacer como si no hubiese notado nada especial.


Sus pechos estaban rozando la ropa de algodón. Estaban relativamente cubiertos, excepto por los hemisferios inferiores. Los pequeños pezones estaban tan juntos que apenas podían separarse convenientemente. Además Alfonso parecía no ser consciente de lo próxima que estaba su desnudez. Eso le molestó tremendamente a la profesora. Puede ser que no fuera su tipo, pero tampoco estaba nada mal…


—Esta rama parece que no va a soportar más peso —murmuró Pedro—. Y si tiro de ti, acabaremos los dos en el suelo.


Paula miró disimuladamente la expresión tan concentrada de Alfonso, que sin darse cuenta le dio un pequeño golpe en una de sus caderas. Paula tuvo que morderse el labio inferior para acallar sus sensaciones.


—¿Tienes una navaja? —preguntó la joven, sintiéndose un poco agobiada.


Era la primera vez en su vida que sentía una atracción tan clara y tan cálida por un hombre. Paula se encontraba desorientada y torpe. ¡Por el amor de Dios, si era una mujer adulta que cumpliría pronto treinta años, aunque no le gustase recordarlo!


—No, no tengo ninguna navaja —contestó Pedro, frunciendo el ceño de pura concentración—. Quizá sería mejor que subieras un poco más, antes de que tire de ti. 


A continuación, Alfonso le dio otro golpe y Paula estuvo a punto de gritar.


Tenía que haber dejado que los niños llamaran a los bomberos. Habría sido mucho más práctico.


No entendía como su hermana se había pasado cuatro años de su vida limpiando la casa y cocinando para semejante pardillo.


—Así no puedo bajar… —dijo Paula

.

—Ya lo veo. Voy a darte un buen tirón, pero quiero que te agarres a esa rama fuertemente, por si te caes.


Paula se sujetó bien, intentando no pensar demasiado en la situación y, una vez más, Pedro le ayudó a conservar lo que le quedaba de camiseta.


El joven estaba preocupado por su póliza de seguro: no quería tener que dar parte a la compañía, en el caso de que hubiese un accidente grave. Eso encarecería mucho más las cuotas de pago…


Alfonso dio un tirón y, de pronto, se oyó un estruendo: la casa colgada del árbol se estaba desplomando. Pedro logró caer lejos de Paula, pero ella no pudo evitar aterrizar sobre su cuerpo, en ignominiosa postura.


—¡Aaah! —exclamó la chica, tratando de que penetrara de nuevo el aire en sus pulmones.


No estaba segura de que el suelo fuese más duro que el cuerpo de Alfonso. El joven estaba realmente en forma y no tenía ni un átomo de grasa.


—¿Estás bien? —le preguntó el joven a Paula, mientras ella tomaba con las manos los hombros masculinos.


—Más o menos…


—¿Te duele algo? —la interrogó Pedro.


—Mmh… Mi orgullo —dijo ella, intentando seguir respirando con regularidad.


—Me refiero a algún hueso roto o a alguna herida importante.


—¡Oh! No. Nada grave. En verano cuando voy al rancho de mi abuelo, trabajo de vaquera y las caídas son frecuentes. Hasta el jinete más experto suele caerse de vez en cuando.


—¿En esta misma posición? —preguntó Pedro, irónicamente.




FARSANTES: CAPÍTULO 4

 


En esos momentos, Paula detestaba a Pedro Alfonso. Odiaba tener que limpiar su casa impoluta, para hacerle un favor a su hermana. No le gustaba nada la forma que tenía de convertir una bella casa familiar, en un baldío símbolo de status. Y sobre todo, le odiaba a él.


«Ah, ¿sí?», le dijo la voz de la conciencia… Paula intentaba no hacer caso a su instinto femenino.


De acuerdo, tenía que admitir que Lorena no le había hecho ningún comentario acerca de lo altivo que era su jefe. Tampoco le había hablado de sus anchas espaldas ni de su voz prodigiosa. Para colmo, se parecía a una mezcla entre Clark Gable y Cary Grant…


Había muchos hombres que tenían cuerpos atractivos y voces interesantes. Eran hombres agradables, que no tenían nada que ver con Pedro. Para él, pasarlo bien significaba, exclusivamente, hacer dinero. Por lo que le había contado su hermana, Paula se había imaginado que se trataba de un aburrido y ambicioso fabricante de ganancias, con una expresión perpetua de hastío.


Había sido un error, puesto que para la joven pelirroja, Pedro era encantador… tan atractivo y divertido. En vez de tener un coche serio y formal, Alfonso conducía un pequeño Mercedes descapotable.


La gente de su ambiente, es decir los profesores y los vaqueros, no solían tener coches caros… Poseían automóviles económicos y prácticos, cuando no llevaban viejas camionetas destartaladas.


Lorena había querido convencerla de que se comprara un coche más elegante, pero ella no le daba valor a esas cosas.


—Paula, ¿qué te ocurre? ¿Estás bien?


«No, acabo de tener un ataque de furor uterino», pensó la joven, disgustada consigo misma. «Esto es vergonzosamente ridículo».


Pedro podía tener un aspecto en cierto modo neutro, pero, para una persona como ella, era puro veneno. Sin embargo, a Paula le gustaría tener a su lado, en un futuro, a un marido que disfrutara de la vida en el campo, con los animales y con los niños. Y no le interesaba tener como pareja a un hombre, cuya única aspiración en la vida fuese ganar mucho dinero, para retirarse a los cuarenta años, habiendo amasado una gran fortuna. Además, su hombre ideal no sería tan guapo. Sin duda, estaba siendo víctima de un espejismo.


—Ya bajo —dijo la joven—. Ten cuidado, Pedro… Allá voy.