Como agente inmobiliaria, Paula se consideraba una especie de casamentera que unía a la casa adecuada con el comprador adecuado.
Y tenía la sensación de que Samantha y Lucas MacDonald se iban a enamorar de Bellamy.
Como buena casamentera, había preparado la casa cuidadosamente gracias a los servicios de Julia. Le habría gustado tener tiempo para hacer algo más que limpiarla y plantar algunas flores nuevas, pero no había sido posible.
Así que todo estaba lo más perfecto que podía estar. El sol brillaba contra las ventanas y realzaba la bonita casa que, en su día, debía de haber sido una verdadera joya.
La joven pareja que iba a verla llegó a las once en punto.
—Me parece que esta os va a encantar —les dijo Paula, dándoles unas hojas con los detalles de la casa—. Acaba de salir a la venta e, inmediatamente, he pensado en vosotros.
Abrió la reluciente puerta negra y la luz salpicó el recibidor y el suelo de madera de roble recién encerada. Era increíble lo que se podía conseguir limpiando una buena casa. La dueña la había cuidado mucho, pero desde que esta había fallecido, había permanecido cerrada, acumulando polvo. Esa mañana el aire olía a flores, a los lirios y las rosas que Julia había puesto en un jarrón encima del aparador de la entrada.
Sus tacones repiquetearon contra el suelo de madera mientras enseñaba el comedor y el salón, resaltando las características más originales de la casa, como la chimenea labrada a mano y los armarios con puertas de cristal. Julia había hecho un milagro. Había retirado las cosas que sobraban y sustituido lo que estaba demasiado viejo por piezas modernas, también había dado un toque de color a la casa cambiando cojines y mantas.
Era evidente que a Samantha y a Lucas les estaba encantando y a Paula no le extrañaba. ¿Quién no iba a querer una casa así? Se les pasaba un poco del presupuesto, pero podían comprarla. Miró a la pareja, que ya estaba decidiendo dónde colocar la nevera de vino y cómo hacer que todo fuese más seguro para cuando tuviesen el bebé.
—Podríais cambiar la cocina, está por aquí —les dijo ella, llevándolos hasta esa habitación.
Personalmente, le gustaban los viejos muebles y las paredes pintadas de amarillo, pero sospechaba que los MacDonald preferirían electrodomésticos de acero inoxidable y encimeras de granito. Samantha le recordó a su marido que tendrían que añadir todos los gastos a su presupuesto y este gimió de manera melodramática, pero su sonrisa le indicó que también estaba emocionado con la casa.
A Paula le encantaba estar soltera. Aunque también había veces, como aquella, en la que se imaginaba teniendo otra vida. Un hombre a su lado, un bebé en camino… y un hogar.
Le encantó la manera en la que Julia había echado una manta morada sobre el sofá gris, como queriendo dar la impresión de que la casa estaba habitada por alguien con mucho gusto.
—¿Tiene cuatro dormitorios? —preguntó Samantha.
—Eso es. Uno es ideal para el bebé, hay otro con buen tamaño para habitación de invitados, un despacho y la habitación principal. Venid, os lo enseñaré.
Subieron al primer piso. Paula les enseñó primero las dos habitaciones más pequeñas y un cuarto de baño, que estaban bien, pero sin más. Y luego abrió la puerta de la habitación principal.
—Es mi habitación favorita de la casa. La cama con dosel es muy antigua y tal vez podáis comprarla con la casa si os interesa. Es una habitación muy grande, con un banco delante de la ventana, chimenea y cuarto de baño incorporado.
Dio la luz del techo. Se sabía aquella habitación de memoria, pero quería ver la cara que ponían sus clientes al descubrirla.
Los dejó pasar delante de ella.
—¿Qué os parece?
Samantha abrió mucho los ojos y luego miró a su marido, que se había quedado igual de sorprendido que ella.
Paula se giró y vio la cama cuya colcha blanca había alisado la tarde anterior. En ella había tumbado un hombre grande y que estaba sin afeitar, con una camisa verde y azul, pantalones vaqueros desgastados y calcetines desemparejados.
Estaba profundamente dormido.
Había dos mugrientas zapatillas en la alfombra.
Durante unos segundos, reinó el silencio.
—¿Este también está incluido en la casa? —preguntó Samantha.