miércoles, 24 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: EPILOGO

 


-FELIZ?


Pau levantó la mano para tocar el rostro de Pedro. La alianza que él le había colocado en el dedo hacía menos de veinticuatro horas relucía bajo la luz del sol. Los brillantes ojos de Paula y la emoción que le iluminaba el rostro respondieron a Pedro sin necesidad de palabras. Sin embargo, ella lo hizo de todos modos.


–Más feliz de lo que nunca creí posible.


–¿Más de lo que soñaste ser a los dieciséis años?


Pau se echó a reír.


–A los dieciséis, no me atreví a soñar que algún día me casaría contigo, Pedro.


Dentro de pocas horas, se montarían en el avión privado de Pedro para dirigirse a una isla tropical en la que iban a pasar su luna de miel, pero, en aquellos momentos, los dos estaban realizando una visita muy especial. Estaban recorriendo los pasos que, muchos años atrás, el padre y la madre de Paula habían dado, acompañados de un joven Pedro.


Desde la Alhambra, se habían dirigido al Generalife, el famoso palacio de verano con su fotografiado jardín. La luz del sol bailaba en los chorros de agua de las fuentes y, cuando Pedro se detuvo junto a uno de ellos, Pau lo miró expectante, con los ojos llenos de amor.


–Fue aquí donde vi cómo tu padre tomaba la mano de tu madre –le dijo suavemente, haciendo el mismo gesto con la mano de Paula–. Nuestro amor será más profundo y más fuerte al conocer su historia –prometió–. Nuestra felicidad es lo que los dos hubieran querido para nosotros.


–Sí –afirmó Paula.


Entonces, muy suavemente, abrió la palma que tenía cerrada y permitió que los pétalos de una de las rosas blancas de su ramo de novia cayeran al agua, donde flotaron suavemente.


–Liberamos el pasado y damos la bienvenida al futuro –le dijo a Pedro.


–A nuestro futuro –respondió él tomándola entre sus brazos–. El único futuro que yo podría desear.





TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 49

 

Horrorizada por lo que había revelado, lo miró fijamente. Él estaba tan inmóvil como una estatua y la observaba atentamente.


–¿Qué has dicho? –preguntó él.


Estaba enfadado con ella. No era de extrañar.


–¿Qué has dicho? –repitió.


Presa del pánico, Pau dio un paso atrás


–No he dicho nada –mintió.


–Claro que lo has dicho –afirmó él acercándose a ella–. Has dicho que me amabas.


Pau ya había tenido más que suficiente. Su autocontrol estaba a punto de estallar y estaba segura de que ya se le había roto el corazón. ¿Qué importaba ya el orgullo cuando había perdido tanto?


Levantó la cabeza y le dijo a Pedro:

–Está bien, sí. Te amo. Los hijos que quiero tener, los hijos que quiero que conozcan este país, son los tuyos, Pedro. No me culpes si no quieres sabes nada de esto, si no lo quieres oír. Tú me has obligado a que te lo dijera.


–¿Que no quiero oír? ¿Que no quiero oír las palabras que llevo queriendo escuchar desde que tú tenías dieciséis años?


–¿Cómo? No lo dices en serio...


–Jamás he estado tan seguro de nada en toda mi vida –le aseguró Pedro–. La verdad es que me enamoré de ti cuando tenías dieciséis años, pero, por supuesto, eras demasiado joven para el amor de un hombre. Habría sido poco honorable por mi parte haberte transmitido mis sentimientos en ese momento. Me dije que esperaría hasta que tú fueras mayor, hasta que fueras lo suficientemente madura como para cortejarte adecuadamente como mujer.


Pedro...


–Es cierto. Por eso cometí ese error al juzgarte. Estaba celoso. Celoso de que otro hombre se hubiera quedado contigo. Hice una cosa terrible, Pau. No te merezco.


–Claro que me mereces –replicó ella–. Si hubiera sabido lo que sentías de verdad por mí, sospecho que habría hecho todo lo que hubiera estado en mi mano para persuadirte de que cambiaras de opinión.


–Era eso lo que me temía –admitió Pedro–. Habría estado mal para ambos, pero en especial para ti.


Cuando Pau comenzó a protestar, Pedro se lo impidió.


