jueves, 18 de febrero de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 1

 

—¿De baja por enfermedad? —le gritó Pedro Alfonso con incredulidad al director de World Week, la revista de actualidad internacional para la que llevaba trabajando como reportero gráfico doce años—. ¡Si no estoy enfermo!


Gabriel Wallanger se quitó las gafas y las dejó encima de su escritorio, donde también estaban las impresiones de prueba que documentaban una escaramuza en una pequeña ciudad cerca de la frontera de Ras Ajdir, entre Túnez y Libia.


—¿Cómo quieres que lo llame? ¿De baja por tonto? Han estado a punto de matarte. Otra vez.


A Gabriel no le gustaba que su gente se arriesgase más de lo necesario y estaba enfadado.


Pedro puso todo el peso de su cuerpo en la pierna buena, pero aun así le costó ignorar el dolor de la izquierda.


—Salí corriendo todo lo rápidamente que pude.


—He visto el informe médico. Ibas corriendo hacia el tirador. Qué mala suerte que se sepan esas cosas por la entrada y la salida de la bala.


Se hizo un incómodo silencio y Pedro oyó el ruido del tráfico en Manhattan. No había contado con que Gabriel se iba a enterar de aquellos detalles.


—Si quieres ser un héroe de guerra —continuó el director—, alístate. Nosotros nos limitamos a dar noticias. No las creamos.


Otro silencio.


—Las balas volaban por todas partes. Me desorienté.


—Tonterías. Te estabas haciendo el héroe otra vez, ¿verdad?


Pedro todavía podía ver a la niña encogida de miedo detrás de un barril de gasolina. Su jefe habría preferido que la dejase allí, aterrada y llorando en la línea de fuego, pero él no habría sido capaz de mirarse al espejo por las mañanas después de hacerlo. Así que no se lo había pensado. Había corrido hacia ella y la había puesto a resguardo. No había contado con lo del tiro en la pierna.


¿Habría actuado de manera diferente si hubiese sabido lo que le iba a ocurrir? Pensaba que no, pero no iba a contárselo a Gabriel.


—Uno no gana premios Pulitzer utilizando teleobjetivos. Tenía que acercarme para captar lo que estaba ocurriendo.


—Y te acercaste tanto que te pegaron un tiro en la pierna.


—Fue mala suerte —admitió Pedro—. Pero todavía puedo sujetar una cámara. Y andar.


E hizo una demostración por el despacho intentando no cojear ni torcer el gesto por el dolor.


—No —le dijo su jefe.


Él se detuvo y se giró a mirarlo.


—Soy tu mejor hombre. Tienes que volver a mandarme de misión.


—Lo haré. Cuando puedas correr un kilómetro en cuatro minutos.


—¿Por qué tan rápido?


—Para que la próxima vez que tengas que echar a correr para salvar tu vida, puedas hacerlo.


Pedro respiró hondo y se agarró a una silla. Hacía años que era amigo de Gabriel y sabía que este había tomado la decisión adecuada, aunque le fastidiase.


—Solo fue mala suerte. Si hubiese ido hacia la derecha en vez de hacia la izquierda…


—Sabes que cualquiera en tu lugar estaría feliz de seguir con vida. Y agradecido por poder tener unas vacaciones pagadas —añadió Gabriel, tomando las gafas y sentándose detrás del escritorio.


—Me remendaron en el hospital militar más cercano. Era solo una herida abierta.


—La bala te dio en el fémur. Sé leer un informe médico.


Pedro se maldijo.


—Vete a casa. Descansa. El mundo seguirá lleno de problemas cuando vuelvas.


Él frunció el ceño, en vez de darle la enhorabuena por una fotos estupendas, lo que hacían era mandarlo a casa castigado, como si fuese un niño.

 

A casa.


Había estado tanto tiempo fuera en los últimos años que su casa solía estar donde estuviese su mochila.


Si alguna vez había tenido una casa, había sido en Fremont, Washington, un barrio de Seattle que se enorgullecía de su contracultura, se consideraba el centro del universo y defendía el derecho a ser peculiar. En esos momentos, podía encajar bien en Fremont, porque se sentía egocéntrico y peculiar.


