miércoles, 10 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: SINOPSIS

 


Obligado por el deber, rendido al deseo... 


Paula Chaves fue a España a reclamar su herencia.


Desgraciadamente, eso significaba volver a ver a Pedro Alfonso, duque de Fuentualba. El apuesto español siempre le había dejado muy claro la mala imagen que tenía de ella. La última vez que Pedro la vio, la deseó y la odió al mismo tiempo. Sin embargo, unos años después, el honor le exigía ayudarla. A medida que la verdad sobre la familia de Paula se fue destapando, el poder de la atracción se hizo dueño de ellos. ¿Podría Pedro admitir alguna vez lo equivocado que había estado sobre ella?




martes, 9 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO FINAL

 


—Encontraremos la manera de estar juntos —le dijo Pedro sin dejar de abrazarla—. Me van a publicar un libro. Podré estar más tiempo en casa. Y no pienso vender Bellamy.


—Oh, Pedro.


—No sé cómo lo vamos a hacer, pero no voy a perderte. No puedo perderte.


—Pero tu trabajo…


—Es solo un trabajo. Me he dado cuenta de que llevo huyendo desde los catorce años, pero ahora ya no tengo motivos para huir.


—¿Señor Alfonso? —le dijo un policía de uniforme, acercándose.


—Sí.


—Vamos a tener que tomarles declaración en comisaría.


—¿Esta noche? —preguntó él—. ¿No pueden esperar a mañana?


—Lo siento, señor, pero…


—Por supuesto que se puede esperar a mañana —dijo una voz femenina.


Era una de las mujeres que habían estado cenando en el restaurante esa noche.


—Soy la juez Eleanora Hanover. Estas personas necesitan descansar. ¿Qué tal si pasan por la comisaría mañana a las nueve?


—Por supuesto, su señoría —dijo el policía.


—Muchas gracias —le dijo Paula.


Luego llegaron Julia y John.


Julia le dio un fuerte abrazo a su amiga.


—¡Cómo me alegro de que estés bien!


—Y yo.


—Y, Pedro, siento no haberte creído.


—No pasa nada, solo querías proteger a tu amiga.


—No nos han presentado, soy John —dijo este, dándole la mano.


Las sirenas dejaron de oírse. La mayoría de los coches de policía se habían marchado ya.


—¿Os llevo a casa? —preguntó John.


—Sí, por favor —respondió Pedro.


Cuando llegaron a Bellamy eran poco más de las once, pero Paula estaba agotada por el estrés.


Subieron como pudieron las escaleras para llegar a la habitación principal.


Pedro empezó a desnudarse y ella soltó un grito al ver la marca que el impacto de la bala le había dejado en la piel, a pesar del chaleco. Le dio un beso allí y Pedro la besó a ella en la muñeca, en la que Patricio también le había dejado marcas.


Se tumbaron en la cama, abrazados.


—Te quiero —le dijo Paula a Pedro después de un rato.


—Lo sé.


—Te quiero lo suficiente como para dejarte marchar —añadió ella con lágrimas en los ojos.


—Y yo a ti también te quiero como para quedarme.


—Entonces, si no vas a vender la casa, ¿me estás despidiendo otra vez?


Él rio.


—Sí, supongo que sí, pero te lo compensaré de alguna manera.


Ella lo acarició. Notó su erección.


—¿Cómo?


—Podría darte la mitad de Bellamy.


—¿Me estás diciendo…?


—Que quiero casarme contigo. Sí.


—Oh, Pedro —dijo ella antes de besarlo—. ¿Ves lo buena que soy en mi trabajo? Siempre encuentro a las personas adecuadas para cada casa.


—No hace falta que me respondas ahora, pero sé que encontraremos una solución. Si nos queremos, todo lo demás se solucionará.


—¿Y nos queremos? —le preguntó ella, sonriéndole con ternura.


—Por supuesto que sí —respondió Pedro, apretándola contra su cuerpo.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 62

 


Patricio la arrastró hasta una puerta de emergencia y le pidió que la abriese. El aparcamiento estaba en silencio y su coche, donde lo había dejado al llegar.