–Eras demasiado joven. Habría estado mal, pero al oír a ese muchacho presumir del modo en el que lo hacía me volví loco. Me dije que la chica a la que amaba no existía, que yo la había creado en mi imaginación. Me dije que debería alegrarme de que no fueras la muchacha inocente que yo había creído porque, si lo hubieras sido, mi autocontrol podría haberme traicionado y, por amor a ti, podría haber roto la confianza que tu madre tenía en mí.


–¿Dejaste de amarme?


–Traté de decirme a mí mismo que así era, pero la realidad fue que te deseaba cada vez más. Sólo mi orgullo me mantenía lejos de ti, en especial cuando tu madre murió. Tú turbabas mis sueños y hacías que fuera imposible poner a ninguna otra mujer en tu lugar. Me resigné a vivir sin amor y, entonces, tú volviste a entrar en mi vida. En ese momento, supe que todo lo que mi orgullo me había dicho sobre la imposibilidad de amarte era una mentira. Yo te amaba pasara lo que pasara. De eso me di cuenta la primera vez que nos acostamos, antes de que me diera cuenta de que te había juzgado mal. Quería decirte lo mucho que te amaba, pero sentí que estaría mal cargarte con mi amor. Quería que tuvieras libertad para tomar tus decisiones sin cargas del pasado.


–Tú eres mi elección, Pedro. Eres mi amor y siempre lo serás.


–¿Estás segura de que soy lo que deseas?


–Sí –respondió ella muy emocionada.


–Soy tu primer amante.


–El único que deseo –replicó ella con fiereza–. El único que siempre he querido y que siempre querré.


–Espero que lo digas en serio porque no soy lo suficientemente generoso como para darte una segunda oportunidad de alejarte de mí –dijo. Cuando vio el modo en el que ella lo estaba mirando, su voz se llenó de pasión–. No me mires así...


–¿Por qué no? –le preguntó ella con fingida inocencia.


–Porque si lo haces, yo tendré que hacer esto...


La besó apasionadamente, tanto que Pau sintió que el deseo que él estaba despertando en ella la derretía por completo por dentro.


–Los dos nos esforzamos tanto por no amarnos, pero, evidentemente, era una lucha que estábamos destinados a perder –susurró ella cuando él dejó de besarla.


–Se trata de una lucha en la que, habiendo perdido, sé que he ganado algo mucho más valioso. A ti, cariño mío –respondió Pedro antes de volver a besarla.


¡Qué alegría sentía al saber que podía responderle de todo corazón y con todo su amor, sabiendo que él ya le había dado el suyo! Pedro siguió besándola mientras la llevaba a la cama.


–Te amo –le dijo Pedro mientras la colocaba sobre el colchón–. Te amo y siempre te amaré. Aquí empieza nuestro amor, Paula. Nuestro amor y nuestro futuro juntos. ¿Es eso lo que quieres?


Paula lo abrazó y le susurró:

–Tú eres lo que quiero, Pedro. Siempre lo serás.




–Quiero casarme contigo –le dijo él–. Muy pronto. Tan pronto como podamos.

–Sí –afirmó Fliss–. En cuanto podamos, pero, en estos momentos, quiero que me hagas el amor, Vidal.

–¿Quieres decir así? –le preguntó él suavemente mientras comenzaba a desnudarla.

–Sí –suspiró ella, feliz–. Exactamente así.

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 48

 


Por fin veía a Pedro como él era realmente y no a través de sus erróneas creencias. Por fin veía lo noble que era, lo honorable que era y lo vacía y diferente que hubiera sido su vida sin él.


–Quiero que te quedes la casa de mi padre –le dijo a Pedro–. No quiero dinero alguno. Es justo que yo la devuelva. Ahora, me marcho a mi casa, Pedro. En cuanto pueda.


–Paula...


Pedro dio un paso hacia ella, lo que provocó que Pau diera uno hacia atrás. Si él la tocaba, se desmoronaría. Lo sabía perfectamente.


–Ya no puedo seguir aquí.


–Te has llevado un shock. No es bueno tomar decisiones precipitadas.


Pedro extendió la mano. No tardaría en tocarla. Paula no podía permitir que eso ocurriera. No se atrevía.


Dio un nuevo paso atrás. Se había olvidado de que la silla estaba allí y se habría caído si Pedro no la hubiera sujetado. Oyó los latidos de su corazón, olió el cálido aroma de su piel. Sólo le estaba sujetando los brazos, pero todo su cuerpo respondía ante el hecho de estar tan cerca de él.