Además, era al único lugar al que podía ir.


—De acuerdo, pero me recuperaré pronto. Podré correr a cuatro minutos el kilómetro de aquí a un par de semanas. Como mucho.


—Tendrás que enseñarme un informe médico antes de que vuelva a enviarte fuera a trabajar.


—Venga ya, Gabriel. Dame un respiro.


Este volvió a quitarse las gafas y lo miró con sus cansados ojos marrones.


—Te estoy dando un respiro. Podría ponerte a trabajar en un despacho aquí en Nueva York. Esa es tu otra opción.


Pedro negó con la cabeza. No podía meterse en un despacho. No le gustaba sentirse encerrado. Eso, nunca.


—Nos veremos en un par de semanas.





UN EXTRAÑO EN LA CAMA: SINOPSIS

 


Se vende casa con encanto de principios de siglo Increíble cama con dosel incluida… y ocupada hasta el momento por un chico muy atractivo. 


Al ver al reportero gráfico Pedro Alfonso durmiendo en la cama, la agente inmobiliaria Paula Chaves pensó que o estaba en el infierno o… en un paraíso en el que, de repente, aparecían atractivos hombres en las camas vacías.


Pero cuando Pedro decidió que iba a quedarse en la casa de su abuela hasta que apareciese el comprador adecuado, Paula empezó a perder el control de su libido.




miércoles, 17 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO FINAL

 


–Has estado muy bien ahí arriba –le dijo ella mientras se alejaban.


–He dicho la verdad, aunque no me haya resultado fácil reconocer que me equivocaba.


–Supongo que no te gustará oírlo, pero tengo entendido que Rafael sigue planeando dividir y vender la empresa. Mañana aparecerá un artículo al respecto en la primera página del Seaside Gazette.


–Por desgracia, ahora mismo no se puede hacer nada. Y nuestra relación es mi prioridad.


Paula pensaba lo mismo, su carrera había pasado a un segundo plano.


Pedro le abrió la puerta y salieron al patio, iluminado solo por la luna y las estrellas.


Le dijo que la quería y que tenían que hablar de lo de casarse.


Y le pidió perdón.


–Siento haberte mentido.


–Te perdono.


–Y la otra noche, en el hotel, no fui justo.


–No importa.


–Te dije que nos teníamos que casar porque era lo mejor para el bebé…


Pero Pedro pensaba que lo que tenía que haberle dicho era que la quería.


–Te quiero.


–Yo también te quiero. No pretendía que ocurriese, pero ocurrió.


–Mi cabeza me dice que tenías razón, que es demasiado pronto para que nos casemos, que necesitamos más tiempo.


Paula se sintió decepcionada al oír aquello.


Aunque por otra parte era normal. Se conocían desde hacía tan poco tiempo… Qué había esperado que dijera.


Pedro le acarició la mejilla.


–Pero mi corazón me dice que eres la mujer con la que tengo que pasar el resto de mi vida.


Pedro tomó aire y volvió a hablar:

Así que, Paula Chaves –empezó–, ¿me harías el honor de…?


–¡Sí! ¡Sí, sí, sí! –gritó ella abrazándolo.


Pedro se echó a reír.


–Supongo que eso es un sí. Así que imagino que querrás esto –le dijo, sacando un precioso anillo con un diamante del bolsillo.


–Es precioso.


–Antes de que lo aceptes, quiero que sepas que este anillo era de mi madre. Como sé que seguro que alguien te dice que te va a dar mala suerte, quiero darte la opción de ir a comprar otro mañana.


Paula sabía que Pedro no le habría ofrecido aquel anillo si no fuese muy importante para él. Además, el anillo daba igual, lo importante era que Pedro era suyo.


Para lo bueno y para lo malo, en la riqueza o en la pobreza.


Sonrió y tendió la mano, y él le puso el anillo…



APARIENCIAS: CAPÍTULO 54

 


Pedro le dio la mano a Rafael y la multitud aplaudió. Después, habló con Ana unos segundos y bajó para reunirse con Paula, que estaba al lado de su hermana y su padre.


