viernes, 26 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 4

 


En esos momentos, Paula detestaba a Pedro Alfonso. Odiaba tener que limpiar su casa impoluta, para hacerle un favor a su hermana. No le gustaba nada la forma que tenía de convertir una bella casa familiar, en un baldío símbolo de status. Y sobre todo, le odiaba a él.


«Ah, ¿sí?», le dijo la voz de la conciencia… Paula intentaba no hacer caso a su instinto femenino.


De acuerdo, tenía que admitir que Lorena no le había hecho ningún comentario acerca de lo altivo que era su jefe. Tampoco le había hablado de sus anchas espaldas ni de su voz prodigiosa. Para colmo, se parecía a una mezcla entre Clark Gable y Cary Grant…


Había muchos hombres que tenían cuerpos atractivos y voces interesantes. Eran hombres agradables, que no tenían nada que ver con Pedro. Para él, pasarlo bien significaba, exclusivamente, hacer dinero. Por lo que le había contado su hermana, Paula se había imaginado que se trataba de un aburrido y ambicioso fabricante de ganancias, con una expresión perpetua de hastío.


Había sido un error, puesto que para la joven pelirroja, Pedro era encantador… tan atractivo y divertido. En vez de tener un coche serio y formal, Alfonso conducía un pequeño Mercedes descapotable.


La gente de su ambiente, es decir los profesores y los vaqueros, no solían tener coches caros… Poseían automóviles económicos y prácticos, cuando no llevaban viejas camionetas destartaladas.


Lorena había querido convencerla de que se comprara un coche más elegante, pero ella no le daba valor a esas cosas.


—Paula, ¿qué te ocurre? ¿Estás bien?


«No, acabo de tener un ataque de furor uterino», pensó la joven, disgustada consigo misma. «Esto es vergonzosamente ridículo».


Pedro podía tener un aspecto en cierto modo neutro, pero, para una persona como ella, era puro veneno. Sin embargo, a Paula le gustaría tener a su lado, en un futuro, a un marido que disfrutara de la vida en el campo, con los animales y con los niños. Y no le interesaba tener como pareja a un hombre, cuya única aspiración en la vida fuese ganar mucho dinero, para retirarse a los cuarenta años, habiendo amasado una gran fortuna. Además, su hombre ideal no sería tan guapo. Sin duda, estaba siendo víctima de un espejismo.


—Ya bajo —dijo la joven—. Ten cuidado, Pedro… Allá voy.



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