martes, 23 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 45

 

NO podía seguir allí tumbada para siempre, presa de una pena tan intensa que ni siquiera las lágrimas podrían aliviar. Debía de haberse duchado y vestido después de que Pedro se hubiera marchado, pero no recordaba haberlo hecho. De lo único de lo que se acordaba era de las últimas palabras que Pedro le había dedicado, de su crueldad. Había estado loca por pensar que lo que había ocurrido entre ellos podía cambiar cualquier cosa. Él la odiaba.


Alguien estaba llamando a la puerta del dormitorio. Se tensó y luego se echó a temblar. ¿Habría regresado Pedro? ¿Quería seguir humillándola? El corazón se le encogió de dolor.


Volvieron a llamar a la puerta. Pau tendría que contestar. Se levantó y se dirigió hacia ella. Cuando la abrió y vio que se trataba de la duquesa, respiró de alivio.


–¿Puedo entrar? –le preguntó la duquesa–. Tengo algo que decirte, sobre lo que Pedro y tú dijisteis antes.


Paula se dio cuenta, demasiado tarde, de que cuando había estado discutiendo con Pedro, se había olvidado por completo de la presencia de la duquesa, que había estado allí como testigo silencioso de las acusaciones de ambos. Ella se había enfrentado con su hijo. Como no le quedaba más remedio, asintió y se hizo a un lado para que la duquesa pudiera pasar.


–Tenía que hablar contigo –dijo la duquesa mientras tomaba asiento en una de las butacas que había junto a la chimenea. Pau se sentó frente a ella–. A ninguna madre le gusta oír que se habla de su hijo en los términos en los que tú hablaste de Pedro antes. Sin embargo, es precisamente por el bien de Pedro por lo que quiero hablar contigo, Paula. Y también por tu propio bien. La amargura y el resentimiento son sentimientos muy destructivos. Corroen a una persona hasta que no queda nada más que destrucción. No me gustaría pensar que eso es lo que os ocurre a vosotros, en especial cuando esos sentimientos no son necesarios.


–Lo siento mucho si le hice a usted daño o la ofendí de algún modo. No era mi intención, pero el modo en el que Pedro se ha comportado, evitando que yo me pusiera en contacto con mi padre...


–Eso no es cierto. No fue Pedro. Al contrario. De hecho, le debes mucho a Pedro y gracias a él has tenido... ¡Oh!


La duquesa se colocó la mano sobre la boca y sacudió la cabeza.


–Sólo he subido para defender a Pedro, no para... Sin embargo, me he dejado llevar por mis sentimientos. Te ruego que te olvides de lo que he dicho.


¿Olvidar? ¿Cómo podía olvidar?


–¿Qué es lo que no es cierto? –preguntó Pau con urgencia–. ¿Qué es lo que le debo? Por favor, le ruego que me lo diga.


–No puedo decir más –respondió la duquesa, muy incómoda–. Ya he dicho demasiado.


–No puede decir algo así y no explicarlo –protestó Pau.


–Lo siento –se disculpó la duquesa–. No debería haber subido. Estoy furiosa conmigo misma. Lo siento, Pau. De verdad.


Con eso, la duquesa se levantó y se dirigió hacia la puerta. Allí, se detuvo para mirarla.


–Lo siento mucho, de verdad.


Paula miró la puerta cerrada después de que la duquesa se marchara. ¿Qué había querido decir? ¿Qué se había negado a contarle? Por supuesto, era normal que una madre defendiera a su hijo. Ella lo comprendía perfectamente, pero había habido mucho más que la protección de una madre en la voz de la duquesa. Había habido certeza. Conocimiento. Un conocimiento que ella no tenía. ¿De qué se trataba? ¿De algo que tenía que ver con el padre de Paula? ¿Algo relacionado con el hecho de que Pau no hubiera podido nunca ponerse en contacto con él? Era algo que tenía derecho a saber. Algo que sólo una persona podía decirle si tenía el valor suficiente para pedir una respuesta.


Pedro.


¿Tendría valor?


Seguramente no se trataría de nada importante. No habría ningún secreto que ella debiera saber, pero, ¿y si no era así? ¿Y si...? ¿De qué podría tratarse? Pedro le había dicho que él había interceptado la carta que ella le escribió a su padre y que no podía volver a escribirle. ¿Por qué?


Tenía que hablar con Pedro.





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