—Ve hacia el coche —le ordenó—. Vas a conducir tú.


—¡Patricio! —gritó Pedro, acercándose—. Déjala. Llévame a mí en su lugar.


—¿Para qué?


—Puedes utilizarme como rehén, puedes negociar conmigo tu libertad.


—Acércate más —le dijo Patricio.


—No, Pedro, no lo hagas —gritó Paula.


Pedro se aproximaba con las manos levantadas, cojeando.


—No aguanto a este tipo —dijo Patricio Thurgood antes de disparar.


—No —gritó ella, viendo cómo la bala le daba en el pecho y lo hacía caer.


Sin saber cómo, agarró la pistola y le dio a Patricio un rodillazo entre las piernas. No obstante, este no soltó el arma. Paula se dijo que tenía que actuar rápidamente y lo único que se le ocurrió fue morderle con fuerza la muñeca.


No pensó en su propia seguridad, sino solo en que tenía que salvar a Pedro.


De repente, se dio cuenta de que no estaba sola.


Vio una sombra, un movimiento. Un golpe.


Patricio gimió y dejó caer la pistola.


—Ya puedes soltarle el brazo —le dijo Pedro.


Y ella lo hizo y vio a Pedro con la pistola en la mano, apuntando a Patricio.


Se acercó a él y vio cómo sacaba el teléfono para avisar a la policía.


Unos minutos después, Patricio estaba detenido y ellos, abrazándose.


Pedro hizo un gesto de dolor y ella se acordó de que acababan de dispararle.


—¿Cómo es que…?


Él se levantó la camisa y le enseñó un chaleco negro.


—Suelo llevarlo cuando estoy en sitios peligrosos. Casi nunca hace falta, pero a veces…


—Te salva la vida. Podía haberte matado.


—Sí.


A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.


—¿Qué habría hecho yo sin ti?


—Por suerte, no vas a tener que averiguarlo.


Ella levantó la vista y lo vio sonriendo. Un segundo después la estaba besando.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 61

 


Pedro se quedó inmóvil nada más ver el arma.


—Sentaos —dijo Patricio, dirigiéndose a Julia y a John.


Estos obedecieron.


Patricio hizo un gesto a Pedro, para que se sentase en la silla en la que había estado Paula.


Este dudó, pero se sentó.


—Lo que vamos a hacer es salir todos juntos del restaurante. Tú —le dijo Pedro—, el primero. Nos abrirás la puerta a todos. Luego vosotros dos. Paula y yo saldremos los últimos. No hace falta que os diga que actuéis con normalidad. No quiero que nadie salga herido.


—¿Y luego, qué? —inquirió Pedro.


—Yo llevaré a mi chica a casa, como un caballero. Y vosotros os marcharéis a las vuestras.


—No… —empezó Paula, pero notó que Patricio le clavaba la pistola en las costillas y se interrumpió.


—No es negociable.


—Está bien —dijo Pedro—. Está bien.


Luego, se levantó muy despacio y se dirigió hacia la puerta. Julia y John lo siguieron.


—Ahora, levántate despacio y no hagas ninguna tontería —le advirtió Patricio a Paula.


Ella asintió. Estaba enfadada y se sentía indefensa. Buscó al camarero con la mirada, pero no lo encontró.


Estupendo.


Se dijo que no estaba sola. Tenía a Julia, su mejor amiga. Y tenía a Pedroque haría cualquier cosa por ayudarla.


Estaban llegando a la puerta cuando su camarero apareció.


—Disculpe, señor, se le ha olvidado pagar la cuenta —le dijo a Patricio en voz alta.


Este se puso tenso y se giró.


—Mi novia no se encuentra bien. Vamos un momento fuera a que tome el aire. Ahora vuelvo.


El camarero la miró con escepticismo.


—Que salga con sus amigos mientras usted paga la cuenta —respondió.


Pedro dijo algo a Julia y a John y empezó a abrir la puerta.


