El hombre abrió los ojos azules todavía medio dormido. Tenía el pelo castaño, demasiado largo y despeinado. Los miró, se quedó pensativo y sonrió.
—Todo es negociable —dijo en voz baja, ronca.
Sam se echó a reír, pero a Paula no le pareció nada gracioso encontrarse a un vagabundo en una casa que estaba intentando vender.
Entonces el hombre la miró y ella sintió una conexión muy extraña con él.
Se le aceleró el corazón y se sintió como si, de repente, todo fuese bien. Cerró los ojos.
Quiso preguntarle quién era y qué estaba haciendo allí, pero estaba tan nerviosa que solo inquirió:
—¿Quién hace aquí?
Él la miró fijamente y sonrió más, dejando al descubierto una sonrisa perfectamente blanca. Paula nunca había visto a un vagabundo con los dientes tan limpios.
—No hago nadie.
Sam volvió a reír al oír semejante conversación.
—Quiero decir que qué está haciendo aquí.
Él bostezó y respondió:
—Hasta hace un momento, estaba durmiendo.
Una no llegaba a agente inmobiliaria de éxito si no tenía mucho tacto, así que Paula se contuvo para no tirarle un zapato a la cabeza.
—Está bien, vamos a intentarlo otra vez. ¿Quién es usted? —le preguntó con tranquilidad.
—Pedro Alfonso. ¿Y usted?
—Paula Chaves, agente inmobiliaria. Esta casa está a la venta.
Él levantó las manos y se frotó los ojos, Paula pensó que le habría ido bien frotarse también las uñas.
—¿Es ese el motivo por el que la casa parece una tienda de muebles? Casi no la he reconocido. A mi abuela nunca le gustaron las cosas tan modernas. Lo único que sigue igual es esta cama —dijo. Luego miró a los MacDonald—. Mi abuela murió en ella.
Sam puso gesto de sorpresa y retrocedió, mirando a su alrededor como si hubiese un fantasma en la habitación.
—No murió en la casa —replicó Paula entre dientes—. Murió tranquilamente en el hospital.
Dudaba que los MacDonald fuesen a creerla. ¿De verdad era aquel el nieto de la señora Neeson? Si era así, tenía que ser cauta.
No le había parecido que la puerta estuviese forzada ni había visto ninguna ventana rota. La mochila que había apoyada contra la pared era de marca y al lado había una bonita cámara fotográfica. Creyó recordar que había oído que el nieto era fotógrafo.
Además, no había saltado de la cama ni había echado a correr al verlos, sino que había ahuecado las dos almohadas de seda verde y se había puesto cómodo. A pesar de su aspecto desaliñado, era muy guapo.
Paula no supo qué hacer. Tenía experiencia en su trabajo, pero nunca se había visto en una situación así. Y necesitaba vender aquella casa. Era la mejor oportunidad que había tenido y no podía permitir que un mochilero mugriento se la estropease.
No obstante, hasta que no solucionase aquello no podría hacer nada más, así que recuperó la compostura y se giró hacia los MacDonald.
—Lo siento mucho. Ha debido de haber una confusión que tendré que aclarar antes de que podamos continuar.
—Lo entendemos —le respondió Lucas, saliendo al pasillo—. Qué pena. Es una casa estupenda. Perfecta para nosotros.
—Lo sé —dijo Paula, teniendo al menos la satisfacción de saber que había tenido razón—. Os prometo que lo resolveré y seréis los primeros en saberlo. Mientras tanto, buscaré también otras casas que puedan gustaros.
Mientras bajaban las escaleras, Sam miró por encima de su hombro y preguntó:
—¿De verdad murió la dueña en la casa?
—Por supuesto que no. Si hubiese sido así, os lo habría dicho. Aurora Neeson murió en el hospital. Tenía casi noventa años y fue muy feliz aquí hasta un par de días antes de fallecer. Le dio un derrame cerebral y murió sin darse cuenta. Ojalá todos tuviésemos tanta suerte.
Siguió sonriendo hasta que los MacDonald estuvieron fuera de la casa y después se puso seria y volvió a enfrentarse al extraño que había intentado estropear sus planes.
No iba a permitir que eso ocurriese y se lo iba a dejar claro a aquel hombre alto, moreno y despeinado.