Trató de soltarse de él, pero contuvo el aliento cuando, en vez de soltarla, Pedro la agarró con más fuerza. Ella lo miró con los ojos abiertos como platos al ver que él bajaba la cabeza. El aliento de Pedro le abrasó los labios. Un calor muy sensual se adueñó de su cuerpo.


–No –protestó Pau, pero su protesta se perdió bajo la pasión de su beso.


Deseaba tanto a Pedro. Lo amaba tanto... Sin embargo, Pedro no la amaba a ella.


–¡No! –exclamó, apartándolo–. No me toques. No puedo soportarlo. Tengo que marcharme, Pedro. Te amo demasiado para quedarme...





TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 47

 


Pedro ansiaba tomarla entre sus brazos para consolarla, pero no lo hizo. Se había jurado a sí mismo que debía permitirle que tuviera libertad, que no debía imponer sobre ella la carga de su amor. Resultaba duro verla tan angustiada y no poder ofrecerle el consuelo que tanto deseaba darle.


En vez de eso, se limitó a decir:

–Deja que te explique.


Pau asintió y se sentó en la silla más cercana. Se sentía confusa, pero aún había algo sobre la imagen de Pedro con la toalla rodeándole las caderas como única prenda que excitaba sus sentidos como si fuera una herida sangrante, recordándole todo lo que nunca podría tener.


–Después de la muerte de mi padre, el control de la familia y de las finanzas recayó sobre mi abuela. Yo era menor de edad y mi abuela pasó a ocuparse de todo lo que me hubiera correspondido a mí con la ayuda del abogado de la familia. El modo en el que mi abuela trató a tu padre, combinado con el hecho de que se negara a ayudar económicamente a tu madre o a reconocerte a ti, tuvo como resultado que tu padre tuviera una depresión. Tu padre era un hombre amable y cariñoso, pero desgraciadamente su salud mental resultó dañada por la determinación de mi abuela de asegurarse de que se casara bien. Tenía mucho talento para la historia y, de joven, dijo que quería abrirse camino en ese campo. Mi abuela se negó. Le dijo que no era aceptable que un hombre de su posición llevara a cabo un empleo remunerado. Como ya te he dicho, tu padre era un hombre bueno y amable, pero mi abuela era una mujer muy testaruda que era capaz de pasar por encima de cualquiera para hacer lo que pensaba correcto. Desde el momento en el que se dio cuenta de que quería seguir su propio camino en la vida, estuvo dispuesta a impedirlo. Jamás permitió que tu padre olvidara que estaba tratando de hacer lo que su verdadera madre hubiera querido para él, y ese hecho lo dejó muy confuso y con un gran sentimiento de culpabilidad. Por eso dejó a tu madre tan fácilmente. Creo que eso también fue la razón de que tuviera esa depresión cuando se enteró de que tu madre estaba embarazada. Quería estar con vosotras dos, pero no podía oponerse a mi abuela. Jamás se recuperó del todo.


Pau notó la tristeza y el arrepentimiento que marcaban la voz de Pedro y no le quedó más remedio que reconocer que él debía de haber querido mucho a su padre.


–Nunca he dejado de sentirme culpable por el hecho de que fuera mi comentario lo que provocó que mi abuela comenzara a interrogar a Felipe y a tu madre sobre su relación. Jamás me perdonaré.


Pau sintió una profunda pena hacia él porque sabía que era sincero en lo que acababa de admitir.


–Eras sólo un niño –le recordó–. Mi madre me dijo que siempre creyó que tu abuela llevaba algún tiempo sospechando algo.


–Sí. A mí me dijo lo mismo cuando la visité por primera vez, después de la muerte de mi abuela. Su amabilidad fue un bálsamo para el sentimiento de culpabilidad que yo tenía.


–¿Cuando la visitaste por primera vez? ¿Cuándo fue eso?


Se dio cuenta de que Pedro había dicho más de lo que había tenido intención.


–Después de la muerte de mi abuela, fui a visitar a tu madre –contestó, aunque de mala gana, la pregunta de Pau—. Como cabeza de mi familia, era mi deber hacerlo para... para... asegurarme de que las dos...


–¿Fuiste a Inglaterra a ver a mi madre?