Pedro –le dijo Roman–. Me alegro de verte, hijo.


–Yo también.


Paula se dio cuenta de que ambos tenían los ojos húmedos.


–Tienes buen aspecto –le dijo Pedro a su padre.


Este sonrió.


–Me siento bien. No me hacía gracia la idea de jubilarme, pero ya era hora. Y me siento mejor que en mucho tiempo.


–Me alegro. Tienes derecho a relajarte.


–¿Qué tal van las cosas por el rancho?


–Muy bien. Deberías venir a verlo.


–Lo haré –dijo Roman, mirando a Paula–. Y esta debe de ser Paula Chaves, la responsable de esta maravillosa fiesta.


–Encantada de conocerlo –le dijo ella.


–Me ha dicho mi hija que estáis esperando un hijo.


Paula asintió.


–Para el veintidós de enero.


Pedro la miró y se echó a reír.


–¿Es una broma?


–Ese día es el cumpleaños de mi hermano –comentó Emma.


–Y el mío –le dijo Paula–. Supongo que es el destino.


–Pues espero que nos veamos más, porque quiero conocer a mi sobrino o sobrina –comentó Emma.


–Y yo al mío –le respondió Pedro, tocándole el vientre a su hermana.


Emma abrazó a Paula y le dijo en un susurro:

–Bienvenida a la familia.


–Ahora, necesito hablar a solas con Paula –anunció Pedro.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 53

 


Él le dio un beso rápido y siguió a Ana hasta el escenario. Paula y Emma se acercaron más. Rafael estaba hablando por el micrófono y al ver acercarse a Pedro, lo anunció:

–Señoras y señores, es para mí un honor presentarles al hombre que ha ganado este año el premio de la fundación, el señor Pedro Dilson.


Todo el mundo aplaudió mientras Pedro se acercaba al micrófono con la seguridad de un hombre acostumbrado a ser el centro de atención. Le dio la mano a Rafael, pero cuando este fue a entregarle la placa, Pedro negó con la cabeza.


Rafael frunció el ceño, confundido.


–Muchas gracias, señor Cameron, pero me temo que no puedo aceptar el premio.


Se oyeron varios gritos ahogados.


–Como algunos se habrán dado cuenta ya, mi apellido no es Dilson, sino Alfonso. Y, hasta hace unos meses, era el heredero de Industrias Alfonso. Llevo unos meses haciéndome pasar por Pedro Dilson, un peón analfabeto de rancho, con el objetivo de infiltrarme en la fundación y desacreditar tanto a esta como a su fundador, Rafael Cameron.


La gente empezó a hablar y Rafael intentó acercarse a él, pero Pedro lo detuvo.


–Por favor, deje que me explique.


La multitud se quedó en silencio.


–Cuando me enteré de que la empresa de mi padre había sido comprada por Empresas Cameron a través de una OPA hostil, me quedé muy preocupado. Cualquiera que conozca a nuestras familias sabe cuál es su historia. Entonces empecé a oír rumores de que el señor Cameron pretendía dividir la empresa y venderla al mejor postor, lo que devastaría la economía de Vista del Mar. La empresa lleva varias generaciones en la ciudad y yo me sentí responsable del fracaso al haber rechazado ocupar el puesto de mi padre en ella. Por eso decidí descubrir a Rafael Cameron, para que la ciudad tuviese otra oportunidad, y la manera de hacerlo fue a través de la fundación.


Paula vio a Pedro clavar la vista en la audiencia y, concretamente, en Roman Alfonso, su padre, que estaba al lado de Emma. La mirada de ambos era de dolor.


Paula había oído decir que Roman Alfonso tenía un hijo con el que no mantenía ninguna relación, pero jamás habría imaginado que se tratara de Pedro.


–Lo hice por los habitantes de Vista del Mar, y por los empleados de la fábrica, pero también me he dado cuenta de que lo hice, sobre todo, por mí. Porque me sentía culpable por haber abandonado a mi familia.


