sábado, 6 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 53

 


Julia estaba deseando ver la casa de John terminada, aunque él tenía todavía más ganas.


Los muebles iban a llegar el sábado y Julia estaba tan emocionada como si hubiesen sido los de su propia casa.


Cuando John la llamó el viernes, pensó que lo hacía para contarle a qué hora iba a llegar el camión al día siguiente, pero se equivocó.


—¿Te apetece que salgamos a cenar? —le preguntó él.


—Estupendo. No tenía ganas de cocinar.


—¿A las siete?


—Perfecto.


—¿Te paso a recoger?


Julia dudó.


—Umm. Tentador. Estoy decorando una casa en el centro, así que no creo que me dé tiempo a pasar por la mía. ¿Por qué no nos vemos directamente en algún sitio?


—¿Te parece bien un indio?


—Sí.


—Eres una mujer muy fácil de complacer.


Ella se echó a reír.


—Has acertado en todo.


Julia terminó de trabajar más tarde de lo previsto y, además, tuvo que retocarse el maquillaje, así que llegó al restaurante un cuarto de hora tarde.


Al entrar, no vio a John. Había dos hombres solos, en dos mesas, pero ninguno de los dos era él. Ambos eran guapos y debían de estar esperando a sus esposas.


Se mordisqueó el labio inferior y vio que uno de los dos hombres le hacía gestos para que se acercara.


—¿John? —preguntó sorprendida—. Estás distinto. ¿Qué te has hecho?


Llevaba los vaqueros que había comprado con ella y un jersey negro.


Pero había más.


—He seguido tu consejo y he ido a cortarme el pelo.


—No puedo creer que un corte de pelo te haya podido cambiar tanto.


—Fue el peluquero el que me recomendó la óptica.


—Eso es lo que ha cambiado. Tus gafas. Son muy bonitas. Tienes unos ojos preciosos.


A él pareció avergonzarle tanto entusiasmo por su nuevo aspecto y no tardó en cambiar de tema:

—¿Qué tal tú en el trabajo?


—Bien. Al agente inmobiliario le ha gustado lo que he hecho. Va a poner fotografías en su página web y mencionará a First Impressions. Siempre está bien conseguir algo de publicidad gratuita.


Mientras charlaban, una mujer pasó por su lado y miró a John. A Julia no le hizo ninguna gracia.


—¿Has tenido alguna cita después del cambio de imagen? —le preguntó.


—Un par de ellas.


Eso volvió a molestarla.


—¿Y?


¿Qué estaba haciendo, ayudando a John a convertirse en un hombre atractivo con una bonita casa para que otra lo disfrutase?


—La primera no estaba mal. Llegó temprano.


Julia pensó que ella siempre llegaba tarde y odió a aquella mujer sin conocerla.


—Seguro que no tiene vida —comentó.


—Supongo, aunque si llegar pronto significa que no tienes vida, entonces yo tampoco la tengo.


—Oh.


—¿Sabes qué es lo más extraño?


—¿El qué?


—Que me he acostumbrado a tener ese tiempo para mí mientras te espero. Me relaja. Me tomo algo, miró el correo en el teléfono, leo la carta. No me gustó que esa mujer llegase a la vez que yo.


Julia se alegró de oír aquello. Estaba empezando a sentirse mejor.


—¿Y la otra cita?


John sacudió la cabeza.


—Yo sugerí tomar un café, pero ella prefirió una copa. No dejó de hablar de sí misma, así que dos horas después la metía en un taxi de camino a su casa. Fueron las dos horas más largas de mi vida.


—Yo soy solo bebedora social —dijo Julia.


Decir aquello fue una tontería, sobre todo, porque ya habían decidido que solo iban a ser amigos.


—Ya me he dado cuenta.


Ella levantó la vista y sus miradas se cruzaron un instante. Y Julia tuvo la sensación de que lo estaba viendo por primera vez. Lo conocía y, al mismo tiempo, esa noche estaba diferente. Más sexy. Más seguro de sí mismo, tal vez.


Bajó la vista y el momento pasó.


Según fue transcurriendo la cena, Julia tuvo la sensación de que aquello era una cita. Empezó a coquetear con John y le dio la impresión de que él hacía lo mismo.


Las dudas la asaltaron. Habían decidido que no había química entre ambos. ¿Podían haberse equivocado?


¿O era solo que no se habían dado una oportunidad? Lo estudió con la mirada y no vio a un modelo ni a un dios griego, sino a un hombre de carne y hueso. Ya sabía de él que era puntual y ordenado, cualidades que ella no tenía.


Le gustaba probar restaurantes nuevos. Como a ella. Podían hablar casi de cualquier cosa, desde viajes y música, a política.