–Sí. Pensé que a ella le gustaría tener noticias de tu padre. La manera en la que se separaron no fue muy... amable y, además, había que pensar en ti. Quería que tu madre supiera que las dos seríais bienvenidas en España si decidía traerte aquí. Pensé que ella podría querer que tu padre te conociera y que tú lo conocieras a él.


Pedro estaba tratando de elegir muy cuidadosamente sus palabras. Paula había sufrido ya mucho. No quería que sufriera aún más.


Sin embargo, Pau se había imaginado lo que Pedro estaba tratando de ocultarle.


–Mi madre no quería volver a España, ¿verdad? ¿Acaso no quería que yo conociera a mi padre?


Pedro inmediatamente defendió a la madre de Pau.


–Estaba pensando en ti. Tuve que decirle que Felipe había tenido una depresión y a ella le preocupaba el efecto que eso pudiera tener en ti.


–Hay más, ¿verdad? Quiero saberlo todo, Pedro –insistió Pau.


Durante un instante, pensó que Pedro se iba a negar. Él se dio la vuelta para mirar hacia la ventana.


–Tengo derecho a saberlo –insistió ella.


Pedro suspiró.


–Muy bien, pero recuerda, Paula, que lo único que tu madre quería hacer era protegerte.


–Nada de lo que puedas contarme cambiará lo que siento sobre mi madre –le aseguró Pau. Tampoco nada de lo que ocurriera podría cambiar lo que ella sentía hacia Pedro. Él se había equivocado a la hora de juzgarla, pero parecía que ella había hecho lo mismo con él. Sin embargo, el amor que le tenía permanecería como lo había sido todos esos años atrás.


Pedro se volvió para mirarla. Pau contuvo el aliento. ¿Podría él leer en sus ojos el amor que le profesaba? Bajó rápidamente los párpados para ocultar su expresión.


–Tu madre me dijo que ella no quería que hubiera contacto alguno entre tu padre y tú. Me pidió que le prometiera que así sería. Al principio, tenía miedo de que te pudiera hacer daño. Eras muy joven y tenías una visión muy idealizada de tu padre que tu madre sabía que él no podría igualar. Más tarde, tuvo miedo de que tú pudieras, por amor filial, sacrificar tu propia libertad para estar con tu padre. Yo le prometí lo que ella me había pedido, por lo que cuando llegó tu carta...


–Se la ocultaste a mi padre. Sí, ahora lo entiendo todo, Pedro. Sin embargo, ¿por qué no te limitaste a destruirla? ¿Por qué tuviste que llevarla a Inglaterra para... para hacerme daño?


–Pensé que lo mejor sería hablar de la situación con tu madre en persona. No tenía intención alguna de hacerte daño. Simplemente quería asegurarme de que no volvías a escribir a tu padre.


–¿Y fuiste a Inglaterra sólo para decirle eso?


Pedro guardó silencio. Evidentemente, no quería responder a aquella pregunta. Inmediatamente, Pau comprendió que había más.


–No fuiste sólo para eso, ¿verdad? ¿Qué más había?


Pedro guardó silencio durante unos instantes antes de retomar la palabra.


–Como te he dicho anteriormente, como cabeza de familia, creí que era mi deber. Tu madre había pasado unos años muy difíciles, soportando la pérdida del hombre al que amaba y la dura situación económica que tenía que soportar antes de que...


–Antes de que heredara todo ese dinero –dijo Pau lentamente–. Dinero de una tía abuela que mi madre nunca había mencionado y a la que yo jamás conocí. Dinero que mi madre a menudo decía que agradecía por todo lo que podía hacer por mí. Dinero para comprarnos una hermosa casa en el campo que ella decía que era especialmente para mí. Dinero que significaba que mi madre no tenía que trabajar para que ella pudiera estar siempre conmigo. Dinero para enviarme a buenos colegios y para luego pagarme los estudios en la universidad. Sin embargo, no había tía rica, ¿verdad? –le desafío a Pedro–. No había testamento ni herencia. Eras tú. Tú pagaste todo...


–Paula...


–Es cierto, ¿verdad? –preguntó ella. Se había quedado completamente pálida–. Es cierto. Tú fuiste quien compró la casa, quien pago mi educación...


