sábado, 27 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 7

 


Pedro disfrutó viendo los verdes ojos de Paula echar chispas.


Cualquier mujer, a punto de romperse el cuello, se habría puesto histérica perdida. Sin embargo, ella se había mostrado serena, hasta que él mencionó el sexo, animándola a gozarlo con más intensidad.


—En fin, mi vida sexual sólo me concierne a mí —dijo Paula, mientras le propinaba una patada e intentaba ponerse en pie.


De pronto, la luz que salía de la casa iluminó su rostro. Pedro pudo ver que tenía una herida en la cara, sangrando.


—Necesitas curarte esa herida inmediatamente.


—Oh, no. Estoy bien. Deberías saber que acosar sexualmente a una empleada está penado por la ley.


—Lorena es mi empleada, tú no.


—Eso son sólo excusas.


Alfonso puso su mano en la herida y le enseñó la sangre a Paula.


De pronto, se oyó un ruido ensordecedor. Se trataba de la alarma antifuego que se había disparado porque algo se estaba quemando en la casa.


—¡Cielos! El bizcocho que estaba preparando se ha debido de calcinar. Pronto llegarán los bomberos… —dijo Paula.


Pedro se introdujo en la casa y sacó con la ayuda de unos paños los restos carbonizados y los tiró en el patio, lo más lejos posible. Abrieron las ventanas para que saliera todo el humo y penetrara el aire fresco.


Paula miraba con buen humor el resultado de sus habilidades culinarias. Había intentado seguir los pasos de Lorena, que todos los miércoles hacía un bizcocho, porque le daba a la casa un toque muy hogareño. Su hermana pensaba, sin duda, que Pedro necesitaba una madre en determinadas ocasiones. Sin embargo, ella detestaba la cocina.


—Aunque Lorena lo haga todas las semanas, no tendrías que haberte sentido obligada a hacerlo.


—Pero, se lo prometí.


—¿Tú también crees que necesito una madre?


—Creo que eres un adicto al trabajo. 


«Y que eres tremendamente sexy. Es una pena que seas tan anticuado, porque si no, ya me habría lanzado para atacarte», pensó Paula para sí.


—No eres muy amable, teniendo en cuenta que has estado a punto de quemarme la casa. Lorena y tú no sois nada parecidas en cuestiones domésticas.


—No. Durante el curso escolar, yo doy clases de Ciencias, y en verano, me voy a Montana a montar a caballo y a cuidar el ganado. Hago las mejores galletas y el mejor estofado que hayas probado nunca… siempre que sea sobre una hoguera al raso.


—Ya se nota, porque el fuego ya lo tenías montado —comentó irónicamente Pedro. Paula se encogió de hombros.


—Si te hubieras marchado de vacaciones como estaba previsto, yo no habría preparado ese estúpido bizcocho. Estaría en Montana, divirtiéndome.


—¿Quieres decir que yo tengo la culpa de todo?


—En cierto modo, sí… Lorena necesitaba irse lejos, a reflexionar sobre la anulación de su compromiso y a pensar en su futuro. Si ese canalla hubiera sido mi novio, me habría deshecho de él mucho antes. Es más, nunca me habría comprometido con él.


—Ya me lo imagino…


—Bueno, el caso es que mi hermana tenía resuelta la sustitución para todos sus clientes. Excepto para ti, teniendo en cuenta que ibas a marcharte. Cuando cambiaste tus planes, no pudo contar con nadie y por eso vine yo, en vez de irme a Montana. ¿Cómo se te ocurrió cambiar de planes?


—Eso digo yo… —dijo una voz ajena—. Estuve esperándote en Cancún tres días, pero no apareciste.


Pedro miró aterrorizado, hacia la pradera de delante de la casa.


Gabriela Scott, la cazamaridos más profesional al noroeste del Pacífico, lo había localizado. ¡Era lo último que deseaba!



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