A su lado, Emma se limpió los ojos y su padre le puso un brazo alrededor de los hombros.


–He pasado los cuatro últimos meses investigando la fundación y estoy aquí para informaros de que su gestión es cien por cien legal. El servicio que ofrece a la comunidad es irreprochable. Y por eso esta noche voy a hacer una importante donación y espero que ustedes hagan lo mismo –Pedro se giró a mirar a Rafael–. Espero que Rafael, Ana y el profesor que tanto tiempo ha pasado conmigo me perdonen por esto. También quiero disculparme ante mi familia por… demasiadas cosas para decirlas aquí.


Entonces miró a Paula.


–Y a Paula Chaves, que es además la mujer que ha organizado este acto, quiero decirle que la quiero. Que sé que lo he estropeado todo y que no tengo derecho a pedirte esto, pero que espero que me des otra oportunidad.


Paula notó que se le llenaban los ojos de lágrimas.



martes, 16 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 52

 


La gala estaba yendo sobre ruedas, incluso mejor de lo que Paula había esperado, salvo que Pedro todavía no había aparecido. Casi había llegado el momento de que le diesen el premio y no respondía al teléfono móvil. También había llamado al rancho y Elisa le había dicho que había salido de allí hacía horas.


Desde entonces, Paula no había dejado de mirar hacia la puerta con nerviosismo.


Sabía que estaba disgustado, pero tenía una obligación con la fundación.


Ana se acercó a ella, parecía nerviosa.


–¿Tienes noticias?


Negó con la cabeza. Se sentía culpable por haberle contado lo del bebé antes de la gala.


Emma, a la que había empezado a considerar su amiga la noche anterior, se acercó y le presentó a Francisco Larson, su marido.


–Una fiesta estupenda –le dijo este–. Mi esposa está impresionada contigo y ha decidido celebrar una fiesta solo para que tú la organices.


–Será un honor. De hecho, tengo alguna idea muy buena.


–Te llamaré el lunes a primera hora para quedar –le dijo Emma–. ¿Te encuentras mejor?


Físicamente estaba mejor, pero psicológicamente seguía destrozada.


–Me pone nerviosa la idea de volver a verlo.


Emma tomó su mano y se la apretó.


–Todo irá bien, ya lo verás.


El grupo de Gabriel Miller empezó a tocar y no pudieron seguir hablando.


Un rato después se acercaba a ella Gillian Preston.


–¡Qué fiesta! –exclamó–. ¿Conoces a mi marido, Max?


Paula le dio la mano.


–Encantada.


–Rafael está muy contento –comentó este–. La gala era muy importante para él y está saliendo todo estupendamente. Estoy seguro de que no lo olvidará.


–Y yo voy a escribir un artículo en la Seaside Gazette poniéndote por las nubes –añadió Gillian.


–Muchas gracias –respondió Paula.


Al menos algo le iba bien en la vida. Si Pedro no la perdonaba, su éxito profesional le daría la estabilidad económica que necesitaba.


Rafael Cameron también se acercó un momento a felicitarla. Así que todo estaba saliendo muy bien, aunque habría renunciado a ello a cambio de poder estar con Pedro. Esperaba que este quisiera darle otra oportunidad.


–¿Paula?


Oyó su voz detrás de ella y sintió miedo.


Se giró despacio y cuando puso los ojos en el hombre que tenía detrás, se quedó boquiabierta al verlo.


–¿Pedro?


Se había afeitado y se había cortado el pelo. Y estaba increíble vestido de esmoquin.


–Lo siento mucho –le dijo, aunque no fuese el momento de hablar del tema.


–No, el que lo siente soy yo –respondió él, abrazándola con fuerza sin importarle que estuviesen en público.


–Pensé que no ibas a venir –admitió Paula, luchando por contener las lágrimas.


–Necesitaba un poco de tiempo. Te he echado de menos.


–Y yo a ti. No quería decir lo que te dije. Me sorprendiste y me asusté.


–Lo sé. Y no te di la oportunidad de explicarte.