Un coro de sirenas inundó el restaurante. A Patricio se le aceleró la respiración.


—Cierra esa puerta y venid aquí —ordenó.


John cerró la puerta y se colocó delante de Julia.


Paula notó que la pistola dejaba de presionarla y oyó un estallido.


—Este restaurante está cerrado —gritó, llevándose a Paula lejos de la puerta y de Pedro, hacia la cocina—. Quien llame a la policía que no se olvide de decirle que tengo un rehén.


Paula miró a Pedro y lo vio salir por la puerta. «No», dijo para sí. «No seas un héroe, Pedro».


Supo que iba a intentar dar la vuelta al restaurante y cortarles el paso por la puerta de atrás.




domingo, 7 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 60

 


Paula intentó recordar otra cita peor que aquella. Ni la deliciosa comida, ni el exquisito vino, ni la discreta decoración y el maravilloso servicio podían cambiar el hecho de que no le gustase la compañía. Patricio era un hombre presuntuoso, que trataba mal a las personas que consideraba inferiores, como al camarero, mientras que no paraba de adularla a ella.


Una voz conocida la sacó de sus pensamientos.


—¡Anda, qué sorpresa!


Levantó la vista.


—¡Julia! —dijo ella, sinceramente sorprendida, ya que le había dicho a su amiga adónde iban a ir a cenar.


Y lo más extraño era que Julia, que siempre se arreglaba con esmero para salir, llevaba la misma ropa con la que había ido a trabajar. Tampoco se había retocado el pintalabios ni se había peinado. Y John, más o menos igual.


Ambos la miraban de manera extraña.


—¿Ocurre algo? —preguntó.


—No, por supuesto que no —le dijo su amiga—. Solo…


—¿Son amigos tuyos? —preguntó Patricio.


—Sí. Esta es Julia Atkinson, la decoradora de Bellamy. Y su amigo… Lo siento, pero no nos conocemos. Soy Paula.


—John. Es un placer —le dijo este.


Paula notó que le apretaba demasiado la mano. O tenía un problema neurológico o estaba intentando decirle algo. Y a juzgar por la extraña y repentina aparición de la pareja, tenía que ser lo segundo.


—Sentaos con nosotros. Invito yo —dijo Patricio.


—Seguro que prefieren estar solos —intervino Paula.


—¿Podemos hablar un momento en el baño? —le preguntó Julia.


—Por supu…


—A mí no me parece buena idea —la interrumpió Patricio, agarrándola del brazo para que no se fuese.


A Paula no le gustó el gesto.


—Por favor, suéltame.


—Estás montando una escena. Siéntate. Sentaos todos —respondió él sin hacerle caso.


Su tono hizo que los demás obedeciesen.


—Es evidente que acabáis de salir de la cama para venir aquí —le dijo Patricio a Julia y a John—. ¿A qué habéis venido?


Paula levantó la vista y vio a Pedro acercándose a ellos. Estaba empapado y parecía dolerle la pierna. A juzgar por su respiración, había estado corriendo.


Nunca le había alegrado tanto ver a alguien. Sus miradas se cruzaron y vio tanto amor en sus ojos que no supo cómo había podido dudar de él.


—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Patricio al verlo aparecer.


—Que tu cita se ha terminado. Ven, Paula —dijo, tendiéndole la mano.


Julia y John ya se estaban poniendo de pie y Paula se dispuso a imitarlos, pero Patricio se lo impidió.


—Suéltame —le dijo.


Pero él no obedeció. La agarró todavía con más fuerza y tiró de ella, haciendo que fuese a sentarse en su regazo y que su copa de vino les cayese encima.


Intentó levantarse, Pedro se acercó más y, entonces, por el rabillo del ojo, vio el brillo de una pistola.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 59

 


Después de un rato esperando bajo la lluvia y dado que Julia no le había devuelto la llamada, Pedro decidió actuar.


Tomó un taxi y le preguntó al conductor cuál era el restaurante más nuevo y elegante de la ciudad.


