Salió del despacho de Gabriel y, ya en el pasillo, dejó de fingir que era todo un hombre e intentó poner el menor peso posible en la pierna herida.
—Pedro, deberías utilizar muletas —le dijo una voz femenina.
Él se giró y sonrió.
—Hola, Ramona.
Era periodista y parecía una modelo sudamericana, pero tenía el cerebro de Hillary Clinton. Se veían siempre que él iba a Nueva York. A ninguno de los dos les interesaba una relación estable, pero disfrutaban juntos.
—He oído que te han herido. ¿Cómo estás?
Pedro se encogió de hombros.
—Bien.
Aunque en público ni siquiera se abrazaban nunca, ella lo miró con deseo.
Después le dijo en voz baja.
—¿Por qué no vienes a verme luego y nos saludamos en condiciones?
—Estoy sucio. Hace días que no me afeito, semanas que no me corto el pelo y…
—Me gustas así. Pareces un pirata.
Y Pedro supo que había tocado fondo porque no le apetecía nada pasar la noche con una mujer apasionada. Le dolía mucho la pierna, tenía un jet lag horrible y acababan de mandarlo de baja a casa. Lo único que quería era esconderse y ponerse bien.
Negó con la cabeza fingiendo decepción.
—Lo siento, tengo ya el billete de avión.
Ella sabía tan bien como él que podía cambiar el billete de avión, pero no se le ocurrió otra excusa.
Y Ramona no insistió, se limitó a darle una palmadita en el brazo.
—Bueno, tal vez la próxima vez.
Eso era lo mejor de ella. Se parecían mucho. Pedro había salido con muchas mujeres, pero no tenía ningún interés en sentar la cabeza. Lo más importante era su carrera. Tal vez fuese superficial, y tal vez una parte de él añorase tener una mujer que lo reconfortase, lo escuchase y compartiese su dolor. Pero la única mujer que lo había hecho en su vida había sido su abuela. Y ya no estaba allí.
Tenía tantas millas acumuladas que no tuvo ningún problema en cambiar el billete por otro mejor, incluso reservó el asiento de al lado para poder estirar la pierna mala.
Una vez en el aire, se acordó de que el abogado de la familia había intentado hablar con él acerca de la casa de Fremont, pero con su paso por el hospital no había tenido tiempo de devolverle la llamada. Lo haría en cuanto llegase a Seattle.
Tenía algo que ver con Bellamy, la vieja casa en la que tanto tiempo había pasado con su abuela.
No se la imaginaba sin ella. La idea le dolió, pero sacó el periódico que había comprado y se obligó a leer.
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