–No se trataba del dinero.


–Lo sé.


Pedro inclinó la cabeza y le dio un beso en los labios.


–¿Podemos ir a hablar a algún sitio? –le preguntó después.


–Ahora no hay tiempo. Tienes que subir al escenario en un minuto.


–¡Pedro! –exclamó Ana, acercándose a ellos–. Menos mal que has venido.


Lo miró de la cabeza a los pies.


–Vaya, estás muy guapo. ¿Dónde ha conseguido Paula ese esmoquin?


Sorprendida, Paula estudió también su ropa. Aquel no era el esmoquin que habían alquilado. La seda era maravillosa y parecía hecho a mano.


–¿De dónde lo has sacado? –le preguntó a Pedro.


–Es una historia muy larga. Por eso necesito hablar contigo –contestó él. Luego, miró a Ana–. ¿Puedes darnos dos minutos?


–Dos minutos –dijo está, yendo hacia el escenario.


Pedro, ¿qué pasa? –quiso saber Paula.


Él respiró hondo, expiró.


–Bueno, lo cierto es que…


–¿Pedro? ¿Eres tú?


Paula se giró y vio a Emma detrás de ella, con los ojos abiertos como platos.


–Emma –la saludó él.


Se dieron un abrazo y Emma le preguntó:

–¿Qué estás haciendo aquí?


–Es una larga historia.


–¿Os conocéis? –les preguntó Paula confundida.


–Por supuesto –respondió Emma.


–Pero… si anoche hablamos de él y no me dijiste que lo conocías.


Fue Emma quien la miró confundida después de aquello.


–¿Hablamos de él?


–Sí, es Pedro Dilson.


–Paula, este es Pedro Alfonso, mi hermano.


Paula miró a Pedro para pedirle una explicación.


–Ya he dicho que es una historia muy larga.


De repente, Emma dio un grito ahogado.


–¡Oh, Dios mío! ¿Mi hermano es el padre de tu hijo?


Paula no daba crédito. ¿Pedro Dilson era en realidad Pedro Alfonso?


¿No era un peón de rancho, sino el dueño? ¿Y había estado mintiéndole todo el tiempo?


–No… no lo entiendo –balbució.


–Lo sé, y puedo explicártelo todo.


Pedro –dijo Ana, acercándose de nuevo a ellos–. Tienes que subir al escenario. Ahora.


–¿Al escenario? –preguntó Emma–. ¿Has hechp una donación?


Pedro miró a Paula, luego a Ana y después a su hermana.


–De verdad, es…


–Una historia muy larga –lo interrumpió Emma.


Pedro se giró hacia Paula y la agarró con fuerza de los brazos.


–No quería decírtelo así, pero quiero que me hagas un favor. Pase lo que pase, no te marches hasta que no haya terminado de hablar ahí arriba.


–Por supuesto.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 51

 


Pedro pasó el resto del fin de semana en el rancho. Se ocupó de los caballos, cortó madera, fue al pueblo a por provisiones, cualquier cosa con tal de tener la mente ocupada y no pensar en algo que era ya un hecho.


Era un cretino.


El sábado por la tarde, en vez de prepararse para la gala, se sentó en la hierba delante de la tumba de su madre, que estaba a medio kilómetro de la casa.


Era consciente de que había condenado a Paula sin tan siquiera molestarse en ver las cosas desde su punto de vista. Sin dejar que se explicase. 


Aunque no hubiese sido necesario.


Tal vez él hubiese tenido una niñez difícil, pero nunca había tenido que preocuparse por perder la casa, ni por si iba a tener para comer. Nunca había estado en una casa de acogida ni, mucho menos, había tenido que vivir en ella.


No tenía ni idea de lo que era no tener dinero. Así que cuando Paula le había dicho que necesitaba seguridad económica, él había dado por hecho que se refería a vivir por todo lo alto. A tener grandes casas y lujosos coches. Cuando, en el fondo, había sabido que Paula era una de las mujeres menos materialistas que había conocido.


