Pedro estaba en sus habitaciones, trabajando. Rosa le informó de este hecho en un tono de voz que sugería que él no querría que se le interrumpiera.
Sin darse tiempo para cambiar de opinión, Pau comenzó a subir las escaleras. Sentía un nudo en el estómago y las rodillas amenazaban con doblársele. Tenía la boca seca de aprensión.
Mientras avanzaba por el pasillo, una parte de ella quería darse la vuelta. Pero no lo hizo.
La puerta de las habitaciones de Pedro estaba entornada. Pau llamó suavemente y esperó. Un cobarde alivio se apoderó de ella cuando no se produjo una respuesta inmediata.
Dejó caer la mano. Estaba a punto de darse la vuelta cuando oyó que la voz de Pedro resonaba desde dentro e invitaba a pasar con voz potente a quien hubiera llamado.
Pau puso la mano en el pomo. Se sentía algo mareada, como si hubiera bebido.
Al entrar en la sala, en lo primero en lo que se fijó fue que aquella estancia estaba decorada de un modo más moderno que el resto de la casa y estaba amueblada como un funcional despacho. Lo segundo fue que Pedro estaba de pie entre la puerta que había entre la sala en la que ella estaba y una ducha adyacente, con sólo una toalla rodeándole el cuerpo mojado. Él la miraba de un modo que dejaba muy claro que su presencia allí no era esperada ni deseada.
Incapaz de decir nada, sintiéndose indefensa de deseo y amor, al igual que plenamente consciente de que estaba en peligro de traicionar todo lo que él le había hecho sentir, Pau se obligó a apartar la mirada.
Comprendió que Pedro le había permitido que pasara porque había creído que era un miembro del servicio. Ciertamente no parecía contento de verla. Pau lo notaba por la sombría expresión de su rostro.
Con desesperación, vio que él estaba dándose la vuelta y que se disponía a marcharse.
–¡No! –protestó ella abalanzándose hacia delante y deteniéndose en seco al ver que él volvía a darse la vuelta tan rápidamente que sólo los separaba una corta distancia–. Quiero hablar contigo. Hay algo que quiero saber.
–¿Y es?
–¿Fuiste verdaderamente tú quien me impidió ponerme en contacto con mi padre?
El silencio que se produjo en la sala fue eléctrico. El aire prácticamente vibraba con la tensión de Pedro. Pau supo inmediatamente que aquel silencio significaba que la pregunta que le había hecho a Pedro lo había pillado completamente por sorpresa.
–¿Qué te hace preguntarme eso?
–Algo que se le ha escapado a tu madre, por accidente –dijo ella. Sabía que si quería saber la verdad tenía que ofrecerle su propia verdad primero–. Eso me hizo pensar que lo que siempre he dado por sentado podría no ser verdad.
–Cuando se tomó esa decisión, se hizo pensando en lo que más te interesaba.
Paula notó que estaba escogiendo muy cuidadosamente sus palabras. Demasiado cuidadosamente, lo que sugería que él estaba ocultando algo... o tal vez protegiendo a alguien.
–¿Quién tomó esa decisión? –preguntó ella–. Tengo derecho a saberlo, Pedro. Tengo derecho a saber quién tomó esa decisión y por qué. Si no me lo dices, volveré a hablar con tu madre y se lo preguntaré a ella una y otra vez hasta que me diga la verdad –le amenazó.
–No harás tal cosa.
–En ese caso, dime la verdad. ¿Fue tu abuela? ¿Mi padre? Tiene que ser uno de ellos. No había nadie más. La única otra persona implicada era mi madre...
Pau prácticamente había estado hablando sola, pero el repentino movimiento de la cabeza de Pedro, la breve tensión de su mandíbula cuando Pau mencionó a su madre lo delataron. Ese hecho hizo que ella se tensara y lo mirara con incredulidad.
–¿Mi madre? –susurró–. ¿Fue mi madre? Dime la verdad, Pedro. Quiero saber la verdad.
–Ella creía que estaba haciendo lo mejor para ti –respondió Pedro, evitando así la cuestión.
–¡Mi madre! Sin embargo, fuiste tú quien me devolvió la carta, tú... –murmuró. Se sentía atónita y desilusionada, tanto que no sabía si podía creer aquellas palabras–. No lo comprendo.