Se había convertido en un buen amigo. ¿Podía ser algo más?


Una vez fuera del restaurante, se entretuvieron un poco. Julia no quería marcharse y él tampoco parecía tener prisa.


—Es curioso, lo de esas páginas de Internet —dijo John—. Uno juzga a las personas demasiado pronto.


—Tal vez —respondió ella.


—Tengo que confesarte algo —admitió él, acercándose.


A Julia se le aceleró el pulso.


—¿El qué? —preguntó, con la esperanza de que no fuese algo malo.


—Me sentí atraído por ti la primera vez que te vi.


—¿Sí?


—Pero tú no sentiste lo mismo por mí, así que pensé que solo podíamos ser amigos.


—Yo estaba atrapada en mi ridícula fantasía —dijo ella, cerrando los ojos—. Era tan ingenua…


—¿Sigues queriendo que seamos solo amigos o estás abierta a algo más?


Como respuesta, Julia se acercó a él hasta poder ver los pequeños puntos negros que había en sus ojos azules y se puso de puntillas con la intención de besarlo, pero de repente John tomó el control de la situación y la besó apasionadamente.


Cuando se apartó, Julia le acarició el rostro.


—Yo… creo que estoy abierta a algo más.


—Bien.


Buscó las llaves del coche.


—Tengo unas sábanas que he escogido para ti.


—Los muebles del dormitorio han llegado hoy. ¿Quieres venir a verlos?


La estaba mirando con ternura y Julia no pudo contestar. Así que se limitó a asentir.


Él asintió también. En ocasiones, sobraban las palabras.


Julia subió a su coche y lo siguió hasta su casa. Se sentía rara, nerviosa, pero también estaba emocionada. Estaba segura de que iban a hacer algo más que poner las sábanas nuevas en la cama. Por suerte llevaba la bolsa del gimnasio en el maletero, así que tenía un neceser con lo básico, algún maquillaje, cepillo de dientes y un cambio de ropa interior.


Al entrar en la casa se dio cuenta de que los muebles del dormitorio no eran los únicos que habían llegado un día antes.


—¿Qué te parece todo? —le preguntó a John.


—Precioso —respondió él, mirándola a ella—. ¿Te gustaría ver el dormitorio?


—Mucho.


Entraron en el dormitorio y Julia casi no se fijó en la decoración. Solo vio la enorme cama, que ya estaba hecha.


—Ha quedado estupendamente.


—Todavía no he dormido en ella.


—Está bien empezar de cero —comentó Julia.


Él la abrazó, la besó y, de repente, la tomó en brazos.


—¿Qué haces? Si peso una tonelada.


—No es verdad —respondió John, dejándola en la cama sin ningún esfuerzo.


Dejó la luz de la lamparita encendida y, por una vez, Julia no insistió en que la apagase.


John se tomó su tiempo para desnudarla y gimió de placer al ver sus generosos pechos salir de debajo del sujetador. Tomó uno de ellos con la boca y mientras exploraba su cuerpo con las manos. Metió una de ellas entre sus muslos y la hizo gritar su nombre de placer.


—Estás vestido —le dijo Julia cuando consiguió tranquilizarse.


—No por mucho tiempo.


Ella lo observó mientras se desnudaba.


—No te importa que tenga unos kilos de más, ¿verdad? —le preguntó mientras tanto.


—Me gustas tal y como eres —le respondió él.


Julia suspiró y alargó las manos hacia él.


—Deja que te demuestre lo que es capaz de hacer con su cuerpo una mujer con unos kilitos de más.





viernes, 5 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 52

 


Paula se obligó a reír cuando Julia le contó lo ocurrido con John. Era gracioso, pero a ella le estaba costando trabajo concentrarse. Había salido de compras con su amiga para tener algo que ponerse para su cita con Patricio, que iba a llevarla a algún sitio nuevo y muy caro.


—Parece un buen tipo —dijo, refiriéndose a John.


—Lo es —admitió Julia—. E incluso pienso que hay un hombre bastante guapo oculto por esa ropa tan fea.


—¿Pero no es para ti?


Su amiga se encogió de hombros.


—Lo estoy ayudando a prepararse para cuando llegue la mujer adecuada —dijo esta, enseñándole un vestido negro y corto, de cóctel—. Ah, apuesto a que a Patricio le encantarías con este.


Paula se dijo que no debía sentirse culpable por haber aceptado la invitación de su último cliente. No tenía por qué hacerlo.


Pedro no tenía nada que ofrecerle. Salvo el mejor sexo de su vida y una conexión que iba mucho más allá.