A pesar de saber lo que había sufrido y lo mucho que había trabajado para conseguir lo que tenía, había esperado que lo dejase todo para irse a vivir con un peón de rancho al que hacía menos de tres semanas que conocía.


¿Acaso le había dado algún motivo para que quisiera casarse con él?


¿Para que dejase todo lo que le importaba?


Además, le había dicho que quería casarse con ella por el bien del bebé. Ni siquiera había tenido la decencia de arrodillarse a sus pies. No le había dicho que la quería. Así que, si ella le hubiese dicho que sí, posiblemente en esos momentos estuviese cuestionándose el motivo, y su cordura.


Sintió que Elisa se acercaba y vio que se sentaba a su lado en la hierba y le daba uno de los dos botellines de cerveza que llevaba en la mano.


–Gracias.


–Hace buen día –comentó ella.


–Umm.


Estuvieron en silencio, bebiendo la cerveza, hasta que Pedro no soportó más la tensión.


–Supongo que quieres saber qué ha pasado –le dijo a Elisa.


–Solo si estás preparado para contármelo.


No lo estaba, sobre todo porque sabía que si Elisa pensaba que se había comportado como un idiota, se lo diría.


Y se había comportado como un idiota.


–Hemos discutido.


–¿Te ha roto el corazón?


–No, pero estoy casi seguro de que yo se lo he roto a ella.


Elisa lo miró confundida.


–¿Ha sido un ataque preventivo? Porque esa chica estaba loca por ti.


–Está embarazada.


Pedro se preparó para recibir una charla acerca del sexo seguro o algo parecido, pero Elisa le sonrió y dijo:

–Abuelita Elisa. Suena bien.


Aquella mujer nunca dejaba de sorprenderlo.


–¿No te he decepcionado?


–Un niño es una bendición –contestó ella con cierta tristeza, ya que no había tenido hijos, aunque hubiese sido como una madre para Pedro.


–Le he pedido que se case conmigo.


Ella asintió, como si lo hubiese esperado.


–Y te ha dicho que no.


–No pareces sorprendida. ¿No decías que estaba loca por mí?


–Es una chica lista. ¿Por qué iba a casarse con un hombre al que casi no conoce? ¿Y por qué se lo pides tú cuando ni siquiera sabe cuál es tu verdadero nombre?


–Pensé que te alegraría oír que he intentado hacer lo correcto.


–El matrimonio no es siempre lo correcto. Mira a tus padres.


Elisa tenía razón. Pedro miró la tumba de su madre:

«Esposa y madre cariñosa».


Ni mucho menos. Había sido una esposa neurótica y desconfiada. Y una madre, como mucho, ausente.


–Uno de estos días vas a tener que perdonarla, ¿sabes? –comentó Elisa–. Y perdonarte a ti mismo.


–Si hubiese subido a su habitación diez minutos antes…


–Tal vez la habrías salvado. En esa ocasión. Pero habría habido otra, Pedro.


–Fue muy mala madre y sigo furioso con ella por haberme abandonado. Por haber pensado solo en ella, por haber sido tan narcisista…


–Tu madre estaba enferma, Pedro. Tienes que perdonarla.


–Lo intento.


Elisa le dio un sorbo a su cerveza.


–Dice Claudio que te ha llamado el contable que estaba examinando las cuentas de la fundación.


–Me llamó ayer por la tarde.


–¿Y te dijo lo que esperabas oír?


–Sí.


–Entonces, ¿vas a seguir adelante con tu plan?


–Sí.


Había llegado demasiado lejos como para echarse atrás.


Elisa asintió pensativa, luego lo miró y sonrió.


–¿Qué?


Ella alargó la mano y le dio suavemente en la mejilla recién afeitada.


Después de haberse cortado también el pelo, parecía diez años más joven.


–Que me alegro de tener de vuelta al Pedro de siempre.


–Yo también me alegro.


Aunque ya no se sentía igual y tenía la sensación de que no lo haría hasta que no tuviese a Paula a su lado.


Así que había llegado el momento de dejar de compadecerse de sí mismo y hacer algo.