–Tu madre y tú teníais todo el derecho a que yo os cuidara. Sólo estaba arreglando el mal que mi abuela os hizo. Tu madre se negó a aceptar nada al principio, pero yo le dije que eso sólo se añadiría a la culpabilidad que arrastraba la familia por no haberte dado antes algo que era tuyo de todos modos.


–He estado tan equivocada con respecto a ti... Te he juzgado tan mal...


Pau se sentía tan agitada que se puso de pie y comenzó andar por la sala mientras se retorcía las manos de desesperación.


–No, Pau. Simplemente has malinterpretado los hechos. Eso es todo. Soy yo el culpable de haberte juzgado mal.


–Por favor, no intentes ser amable conmigo –le suplicó Paula–. Eso sólo empeora las cosas.




martes, 23 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 46

 


Pedro estaba en sus habitaciones, trabajando. Rosa le informó de este hecho en un tono de voz que sugería que él no querría que se le interrumpiera.


Sin darse tiempo para cambiar de opinión, Pau comenzó a subir las escaleras. Sentía un nudo en el estómago y las rodillas amenazaban con doblársele. Tenía la boca seca de aprensión.


Mientras avanzaba por el pasillo, una parte de ella quería darse la vuelta. Pero no lo hizo.


La puerta de las habitaciones de Pedro estaba entornada. Pau llamó suavemente y esperó. Un cobarde alivio se apoderó de ella cuando no se produjo una respuesta inmediata.


Dejó caer la mano. Estaba a punto de darse la vuelta cuando oyó que la voz de Pedro resonaba desde dentro e invitaba a pasar con voz potente a quien hubiera llamado.


Pau puso la mano en el pomo. Se sentía algo mareada, como si hubiera bebido.


Al entrar en la sala, en lo primero en lo que se fijó fue que aquella estancia estaba decorada de un modo más moderno que el resto de la casa y estaba amueblada como un funcional despacho. Lo segundo fue que Pedro estaba de pie entre la puerta que había entre la sala en la que ella estaba y una ducha adyacente, con sólo una toalla rodeándole el cuerpo mojado. Él la miraba de un modo que dejaba muy claro que su presencia allí no era esperada ni deseada.


Incapaz de decir nada, sintiéndose indefensa de deseo y amor, al igual que plenamente consciente de que estaba en peligro de traicionar todo lo que él le había hecho sentir, Pau se obligó a apartar la mirada.


Comprendió que Pedro le había permitido que pasara porque había creído que era un miembro del servicio. Ciertamente no parecía contento de verla. Pau lo notaba por la sombría expresión de su rostro.


Con desesperación, vio que él estaba dándose la vuelta y que se disponía a marcharse.


–¡No! –protestó ella abalanzándose hacia delante y deteniéndose en seco al ver que él volvía a darse la vuelta tan rápidamente que sólo los separaba una corta distancia–. Quiero hablar contigo. Hay algo que quiero saber.


–¿Y es?


–¿Fuiste verdaderamente tú quien me impidió ponerme en contacto con mi padre?


El silencio que se produjo en la sala fue eléctrico. El aire prácticamente vibraba con la tensión de Pedro. Pau supo inmediatamente que aquel silencio significaba que la pregunta que le había hecho a Pedro lo había pillado completamente por sorpresa.


–¿Qué te hace preguntarme eso?


–Algo que se le ha escapado a tu madre, por accidente –dijo ella. Sabía que si quería saber la verdad tenía que ofrecerle su propia verdad primero–. Eso me hizo pensar que lo que siempre he dado por sentado podría no ser verdad.


–Cuando se tomó esa decisión, se hizo pensando en lo que más te interesaba.


Paula notó que estaba escogiendo muy cuidadosamente sus palabras. Demasiado cuidadosamente, lo que sugería que él estaba ocultando algo... o tal vez protegiendo a alguien.


–¿Quién tomó esa decisión? –preguntó ella–. Tengo derecho a saberlo, Pedro. Tengo derecho a saber quién tomó esa decisión y por qué. Si no me lo dices, volveré a hablar con tu madre y se lo preguntaré a ella una y otra vez hasta que me diga la verdad –le amenazó.


–No harás tal cosa.


–En ese caso, dime la verdad. ¿Fue tu abuela? ¿Mi padre? Tiene que ser uno de ellos. No había nadie más. La única otra persona implicada era mi madre...