Deseó que fuese más hogareño.


O ser distinta ella.


Pedro le había hecho pensar que era demasiado rígida con sus planes, que la flexibilidad era algo bueno en la vida, en los negocios y en el amor.


—No sé, yo creo que prefiero algo en un color que no sea negro.


—De acuerdo —dijo Julia, dejando el vestido—. Tal vez me lo pruebe yo. No sé si tendrán mi talla.


Mientras miraba vestidos, Paula intentó imaginarse saliendo con Patricio.


Era un hombre inteligente, encantador y le gustaba Bellamy tanto como a ella. ¿Qué más le daba a Pedro quién comprase la casa si él no quería quedársela?


Intentó no imaginarse cómo sería salir con el dueño de Bellamy. Un dueño que no fuese Pedro. No se imaginaba con nadie más en aquella maravillosa casa.


—¿Qué tal si dejamos las compras y nos vamos a comer? —sugirió—. Necesito hablar contigo.


—Por supuesto —respondió Julia.


Fueron a comer a un pequeño restaurante y se lo contó todo a su amiga.


—¿Que tuvisteis sexo en la cama pequeña? —preguntó esta con los ojos muy abiertos.


—Sí.


—¿Y fue el mejor sexo de tu vida? ¿En una cama tan pequeña?


Paula asintió.


—¿Con un hombre con la pierna agujereada?


—Sí.


Julia la miró fijamente mientras bebía té.


—¿Te imaginas cómo sería en una cama de verdad? ¿Y con las dos piernas funcionando?


Ambas suspiraron.


—Bueno, la segunda vez lo hicimos en la cama con dosel.


—¿La segunda vez? —inquirió Julia, dejando la taza—. Pensé que habías dicho…


—Sí, pero enterramos las cenizas de su abuela y estaba tan triste… que me miró y no pude rechazarlo.


—Te entiendo. A mí también me excitan los entierros.


Paula rio. Las dos rieron. Por eso era tan estupendo tener una amiga.


Luego, ella se puso seria.


—En la cama grande. No puedo explicarlo. El sexo fue muy distinto. Lo hicimos más despacio, la conexión fue tan profunda, fue como si…


—¿Como si estuvieses enamorada de él? —le preguntó Julia, mirándola de manera comprensiva.


Paula se golpeó la frente con la palma de la mano.


—Me he enamorado de Pedro. Y eso que me prometí que no lo haría. Iba a ser solo una noche…


—Y te has enamorado de él.


—Sí.


—¿Y él? ¿Está enamorado de ti?


—Yo creo que sí, pero eso no cambia nada. Lo nuestro sigue siendo imposible.


—¿Y qué vas a hacer?


—Salir con Patricio. Y tal vez con alguien más. Pedro terminará de curarse y se marchará. Y yo lo olvidaré.


—Qué asco de plan —le dijo su amiga con toda sinceridad.


—¿Se te ocurre otro mejor?


—No.





UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 51

 


John aceptó todos sus consejos y solo puso pegas cuando Julia intentó que sacase la enorme televisión del salón.


—Me niego —le dijo él—. Me gusta ver los partidos aquí. Me gusta hacer vida en el salón, es donde está la chimenea, está cerca de la cocina. La televisión se queda aquí.


—De acuerdo —respondió Julia.


Al fin y al cabo, era su casa y la había convencido con su argumentación.


Iban de camino a un mexicano donde iban a cenar cuando pasaron por delante de una tienda de ropa para hombres. Julia miró el escaparate y luego a su acompañante y se preguntó si podía hacerlo.


—John —empezó.


—No me gusta cómo me estás mirando. No pienso comprar tres jarrones idénticos para colocarlos encima de la chimenea.


—No, no es eso. Solo me estaba preguntado si te apetecería entrar en esa tienda.


—¿Para qué?


Ella se encogió de hombros.


—Para nada. Creo que esos vaqueros te sentarían muy bien.


No consiguió engañarlo.


—¿Estás intentando redecorarme a mí también?


Julia se mordió el labio inferior. ¿Podía decirle la verdad? Decidió ser sincera, ya que eran amigos y no amantes.


—No pretendo ser grosera, pero estarías mucho mejor. Tienes buen cuerpo, pero esa ropa que llevas no te favorece.


—Estoy cómodo.


—Pero ahora que estás soltero, deberías prestar más atención a tu aspecto. Solo pruébatelos.


Le hizo entrar en la tienda y lo metió en un probador con varios pantalones vaqueros, jerséis y camisas.


John salió con unos vaqueros que le sentaban bien y Julia no pudo evitar admirar la diferencia.


Lo obligó a mirarse a un espejo.