—Hay dos, Gastronome o Luminous. He oído que en el primero se come mejor y que el segundo es más vistoso.


—Pues lléveme al segundo.


—¿Ha quedado con una mujer? —le preguntó el taxista, al verlo nervioso.


—Sí.


—¿Y tiene pensado pedirle que se case con usted o algo así?


Lo normal habría sido que Pedro se sintiese horrorizado al oír aquello, pero no fue así. Todo lo contrario, se dio cuenta de que era lo que tenía que hacer.


Solo tenía que encontrarla, sacarla de las garras del otro hombre y demostrarle que tenía que estar con él.


—Sí, tengo pensado casarme con ella, si me acepta —respondió.


Llegaron a Luminous y Pedro le pidió al taxista que lo esperase en la puerta. Entró, buscó con la mirada y no encontró a Paula, así que volvió a salir y se metió en el taxi.


—No está. Vamos a intentarlo en el otro.


El taxista arrancó, pero había mucho tráfico. Después de un rato, Pedro le preguntó si faltaba mucho para llegar.


—Tres manzanas —respondió el conductor.


—Está bien. Iré andando.


—Es probable que llegue antes.


Pagó al taxista, salió del coche y empezó a correr.


Le dolía la pierna, los pulmones le iban a estallar, pero no se detuvo. Tenía que encontrar a Paula.


Su sentido común le decía que, en realidad, no estaba en peligro, pero Pedro no se podía controlar.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 58

 


Paula creía en el poder del pensamiento positivo. Eso significaba que, si decidía que iba a pasarlo bien, tenía que pasarlo bien.


La extraña sensación que tenía en el estómago se debía solo al hambre.


Se obligó a sonreír mientras el hombre con el que estaba le pedía una botella de vino al sumiller, al que había hecho ir hasta la mesa.


Debía de haberlo hecho para impresionarla, pero Paula en vez de halagada estaba más bien aburrida.


Le daba igual el microclima en el que crecían las uvas, cómo iba a ser el tiempo ese verano y las fases de la luna.


Le gustaba ir a un restaurante, pedir algo que le apeteciese comer sin darle demasiadas vueltas y disfrutar de ello.


Aquello había sido mala idea y se recordó el motivo por el que no salía nunca con clientes.


—¿Por qué decidiste venir a Seattle? —le preguntó cuando por fin decidió el vino.


—Porque quiero establecerme y me parece una buena ciudad para hacerlo. Es cosmopolita, pero tiene naturaleza cerca. Y me gusta su oferta de ocio. El clima es bueno. Suave.


—Salvo por la lluvia —comentó ella, señalando hacia la ventana.


—Sí. Lo primero que voy a hacer cuando compre Bellamy es contratar a un arquitecto. Quiero un garaje en el que quepan tres coches.


—¿Vas a echar abajo la casa?


—Lo valioso es el terreno. Y el jardín y los árboles son un desperdicio. Voy a levantar una casa de verdad y me gustaría encontrar a alguien con quien compartirla —le contó, acercándose más.


Y Paula supo que no volvería a salir con él. Tampoco le vendería Bellamy. En cuanto le contase a Pedro que aquel hombre quería tirar la casa, este jamás accedería.


Se miró el reloj y se preguntó cuánto tiempo más tendría que estar allí.


—Estás preciosa esta noche —le dijo Pedro—. Ese vestido azul resalta el color de tus ojos.


—Gracias —le respondió.


Al final no se había comprado ningún vestido nuevo y había decidido ponerse uno de sus favoritos, de seda azul, elegante, pero no demasiado sexy.


Al fin y al cabo, Patricio era su cliente.


—Y eres alta. Me gustan las mujeres altas. Yo también lo soy. Hacemos buena pareja.


Paula pensó en el modo en que la miraba Pedro. No necesitaba hacerle cumplidos, la hacía sentirse bella solo con la expresión de sus ojos.


No le gustaban los halagos de Patricio y no quería ser una más de sus posesiones.


Estaba deseando marcharse de allí.