Pau prácticamente había estado hablando sola, pero el repentino movimiento de la cabeza de Pedro, la breve tensión de su mandíbula cuando Pau mencionó a su madre lo delataron. Ese hecho hizo que ella se tensara y lo mirara con incredulidad.


–¿Mi madre? –susurró–. ¿Fue mi madre? Dime la verdad, Pedro. Quiero saber la verdad.


–Ella creía que estaba haciendo lo mejor para ti –respondió Pedro, evitando así la cuestión.


–¡Mi madre! Sin embargo, fuiste tú quien me devolvió la carta, tú... –murmuró. Se sentía atónita y desilusionada, tanto que no sabía si podía creer aquellas palabras–. No lo comprendo.



TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 45

 

NO podía seguir allí tumbada para siempre, presa de una pena tan intensa que ni siquiera las lágrimas podrían aliviar. Debía de haberse duchado y vestido después de que Pedro se hubiera marchado, pero no recordaba haberlo hecho. De lo único de lo que se acordaba era de las últimas palabras que Pedro le había dedicado, de su crueldad. Había estado loca por pensar que lo que había ocurrido entre ellos podía cambiar cualquier cosa. Él la odiaba.


Alguien estaba llamando a la puerta del dormitorio. Se tensó y luego se echó a temblar. ¿Habría regresado Pedro? ¿Quería seguir humillándola? El corazón se le encogió de dolor.


Volvieron a llamar a la puerta. Pau tendría que contestar. Se levantó y se dirigió hacia ella. Cuando la abrió y vio que se trataba de la duquesa, respiró de alivio.


–¿Puedo entrar? –le preguntó la duquesa–. Tengo algo que decirte, sobre lo que Pedro y tú dijisteis antes.


Paula se dio cuenta, demasiado tarde, de que cuando había estado discutiendo con Pedro, se había olvidado por completo de la presencia de la duquesa, que había estado allí como testigo silencioso de las acusaciones de ambos. Ella se había enfrentado con su hijo. Como no le quedaba más remedio, asintió y se hizo a un lado para que la duquesa pudiera pasar.


–Tenía que hablar contigo –dijo la duquesa mientras tomaba asiento en una de las butacas que había junto a la chimenea. Pau se sentó frente a ella–. A ninguna madre le gusta oír que se habla de su hijo en los términos en los que tú hablaste de Pedro antes. Sin embargo, es precisamente por el bien de Pedro por lo que quiero hablar contigo, Paula. Y también por tu propio bien. La amargura y el resentimiento son sentimientos muy destructivos. Corroen a una persona hasta que no queda nada más que destrucción. No me gustaría pensar que eso es lo que os ocurre a vosotros, en especial cuando esos sentimientos no son necesarios.


–Lo siento mucho si le hice a usted daño o la ofendí de algún modo. No era mi intención, pero el modo en el que Pedro se ha comportado, evitando que yo me pusiera en contacto con mi padre...


–Eso no es cierto. No fue Pedro. Al contrario. De hecho, le debes mucho a Pedro y gracias a él has tenido... ¡Oh!


La duquesa se colocó la mano sobre la boca y sacudió la cabeza.


–Sólo he subido para defender a Pedro, no para... Sin embargo, me he dejado llevar por mis sentimientos. Te ruego que te olvides de lo que he dicho.


¿Olvidar? ¿Cómo podía olvidar?


–¿Qué es lo que no es cierto? –preguntó Pau con urgencia–. ¿Qué es lo que le debo? Por favor, le ruego que me lo diga.


–No puedo decir más –respondió la duquesa, muy incómoda–. Ya he dicho demasiado.


–No puede decir algo así y no explicarlo –protestó Pau.


–Lo siento –se disculpó la duquesa–. No debería haber subido. Estoy furiosa conmigo misma. Lo siento, Pau. De verdad.


Con eso, la duquesa se levantó y se dirigió hacia la puerta. Allí, se detuvo para mirarla.


–Lo siento mucho, de verdad.


Paula miró la puerta cerrada después de que la duquesa se marchara. ¿Qué había querido decir? ¿Qué se había negado a contarle? Por supuesto, era normal que una madre defendiera a su hijo. Ella lo comprendía perfectamente, pero había habido mucho más que la protección de una madre en la voz de la duquesa. Había habido certeza. Conocimiento. Un conocimiento que ella no tenía. ¿De qué se trataba? ¿De algo que tenía que ver con el padre de Paula? ¿Algo relacionado con el hecho de que Pau no hubiera podido nunca ponerse en contacto con él? Era algo que tenía derecho a saber. Algo que sólo una persona podía decirle si tenía el valor suficiente para pedir una respuesta.