—¿Ves cómo estás mucho mejor?


—Sí, pero estos vaqueros cuestan casi tanto como ese sofá que me has hecho comprar.


No obstante, lo dijo sonriendo.


Media hora después, Julia lo había convencido para que se comprase unos vaqueros, unos pantalones negros para salir, una camisa, un jersey y unos zapatos de piel.


—Cerca de mi despacho hay un buen peluquero. El dueño se llama Felix, podría…


John levantó una mano.


—Ya vale. Yo creo que por hoy ya está bien.


UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 50

 


—No tengo ganas de volver a casa —le dijo John a Julia.


Habían ido a probar un restaurante tailandés nuevo. Era la segunda vez que quedaban esa semana.


—La decoró mi mujer. Vivo en una caja de paredes beis, con los muebles que ella no ha querido.


—Podría acompañarte y darte algunas ideas —le sugirió ella.


—¿De verdad? ¿Has pillado la indirecta?


Julia se echó a reír.


—Sí.


—¿Podrías venir mañana después de trabajar? Después, podríamos ir a cenar.


—¿No tienes ninguna cita a la vista?


—No. ¿Y tú?


—Estaré en tu casa a las dos.


—Estupendo.


Cuando llegó a su casa al día siguiente, Julia se dio cuenta de que John no había exagerado lo más mínimo, pero el sitio tenía posibilidades.


Las habitaciones eran grandes, el suelo de madera estaba en buen estado y había mucha luz.


Los muebles, sin embargo, eran horribles. Y en el dormitorio solo había un enorme colchón en el suelo.


—Necesito un presupuesto —le dijo Julia a los diez minutos de estar allí.


—¿Tan pronto?


—Sí. Tengo que saber cuánto dinero estás dispuesto a gastarte —le dijo, sacando la tablet—. Hay cosas más necesarias, esenciales. Les daremos prioridad.


—Veamos, si te dejo que hagas todo lo que quieras, ¿cuánto costará?


Julia sonrió.


—Esos son los presupuestos que me gustan.


Él abrió la boca para protestar, pero Julia no le dio tiempo:

—Está bien, está bien. Primero, si he llegado un poquito tarde es porque tenía algo de pintura de otro trabajo. Es ideal para tu casa. Pintaremos las habitaciones principales del piso de abajo en un color llamado lino blanco. No te preocupes, es muy neutro. Masculino. Te encantará. Si te apetece hacer algo, podrías pintar tú los horribles muebles de la cocina. Si no, lo mandaremos hacer —le dijo, dándole un golpecito en el hombro—. Como ves, la pintura es gratis.


—¿Por qué tengo la sensación de que va a ser lo único?


—Me hacen descuentos en varias tiendas de muebles. Sinceramente, John, tienes que deshacerte de toda esta basura. Ya.


—Odio ir de compras.


—Puedes darme tu tarjeta de crédito e iré yo —le dijo Julia.


—Está bien, iré.


—Estupendo, vamos.


—¿Qué? ¿Ahora? —le preguntó él asustado.


—No vamos a encontrar un momento mejor. Confía en mí. Cuando tengas una casa a tu medida, vas a disfrutar estando aquí.


—Eres toda una profesional. Vamos.



jueves, 4 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 49

 


Cuando el sencillo entierro hubo terminado, Pedro se giró hacia Paula.


Llevaba puesto un vestido de flores que debía de haber escogido a propósito para despedir a una mujer a la que no había conocido.


Él nunca se había sentido tan vacío.


—No te marches —le pidió.


Ella sacudió la cabeza. Sus ojos brillaban y Pedro pensó que pertenecía a aquel lugar tanto como su abuela.


Se acercó más a ella, la abrazó. Paula no se resistió.


En silencio, entraron en la casa por la puerta trasera y subieron al primer piso de la mano.


En esa ocasión, Pedro no dudó. Llevo a Paula al dormitorio que acababa de convertirse en suyo.


No estaba seguro de poder darle a lo que quería, lo que merecía, pero la miró, la besó lentamente y le dijo en voz baja.


—No puedo prometerte…


No terminó. Ella le puso un dedo en los labios.


—Lo sé. No pasa nada.


Él besó aquel dedo y luego tomó su mano para besarla en la palma, en la muñeca. El calor de su piel, su olor tan característico, lo embriagaron.


Le desabrochó los botones del vestido y le besó la curva de los pechos, haciéndola suspirar. Luego le quitó el vestido y lo dejó caer al suelo, como una alfombra de flores.


