Pedro volvió a ver las fotografías que le había hecho a Patricio Thurgood y pasó varias a su ordenador.
Lo único que había hecho había sido actuar de manera extraña al paso de un coche de policía.
Y pedirle salir a Paula.
El tipo quería volver a ver la casa, lo que significaba que volvería a estar a solas con Paula. Además, esta había comentado que le había dicho que no iba a necesitar pedir una hipoteca.
Pedro no tenía pruebas de nada, pero… había algo en él que no le gustaba.
Llamó a su jefe en Nueva York.
Se dijo a sí mismo que no lo hacía por celos, sino por instinto.
Gabriel no tardó en responder.
—Pedro, me alegra tener noticias tuyas. ¿Cómo va la pierna?
—Va. Se está curando.
—¿Ya estás corriendo a cuatro minutos el kilómetro?
—Muy gracioso. Estoy yendo al fisioterapeuta. Dice que podré empezar a correr en una semana, máximo dos.
—Estupendo. ¿Qué querías? —le preguntó Gabriel.
—Me gustaría que le echases un vistazo a alguien.
—Estás de baja. ¿Qué estás haciendo? —inquirió su jefe en tono de frustración.
—Te prometo que nada. Y tal vez esté equivocado, pero hay un tipo que quiere comprar la casa de mi abuela y hay algo en él que no me gusta. Te pido el favor como amigo.
—¿Qué más te da quién compre la casa siempre y cuando te dé el dinero?
Hubo un silencio. Pedro podía tergiversar un poco la verdad, pero jamás mentía a Gabriel.
—Hay una mujer de por medio.
—Ah.
—Ahora no puedo explicártelo, pero me temo que esté en peligro con ese tipo.
—¿Qué tienes? —le preguntó Gabriel suspirando.
—Fotografías. Y un nombre y un trabajo que pueden ser verdaderos o falsos.
—Envíame lo que tengas. Veré qué puedo hacer por ti.
—Gracias.
Le envió las fotos por correo electrónico, así como toda la información que había conseguido de aquel hombre a través de Paula.
Después, miró la urna en la que estaban las cenizas de su abuela e hizo una segunda llamada.
—Hola, Pedro —respondió Paula.
—Gracias por responder. Quiero pedirte algo.
—Dime.
—¿Te importaría ayudarme a enterrar a mi abuela? Me gustaría hacer algo especial y tú eres la única persona que quiero que me acompañe.
Hubo un silencio al otro lado de la línea y Pedro sintió todas las cosas que no podían decirse. Él deseaba haber podido ser diferente para ella. Y Paula, lo mismo.
—Por supuesto que iré. Es un honor que me lo pidas.
—Gracias.
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