Pedro.


¿Tendría valor?


Seguramente no se trataría de nada importante. No habría ningún secreto que ella debiera saber, pero, ¿y si no era así? ¿Y si...? ¿De qué podría tratarse? Pedro le había dicho que él había interceptado la carta que ella le escribió a su padre y que no podía volver a escribirle. ¿Por qué?


Tenía que hablar con Pedro.





TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 44

 


Comenzó a depositar suaves besos por la parte de atrás de la rodilla y luego por el interior del muslo mientras comenzaba a acariciarle su henchido sexo. El pulso latía allí con una gran intensidad, empujándola hasta el objetivo que tanto ansiaba su cuerpo. Las caricias de Pedro contra la íntima humedad de su sexo eran muy placenteras, pero la empujaban a desear más. Trató de detenerle la mano para demostrarle lo que de verdad quería, pero él se lo negó. Inclinó la cabeza y comenzó a acariciarla con la lengua. Pau se aferró a lo que le quedaba de razón hasta que ya no pudo más. Entonces, comenzó a gritarle que completara el placer que él le estaba dando.


–¡Ahora! ¡Ahora! –le suplicó a Pedro.


Había perdido por completo el control y se había visto atrapada por la vorágine del deseo que él había despertado en ella. Los sentidos de Pau, ya suficientemente excitados, absorbieron la realidad de su esencia de hombre cuando él se detuvo y se colocó encima de ella con una potente y firme erección.


Pau se echó a temblar por la agonía de placer que sintió al notarla contra la entrada de su propio cuerpo. Su sexo ardía de anhelo. Los músculos le temblaban de anticipación por el placer que él le prometía. El primer movimiento de Pedro, rápido y urgente, la hizo gritar presa de un paroxismo de increíble placer. Su cuerpo esperó en la cresta de ese placer a que él le diera más de lo que tanto ansiaba. Otro movimiento, más profundo, más duro. El cuerpo de Pau se tensó en torno al de él.


–Me deseas –dijo él.


–Sí. Sí. Te deseo. Pedro. Te necesito ahora mismo –susurró. Las cálidas y apasionadas palabras se le escaparon de los labios mientras se aferraba a él, abrazándolo, temblando de placer y anticipación.


–Dímelo otra vez –le pidió él mientras se hundía más profundamente dentro de ella–. Dime cuánto me deseas.


–Tanto... tanto... más de lo que puedo describir con palabras –le confesó Pau mientras depositaba besos frenéticos sobre el rostro de Pedro.


Él comenzó a moverse dentro de ella, satisfaciéndola por completo. Pau se aferró a él a medida que la tensión que había en su interior comenzó a crecer hasta que la poseyó por completo, hasta que fue dueño de su sangre y de su corazón, de todo su ser. Entonces, tras un segundo de espera, sintió una fuerte contracción de su cuerpo que la llevó a la más alta excitación posible. Su orgasmo se produjo al mismo tiempo que el de Pedro.


Perdido en las agradables sensaciones de tan maravillosa intimidad, Paula se sintió indefensa y muy vulnerable ante lo que estaba sintiendo. Se aferró a él, sabiendo ya con toda seguridad que no era sólo deseo lo que la poseía. Era amor. ¿Qué sentiría él hacia ella?


Notó el cálido aliento de Pedro contra el oído.


–¿Pedro? –susurró, con voz temblorosa.


El pecho de él se tensó. Oía la emoción en la voz de Paula. El modo en el que temblaba al decir su nombre había sido como una caricia física contra su piel. Ese sentimiento, sin embargo, provenía de la satisfacción de su deseo. Nada más.


Respiró lentamente. Entonces, le dijo secamente:

–Ya estamos iguales. Tú utilizaste mi deseo para demostrar que yo me había equivocado contigo. Ahora, yo he utilizado el tuyo para demostrar que tú me mentiste cuando me dijiste que no me deseabas.


Paula oyó la fría voz de Pedro. Aún estaba tumbada en la cama con él, después de haberlo amado tan íntima e intensamente, completamente incapaz de protegerse de la crueldad de las palabras que él acababa de pronunciar.