Se arrodilló ante ella y la besó en el vientre, en las braguitas, que eran de encaje y tan eróticas como el sujetador. Metió un dedo debajo para bajárselas y a Paula le temblaron las piernas. Estaba tan excitada como él y Pedro supo que a ese paso iban a terminar haciendo el amor en el suelo, así que se incorporó, le desabrochó el sujetador, disfrutó de la vista y después apartó las sábanas de la enorme cama y la tumbó. Tuvo la sensación de que la cama los recibía con los brazos abiertos.


—Desnúdate —le pidió ella en tono sensual.


Y observó cómo lo hacía. Poco después, Pedro se arrodillaba entre sus piernas y le hacía el amor con la boca.


Cuando alcanzó el primer clímax, Paula gritó y se apretó contra él.


—Quiero tenerte dentro —le rogó.


Y él tuvo la sensatez de pensar antes en ponerse protección. Fue al cuarto de baño corriendo y volvió con un montón de preservativos. Se puso uno, la miró a los ojos y la penetró.


Mientras la pasión aumentaba entre ambos, Paula levantó una mano y se agarró al poste de la cama, Pedro la imitó y así llegaron juntos a tocar el cielo.



UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 48

 


Apareció una hora después, con una bolsa de una floristería en la que había bulbos de primavera y una pequeña placa de metal con la oración del jardinero grabada.


Pedro se emocionó al verla.


—Es un poema de Dorothy Gurney. A mi abuela le encantaba.


Sintió que había una enorme conexión entre aquellas dos mujeres. Había tomado la decisión correcta al llamar a Paula para que lo acompañase en esos duros momentos.


Cavó un agujero en la tierra y ambos guardaron silencio mientras vaciaba la caja en él.


Después, Paula lo ayudó a plantar los bulbos y él tapó el agujero y clavó la placa delante.


La leyó en voz alta con la esperanza de que su abuela pudiese oírlo:

El beso del sol para el perdón.

Canto de los pájaros de la alegría.

Estás más cerca del corazón de Dios en un jardín

Que en cualquier otra parte del mundo.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 47

 


Pedro volvió a ver las fotografías que le había hecho a Patricio Thurgood y pasó varias a su ordenador.


Lo único que había hecho había sido actuar de manera extraña al paso de un coche de policía.


Y pedirle salir a Paula.


El tipo quería volver a ver la casa, lo que significaba que volvería a estar a solas con Paula. Además, esta había comentado que le había dicho que no iba a necesitar pedir una hipoteca.


Pedro no tenía pruebas de nada, pero… había algo en él que no le gustaba.


Llamó a su jefe en Nueva York.


Se dijo a sí mismo que no lo hacía por celos, sino por instinto.


Gabriel no tardó en responder.


Pedro, me alegra tener noticias tuyas. ¿Cómo va la pierna?


—Va. Se está curando.


—¿Ya estás corriendo a cuatro minutos el kilómetro?


—Muy gracioso. Estoy yendo al fisioterapeuta. Dice que podré empezar a correr en una semana, máximo dos.


—Estupendo. ¿Qué querías? —le preguntó Gabriel.


—Me gustaría que le echases un vistazo a alguien.


—Estás de baja. ¿Qué estás haciendo? —inquirió su jefe en tono de frustración.


—Te prometo que nada. Y tal vez esté equivocado, pero hay un tipo que quiere comprar la casa de mi abuela y hay algo en él que no me gusta. Te pido el favor como amigo.


—¿Qué más te da quién compre la casa siempre y cuando te dé el dinero?


Hubo un silencio. Pedro podía tergiversar un poco la verdad, pero jamás mentía a Gabriel.


—Hay una mujer de por medio.


—Ah.


—Ahora no puedo explicártelo, pero me temo que esté en peligro con ese tipo.


—¿Qué tienes? —le preguntó Gabriel suspirando.


—Fotografías. Y un nombre y un trabajo que pueden ser verdaderos o falsos.


—Envíame lo que tengas. Veré qué puedo hacer por ti.


—Gracias.


Le envió las fotos por correo electrónico, así como toda la información que había conseguido de aquel hombre a través de Paula.


Después, miró la urna en la que estaban las cenizas de su abuela e hizo una segunda llamada.


—Hola, Pedro —respondió Paula.


—Gracias por responder. Quiero pedirte algo.


—Dime.


—¿Te importaría ayudarme a enterrar a mi abuela? Me gustaría hacer algo especial y tú eres la única persona que quiero que me acompañe.


Hubo un silencio al otro lado de la línea y Pedro sintió todas las cosas que no podían decirse. Él deseaba haber podido ser diferente para ella. Y Paula, lo mismo.


—Por supuesto que iré. Es un honor que me lo pidas.


—Gracias.